El criterio más divulgado es este de que los Hurin fueron en el Cuzco los ayllus originarios y los Hanan los advenedizos. La primera dinastía se considera que fue la de Hurin Cuzco, a pesar de que la casa de Manco Cápac se conserva por la tradición en el barrio alto de Colcampata. Cieza refiere que Inca Roca trasladó la casa real "hacia lo alto de la población"; pero la ubicación de la morada de este Inca –llamada hoy de Hatunrumiyoc– no se halla en la parte alta y escarpada del antiguo Hanan Cuzco, sino en la parte media entre los dos ríos.
Parece que sólo a partir de la reforma de Pachacútec y su reconstrucción de la ciudad se llamó Hanan Cuzco a la parte en que se halla el Aucaypata y se quiso denominar Hurin Cuzco a lo que demoraba al Sur del Coricancha. Desenmarañando las reformas políticas y sociales promovidas por Pachacútec, podría establecerse que los primitivos pobladores de Cuzco fueron los Hanan Cuzcos. Coinciden los más expertos cuzqueñistas –Uriel García, Luis Valcárcel, Luis Pardo– en que el Cuzco alto (el de los andenes y las calles rampantes) es el más antiguo en estilos arquitectónicos y traza; en que era mucho más extenso de lo que ahora parece, comprendiendo todos los aledaños de Sacsayhuaman; y en que la parte alta y la fortaleza fueron el reducto de las tribus primitivas, las que sólo en una etapa posterior descendieron, según Pardo, del Sacsayhuaman "al valle codiciado".
El análisis de la historia incaica cuzqueña parece demostrar un flujo y reflujo constante de las dos parcialidades. Cieza y los cronistas avezados en el origen de la cultura incaica afirman que los primitivos pobladores se establecían, en todas partes, en los sitios altos –laderas o riscos– en natural actitud defensiva. Y "que dejados los pucaraes que primeramente tenían, ordenaron sus pueblos de buena manera", descendiendo a los valles a trabajar y estimular la tierra. Los auténticos Hanan Cuzcos de la primera hora fueron, entonces, los Huallas, los Poques, los Lares, los Antasayas, los Alcavizas. Estos fueron desplazados por las tribus de los Incas y los Tampus, encabezadas por Manco. Ellas tomarían, por necesidad estratégica, el cerro y su incipiente pucara y comenzarían a construir sobre ellos la gran fortaleza de Sacsayhuaman y el palacio o granero fortificado de Manco en Colcampata; pero, en señal de aproximación a la tierra fértil y de una vocación agrícola, establecerían el Coricancha en la parte baja, inmediata a la ciénaga, buscando el verdor y la fecundidad del valle. Hasta ese momento los Huallas y las tribus primitivas fueron los Hanan, y los Incas, los Hurin. Desalojadas aquellas tribus, expulsados los Huallas y los Alcavizas, los Incas fueron extendiéndose del Hurin Cuzco hacia arriba y señorearon poco a poco el Hanan Cuzco. Lloque Yupanqui, el tercer Inca, llamó a los indios de Zañu, de donde era su madre, y les dio "la parte occidental de la ciudad", la cual, dice Cieza, "por estar en laderas y collados se llamó Anan Cuzco y en lo llano mas bajo quedóse el rey con su casa y vecindad". Los Incas, que vivían en el Inticancha, a la vez templo y palacio, siguieron siendo, hasta Inca Roca, Hurin Cuzcos. Garcilaso pudo afirmar, por esto, que las primeras casas y moradas de los Incas se hicieron en la falda y laderas del Sacsayhuaman.
