jueves, 22 de diciembre de 2011

LA MUJER DEL CONDOR

Un día una mujer muy hermosa y atractiva, bajó de su comunidad, Cuncani, por la quebrada de paqchaq con la finalidad de conseguir leña para que su familia pudiera cocinar en su bohío. Ella cargaba un hacha filuda y reluciente y una soga de cabuya.
Después de cortar varios palos de chachacomo, keuña y tayanka, se puso a liarlos pero, al momento de ajustar la soga, ésta se rompió en varios pedazos. La mujer empezó a desesperarse por que ya caía la noche, y se puso a llorar de pura cólera porque no tenía como llevar la leña a Cuncani.
El sol daba sus últimos brochazos artisticos, pintando de colores pálidos la tarde vesperal. María, que así se llamaba la leñadora, por fin se resignó volver a su comunidad, pero se prometió a si misma volver al día siguiente, eso si provista con una soga nueva, más gruesa. De pronto, de las charamuscas emergió un joven simpático y delgado. Tenía la tez bermeja y los pies tizones. Después de saludarla, le dijo:
-¿Por qué lloras, buena mujer? ¿Acaso puedo ayudarte en algo?
-Gracias, joven. ¿Acaso vives cerca? Pregunto María.
-Si señora, respondió el joven
-Por favor, Podrías prestarme una soga?
-Por supuesto, dijo el joven, vamos a mi casa.
La mujer comenzó a desplazarse tras el joven. Este, al ver que ya el sol se había zambullido tras las lontanas, le dijo a la muchacha:
-Mira, dulce mujer, quiero que te subas a mi espalda. Yo te llevare a la carrera a mi casa; luego traeremos una soga y después te ayudare a cargar la leña hasta tu casa.
La hermosa joven aceptó al escuchar tanta bondad de parte del muchacho de semblante rojizo.Entonces, se cabalgo sobre la espalda del joven, agarrándose bien de su morrillo. Seguidamente, el joven empezó a correr por un caminejo; en el recorrido empezó a romperse las vestimentas que le cubrían el tronco y luego le salieron unas alas poderosas y largas con las que, de pronto, el joven empezó a elevarse por el aire.Mariacha, completamente nerviosa, se agarro muy fuerte del cuello del cóndor, que volaba por encima de una quebrada.
Después de un corto vuelo, el cóndor se posó en una madriguera que estaba en medio de una peña de color azul. Ella bajo de la espalda del cóndor totalmente nerviosa. Recién se daba cuenta que la persona que había encontrado no era un joven sino un cóndor.
Mientras en la casa de Mariacha, reinaba la desesperación ante la ausencia sin explicación de la joven. Aprovechando la luz de la luna, esa misma noche, su padre partió en su búsqueda, dirigiéndose a sus bajíos de paqchaq
Mariacha se puso a llorar al comprender que había sido engañada por el cóndor. Este, para tranquilizarla, se metió al fondo de la madriguera y regreso con una pierna de ganado para prepararle un rico potaje. En esas circunstancias, Mariacha pensó en fugarse de la madriguera, pero se dio cuenta que a la salida había un abismo insondable que, de sólo verlo, casi se desmaya de nervios.
Se venia ya toda la oscuridad de la noche, cargada de fúnebres tristezas. Como ella empezó a sentir hambre, comió los pedazos de sabrosa carne asada, que el cóndor le invito. Después, el cóndor le ofreció, para que descanse, una cama cubierta con cueros de carnero y plumas. Ella empezó a rogarle al cóndor para que la lleve hasta el suelo de la montaña, pero él ofreció llevarla hasta su casa, al día siguiente, con su carga de leña más, que había dejado en los bajíos de paqchaq.
En tanto, Sebastián, que así se llamaba el padre de la muchacha, recorrió durante toda la noche las quebradas de sutoq y paqchaq, llamando agritos a su hija, pero solo le respondieron los ecos de las montañas misteriosas.
Al día siguiente, María se despertó de mejor humor, por que había pasado una verdadera noche de luna de miel con el cóndor, que le había prometido llevarla en sus espaldas y hacerle conocer burgos, mares y ríos que se hallaban en lugares muy lejanos. Además, le había ofrecido traerle alimentos deliciosisimos. Ciertamente estas promesas convencieron a Mariacha que, en las altas montañas, empezó a convivir con el ave gigante.
