LOS PASTORES CALATOS
En Wayllabamba vivía un manojo de inseparables amigos
llamados, Rubén, Roberto y Jorge a quienes les unía una entrañable amistad; por
suerte los tres estaban en el mismo
grado y en la misma escuela. Ellos después de salir de la escuela solían ir a
apacentar sus tropitas de ovejas a la zona de Moyoq. Los labrantíos estaban
verdes por los chubascos de los meses de
noviembre y diciembre. Los capulíes ya se habían pintado de rojo. Los chiwacos
cantando y bailando festejaban en las
copas de los árboles. Los bellísimos picaflores
festejaban chupando el néctar
dulce de los ñuqchus de primavera.
Los amigos, después de arrear las tropitas de ovejas hacia
los mejores pastizales a orillas del rio Vilcanota _y ya, cuando los animales
se echaban debajo de un arbusto para
sombrearse y rumiar placenteramente- solían subirse a los árboles de capulí a gozar de estos sabrosos frutos. Después
marchaban en busca de ariscos kulkos al pie del cerro- con sus hondas de jebe
en la mano- para cazarlos; por suerte, a veces, caía alguna avecilla; como festejaban
tal acontecimiento, haciendo alharaca la
asaban en brasa ardiente, y con qué placer disfrutaban pedacito por
pedacito, su rica carne. Otras veces pescaban con sus anzuelos algunos
bagrecitos del rio, ¿acaso a este trió de niños, les unía el sentimiento de
aventura?
También había unión
entre los padres de Jorge, Rubén y Roberto. En los trabajos o cumpleaños
estaban a un a sola voz en casa de
cualquiera de ellos. Es decir en la alegría o en la desgracia estaban unidos
como los granos del maíz al marlo.
Un día, los tres amigos planificaron ir a las pampas de
Maras a recoger ñuqchu para tributarle a la Virgen Dolores, el día del
lunes Santo. Evidentemente, es costumbre
que todos los jóvenes de Wayllabamba vayan con esta misión, pero como ellos aún
eran niños sus padres se habían opuesto, sin embargo, contra viento y marea,
salieron con rumbo a dichas pampas. Se llevaron cestos, para traer esas flores
rojas y aromáticas, ropa para pernoctar y también algo de dinero con el cual
pudiesen comprar algún alimento para
pasar la noche en la cueva solitaria en la que se alojan a los visitantes. Allí
había personas que hacían negocio
vendiendo comidas y bebidas.
Moyoq es una moyada a la orilla izquierda del rio
Vilcanota.En esta zona crece abundante pasto. A más de ellos hay árboles de sauce, capulí y otros
arbustos. Para llegar a la Moyoq forzosamente se pasa por la puerta vieja de la
huerta de don Jesús Ochoa, quien es un anciano por demás curioso; ha convertido
su adaptado frutas de otras latitudes,
¿acaso no sea un genetista? Uno, al ingresar por los diferentes surcos
encuentran una naranja, un pepino, un membrillo.
El diario vivir de Ochoa es hacer experimentos de injertos, seleccionar
semillas, polinizar. No solamente en
plantas frutales sino también en flores y otros vegetales. Este personaje no se
mueve de su huerto tiene su pequeño bohío perfumado por la flores y cubierto
por plantas trepadoras. En los amaneceres y atardeceres las avecillas se posan
en las ramas de los árboles frutales, gorjean y trinan; el viejo Jesús Ochoa
goza con esta música.
Cuando los tres amigos, encontraron en la cueva de Maras a
gran número de jóvenes disfrutando de bebidas y comidas; ellos no se quedaron
atrás, entraron en el ruedo de consumidores, pero no faltaron personas que los
inquietaban para que beban algunas tazas
de tè macho (aguardiente con té) y
pronto Jorge, Rubén y Roberto se picaron y se pusieron a beber en abundancia, cantaron y, por último, lloraron.
La gente disfrutaba viendo ebrios a los inseparables muchachos.
Eran los meses de
Marzo o Abril, la moyada estaba pletórica
de pastos frescos y verdes. Las ovejas llenaron sus panzas y se
enrumbaron hacia un gigante y añoso árbol de capulí debajo del cual se echaron
a rumiar placenteramente sus bolos de pasto. Roberto, Rubén y Jorge aprovecharon
para jugar. Rubén les dijo a sus amigos:
_Saben muchachos, hoy día es el cumpleaños del hijo de don Jesús
Ochoa, como es hora de almuerzo, estoy seguro que el viejito Jesús está con su
hijo almorzando ¿por qué no vamos a su huerta y nos sacamos algunas peritas,
manzanitas y duraznitos?
Jorge y Roberto de buena gana aceptaron la propuesta, pero
antes de realizar el operativo, Rubén, como mayor de los tres amigos, les
advirtió:
_Antes de ingresar, tenemos que ir a investigar para saber,
si está o no; si no está nos metemos a la huerta sin dejar huella para que no
sospeche.
_Está bien _ gritaron al unisonó los amigos.
Con tales precauciones iniciaron el operativo. Ciertamente
se desplazaban sin dejar ningún rastro.
Procuraban pisar sobre piedras y kikuchos. Los tres inseparables amigos, después
de percatarse que no estaba don Jesús
Ochoa, determinaron ingresar a la huerta escalando por las paredes. Rubén se
quedó en un lugar estratégico, como vigía con la mirada fija hacia Wayllabamba
y el camino que conduce a este pueblo. Mientras tanto Roberto y Jorge
cosechaban la rica fruta en unas talegas. En contados minutos las llenaron.
Luego se bajaron de los frondosos árboles
y volvieron a sus zonas de origen para disfrutar de su sabrosa cosecha.
Cuando el sol se inclinaba hacia el ocaso, don Jesús llegó a
su huerto cargado de algunos vasos de chicha y cerveza que le habían subido a
la cabeza. De inmediato, se enrumbó
hacia los cercos bajos por donde podían ingresar los ladrones y se dio
con la sorpresa que la fruta, que la estaba haciendo madurar diariamente con
las caricias de sus ojos, había desparecido de las ramas de los árboles.
El genetista comenzó a rastrear y vio
que los rastros dejados por los ladrones se dirigían hacia Moyoq, donde éstos estaban disfrutando el producto
de su robo.
El viejo agrario, colérico, pensando en voz alta, dijo:_
ahora van a saber quien soy yo, me han robado los primeros frutos del año. Yo
sé que con una queja ante la autoridad no voy a ganar nada. Pero de mí toda la
vida se acordaran.
Los tres pastores, después de gozar con la deliciosa fruta, riendo y jugando se
quitaron su ropa la dejaron arrumada
debajo de un árbol de capulí y se lanzaron a nadar en las aguas del rio
Vilcanota.
Do Jesús Ochoa, como zorro viejo, caminado y reptando por
dentro los maizales y matorrales sin hacerse ver con los muchachos, llegó hasta
ese árbol de capulí. Se posesiono de la ropa de dirigió rio abajo; luego de
desplazarse un corto trecho encontró una correntada y lanzó todo el vestuario
diciendo: ¡ahora más, roben mis ricas frutas! Y, en seguida, por otro camino, retornó
a su casa.
Los niños por fin salieron de las aguas para retirarse a sus
casas puesto que ya era tarde. Pero se echaron a llorar porque sus vestimentas
habían desparecido.
Don Jesús gozaba con las lágrimas y desesperación de los
tres pastores calatos.
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