Cierto día, en La Yesera, los pobladores se iban a celebrar un matrimonio muy importante. Se casaba el Príncipe de La Yesera con la hija de don Anastasio, potentado ganadero y dueño de muchos terrenos en la localidad.
La boda sería a las seis de la tarde, así que todos los pobladores se reunieron en el templo santo a la espera del Príncipe y la novia; pero el tiempo transcurría y no se presentó ninguno. Viendo que no llegaban, todos empezaron a preocuparse. De pronto se presentó el Príncipe pidiendo disculpas por su tardanza, mas cuando se enteró que su hermosa novia todavía no había llegado se preocupó. “¿Por qué tardará tanto? –se decía- ¿le habrá pasado algo?
Por su parte la novia no encontraba sus zapatos. Después de tanto buscar y buscar los encontró en el lugar que menos se había imaginado. Luego de calzárselos se dirigió a la iglesia, presa de una gran emoción. Los curiosos, los invitados y familiares que la aguardaban en la puerta del templo santo se alegraron mucho cuando la vieron aparecer a lo lejos. Pero ocurrió que cuando estaba a solo unos metros del novio se apareció de manera intempestiva un enorme toro furioso y se la llevó con dirección al cerro del pueblo. Todos se quedaron pasmados, atónitos. Sólo el novio atinó a seguir al feroz animal con la decidida intención de rescatar a su amada.
Después de alejarse lo suficiente del pueblo y viendo que el novio los seguía, el toro se detuvo y se volvió para hablarle al desesperado hombre: “Si quieres recuperar a tu novia –le dijo-, pelearemos, y quien gana se queda con ella”. De inmediato se inició una desigual y sangrienta lucha entre el feroz animal y el desesperado Príncipe. Lucharon un buen rato y el hombre se cuidaba bien de los ataques de su cuadrúpedo enemigo hasta que en un instante un solo descuido sirvió para que el toro clave sus potentes cuernos en el corazón del infeliz Príncipe, quien quedó tirado en medio de un tibio charco de sangre.
Viendo al ser amado tirado ahí, sin vida, la novia corrió hacia él y se echó a llorar con desconsuelo. Era su llanto lastimero y desgarrador, y sus lágrimas se mezclaron con la sangre del que nunca llegó a convertirse en su esposo.
Mátame para estar a lado de mi amado Príncipe –dijo la desgraciada novia, llena de lágrimas.
El toro se negó. Le dijo que él había ganado la pelea y por lo tanto tenía derecho a estar con ella.
Mientras se desarrollaba esta conmovedora escena los pobladores se habían acercado con sigilo, armados de palos y piedras, se lanzaron en pos de él. Pero el astuto animal, se apresuró a tomar a la novia y emprendió veloz carrera hacia la cima del cerro donde quedaron convertidos en piedra. Esa es la piedra rojiza que ven los caminantes al pasar por el camino.
Según cuentan los coayllanos, el Príncipe viene en las noches de luna llena con la esperanza de rescatar a su amada para que al fin puedan estar juntos, pero el toro rojizo no se lo permite porque dice que él ganó la pelea.
La boda sería a las seis de la tarde, así que todos los pobladores se reunieron en el templo santo a la espera del Príncipe y la novia; pero el tiempo transcurría y no se presentó ninguno. Viendo que no llegaban, todos empezaron a preocuparse. De pronto se presentó el Príncipe pidiendo disculpas por su tardanza, mas cuando se enteró que su hermosa novia todavía no había llegado se preocupó. “¿Por qué tardará tanto? –se decía- ¿le habrá pasado algo?
Por su parte la novia no encontraba sus zapatos. Después de tanto buscar y buscar los encontró en el lugar que menos se había imaginado. Luego de calzárselos se dirigió a la iglesia, presa de una gran emoción. Los curiosos, los invitados y familiares que la aguardaban en la puerta del templo santo se alegraron mucho cuando la vieron aparecer a lo lejos. Pero ocurrió que cuando estaba a solo unos metros del novio se apareció de manera intempestiva un enorme toro furioso y se la llevó con dirección al cerro del pueblo. Todos se quedaron pasmados, atónitos. Sólo el novio atinó a seguir al feroz animal con la decidida intención de rescatar a su amada.
Después de alejarse lo suficiente del pueblo y viendo que el novio los seguía, el toro se detuvo y se volvió para hablarle al desesperado hombre: “Si quieres recuperar a tu novia –le dijo-, pelearemos, y quien gana se queda con ella”. De inmediato se inició una desigual y sangrienta lucha entre el feroz animal y el desesperado Príncipe. Lucharon un buen rato y el hombre se cuidaba bien de los ataques de su cuadrúpedo enemigo hasta que en un instante un solo descuido sirvió para que el toro clave sus potentes cuernos en el corazón del infeliz Príncipe, quien quedó tirado en medio de un tibio charco de sangre.
Viendo al ser amado tirado ahí, sin vida, la novia corrió hacia él y se echó a llorar con desconsuelo. Era su llanto lastimero y desgarrador, y sus lágrimas se mezclaron con la sangre del que nunca llegó a convertirse en su esposo.
Mátame para estar a lado de mi amado Príncipe –dijo la desgraciada novia, llena de lágrimas.
El toro se negó. Le dijo que él había ganado la pelea y por lo tanto tenía derecho a estar con ella.
Mientras se desarrollaba esta conmovedora escena los pobladores se habían acercado con sigilo, armados de palos y piedras, se lanzaron en pos de él. Pero el astuto animal, se apresuró a tomar a la novia y emprendió veloz carrera hacia la cima del cerro donde quedaron convertidos en piedra. Esa es la piedra rojiza que ven los caminantes al pasar por el camino.
Según cuentan los coayllanos, el Príncipe viene en las noches de luna llena con la esperanza de rescatar a su amada para que al fin puedan estar juntos, pero el toro rojizo no se lo permite porque dice que él ganó la pelea.
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