Un día, ella se dio cuenta que estaba en estado. El cóndor se regocijó mucho y multiplico sus atenciones hacia ella, pero no cumplió sus promesas de hacerle conocer lugares lejanos.
Por fin, después de una larga gestación la mujer desembarazó un par de condorcitos, pero que tenían la cara y los pies de humanos. El padre de los polluelos se alegro de sobremanera. El ave redobló sus esfuerzos atendiendo a su prole, pero, en tanto, la mujer quería salir de la madriguera donde tanto tiempo había permanecido encerrada. Quería salir al mundo exterior y recorrer libremente, como en los antiguos tiempos, por pampas, montañas y quebradas. Pero el cóndor no la dejaba, temiendo que su esposa lo abandone. Consiguientemente, el ave prefería llevarla en su espalda, acompañada de sus hijos, a conocer lugares lejanos, pero menos a dejarla caminar. Tal vez esto era por el miedo que tenía a que Mariacha y sus dos hijos se fueran a casa de sus padres.
La mujer, harta de estar encerrada en la guarida del cóndor, tenia grandes deseos de pasearse por el suelo. Así, mientras su marido iba a lugares lejanos en busca de víveres, ella iba trenzando una soga, utilizando los cueros de ganado que el cóndor tenia arrumados en la galería de la cueva .Apenas calculaba el regreso del cóndor, Mariacha escondía la soga debajo de la cama nupcial .
Un día, María le pidió a su marido que le trajera una carne especial, fuera de lo común a lo que estaban acostumbrados, por que quería festejar el primer aniversario de sus vástagos. El carnívoro se preparo durante varios días para conseguir la carne solicitada.
Cuando el cóndor salió con rumbo desconocido, en el afán de conseguir la carne que le había pedido, María inmediatamente saco la larga soga que guardaba bajo el tálamo nupcial. Luego, amarro una de sus puntas a un promontorio de roca y, llevando a sus hijos, comenzó a descolgarse de la guarida gigante. Ella bajaba con la intención de ir donde sus padres y hacerles conocer a sus vástagos. En cuanto piso tierra, Mariacha se alegro de sobremanera. A continuación se dirigió hacia un riachuelo con la intención de asearse y asear a sus párvulos, pues hace mucho tiempo que no lo hacían.
Cuando termino de bañar al último de sus hijos, María escucho una voz musicalada que le decía:
-! Mariacha, toc, toc…! ¡Mariacha toc,toc…!
La mujer, asustada, volteo pensando que alguien conocido se llamaba. Sin embargo la dulce voz brotaba de un pedrón lleno de musgo, que estaba al borde del hermoso arroyuelo. Y otra vez escuchó:
Ella, abrazando fuertemente a sus hijos, como si alguien se los quisiera quitar, contestó:
-¿Qué quieres, amigo sapo?
El batracio salió del fondo del riachuelo, nadando con sus patitas, luego se dirigió a la orilla y mirando con sus ojos dulcísimos a María, le dijo:
-¿Sabes, María?
-¿Qué? ¡Sapito lindo, dime!
-Con lo que te voy decir… no te vas a asustar
-Está bien, dijo Mariacha.
Ella se sentó encima del pedrón amarillento y musgueado.Seguidamente dijo el verdoso batracio:
-Ayer han venido varios cóndores a bañarse en este riachuelo
-¿Y después. Sapito lindo?
-Después han dicho que hoy día van a matar a tu marido.
-¿Cómo…?
-Si, Mariacha, ellos le tienen envidia a tu marido, por que se han unido contigo y tienen hijos superiores a los de ellos.
-¿Y después, sapito lindo?-Dijo María, llorando.
-Mariacha, mira el cielo, No hay un solo cóndor. Seguro que en este momento lo están atacando.
--¿Qué hago ahora? ¿Que puedo hacer?
-Mujer, seguramente después de matar a tu marido, van a venir a tu guarida a matarte y también a tus hijos.
María, abrazando fuertemente a sus hijos, preguntó:
-Sapito lindo… ¿Qué me aconsejas? ¿Qué puedo hacer? Yo quería llevar a mis hijos donde mis padres, pero estoy segura que, en cuanto nos vean, de frente nos van a atacar de igual manera a mis padres ancianos.
-Mira, mi consejo es que, por el momento, sigas el curso de este riachuelo. Abajo hay un gran rio. Lo cruzas y hallarás unas cuevas gigantes dentro de unos cerros. En ese lugar puedes ocultarte con tus hijos. Después de algunos días, yo iré a visitarte.
