lunes, 18 de marzo de 2013


                                           
SANTO TOMAS BORRIQUITO.

A ver, te voy a contar una historia de Santo Tomas Borriquito. Uno de esos curanderos que llamamos qamili había venido de Bolivia, ofreciendo sus remedios de casa en casa,  sobre su burrito, su burrito cargando de plantas medicinales. Este qamili caminaba solo con su burrito, ofreciendo sus remedios de casa en casa. Antes no había remedios, pues, la gente no conocía las plantas medicinales. Como ningún  carro iba por allí, los qamili viajaban a lomo de burro ofreciendo sus plantas medicinales. Traían remedios. Habían  encontrado uno para el dolor de muela. Traían todo tipo de remedios esos qamili. Entonces, un qamili iba de casa en  casa, de casa en casa, con su burrito.  Llevaría mucho tiempo caminando y ofreciendo por todas partes sus remedios. Los qamili tenían los pelos trenzados, pero eran hombres, hombres. Venían de muy lejos. Sí, venían de muy lejos. Por eso tenían el pelo trenzado, eran hombres de pelo trenzado. Los qamili tenían todos los pelos trenzados, sí.
El burrito de este era una burra. Pero estaba  preñada. Su burra estaba preñada. El qamili sabía que su burra iba a parir, sabía cuándo iba a parir.
Cuando la burra ya estuvo a punto de parir, el qamili se dijo:
_Oh, parece  que mi burra va a parir esta noche. ¿Dónde me voy a alojar?
¿Parirá un macho o una hembra? _se preguntaba_. ¿Y si me aloja en casa del cura, donde el cura? M e alojaré donde le cura_ se dijo:
Se presentó en casa del cura y dijo:
_Padre, alójeme.
El cura dijo:
_Ya, hijo, te voy a alojar.
Entonces lo alojó.
_Duerme en la casa, hijo, entra, descansa en la casa_ le dijo.
Pero el otro le respondió:
_No padre, no puedo dormir en la casa. Podrían robarme mi burro. Es mejor que la cuide toda la noche_ dijo
_Ya _dijo el cura.
Entonces, se acostó al lado de su burra. El qamili se durmió  un breve instante, luego despertó y vio   que su burra parido a un niñito caminaba desnudo de un lado a otro. Trataban de huir de la burra. Entonces, el qamili se levantó de un salto y corrió a la casa del cura:
_Padre, ¡mi burra ha parido un ser humano!
El cura no escuchaba. Así que, de un patadón, el qamili derribó la puerta de la casa del cura mientras gritaba:
_ ¡El niño se va a morir de frío!
Y en efecto, como estaba desnudo, el niño temblaba de frío, ya moribundo. El cura saltó de  su cama. Vistieron al niño. Lo vistieron y lo dieron de comer. Luego, el qamili dijo:
_Padre, quisiera que usted sea el padrino de mi hijo _dijo el qamili _. Bautice a mi hijo, que sea su ahijado, acepte ser su padrino.
Entonces, el cura dijo:
_ ¿Qué nombre le pondremos?
El apellido del curandero era <>, <>. Por su padre se llamó <>. Y  por nombre le pusieron <>. Y por su madre lo llamaron <>. Sí, le dieron el apellido <> que quiere decir <>, <>. {Se ríe}. Después de bautizarlo, el qamili y el cura hicieron  una fiestita. Y a la burra la regalaron con cebada. Luego, el cura dijo:
_Lo mejor sería que me dejes tu hijo. Déjamelo.
_Ya, te lo dejo. Hagamos un contrato _ dijo el qamili, que se comprometió  a no reclamar nunca al niño.
Hicieron el contrato. Después, el qamili partió, llevado solo su burra y su cargamento. Y Tomás se quedó ahí, donde el cura, se volvió si hijo, el hijo del cura.
El muchachito creció  rápido  y comía mucho, Tomás comía el contenido de dos platos, después, de un plato grande; luego, de tres platos grandes. Como era hijo de una burra, comía mucho. Luego, el cura puso a Tomás en la escuela. Lo puso  en la escuela. Pero los años pasaban y no aprendía. No aprendía. Entonces, el profesor dijo a los niños, a sus compañeros:
_Enséñenle _dijo_. Enséñenle, ayúdenle.
