domingo, 25 de octubre de 2015

CUENTOS ANDINOS: ORACIÓN AL AGUA O EL LLANTO DE LA TIERRA


Resultado de imagen para LAS LAGRIMAS DEL DIOS WIRACOCHA EN UNA MONTAÑA



En esta montaña veneramos al agua como a una diosa benéfica y vital, nacida en las altas cordilleras y que viene a nosotros en manantiales y cascadas blanquecinas que se cuelgan de los andes. Son las lágrimas de Wirakocha, el dios que por amor hizo al hombre y por dolor nos alimenta con su llanto. En la profundidad del abismo se forma el río y se desarrolla como una serpiente gigantesca; su murmullo me llega suave, cuando admiro toda la creación desde este risco. Cerca, a mi derecha, en el espejo de la laguna de aguas de color turquesa, la imagen femenina que se forma en una nube, se refleja y se mira a sí misma, vanidosa. Las lagunas de este lugar son mágicas, en ellas moran personajes de innumerables cuentos y leyendas. Yo beso sus aguas frías con reverencia y con temor, como lo hacía mi abuelo. Él, quitándose el sombrero y descalzándose, tomando un poco en las manos, besaba las aguas invocando a los dioses, en especial al poderoso Pachacamaq, hacedor de este mundo y de todo lo que existe.
Nunca orinarás ni ensuciarás en las aguas del río y la laguna, hijo mío – me decía el abuelo- porque sería una ofensa a nuestros mayores; aquí están las lágrimas de todos tus antepasados.
En aquel año él murió y todo el pueblo lloró por su partida, un río de dolor y llanto, y nada se pudo hacer contra la muerte.
Tú que me enseñaste a venerar la arcilla de la que estamos hechos, unirla con el agua para hacer cacharros imitando el oficio de los dioses y llevarlos al fuego para convertirlos en piedra y en seres de piel cobriza y bella como nosotros, ya no estarás más conmigo...
Para recordarte he ascendido a la montaña, dejando atrás bosques y matorrales y, penosamente, trepé por los riscos de rocas, hasta mirarte, cara a cara, en la nieva eterna del Apu Sahuasiray, preguntándome: ¿Estará allí, en el glaciar tu alma congelada, unida la sueño eterno de Wirakocha? .
He venido a quemar mi ofrenda para que mantengas el agua viva y no nos la quites, para que, tampoco, nos castigues derramándola toda sobre nosotros. Te he traído golosinas dulces, el sebo de la llama, incienso, papel de oro y papel de plata; cruz de chonta, huayruros coloridos, musgos aromáticos, estrellas de mar, hojas divinas de la madre coca y este licor para brindar contigo, señor de las aguas, y sellar con mi sagrada ofrenda esta milenaria amistad.
A mi encuentro ha salido la Ccoa de las leyendas, chispeando rayos de luz centellante y extendiendo, perezosa, su cola de arco iris. Es pues el triunfo de tu alegría, reflejada en las caritas sonrientes de las flores multicolores de este prado. Lloverá, si, lloverá, también, en nuestros campos, igual que en mi corazón, para remozar mis sentimientos y recuperar mi humanidad perdida en la rutina.
Más abajo, los comuneros del pueblo de Unu Orcco (Montaña del agua), labran las laderas, cantando canciones a la lluvia y volteando los terrones para oxigenar la tierra; los más jóvenes, arreglan los canales y las acequias; unen los ojos de los manantiales, para llevar el valioso elemento líquido hasta los confines de este valle. Todo racional y con respeto, como nos enseñaron los abuelos.
Claro que sí, es una maravilla: molécula sobre molécula, copo sobre copo, gota sobre gota, vapor sobre vapor; sea hielo sólido, agua líquida o nube gaseosa ¿Cuánta gracia no le debemos todos al agua buena?
Pero el agua dulce amenaza con perderse en este mundo. Yo lo he notado al ver mermada la masa glaciar de los nevados, sin reponerse. Dicen que la tierra se está calentando en grado extremo. Dicen que crecen los desiertos y que pronto habrá guerras por la posesión de las aguas dulces. He visto por la televisión cómo, en algunos lugares áridos, niños famélicos mueren de hambre y de sed, y en otros sitios, se producen grandes inundaciones y deslizamientos de montañas, produciendo dolor y desesperación. La tierra está enferma, está enloquecida por culpa nuestra.
Pero a los causantes, a los que envenenan la atmósfera con los gases tóxicos que emanan sus industrias, poco les importa; pues, están preocupados en satisfacer los apetitos de sus vidas egoístas y parasitarias, para acrecentar sus ganancias. No piensan en los hijos de nuestros hijos ni en los suyos propios.
A ellos, también, perdónalos Pachacamaq, pero hazles sentir tu dolor y tu enojo y dales, generoso como eres, una última oportunidad para cambiar su conducta reprobable.
La madre tierra está enferma, lo repito; desde los satélites le miden el pulso, observan los fenómenos y hasta los predicen, pero no los pueden controlar, pues, todavía, no han vencido su soberbia propia.
Por los hambrientos y sedientos de la tierra; por los niños que lloran sufriendo las inclemencias del clima; por los pobres de este mundo, recíbeme, padre, recíbeme madre, éste sacrificio, este llanto, éste desgarramiento de mi ser; humilde obsequio que, quemado al fuego, se hace humo perfumado entre el silencio y la soledad armonizados por el tañido de mi flauta india y mis zampoñas; para despertarte, a ti, también, a la vida, Pitusiray, amada mía; pues, venciendo la prisión de piedra de nuestro milenario hechizo retornaremos con el agua y el amor a manos llenas.
Al descender, ante mis ojos incrédulos, entre los riscos alumbrados, apareció la sombra de un rey Inca transformándose en la silueta del felino otorongo, y mi bella Ñusta amada, apareció liberada, corriendo hacia mis brazos para confundirnos en el amor desaforado y bendito de este gran día. El sol refulgía victorioso tiñendo de colores la oquedad agreste del sagrado valle en setiembre; pues, las primeras lluvias caerán y la tierra descansada saciará, por fin, su sed, y los granos, los tubérculos, las legumbres harán brotar sus verdes matas de hojas frescas, y el maíz crecerá inhiesto hasta reventar en sendas mazorcas; los frutales alcanzarán a enjoyarse con frutos exquisitos y las ollas de mi pueblo se llenarán de alimento para saciar el hambre y olvidar nuestras penas. Bailaremos, entonces, en ronda, celebrando la lluvia; cantaremos hasta quedar afónicos por su regreso.
Pero no podremos gozar ni llegar hasta el hartazgo sin pensar, que en otras latitudes, en las costas y los desiertos; en los cinturones de pobreza de las ciudades, nuestros semejantes pasarán momentos tristes de sed y de hambre, bajo el látigo de las tiranías y el poder omnívoro de los mercaderes de la muerte. Con ellos, también, quiero compartir este pan y este trigo, y este mensaje de amor que llueve desde mi corazón como el agua más pura de mi llanto.
Por ti abuelo, por ti madre, por ti padre; por todos mis hermanos de la tierra

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