Dicen que había un leñador que había ido al cerro a hacer leña. Estaba haciendo
leña el hombre. Cuando estaba trabajando, se le apareció Ukumari y le dijo: “Oye, hombre.
Oye, hombre. Apúrate, haz leña. Tengo hambre”. El hombre le contestó: “¿Cómo, pues,
señor? Yo mantengo a mi mujer y a mis hijos. ¿Cómo, pues, me vas a comer?” Ukumari le
contestó: “Apúrate, apúrate, ya me ha cerrado el hambre”. Ukumari, entonces, se echó a
dormir al suelo, y el hombre sufría haciendo leña.
Un zorro que venía de lejos se le apareció al hombre. Cuando se apareció, el hombre
le dijo: “Señor, este Ukumari está dormido casi junto a mí. Me dice ‘Apúrate, apúrate, que
tengo mucha hambre’. Y a mis hijos, y a mi mujer, ¿quién los va a mantener?, le contestó.
Así me quiere comer”. Así le dijo al zorro que lo escuchaba callado. Después, el zorro hablo:
“Ven, ésto te voy a decir: cuando yo esté en el morro, agárrame al padrillo (de las ovejas).
Yo te voy a preguntar: ‘¿No está Ukumari por ahí? Bastantes montoneros estamos buscándole,
le vamos a cortar la cabeza’”. Así le dijo el zorro al hombre. Después, se fue al morro y de ahí
empezó a hablar: “Oye, hombre, ¿no está Ukumari por ahí? Todos los montoneros estamos
buscándolo para matarlo, para cortarle la cabeza”. Entonces, Ukumari se despertó y le dijo al
hombre que contestara diciendo que él no estaba. El hombre dijo: “No está aquí, señor”. El
zorro volvió a preguntar: “¿Qué cosa es lo que está echado a tu lado?” Ukumari, despacito,
le dijo al leñador que contestara: “Es un tronco que está a mi lado”. Entonces, el zorro le dijo
al hombre: “A ver, tira con tu hacha al tronco”. Ukumari le dijo al hombre: “Tírame suavecito”.
El hombre, entonces, tiró suavecito, con su hacha, una, dos veces, pero a la tercera, le
cortó el cuello a Ukumari. Así lo mató. Entonces el zorro bajó. En recompensa al favor que
el zorro le había hecho, el leñador agarró un buen carnero y se lo dio. El zorro se lo llevó
para comer.
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