II
LA FIESTA DE ‘’TURUS SANTUS’’
Amaneció soleado el día, era el trentiuno de octubre, todo el
pueblo estaba con ánimos y preparativos
para el día primero de noviembre la
fiesta de ‘’Todos los Santos o ‘’turus santus’’ como lo decía Mariyucha. Todo el mundo estaba en afanes de
degollar chanchos, amasar ‘’t’anta wawas’’ y
‘’t’anta kawallus’’ – muñecos de pan, así como elaborar los tamales,
tanto para el festejo como para las ofrendas a, los muertos. Los hornos estaban
atentados de los que amasaban estos
muñecos con cabezas de yeso pintado. Durante esa festividad, en cada casa
acostumbraban una suculenta lechonada con tamales y moraya, luego de un
buen ponche, enseguida bebían frutillada a raudales, cerveza y cañazo, éste
último para bajar al cuy asado y para que el chancho no resucite.
En esa familia era similar el movimiento, pues
llegarían sus parientes uno de los
cuales trabajaban como empleado de la ENAFER a quienes le rendían pleitesía
por ser el menor de todos y por el cargo que ocupaba. Mariyucha esperaba
ansioso el momento de frotar la masa de maíz
molido para los tamales, pues su patrona le permitiría prepararse uno tamaño de ‘’husut’a’’ – sandalias a
caucho- como él decía, rellena de salsa de cebollas, maní y trozos de lechón.
Asimismo al día siguiente la darían su
lechón, t’anta kawallu, tamales, y tendría muchos huesos y cuero de chancho que
repasar, en desigual disputa con el ‘’ch’ch’aku’’, el perro que era su fiel
compañero y rival en este tipo de comilonas.
En efecto, luego de su habitual desayuno,
empezó a moler en el batán (mortero de piedra) el maíz remojado y pelado con
ceniza de horno. Luego de varios sudores premiados con tazas de chicha blanca
concluyó con la molienda y empezó a frotar la masa. En horas de la noche se envolvieron y sancocharon
los tamales al vapor, en una olla
de tiesto rellena hasta más de la mitad con cañas de chala, para que el agua no
afecte a los mismos.
La primera partida, como de costumbre, lo probaron con café. A
Mariyucha le dieron tres y entre ellos
su del tamaño de husut’a, por haber sido
el artífice de los tamales, que estaban mejores que el año anterior.
Concluyeron la jornada ya avanzada la noche, siempre alternando con diversas
historias ocurridas en fechas como ésas. Al final de la faena, cansados y soñolientos, aseguraron todo y luego de ello se fueron a dormir de un tirón hasta la madrugada.
¡Mariyucha, hatarillayñaaa! – Mario, Levantate
ya- la orden familiar de siempre. Debió realizar una limpieza general, recoger el lechón del horno, mudarse de ropa y luego asistir
con su patrona a la misa de siete. Rezó
por el día de los vivos y comulgó. En la casa intercambiaron abrazos y
deseos, luego disfrutaron los vasos de
ponche con aguardiente coloreado de ayrampo. Seguidamente colocaron el primer
pedazo de lechón con tamales y t’anta
wawa en una fuente adornada con flores, bajo un crucifijo en la sala.
Encendieron unas velas por cada difunto de la familia y ofrecieron los
potajes a los espíritus de sus
antepasados, que a partir de ese día hasta el tercero se congregarían en el lugar para saborear las ofrendas y
bendecir a la familia. Concluida la
ceremonia todos disfrutaron de la lechonada. A Mariyucha le obsequiaron su t’anta kawallu que recibió con jolgorio. No se lo comería de inmediato
sino poco a poco a lo largo de los días. La jarana, aunque moderaba,
continúo durante el día, siempre con
Mariyucha como el hombre orquesta para
los mandatos. Por ello se ganó algunas
propinas y elogios. Sus propinas los gastarían comprando ‘’jaladas’’ donde ‘’Uman chhafchi’’ – el de
la cabeza temblorosa- un anciano experimentado
en elaborar ese tipo de golosinas.
Al día siguiente, día de los muertos, aún con
jaquecas todos se levantaron. Ya el café y el ‘’q’oñichi’’ – calentado de
lechón – estaban listos y desayunaron. Enseguida empezaron a amarrar guirnaldas
para sus difuntos, concluido lo cual almorzaron un poco temprano y
posteriormente se trasladaron
al cementerio para hacer la limpieza y arreglo de las tumbas. Mariyucha
llevó la jarra con agua bendita y algunas guirnaldas. Ya en el campo santo
realizaron todas las tareas de
costumbre. Solicitaron al tayta Cura Dr.
Enrique Andrade que cante un
Kirie eleison en cada tumba; luego de la rezada brindaron unas cervezas en cada lugar a la memoria de
sus antepasados. Ya al caer la tarde retornaron
compungidos entre diálogos de
recuerdo. Colocaron tras la puerta principal escobas en forma de cruz, para que
ahuyenten a los malos espíritus, porque
la creencia general era ese día salían de sus tumbas, visitaban a las casas y
generalmente ocasionaban pesadillas. Se
acostaron todos Mariyucha tendió su cama al pie del catre del
‘’niñu Rafaku’’, sobrino de la familia, quien le tenia mucha estima.
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