-¡Gracias, sapito, gracias ¡seré eternamente reconocida hacia ti.
- Este bien, María. Anda. ¡Corre! y ¡Suerte!-dijo el batracio.
Y sin mas, el batracio sumergiéndose en el riachuelo, y luego desapareció.
El sapito conocía el rio Vilcanota por que había nacido en estas aguas, y cuando el joven había recorrido toda la zona en busca de alimentos. Pero, el batracio no quedó contento y decidió cruzar el rio en busca de otro tipo de dieta. En estas circunstancias, chocó con las aguas de otro riachuelo que bajaba de las alturas. Sin pensarlo dos veces, el sapo siguió el nuevo curso de alimentos y aventuras.
La mujer, de inmediato, cargó a sus dos hijos y caminó riachuelo abajo, siguiendo el hilo de agua que bajaba de las altas montañas. Ella iba llorando puesto que, en su alma, amaba a su marido; sin embargo mando sus sentimientos al segundo plano, por que primero estaban sus padres e hijos.
Ciertamente, el cóndor fue atacado por la bandada de gigantescas aves negras. En un primer momento intento defenderse, pero no pudo ante la avalancha de ataques de tantos cóndores. Luego que el cóndor fue vencido y muerto, la bandada se dirigió hacia la madriguera del finado, pero la encontraron vacía. Totalmente coléricos, volaron en dirección al bohío de los padres de Mariacha, con el propósito de matarlos. Como no los encontraron, rondaron varios días la casa de Sebastián. volaban en forma concéntrica .El anciano, que se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, salió a su patio y empezó a lanzar proyectiles de piedra, con su honda, hasta que logro derribar a una de las gigantescas aves. Lo que motivó para que las bestias carnívoras y vengativas se retiren de las cercanías de la casa.
Por fin, María y sus hijos salieron de la cueva Pichingoto (ave con buche grande).Los vástagos no contentos con la leche que les daba su madre, a gritos pedían carne. Recién la mujer empezó a sentir el vacio que le había dejado su marido, puesto que gracias a él, su hogar estuvo siempre lleno de víveres y sobre todo, carne. Desesperada, la madre salió de la caverna para buscar carne para sus hijos.
La cueva estaba rodeada de inmensas pampas, cubiertas de pastizales y maizales. Cerca había también una pequeña isla, formada por la tierra que arrastraba el rio. Mariacha solo pudo cazar algunas avecillas que de inmediato llevó para que yantaran sus hijos, pero las pequeñas bestias no se contentaban…¡Pedían mas carne, pero que sea gorda!.
En pocos días los hijos de maría empezaron a completar su plumaje y, luego, comenzaron a volar. Primero lo hicieron a las cuevas cercanas al valle. La gente de Maras, Tarabamba, Yanawara, Urubamba, estaba completamente asustada al ver estas extrañas aves, que tenían pies y caras de humanos, que cazaban y comían todas las avecillas que encontraban, faltando solamente que ataque a la gente. Los pobladores empezaron a cuidar a sus hijos del peligro de las aves.
Mariacha no sabía qué hacer y estaba completamente desesperada por la conducta de sus hijos. Nada podía hacer, ya que ellos no hablaban ni entendían los consejos que les daba su madre. Cada vez con mas hambre, y desesperados por llenar sus buches, las bestias empezaron a atacar los rebaños de cabras y ovejas que los campesinos llevaban a pastar.
Los lugareños no atacaban a los extraños cóndores de pies y cara de humanos, pues creían que estas extrañas aves eran dioses que habían llegado a la zona con alguna misión especial.
Cierto día, en las alturas de Pachar, una de las ves ataco a un niño pastor. Le saco los ojos con su filudo pico y luego se llevo el cuerpo agonizante hasta su cueva. María, horrorizada por lo que había pasado, cogió un enorme palo y subió a la guarida del cóndor, dándole tal paliza que el ave cayo muerta. Luego sepulto el cuerpo de su hijo en un rincón de la cueva. Cuando salía de la covacha, diviso a su otro hijo, que también traía un niño entre sus poderosas garras. Ciega de desesperación y cólera, María agarro el garrote que había traído y le dio un mortal golpe en la cabeza a su segundo hijo.Esa misma noche, la viuda del cóndor partió hacia Cuncani, presa de rabia y pena

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