Los niños intentaron enseñar a Tomás, pero no pudieron hacer nada. Entonces le dijeron:
_Nos tienes hartos, burrito. No logras leer. ¡Cría de burro! ¡Burrito! ¡Hijo de burro!
Como lo insultaban, Tomás se molestó y le dio una patada a uno de los niños, luego a otro y aun tercero, y mató así a los que habían dicho eso, a los tres. Los mató a los tres. Había matado a hijos de ricos, de las mejores familias. Entonces, Tomás corrió a la casa del cura:
_Papá, maté a tres niños, ellos me trataban de hijo de burro, de hijo de burro, de burrito _dijo_. ¿Cómo pueden hablarme así, papá? Por eso me molesté  y los maté a patadas. Porque mi padre eres tú, ¿no cierto? ¿Acaso vengo de un burro, soy un hijo de burro? No pues, papá.
_ ¿Cómo se atreven a tratar a mi hijo de hijo de burro? _ se indignó el cura.
Pero la gente vino a quejarse al cura, los padres de estos niños vinieron a quejarse al cura y hicieron indemnizar. Creo que le hicieron un juicio y prestaron una denuncia.
Entonces, el cura se dijo:
_Si ni siquiera aprende a leer, ¿qué voy a hacer con él? ¿Qué voy a hacer con este Tomás con todo lo que  come? Mejor lo mando a pastar cabras _ se dijo.
Y lo mandó a pastear un gran rebaño de cabras.
_Tomás, a apúrate, te vas a ir, vas a ir a pastear las cabras, vas a ir a criar a las cabras _ le ordenó.
Hizo cargar una gran cantidad de provisiones sobre una mula.
_Aquí tienes para comer mientras pasteas las cabras _ le dijo.
Entonces, Tomás estaba pasteando las cabras en un lugar desierto. Pasteaba las cabras. Pero pronto sus provisiones se acabaron.
_ ¿Qué voy a hacer ahora que ya no tengo qué comer? _ Se dijo_. Pues comeré cabras, cada día asaré una cabra.
Entonces, empezó a comerse las cabras. Cada día terminaba una cabra, una cabra entera. El rebaño se reducía cada vez más. Finalmente, solo quedaron diez cabras, luego cinco, cuatro, tres y al final solo una. Terminó con las cabras asándolas todas. Recogía palos y estiércol, con ellos hacía fuego y allí las asaba. Una vez que terminó con todo el rebaño, se dijo:
_ ¡Ay! ¡Terminé el rebaño! ¿Qué voy a hacer ahora? Y mi padre, ¿qué me  va a decir? _ ¿Cómo es? {Lucía Ríos trata de acordarse} _ ¿Qué coy a hacer? Plantaré sus colas en el pantano _se dijo_. Y le diré a mi padre que las cabras se hundieron todas de cabeza en el pantano, eso es lo que le diré _se dijo.
Entonces, cortó todas las colas  de las pieles, y como al final todavía le había quedado una cabra, embadurnó  las colas con su sangre para que parecieran fresquitas.
Luego las plantó en el pantano. Las caló con piedras, sujetó las colas con piedras y se fue a buscar al cura.
_Papá, ¡Sí supieras! Las cabras cayeron de cabeza en el pantano, todas.
Intenté jalarlas por la cola, pero se hundieron  más, sus colas se rompieron  cuando intenté jalarlas _dijo.
El cura inmediatamente fue  a ver y en efecto encontró a todas las cabras hundidas en el pantano. Solo quedaban las colas que sobrepasaban. Tomás dijo:
_Si quieres intenta jalar, papá.
Entones, el cura jaló y jaló, y como la cola solo estaba sujetada con una piedra, se desprendió  y le quedó entre las manos. Entonces, Tomás dijo:
_ ¿vez? La cola está cubierta de sangre, las cabras acaban de hundirse.
_Si, es verdad, acaban de hundirse.
El cura se puso a jalar muy fuerte otra cola, que se rompió también, y el cura cayó al pantano, con la cola entre las manos. Fue él quien por poco desparece en el pantano. Tomás lo sacó del pantano y le dijo:
_Ya ves, papá, casi te ahogas, yo también igual casi me ahogo.
