domingo, 5 de mayo de 2013

 



                                                                                     II
                                                                      LA FIESTA DE ‘’TURUS SANTUS’’
Amaneció soleado  el día, era el trentiuno de octubre, todo el pueblo estaba con ánimos  y preparativos para el día primero de noviembre  la fiesta de ‘’Todos los Santos o ‘’turus santus’’ como lo decía  Mariyucha. Todo el mundo estaba en afanes de degollar chanchos, amasar ‘’t’anta wawas’’ y  ‘’t’anta kawallus’’ – muñecos de pan, así como elaborar los tamales, tanto para el festejo como para las ofrendas a, los muertos. Los hornos estaban atentados  de los que amasaban estos muñecos con cabezas de yeso pintado. Durante esa festividad, en cada casa acostumbraban  una suculenta  lechonada con tamales y moraya, luego de un buen ponche, enseguida bebían frutillada a raudales, cerveza y cañazo, éste último para bajar al cuy asado y para que el chancho no resucite.
En esa familia era similar el movimiento, pues llegarían sus parientes  uno de los cuales trabajaban  como empleado  de la ENAFER a quienes le rendían pleitesía por ser el menor de todos y por el cargo que ocupaba. Mariyucha esperaba ansioso el momento de frotar la masa de maíz  molido para los tamales, pues su patrona le permitiría prepararse  uno tamaño de ‘’husut’a’’ – sandalias a caucho- como él decía, rellena de salsa de cebollas, maní y trozos de lechón. Asimismo al día siguiente la darían  su lechón, t’anta kawallu, tamales, y tendría muchos huesos y cuero de chancho que repasar, en desigual disputa con el ‘’ch’ch’aku’’, el perro que era su fiel compañero y rival en este tipo de comilonas.
En efecto, luego de su habitual desayuno, empezó a moler en el batán (mortero de piedra) el maíz remojado y pelado con ceniza de horno. Luego de varios sudores premiados con tazas de chicha blanca concluyó  con la molienda y empezó  a frotar la masa. En horas de la noche se envolvieron  y sancocharon  los tamales  al vapor, en una olla de tiesto rellena hasta más de la mitad con cañas de chala, para que el agua no afecte a los mismos.
La primera partida,  como de costumbre, lo probaron con café. A Mariyucha  le dieron tres y entre ellos su del tamaño de husut’a,  por haber sido el artífice de los tamales, que estaban mejores que el año anterior. Concluyeron la jornada ya avanzada la noche, siempre alternando con diversas historias ocurridas en fechas como ésas. Al final de  la faena, cansados y soñolientos, aseguraron  todo y luego de ello se fueron a  dormir de un tirón  hasta la madrugada.
¡Mariyucha, hatarillayñaaa! – Mario, Levantate ya- la orden familiar de siempre. Debió realizar una limpieza  general, recoger el lechón  del horno, mudarse de ropa y luego asistir con su patrona a la misa de siete. Rezó  por el día de los vivos y comulgó. En la casa intercambiaron abrazos y deseos, luego disfrutaron  los vasos de ponche con aguardiente coloreado de ayrampo. Seguidamente colocaron el primer pedazo  de lechón con tamales y t’anta wawa en una fuente adornada con flores, bajo un crucifijo  en la sala.  Encendieron unas velas por cada difunto de la familia y ofrecieron los potajes  a los espíritus de sus antepasados, que a partir de ese día hasta el tercero se congregarían  en el lugar para saborear las ofrendas y bendecir a la familia. Concluida  la ceremonia  todos disfrutaron  de la lechonada. A Mariyucha le obsequiaron  su t’anta kawallu que recibió  con jolgorio. No se lo comería de inmediato sino poco a poco a lo largo de los días. La jarana, aunque moderaba, continúo  durante el día, siempre con Mariyucha como el hombre orquesta  para los  mandatos. Por ello se ganó algunas propinas y elogios. Sus propinas los gastarían comprando  ‘’jaladas’’ donde ‘’Uman chhafchi’’ – el de la cabeza temblorosa- un anciano experimentado  en elaborar ese tipo de golosinas.
Al día siguiente, día de los muertos, aún con jaquecas todos se levantaron. Ya el café y el ‘’q’oñichi’’ – calentado de lechón – estaban listos y desayunaron. Enseguida empezaron a amarrar guirnaldas para sus difuntos, concluido lo cual almorzaron un poco temprano y posteriormente  se  trasladaron  al cementerio para hacer la limpieza y arreglo de las tumbas. Mariyucha llevó la jarra con agua bendita y algunas guirnaldas. Ya en el campo santo realizaron todas las tareas  de costumbre. Solicitaron al tayta Cura Dr.  Enrique Andrade  que cante un Kirie eleison en cada tumba; luego de la rezada brindaron  unas cervezas en cada lugar a la memoria de sus antepasados. Ya al caer la tarde retornaron  compungidos entre diálogos  de recuerdo. Colocaron tras la puerta principal escobas en forma de cruz, para que ahuyenten  a los malos espíritus, porque la creencia general era ese día salían de sus tumbas, visitaban a las casas y generalmente  ocasionaban pesadillas. Se acostaron  todos  Mariyucha tendió su cama al pie del catre del ‘’niñu Rafaku’’, sobrino de la familia, quien le tenia mucha estima.

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