La dinastía Hurin Cuzco trabaja lenta y metódicamente por levantar el Cuzco de barro de los Huallas y Alcavizas a la categoría de urbe. Las principales tareas son las de desecar el pantano –el tremedal que sería plaza, base de la nueva polis– cubriéndolo de losas y maderas gruesas; estimular la fertilidad del suelo, transportando de la selva vecina cargas de tierra vegetal; levantar bellos y durables edificios y, particularmente, dotar de agua a la ciudad, lo que sólo se alcanza al final de la dinastía cuando Inca Roca, inspirado por la divinidad, pega al suelo el oído y, al escuchar ruido de agua, descubre los manantiales de Hurinchacan y Hananchacan que, por canales enlosados, deberían discurrir por la ciudad y regar las sementeras. Los Incas de esta primera dinastía, de los Hurin, inician también una política demótica, de atracción de pueblos y allegamiento de nuevas gentes, para disfrutar del "nuevo orden que tenían", según apunta Cieza. Sus rivales vecinos, los Contisuyos, los Alcavizas del fiero Tocay Cápac, los Collasuyos de los poderosos Cari y Zapana, son vencidos o asimilados a la empeñosa y ruda confederación naciente. Los primeros trofeos de esta concentración urbana son, como en los pueblos dóricos de Occidente, los edificios que albergan a las instituciones tutelares. A manera de acrópolis es ya la fortaleza cimera de Sacsayhuaman, a la que todavía no se cansan de llegar las piedras ciclópeas; el Aucaypata, extendiéndose sobre el antiguo tremedal del Cusipata, es como el ágora de las grandes fiestas incaicas; y el Coricancha es falansterio y pritáneo. Manco Cápac vivió más, seguramente, en el Coricancha o casa del Sol enseñando el culto del agro, que en el Hanan Cuzco militar. Sinchi Roca agrandó el templo solar y residió junto a él en el Cuzco. Lloque Yupanqui levantó el primer acllahuasi, instaló el mercado o catuy fijó su casa entre el Coricancha y el Hanan Cuzco viejo. Llevó también, según Santa Cruz Pachacuti, los ídolos cautivos de las tribus de Vilcanota, Puquina y Coropuna para ponerlos de cimientos en el templo del Sol, que comenzó así su destino sincrético e imperial. Los guerreros Mayta Cápac y Cápac Yupanqui, de regreso de sus primeras y cortas victorias, hacen escuchar a la ciudad los primeros estruendos de los triunfos guerreros y las aclamaciones multitudinarias. En la plaza del Cuzco se yergue ya, aguzada y fatídica, la piedra de la guerra, manchada de sangre y engastada en oro, que marcará el destino bélico de la segunda dinastía.
Los Incas de Hurin Cuzco realizaron una obra trascendente en la evolución de la ciudad. Transformaron a los primitivos pobladores de alfareros y agricultores en propietarios y políticos. Triunfaron de sus enemigos vecinos y los atrajeron con su fuerza de concentración, alejándolos de sus riscos y pacarinas y de los sepulcros de sus antepasados con su seducción tenebrosa. Cieza dice que Cápac Yupanqui, asumiendo la vocación de los Hurin Cuzco, al conquistar las tierras vecinas al Cuzco aconsejaba a los naturales que "viviesen ordenadamente, sin tener sus pueblos por los altos y peñascos de nieve".
Al llegar a la etapa expansiva de los Hanan Cuzcos conquistadores, los Incas de Hurin Cuzco pudieron haber afirmado que habían cumplido el mandato de su padre el Sol a Manco: habían sacado a sus súbditos "de aquellos montes y malezas" y derrocado la behetría o "vida ferina", que dijera Garcilaso, en que predominaban los más fuertes y atrevidos. Cuando Pachacútec Inca Yupanqui, rey estelar de los Hanan Cuzcos, reedifique la ciudad de los triunfadores, echará del recinto privilegiado de los nuevos Hanan Cuzco a los viejos y derrotados originarios Hanan Cuzcos, los Alcavizas, a quienes enviará a Cayaocachi. El cronista que recogerá el melancólico cantar de los desposeídos, dirá que "ansi estos de Allcahuiza fueron echados de la ciudad del Cuzco, e ansí quedaron subjetos e avasallados: los cuales podrían decir que les vino guesped que los echó de casa". Había comenzado el esplendor imperial de los Incas Yupanquis, definitivos señores del Hanan Cuzco, Roma indígena y ombligo del mundo americano.
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