_Hijo, si es así, ya no intentes jalarlas, que se queden así las cabras _dijo el  cura, quien creía que era verdad que se habían metido en el pantano.
El cura renegaba.
_ ¿Qué voy a hacer con él? Mató a unos niños, dejó a todas las cabras meterse en el pantano, come demasiado, ¿qué voy a hacer con él? _renegaba el cura.
Renegaba, pues. El cura sabía que existía una laguna que era wak’a, que comía a la gente.
_Esa laguna come a la gente, allí toda la gente desaparece, el ganado y la gente. Lo mandaré allí a buscar agua y desapareció _se dijo _. La laguna lo tragará.
Entonces le dijo:
_Tomás, ¿por qué no vas a buscar  agua a esa laguna_ era una laguna alimentada por un río_, Dicen que si uno bebe de esa agua, aprende a leer y no se enferma nunca. {Se ríe}
L e entregó  cántaros y cantarillos y Tomás partió. Luego llegó al borde de la laguna.
_Ya papá, iré a traer agua _dijo.
Y llego al borde de la laguna. Se acercó al agua para llenar sus recipientes, pero mientras sacaba agua tranquilamente, una ola se levantó. Se levantó tan alto como un campanario. No le dejó sacar agua. Tomás huyó corriendo, perseguido por el agua. Cada vez que se volteaba, veía que casi la alcanzaba. Pero logró escapar, y el agua, la laguna, regresó a su lugar. Pero él también volvió  al borde de la laguna. Cuando el agua regresó a su lugar, él también volvió al mismo lugar. De  nuevo se puso a sacar agua, y otra vez el agua se levantó, tan alto como un campanario. Casi lo aplasta.
Sin soltar sus cántaros, huyó nuevamente de la ola que lo perseguía. El agua volvió a su lugar y él también regresó al borde de la laguna. Una vez más se puso a sacar agua y la ola nuevamente se levantó. Tomás renegaba, tanto que la descompuso  de  una patada. Otra se levantó y le dio un puñetazo. A fuerza de puñetazos y de patadas dejó la laguna seca. Pelearon  a muerte. Tomás empezaba a cansarse, pero mandó toda el agua a volar y a fuerza de patadas dejó la laguna seca. Entonces, imagínate, de pronto un toro  de oro sale de la laguna. Tomás esperó así, muy firme, que llegará sobre él y lo atrapó por los cuernos. Lo agarró de los cuernos y lo golpeó varias veces contra el suelo, matando en seca al toro. El toro murió en el acto. Después de esto, el agua dejó de levantarse. Entonces, degolló al toro con una piedra afilada. Luego juntó leña y bosta. Amontonó la bosta e hizo fuego. Comenzó a asar el toro. Preparó un buen asado del que se hizo un festín durante tres días.
_Y a mi padre le llevaré dos piernas _se dijo.
Luego llenó sus recipientes de agua. El agua ya no se levantaba. Luego volvió tranquilamente con el agua. Volvió cargando los recipientes  en su espalda, con las piernas del toro puestas encima.
Mientras tanto,  el cura de decía:
_ ¡Ya me libré de él1 ¡Por fin, me libré de él! ¡Muy bien!  Si no regresó después de tres días, es que ya desapareció, fue comido, tragado por la laguna _ se decía, feliz.
El cura ya estaba emborrachándose, feliz, cuando Tomás llegó cargando sus recipientes llenos de agua y la carne puesta encima.
_Papá, ¡Si  supieras! ¡Estoy muy fastidiado! ¡Tuve una pelea con la laguna!
No me dejaba sacar agua. Se Levantaba –le dijo_. Un toro salió, lo maté y ahora el agua ya no se levanta. Lo degollé y luego lo comí asado. Y  para ti, papá, te he traído esto. Come, papá.
_Ah, ¡qué buen hijo! –dijo el cura, fingiendo estar enternecido.
_Papá, come de esta carne _le dijo.
_Yo no voy a comer esta carne. Todo es para ti _respondió el cura.
Porque sabía pues.
_ ¿Qué será esta carne? _se decía y no la probó.
El cura estaba renegando, pero tomó un poco de agua para engañar a Tomás.
_Veamos, la voy a probar _dijo y bebió.
Tomás bebía con aplicación, pensando que así aprendería  a leer. Tomás tomó esta agua con aplicación.
