Había una vez un joven muy, muy pobre a quien le gustaba cazar vicuñas. Pasó todo un
día caminando por el cerro y por la tarde se sentó para descansar un poco. Estaba por dormirse
cuando de repente, se le apareció una chica muy linda. Era bellísima, pequeña, con ojos negros
muy grandes y pestañas largas. La chica le hizo pensar en una vicuña. Llevaba un vestido nuevo
y aretes de plata. Ella se acercó y le preguntó al joven
–¿Qué estás haciendo acá?
– Estoy cazando vicuñas– le respondió a la chica.
– ¿Por qué quieres matar a las vicuñas? ¿Qué mal te han hecho? – le dijo con voz triste.
– Soy pobre, por eso las mato. Vendo su cuero y su lana para poder comer- le explicó el joven.
Entonces la chica le dijo:
–Cásate conmigo y serás rico. No tendrás que matar más vicuñas - Al chico le pareció una
buena idea y aceptó.
–Tenemos que pedir permiso a mi madre primero. Ella está aquí cerca, entre los cerros. Ella es
la Pachamama– dijo la chica.
Después de caminar un poco, encontraron una roca grande y allí apareció una mujer vieja,
alta, y flaca. Era la Pachamama.
– Cásate con mi hija si quieres – le dijo al joven – pero te quiero decir dos cosas.
Primero, quiero que la trates bien y segundo, debes comprender que mi hija nunca come. Ahora
puedes ir con ella y mañana se despertarán en una casa linda.
Al día siguiente la joven pareja se despertó en una casa hermosa en las montañas.
Tenían muebles de madera, espejos dorados, almohadas blancas, y mantas de lana fina de
muchos colores. Además tenían platos de oro, cucharas y cuchillos de plata, y un armario lleno
de ropa nueva. Por primera vez en su vida el joven se vistió de traje blanco, botas de cuero
negro, un sombrero bueno y un poncho de lana de vicuña. Allá, en su tierra, tenían abundancia
de maíz, habas, papas, ovejas, y una manada de llamas. ¡Qué feliz estaba el joven con su vida
nueva!
Pasó el tiempo y la pareja tuvo un hijo y después una hija. Eran idénticos a su madre:
hermosos, con ojos grandes y pestañas largas. El joven estaba contento, pero se preocupaba
porque su mujer nunca comía. Tenían bastante comida pero ella nunca quería comerla.
Tampoco comían sus hijos. Esto lo preocupaba muchísimo así que un día decidió seguirla para
ver dónde y cómo pasaba el día. Se escondió detrás de unas rocas grandes en el cerro. Pasó un
rato y el joven vio a su mujer y sus hijos. Los siguió por el cerro, escondiéndose detrás de rocas
y plantas cuando fue necesario.
Vio algo muy extraño. Su mujer y sus hijos se arrodillaron en el campo, inclinaron las
cabezas, y apoyaron sus manos en la tierra. Después de un momento así, sus cuellos
empezaron a crecer y los brazos y las manos se alargaron. Desapreció su pelo y su ropa y los
tres se convirtieron en vicuñas. ¡Empezaron a comer el pasto! ¡Qué contentos estaban así!
El joven se puso de pie y gritó
–¡Me has engañado! ¡No eres una mujer, eres una vicuña!
Le tiró una piedra y las tres vicuñas salieron corriendo mientras el hombre las perseguía
gritando y quejándose
–¡Vuelvan! ¡Vengan acá! – gritaba en voz alta.
Pero las tres vicuñas escaparon en la niebla del cerro. El hombre las siguió corriendo,
gritando, resbalando, y cayendo en el camino. Por fin se cansó y se sentó abrigado en su poncho
fino porque hacia mucho calor. Se durmió así y cuando se despertó, el poncho no estaba.
Tampoco tenía sus botas. En cambio llevaba sus sandalias viejas. ¡Adiós a su traje blanco, sus
botas negras, y su sombrero bueno! Se quedó como al principio, con su ropa pobre y en el mismo
lugar donde vio a la hija de la Pachamama por primera vez.
Nunca pudo encontrarla otra vez, ni a sus hijos, ni la casa bonita. Cuando volvió a su
pueblo y contó su historia a sus amigos, nadie lo creyó. Pensaban que lo había soñado todo.
Aunque el joven insistía que habían pasado tres o cuatro años, le aseguraron sus amigos que
había salido esa misma mañana a cazar vicuñas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario