II
LA BENICHA
Todos se arrimaron más, se envolvieron con mantas; la
tenue luz del mechero y el fuego del fogón chisporrotearon, dando un ambiente
macabro al entorno.
El humo del tabaco envuelto en toscas hojas de papel era
denso y perfilaba a contraluz fantasmales formas que se recortan con los
destellos de los constantes relámpagos.
Los truenos eran intermitentes y sacudían de raíz las entrañas del ande. Empezó a echar
agua en gotas grandes San Pedro, sin dejar de arrastrar los pellejos secos de
sus bueyes, que al chocar con las estrellas del cielo sonaban: ¡roqhoqok,
bumrum rum rum!, asustando a los Apus.
Ya era noche y lóbrega. Centellaba tras los cerros. Las
nubes negras anunciaban tal vez una fuerte lluvia. El viento empezó a silbar y
ellos reiteraban: si silba más fuerte y canta ahuyentará a la lluvia y no nos
mojaremos. Les daba preocupación, pero ni modo, ya estaban acostumbrados a
ello.
Por previsión salieron a tientas a asegurar más a sus
acémilas y se despidieron de ellas con cariñosas palmadas en sus grupas,
invitándolas a descansar, puesto que les quedaba aún una jornada para llegar a Calca, donde en
premio les llevarían a un buen wayllar para que disfrutasen de pasto fresco y
dulce agua.
Se escuchó un fuerte trueno cuyo eco meció a las
montañas, semejando alaridos monstruosos de los andes que hasta entonces
estaban en sosiego.
_San Pidro yàsta jalando sus ch’ akisqaras- cueros
secos- aurita si va urinar- comentó Nicucha; todos rieron y agregaron: sabrà
chupau in el siilu.
_Nu si burlin- amonestò don Nicasio- y agregò que: no sea cosa que el ‘’ninacarru’’ nos aparezca
y nos lleve el demonio. Pues por aquí dicen que es su camino.
-¿Cùmu i sil ninacarru tayta? ¿Has vistu? ¿Has viajadu?-
preguntó entre temeroso y bromista Marianucha, hermano mayor de Nikucha. Era un
jovencito de 15 a 18 años, según los cálculos del padre, bien parecido a su
progenitor; tenia casi su estatura, los ojos oscuros y atentos como dl águila,
le decían ‘’wakañawi’’ por tenerlos grandes (ojos de buey). Era el que
secundaba a su padre, ya que un dia ocuparía su lugar y conduciría su piara,
tal vez con la misma maestría, pero no superándolo, porque el viejo era más astuto que un zorro, y a èl le faltaría mucho
recorrido y experiencia aún.
El viejo Nicasio dio una profunda bocanada; bebió un
buen sorbo de tè macho y empezó a contar qué, cuando era aún muy niño vivía en
un lugar de Yavero una tal Benicha, muy afamada por los favores que brindaba a
todos cuantos se cruzaban en su camino, además muy buena potranca.
_Era buina numasia caraju, chakapis chaka (piernuda),
tudus dician: puta Benicha, ch’ aran qaracha (cuero mojado). Ella si riia numàs
puis y mustraba su culo. Yo dicia: cùmu nu suy grandi para adentrar caraju. Mi
tayta me dicia: wiñay caraju, si quieres alcanzar la mula, purqui is sulo para
bien machus, sinu si vulvirá vieja y sirá más chuma qui caña chupada y sin
jugo.
La Benicha había sido una mujer joven, aunque ceñuda,
era consciente de sus dote afrodisiacas, por lo que los empleaba con maestría
en sus constantes festines ceremoniosas de orgia selvática.
Había sido hija sola de una pareja de q’ epiris
(vendedores de chucherías) que se asentaron en la zona por ser tierras vírgenes
y que muy pronto empezó a brindarles frutos.
Aún siendo tierna perdió a su padre, que accidentalmente
se desbarrancó en el Yavero. Era tiempo de lluvias y el torrente del rio, no le
permitió decir ni ¡Hisus –María- Jusi-Amin!.
Creció en medio de muchos sufrimientos con su madre,
que, por haber consumido exceso de ‘’Mankaq’aki’’, quedo estéril. Lo cierto es
que en su ignorancia también le daba esa
pócima a la Benicha que creció más estéril
que una piedra, pero con infinitas ganas de fecundizar.
Sus primeras experiencias fueron visuales, luego prácticas.
Sucedieron un par de años después de la muerte de su padre. Observaba que otros
q’ epiris conocidos se alojaban en su choza y hacían honor al difunto con su
madre viuda.
Aún a los 10 años, recordaba ella, que no podía resistir
las exhibiciones de los disfrutes de su madre, por lo que no desperdició la
primera ocasión, habiéndose ganado con sudor y lágrimas un calzón de franela,
que muy bien empezó a protegerla de los moscos y zancudos, que por cierto también le tenían nerviosa y hasta
cosquillosa.
Un par de años más pasó con negociados esporádicos y otros calzones sin ningún riesgo, pero
ocurrió lo que menos esperaba. Viajó su madre rumbo al pueblo sin retorno.
Cuentan que otras mujeres, dolidas por los cuernos, la enviaron a pasear con
don Sata para no volver más. Cosas de las tierras donde la Ley llega sólo
cuando San Pedro baja el dedo.