El cura estaba realmente harto:
_ ¿Qué voy a poder hacerle? ¿Cómo puedo hacerlo matar? ¡Tengo que hacerlo matar! – se decía.
Entonces le dijo:
_Tomás, las vigas del techo de nuestra casa están muy viejas, deberíamos cambiarlas. Sin no, la gente nos  va a criticar. ¿Y si fueras al bosque a buscar madera?
Tomás respondió:
_Ya papá. Iré a buscar madera, pero necesitaré un compañero.
_Te voy a dar uno _respondió el cura, que esperaba que lo devoraran  los animales de toda  clase que hay allí, que los pumas, los leones, los tigres y los osos lo comieran.
Luego, le rogó a un anciano inútil que acompañará a Tomás. Reunió mulas viejas y caballos viejos, los más viejos, los que ya no servían para nada, y burros, porque pensó que los animales salvajes los comerían  a ellos también. Luego partieron hacía el monte con sus burros cargados de muchas provisiones. Ellos montaban a caballo. Al llegar, ataron los burros a los árboles cercanos. Y ellos se instalaron  en el centro y se pusieron a comer maíz tostado. Había todo tipo de animales salvajes que rugían y hacían bulla, animales de toda clase. Pero ellos se quedaron dormidos. El sueño los venció.
Habían  dicho:
_Vamos a velar por nuestras monturas toda la noche.
Pero el sueño los venció. Despertaron a la mañana siguiente, ya no había ninguna montura.
_ ¡Ay! Nuestras monturas, ¿quién se las ha llevado? ¿Se las han llevado los ladrones? ¿Cómo es posible? Iré a buscar nuestras monturas. Tú, abuelito, quédate aquí
_dijo al anciano, dejándolo allí.
Tomás tomó su látigo y partió en busca de las monturas. Apenas había dado la vuelta al primer cerro cuando divisó un gran corral. Tomás observó lo que había adentro y vio que los huesos de sus monturas estaban amontonados ahí. Aún rojos. Los contempló, pensando: ‘’ ¡Son los huesos de mis monturas!’’
Vio que también se encontraba ahí tigres, elefantes y leones, que conversaban:
-¡Hicieron solo un bocado de estos animales! Mañana en la noche, lo comemos también a su dueño –decían.
Tomás regresó donde el anciano y le contó:
_Abuelito, son los animales salvajes los que han comido nuestras monturas y les escuché decir que mañana nos comerán a nosotros.
_El anciano empezó a lamentarse:
-¡Nos van a comer!
Pero Tomás le dijo el ancianito:
_No nos van a comer, abuelito. Yo los voy a matar a todos. Tú te pondrás a la entrada del corral y les darás una buena paliza. No dejes de escapar a ninguno. Los agarrarás a latigazos. Los esperarás a la salida mientras yo voy al interior para castigar a estos animales – le dijo.
Tomás entró al corral donde se encontraban las fieras, los elefantes y todo. El abuelo le dijo:
_ ¡Te van a comer y a mi también me comerán!
Tomás le encargó al anciano que custodiara  la salida. Luego, entró al corral y azotó  y castigó  a todos esos animales. Estos trataban de escapar mientras gritaban, pero a la entrada del corral el ancianito les dio todavía una buena paliza con su látigo. Tantos golpes les dio que rejuveneció. Ya no era un anciano. El ancianito se había vuelto un joven. Tomás golpeó a los elefantes, diciéndoles:
-Ustedes van a cargar los troncos sobre sus lomos descubiertos. Vine a buscar troncos. Mi padre me mandó a buscar troncos. ¿Por qué se han comido mis animales?
Con una sola mano y un solo movimiento, así, Tomás arrancó todas las ramas  de los árboles. Luego cargó los troncos sobre los animales. Todos los animales estaban cargando troncos en  sus lomos. Los elefantes también tuvieron que caminar arrastrando troncos.
Mientras tanto, el cura ya se estaba alegrando:
-Ya se lo habrán comido en el monte – se decía:
_Papá, los animales del monte se comieron nuestras monturas; entonces, traigo la madera a lomo de estos animales, en sus lomos desnudos, papá. Contrata una banda militar, manda una banda militar a recibirnos. Quiero que todos vean estos animales en la plaza del pueblo _decía en su carta.
