jueves, 14 de junio de 2012


LOS PASTORES CALATOS
En Wayllabamba vivía un manojo de inseparables amigos llamados, Rubén, Roberto y Jorge a quienes les unía una entrañable amistad; por suerte los tres estaban en  el mismo grado y en la misma escuela. Ellos después de salir de la escuela solían ir a apacentar sus tropitas de ovejas a la zona de Moyoq. Los labrantíos estaban verdes por los chubascos de los  meses de noviembre y diciembre. Los capulíes ya se habían pintado de rojo. Los chiwacos cantando y bailando festejaban en  las copas de los árboles. Los bellísimos picaflores  festejaban chupando el néctar  dulce de los ñuqchus de primavera.
Los amigos, después de arrear las tropitas de ovejas hacia los mejores pastizales a orillas del rio Vilcanota _y ya, cuando los animales se echaban  debajo de un arbusto para sombrearse y rumiar placenteramente- solían subirse a los árboles  de capulí a gozar de estos sabrosos frutos. Después marchaban en busca de ariscos kulkos al pie del cerro- con sus hondas de jebe en la mano- para cazarlos; por suerte, a veces, caía alguna avecilla; como festejaban tal acontecimiento, haciendo alharaca la  asaban en brasa ardiente, y con qué placer disfrutaban pedacito por pedacito, su rica carne. Otras veces pescaban con sus anzuelos algunos bagrecitos del rio, ¿acaso a este trió de niños, les unía el sentimiento de aventura?
También había unión  entre los padres de Jorge, Rubén y Roberto. En los trabajos o cumpleaños estaban a un a sola voz en  casa de cualquiera de ellos. Es decir en la alegría o en la desgracia estaban unidos como los granos del maíz al marlo.
Un día, los tres amigos planificaron ir a las pampas de Maras a recoger ñuqchu para tributarle a la Virgen Dolores, el día del lunes  Santo. Evidentemente, es costumbre que todos los jóvenes de Wayllabamba vayan con esta misión, pero como ellos aún eran niños sus padres se habían opuesto, sin embargo, contra viento y marea, salieron con rumbo a dichas pampas. Se llevaron cestos, para traer esas flores rojas y aromáticas, ropa para pernoctar y también algo de dinero con el cual pudiesen comprar algún  alimento para pasar la noche en la cueva solitaria en la que se alojan a los visitantes. Allí había  personas que hacían negocio vendiendo comidas y bebidas.
Moyoq es una moyada a la orilla izquierda del rio Vilcanota.En esta zona crece abundante pasto. A más de ellos  hay árboles de sauce, capulí y otros arbustos. Para llegar a la Moyoq forzosamente se pasa por la puerta vieja de la huerta de don Jesús Ochoa, quien es un anciano por demás curioso; ha convertido su adaptado frutas de  otras latitudes, ¿acaso no sea un genetista? Uno, al ingresar por los diferentes surcos encuentran una naranja,  un pepino, un membrillo. El diario vivir de Ochoa es hacer experimentos de injertos, seleccionar semillas, polinizar. No  solamente en plantas frutales sino también en flores y otros vegetales. Este personaje no se mueve de su huerto tiene su pequeño bohío perfumado por la flores y cubierto por plantas trepadoras. En los amaneceres y atardeceres las avecillas se posan en las ramas de los árboles frutales, gorjean y trinan; el viejo Jesús Ochoa goza con esta música.
Cuando los tres amigos, encontraron en la cueva de Maras a gran número de jóvenes disfrutando de bebidas y comidas; ellos no se quedaron atrás, entraron en el ruedo de consumidores, pero no faltaron personas que los inquietaban  para que beban algunas tazas de tè macho (aguardiente con té) y  pronto Jorge, Rubén y Roberto se picaron y se pusieron a beber  en abundancia, cantaron y, por último, lloraron. La gente disfrutaba viendo ebrios a los inseparables muchachos.
 Eran los meses de Marzo o Abril, la moyada estaba pletórica  de pastos frescos y verdes. Las ovejas llenaron sus panzas y se enrumbaron hacia un gigante y añoso árbol de capulí debajo del cual se echaron a rumiar placenteramente sus bolos de pasto. Roberto, Rubén y Jorge aprovecharon para jugar. Rubén les dijo a sus amigos:
_Saben muchachos, hoy día es el cumpleaños del hijo de don Jesús Ochoa, como es hora de almuerzo, estoy seguro que el viejito Jesús está con su hijo almorzando ¿por qué no vamos a su huerta y nos sacamos algunas peritas, manzanitas y duraznitos?
Jorge y Roberto de buena gana aceptaron la propuesta, pero antes de realizar el operativo, Rubén, como mayor de los tres amigos, les advirtió:
_Antes de ingresar, tenemos que ir a investigar para saber, si está o no; si no está nos metemos a la huerta sin dejar huella para que no sospeche.
_Está bien _ gritaron al unisonó los amigos.
Con tales precauciones iniciaron el operativo. Ciertamente se desplazaban sin dejar ningún  rastro. Procuraban pisar sobre piedras y kikuchos. Los tres inseparables amigos, después de  percatarse que no estaba don Jesús Ochoa, determinaron ingresar a la huerta escalando por las paredes. Rubén se quedó en un lugar estratégico, como vigía con la mirada fija hacia Wayllabamba y el camino que conduce a este pueblo. Mientras tanto Roberto y Jorge cosechaban la rica fruta en unas talegas. En contados minutos las llenaron. Luego se bajaron de los frondosos árboles  y volvieron a sus zonas de origen para disfrutar de su sabrosa cosecha.
Cuando el sol se inclinaba hacia el ocaso, don Jesús llegó a su huerto cargado de algunos vasos de chicha y cerveza que le habían subido a la cabeza. De inmediato, se enrumbó  hacia los cercos bajos por donde podían ingresar los ladrones y se dio con la sorpresa que la fruta, que la estaba haciendo madurar diariamente con las caricias de sus ojos, había desparecido de las ramas de los árboles. El  genetista comenzó a rastrear y vio que los rastros dejados por los ladrones se dirigían hacia Moyoq,  donde éstos estaban disfrutando el producto de su robo.
El viejo agrario, colérico, pensando en voz alta, dijo:_ ahora van a saber quien soy yo, me han robado los primeros frutos del año. Yo sé que con una queja ante la autoridad no voy a ganar nada. Pero de mí toda la vida se acordaran.
Los tres pastores, después de gozar  con la deliciosa fruta, riendo y jugando se quitaron  su ropa la dejaron arrumada debajo de un árbol de capulí y se lanzaron a nadar en las aguas del rio Vilcanota.
Do Jesús Ochoa, como zorro viejo, caminado y reptando por dentro los maizales y matorrales sin hacerse ver con los muchachos, llegó hasta ese árbol de capulí. Se posesiono de la ropa de dirigió rio abajo; luego de desplazarse un corto trecho encontró una correntada y lanzó todo el vestuario diciendo: ¡ahora más, roben mis ricas frutas! Y, en seguida, por otro camino, retornó a su casa.
Los niños por fin salieron de las aguas para retirarse a sus casas puesto que ya era tarde. Pero se echaron a llorar porque sus vestimentas habían desparecido.
Don Jesús gozaba con las lágrimas y desesperación de los tres pastores calatos.

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