Después también cantidad de animales, pavos, patos,
gallinas, cuyes, ovejas y vacas;- los arrieros se miraban admirados aunque a
oscuras, tratando de imaginar esa abundancia _cuyes, repito, como cancha- la
admiración era mayor y no se cansaban de escuchar por tratarse de mujer sola-
Prosiguió don Nicasio- es que por su excesivo trabajo necesitaba también mucho
alimento.
-Sigue tayta, istà bunitu puis, caraju- interrumpió
Marianucha.
-Ispira puis, tumari un traguitu para animarmi, ustidis
también; porqui risiin vuy vumitar la
mijur- Diciendo ello bebió un gran sorbo de aguardiente y pasó el odrecillo al
siguiente.
Tenia dice tratos especiales con los machiguengas de
Chirumbi- prosiguió don Nicasio- que le mandaban carne seca de chimuku, de
osos, de kirkinchu y otros menjuntes para elaborar sus nutritivos potajes,
especialmente esos chupes de saqta de plátanos con carne de gallina, trozos de
chimuku, pescado y leche, que a quienes quedaban debilitados los ponía como
recién saliditos de la fabrica, listos para el servicio militar.
-¿In el cuartil también así tayta?
-¡Un sias puis susnsu, Nikucha! Yu digu más puis In il
cuartil comiabamos purutu con ch’arki y pulvura numás puis; ¡jà caraju!.
Todos reían y comentaban imaginando la figura de la
Benicha; Una chola exuberante; y por ello y por sus sueños bromeaban: habrá
sido phiña uya fácil siki, tayta- si, hum, respondió suspirando también don Nicasio,
a lo que los otros soltaron una pequeña risa acompañada de eructos y humo de
tabaco.
-Mi tayta- prosiguió don Nicasio entusiasmado- a veces
cuando se renegaba se iba donde la Benicha a ‘’thasnur’’ (apagar) sus penas y
regresaba contento, pero sin plata; y durante una semana comía puro caldo de
gallina, con chimuku y sùngaru; lo que es mi madre movía su cabeza y sin hablar
sólo se lo pelaba la gallina, para que cure su terciana.- ¡Qué pindiju caraju,
nuistru machula! – exclamó Marianucha.
-Todas las mujeres le odiaban, pues decían que le
quitaba o ayudaba a sus maridos; pero ella se reía, les trataba de inútiles,
‘’chiri phakas’’ (frias).- !ja, ja, ja; a ella no le faltaban peones, por que
todos sabían que era seca de vientre, que no podría preñarse menos tener hijos.
- Kakallau, piru jududa tambiin
Viviría…
-Todos la visitaban- hizo un recuento de memoria- ¡hum!,
los arrieros, comerciantes, manaderos, gobernado- res y los padrecitos
misioneros con sacristán y todos; ¡hum!, era apreciada.
-La ginti dicia: Jisus, dimuñu warmi y si pirsignaban a
su pasu; piru también si riian.
-Todos los hombres le ayudaban a trabajar su chacra-
prosiguió don Nicasio- y siempre terminaban en
borrachera a punta de cañazo y sexo, después les preparaba sus famosos
caldos para que estén en forma y a sus órdenes.- suspiro- ¡ay!, ¡qui mujier!
La fiesta de San Juwan, Mamacha Carmin, Turus Santus,
año nuevo, karnawal y krus wilakuy, eran honrados por ella con abundantes
orgias en su choza de millik’a, ubicada
a orillas del Yavero, rio donde varias veces debía bañarse para purificarse de
los humanos sudores.
-Ay caraju, y lligù la fista de turus Santus- prosiguió
don Nicasio- a todos como ahora les gustaba mucho, porque diario se comía
lechón y se tomaba cañazo y masato. En eso llega pues un padrecito ya casi
viejo, con sus barbas blancas,
phakalacha y vestido d negro como taparaku. Tenía su sacristán más joven y más
fuerte y a la vista era sabido. Habían olido la fiesta de todos santos y
también la fama de la Benicha.
-¿Y, tayta? ¿Qui diju il padricitu?- interrogó uno de
los peones.
-Lligù puis il padricitu risandu- prosiguió con su
estilo- todos lo recibieron y se alojó donde el gobernador y empezó a confesar
a todos los vivos, incluso a la Benicha que al final, cuando le perdonó, le
pidió que el día tres le visite a su cosa.
-Il día di la jiista- continuó- terminó de confesar a
los que llegaban. Luego celebró la misa, les habló a todos severamente y les
dio la santa comunión. Al final se lo llevaron al padrecito y a su sacristán
para que coman harto lechón y encima cambray, masato y cañazo, habiendo quedado
bien agradecidos y macerados como hijos de Roma.
-Tayta, habrán
estadu mal al día siguiinti lus
mistis… preguntaron-
-Claro puis- y continuò- al día siguiente ambos estaban
con sus tripas revueltas, la cabeza turumba y todo tarwiñawis.- ja,ja,ja,
¡Hum!- prosiguió- pero con todo se los llevaron al cementerio que estaba al pie
de la lomada y antes de los responsos les curaron las cabezas con un lechón de
las ofrendas, porque son ‘’catùlicus, apustùlicos, rumanus’’ , y con dos juntos
cantaron responsos en cada nicho y terminaron curando más la cabeza y
recibiendo limosnas en dinero y gallinas.
-¡Hum! ¿qui lis parisi?- preguntó Nicasio.
-Jajai, tayta, habrán cumidu para siimpri y tragu cuntra
il chichizu- apuntó Marianucha.
-Claro puis, tayta cura un sabia qui ira su última
fiista de turu santus- respondió Nicasio.
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