Cuando su padre leyó la carta, ¡renegó!
_Pero  ¿qué ha hecho otra vez ese animal? ¿Qué nos trae ahora?
En realidad, el cura contrató solo la banda del pueblo. Sí, solo contrató a unos pobres músicos y los mandó a recibirlo. Él observó con su larga vista: animales salvajes de todo tipo llegaban por el camino, en caravana. Unos elefantes caminaban uno tras otro, con la trompa levantada. El cura renegaba. Pensaba:
_ ¿Qué  nos trae esta vez?
Entonces, lo recibieron con la banda. Descargó los troncos de árboles en la plaza. Trajo todas las fieras a la plaza y descargó todos los troncos. La gente miraba boquiabierta.
_Que todos vengan, que todo el mundo los mire, que todo el mundo conozca a los animales del monte _ dijo Tomás.
Por  supuesto, no hicieron nada con  esos troncos de árbol no voltearon el techo de la casa. La madera se quedó amontonada en la plaza porque el cura no lo había enviado a buscar madera de verdad. Solo era un pretexto para que se lo comieran. No se cambió el techo de la casa. Luego, como el cura estaba renegando, Tomás amenazó  a los animales:
-Quiero que regresen al monte sin asustar al más mínimo gorrión  ni a nadie, sin hacer nada, bien ordenados. Los miraré con mi larga vista. Si comen o asustan a algún animal, cualquiera que sea, lo atraparé y los mataré _dijo Tomás.
Entonces, los pobres elefantes se regresaron al trote, bien derechitos, muertos de hambre. Volvieron muy tranquilamente. Regresaron al monte.
Luego, el cura dijo:
_ ¡Las cosas que me han traído! ¿Cómo voy a deshacerme de él? _se preguntaba _. ¿Qué voy a hacer con él? Si es así, voy a pedir ayuda.
Entonces, fue a pactar con los esqueletos, los muertos del cementerio. Fue a pactar con esos:
_Les mandaré a Tomás a la medianoche y se lo comerán – les dijo.
Los esqueletos aceptaron-
_Entre todos,  lo comeremos de un bocado.
Luego, el cura condujo a las mulas al cementerio. Después, mientras Tomás comía, el cura le hacía conversación .Como Tomás comía mucho, la comida duraba. Mientras tanto, el cura le hacía conversación. De pronto, le dijo:
_ ¡Tomás! ¿Y nuestras  mulas? ¡Nos olvidamos de las mulas! Corre, trae las mulas.
_Papá, dejémosla pastear allá, las traeremos mañana_ dijo Tomás.
_Los ladrones nos la podrían robar, apúrate, tráelas – dijo el cura.
_De acuerdo – dijo Tomás.
Y se fue a buscar las mulas. Se llevó un costal y sogas.
_Regresaré montado  en una de las mulas, usando esto como carona, y conduciré  a las otras dándoles  latigazos  con estas sogas. Utilizaré este costal como carona
_dijo y partió.
Entró en el cementerio. Las mulas estaban pasteando en medio de las tumbas.
Las hizo salir del cementerio, contándolas con cuidado. Pero mientras estaba cerrando el cementerio, un esqueleto lo mordió, luego otro, mientras otro lo agarraba y otro más. Se le echaron todos encima. Pero Tomás los repelía  uno tras otro. No se dejaba. Se puso a renegar. Finalmente, los metió a todos en el costal que había traído, puso a todos los esqueletos dentro. Luego, cargó sobre su mula, que amarró muy fuerte con la soga. Y  volvió  al pueblo conduciendo las mulas. El cura renegaba y renegaba. Tomás le dijo:
_Papá, ¡Sí supieras! Justo cuando cerraba, esta gente, estos esqueletos, me atacaron, querían comerme.
Estaba furioso:
_Papá, los metí  en este costal –dijo, vaciando de esta forma el costal en el patio.
Los huesos, ¡chullaw!, se esparcieron en el suelo. El cura le dijo entonces:
_ ¡Tomás, anda a la cama! ¿Cómo se atrevieron a tratar de comerse a mi hijo?
_dijo, fingiendo compasión.
