El famoso cañón del Colca es, sin lugar a dudas, un paraíso profundo: sus pisos ecológicos forman micro-climas y son una despensa de productos agrícolas, desde frutas —como plátanos y duraznos—, hasta la papa, aclimatada a los casi 4.000 metros de altura. Los terrenos de cultivos son andenerías pre-incas que dibujan la silueta de los cerros, creando un paisaje singular y, debido a su perfecta ingeniería, evitan la erosión de los suelos.
Sus iglesias coloniales sobresalen dentro del paisaje urbano. Imponentes por donde se les mire, muestran diversos estilos. Todas, más allá de su importancia y dimensiones, ostentan valiosas piezas artísticas que, con solo verlas, nos hacen retroceder en el tiempo. Sus líneas arquitectónicas son admirables y denotan una prestancia de siglos.
El Colca es también el escenario perfecto para el avistamiento de cóndores. Miles de turistas visitan este lugar para verlo volar y quedarse anonadados con su grandioso tamaño. Propios y extraños disfrutan con entusiasmo y perplejidad de su aerodinámico despliegue en el aire.
Aguas termales, puentes coloniales, cataratas, complejos arqueológicos, yacimientos de arte rupestre, nevados, lagunas, flora, fauna y mucho más en la tierra de los cabanas y collaguas. Ellos viven en armonía con su medio, manteniendo sus costumbres ancestrales y el respeto por la Pachamama.
El Colca, en resumen, es una biblioteca abierta para aprender y valorar nuestra identidad. Enseñanzas que se mantendrán en nuestra alma y en nuestro corazón, por el resto de nuestras vidas.
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