Después de eso, los esqueletos casi se lo comen al cura. Se lo querían llevar:
_ ¿Qué te ha pasado para que nos hagas esto?  ¿Por qué nos has hacho esto?_ se quejaban los esqueletos al cura.
Con las cabezas perforadas, las piernas rotas, estaban deshechos. Como Tomás había amontonado los esqueletos en el costal, el cura tuvo que rearmarlos. Luego de lo cual se llevó a los esqueletos y los devolvió al cementerio.
Luego se dijo:
_ ¡Ahora me hace esto! ¡Esta vez mi paciencia llegó a su límite!
El señor cura estaba renegando mucho.
-Me ha hecho gastar demasiado dinero – se decía.
Se preguntaba:
_Ahora, ¿cómo voy a deshacerme de él?
En el campanario, habitaban demonios, unos satanases vivían en el campanario.
El cura lo sabía, pues tenía un pacto con ellos, con estos demonios. Entonces, fue a ponerse de acuerdo con ellos:
_Se lo mandaré a medianoche, ¿me lo podrían comer? ¿Podrían matármelo?
_es preguntó. Solo tendrán que empujar abajo, entre todos ustedes _ les dijo.
Luego regresó a charlar con Tomás. Ya era casi medianoche. Se quedaron despiertos charlando, charlando y comiendo. De pronto. El cura dijo:
_ ¡Ah, Tomás! ¡Nos olvidamos! Mañana, ¿no son las vísperas? ¡Mañana es día de fiesta! ¿Por qué no fuiste a tocar las campanas? Corre a tocar las campanas.
Corre, Tomás, anda a tocar las campanas.
_De acuerdo, papá. ¿Cómo se nos olvido? _dijo Tomás.
Y salió. Subió al campanario. Estaba tocando las campanas. Hacía << ¡ding dong! ¡ding dong! >> Se escuchaba ‘’ding dong’’. El cura escuchaba.
_Pero, Por qué los demonios no se apuraron en empujar a Tomás _ se preguntaba el cura.
Escuchaba atento.
_Pero, ¿cuándo es que lo comen?
Tomás seguía tocando las campanas: ‘’ ¡ding dong! ¡ding dong!’’. Y de repente, nada
_ ¡Ya! ¡Se lo comieron! ¡Muy bien! - ¡Muy bien! ¡Ya está, se lo comieron!
Y el cura muy feliz empezó a tomar.
Pero en eso volvió Tomás. Mientras  tocaba las campanas, los demonios lo atacaron en grupo, intentando empujarlo hacia abajo. Se pusieron todos a morderlo al mismo tiempo y a agarrarlo. Al principio, Tomás los rechazaba simplemente con la mano, solo les daba golpecitos y se ponía de nuevo a tocar las campanas. Les daba golpecitos y volvía a tocar las campanas,. Pero Tomás terminó por enojarse. Los demonios intentaron atraparlo entre todos, por las piernas y los brazos, y lanzando abajo. Pero Tomás estaba enojado. Todos tenían cuernos. Entonces, les arrancó a todos sus cuernos, les quitó a todos los cuernos. Luego, los lanzó a todos abajo, a los demonios. Luego, Tomás puso todos los cuernos  en un saco y se fue donde su padre con el saco en el espalda. Llegó saludó y entró.
_ ¿No lo comieron’ _se dijo el cura exasperado.
_Papá, ¡si supieras! Me atacaron unos diablos cornudos. ¡Me querían echar abajo! _dijo.
_ ¡Cómo se atrevieron! –exclamó el cura
_H e traído cuernos de todos los colores para hacer lámparas, para algo tienen que servir estos cuernos. ¡Son tan bonitos! He traído unos cuernos que son muy bonitos.
Nos servirán para hacer  lámparas, para hacer candeleros.
_ ¡Ah! – dijo el cura.
Las cosas quedaron así.
_Anda a la cama – dijo el cura y mandó a Tomás a acostarse.
Cuando estaba solo, el cura invocaba a los demonios. Después de  haber enviado a Tomás a la cama, los demonios se le presentaron. El toro de oro, los wak’a, todos estaban ahí. Y esta vez se llevaron al cura. Lo agarraron  de las pernas y de los brazos  se lo llevaron, se lo llevaron a sus espaldas:
-¿Por qué nos hiciste eso? ¿Por qué nos hiciste matar y golpear así?
Mientras tanto, Tomás dormía. Pero salió a orinar. Mientras orinaba, escuchó gritar:
_ ¡Tomás! ¡Tomás!
_Parece mi padre. Sí, escuché la voz de mi padre – se dijo.
Sospechando que era su padre, corrió  hacia la cama del cura. La palpó, buscó a su padre. Este había desaparecido.
-¡Papá! ¡Papá! _ dijo.
No estaba el cura.
_Era mi padre _ se dijo Tomás.
Se vistió rápidamente, tomó su látigo y partió corriendo  en dirección  de donde venía la voz,  escuchando con atención. Finalmente, divisó a los demonios, todo tipo de demonios, que lo cargaban sobre sus espaldas, a la luz de las velas; llevaban a su padre, que gritaba en medio de las velas.
_Los esperaré  más allá _dijo y se les adelantó  para sorprenderlos un poco más lejos.
Había una curva conocida por ser peligrosa. Tomás los esperó en ese lugar, se les adelantó. Allí los agarró a latigazos a cada uno, los mató a todos y liberó al cura.
Cargó a su padre en la espalda y regresó. Volvió cargando a su padre.
_Eso es lo que te pasa, papá, por querer matarme, por haber querido mi muerte, papito. Los demonios quisieron llevarte porque pactaste con ellos. Por poco te llevan y te comen porque has pactado con todo tipo de seres. Iban a comerte. Los demonios te iban a llevar a su país, a su casa – le dijo.
_Hijo mío, de ahora en adelante no pactaré no pactaré más con nadie y ya no te detestaré, hijo mío –suplicó su padre.
Entonces, se habían reconciliado. Se habían reconciliado. El cura decía todo el tiempo: << ¡Hijo mío! >> El cura ya no quería pactar con nada ni con nadie.
_Mi hijo me salvó_ decía todo el tiempo.
Un día, Tomás escuchó a la gente que decía:
_Hay un pueblo donde los habitantes han sido exterminados por un condenado. Toda la gente ha sido exterminada. Ya no hay nadie en ese pueblo. El condenado se ha comido a todo el mundo.
Su padre. El cura, ya no lo sabía, pero no se lo había contado a Tomás. Entonces, Tomás escuchó hablar de esto y le preguntó:
_Papá, ¿es verdad que un condenado ha matado  a todo el mundo en un pueblo?
El cura le respondió:
_Pero no, hijo mío, decimos eso en broma, por supuesto que no.
_Sí, mató a todo el mundo. Papá, iré a ese pueblo – dijo.
_No vayas, hijo mío, el condenado te comerá.
-No, papá, soy yo quien me voy a comer al condenado, lo mataré – dijo TOMÁS.
Y  se fue contra la voluntad de su padre.
Tomás se puso en camino. Trotaba hacia ese pueblo lejano cuando se encontró con tres personas que  venían en sentido contrario, escondiéndose entre los arbustos.
_ ¿Adónde va, señor? No siga.
_Voy al pueblo – respondió.
_Nosotros estamos huyendo, escapando, porque un condenado ha exterminado a todo el pueblo. Somos los únicos sobrevivientes. El condenado atrae a la gente a misa tocando las campanas y los come a todos. No vaya – le dijeron.
_Sí, ¡Vamos! Yo lo voy a matar, ¡vamos! –dijo Tomás lleno de coraje y llevó a esas personas a la fuerza _. Yo lo voy a matar, ¡vamos!
Tuvieron que obedecerle. Pronto llegaron al pueblo. Una vez allí, esas personas le dijeron:
_ ¡Escóndenos!
Entonces, los encerró con dos o tres candados. Los metió en unos baúles.
Y los escondió.
_No se muevan, yo les abriré, regresaré en cuanto haya matado al condenado
_les dijo.
Tomás Salió y se fue a la casa del cura. No había ningún condenado. Empezó a buscarlo:
_ ¿Dónde está ese condenado? ¿Dónde está ese condenado?
Había allí unos barriles. Miró adentro. En uno de ellos había unas cabezas humanas, rostros humanos que estaban hirviendo. En otro, estaba hirviendo maíz amarillo. Entonces, Tomás se hizo un festín con ese maíz. {Se ríe} Tomás comió harto. Con eso. Luego miró por todas partes diciendo:
-¿Dónde está ese condenado?
Miraba por todas partes desde el umbral de la casa del cura, diciéndose:
-Pero, ¡no hay ningún condenado!
De pronto, divisó un torbellino rojo  que se acercaba rápidamente bordeando el cerro, como por allá.
_ ¡Ahí está el condenado! ¡Ese es el condenado! ¡Qué será eso! Carajo, ¡ese es el condenado! –exclamó.
Tomás lo esperó muy decidido. Llegó el condenado y se lanzó encima de Tomás para devorarlo. El condenado se lanzó encima de Tomás y ¡se armó una pela! Pelearon rodando por el suelo el uno sobre el otro. Se lanzaban mutuamente de un extremo al otro de la habitación. ¡Qué pelea! ¡Ya estaban totalmente agotados! Totalmente agotados.
Finalmente, Tomás venció al condenado. Entonces, el condenado se puso a gritar:
_Tomás, ¿me vas a liberar de mis pecados?
_Sí, ahora mismo te voy a liberar de tus pecados. ¿Por qué pecados te has condenado? _ le dijo Tomás.
Y lo empujó al fuego. Tomás quemó cuidadosamente al condenado, lo quemó bien. Cuando terminó de arder, un gato negro, ¡miau!,  se escapó de un lado de su cuerpo.
Y del otro lado, unas palomas blancas salieron volando. Lo quemó.
Luego, Tomás se fue a ver a las personas que habían traído consigo, fue a liberarlos.
Al entrar a la habitación, tropezó con unas cosas que se encontraban ahí: ¡Tuqruq! ¡turuq! ¡Los hombres se asustaron!
_ ¡El condenado está entrando!
¡Ah! Primero, él había tocado las campanas. Primero, había tocado las campanas. Estos hombres se decían, asustados:
_Es el condenado que está tocando las campanas, se habrá comido a Tomás.
El condenado acostumbra tocar las campanas, seguramente es él.
Entonces abrió el baúl.
-Soy yo, Tomás, no se asusten. Soy yo, Tomás _ dijo y los liberó.
Luego se fue a la iglesia con estos tres hombres. Se fueron a la iglesia y entraron. Una vela brillaba, como quien diría en ese rincón. Tomás se acercó:
_Allá, en ese rincón, algo está brillando, ¿qué será esta vela que brilla?
De pronto entendió:
_ ¡Pero hay dinero aquí! ¡Aquí se escondió dinero! ¡Era el cura quien se condenó!
De pronto, se volvió clarividente, clarividente. De pronto, Tomás veía las cosas.
_Ha escondido dinero aquí, el cura. ¡El condenado era el cura! _exclamó.
Muchísimo dinero. De ahí sacó, sacó y sacó dinero y más dinero. Así fue como perdió sus fuerzas, ya no tenía más fuerzas. Sacó el dinero, hasta que sus fuerzas se acabaron.
 Luego se dijo:
_A ver, ya que fue el cura quien se condenó, ¿Dónde estará su libro de misa?
Y se acercó a libro. Miró el libro y logró leerlo. Lograba leer fácilmente. Tomó el libro de misa y logró leer sin dificultades. Podía leer de una sola mirada. Se puso entonces los hábitos del cura  {Se ríe}, los del condenado. Se vistió con ellos, con su ropa y todo. Luego, le dijo a uno de los hombres:
_De ahora en adelante, yo seré el cura del pueblo y tú serás el sacristán.
Al otro le dijo:
_Tú te encargaras de las cosas, de distribuir las cosas _ dijo _.Y tú serás mi hijo, mi hermano.
Así  les dijo a esos hombres. Luego le envió una carta a su padre. ‘’Papá, ahora soy el cura del pueblo como tú. Me he vuelto cura como tú. Ven, papá’’ _escribió pidiéndole a su padre que viniera.
El cura habrá pensado:
_Me dice cualquier cosa.
Pero fue. A partir de entonces, Tomás comía poco, ya no tenía tanta fuerza como antes y se había vuelto cura, el señor cura. Él y su padre, los dos, eran curas, sí {Se ríe}. Es todo lo que Lucía te puede contar.
                                                            AUTOR:
                                                                            Lucia Ríos Umiyauri

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