SANTO
TOMAS BORRIQUITO.
A ver, te voy a
contar una historia de Santo Tomas Borriquito. Uno de esos curanderos que
llamamos qamili había venido de Bolivia, ofreciendo sus remedios de casa en
casa, sobre su burrito, su burrito
cargando de plantas medicinales. Este qamili caminaba solo con su burrito,
ofreciendo sus remedios de casa en casa. Antes no había remedios, pues, la
gente no conocía las plantas medicinales. Como ningún carro iba por allí, los qamili viajaban a
lomo de burro ofreciendo sus plantas medicinales. Traían remedios. Habían encontrado uno para el dolor de muela. Traían
todo tipo de remedios esos qamili. Entonces, un qamili iba de casa en casa, de casa en casa, con su burrito. Llevaría mucho tiempo caminando y ofreciendo
por todas partes sus remedios. Los qamili tenían los pelos trenzados, pero eran
hombres, hombres. Venían de muy lejos. Sí, venían de muy lejos. Por eso tenían
el pelo trenzado, eran hombres de pelo trenzado. Los qamili tenían todos los
pelos trenzados, sí.
El burrito de este
era una burra. Pero estaba preñada. Su
burra estaba preñada. El qamili sabía que su burra iba a parir, sabía cuándo
iba a parir.
Cuando la burra ya
estuvo a punto de parir, el qamili se dijo:
_Oh, parece que mi burra va a parir esta noche. ¿Dónde me
voy a alojar?
¿Parirá un macho o
una hembra? _se preguntaba_. ¿Y si me aloja en casa del cura, donde el cura? M
e alojaré donde le cura_ se dijo:
Se presentó en casa
del cura y dijo:
_Padre, alójeme.
El cura dijo:
_Ya, hijo, te voy a
alojar.
Entonces lo alojó.
_Duerme en la casa,
hijo, entra, descansa en la casa_ le dijo.
Pero el otro le
respondió:
_No padre, no puedo
dormir en la casa. Podrían robarme mi burro. Es mejor que la cuide toda la
noche_ dijo
_Ya _dijo el cura.
Entonces, se acostó
al lado de su burra. El qamili se durmió
un breve instante, luego despertó y vio
que su burra parido a un niñito caminaba desnudo de un lado a otro.
Trataban de huir de la burra. Entonces, el qamili se levantó de un salto y
corrió a la casa del cura:
_Padre, ¡mi burra
ha parido un ser humano!
El cura no
escuchaba. Así que, de un patadón, el qamili derribó la puerta de la casa del
cura mientras gritaba:
_ ¡El niño se va a
morir de frío!
Y en efecto, como
estaba desnudo, el niño temblaba de frío, ya moribundo. El cura saltó de su cama. Vistieron al niño. Lo vistieron y lo
dieron de comer. Luego, el qamili dijo:
_Padre, quisiera
que usted sea el padrino de mi hijo _dijo el qamili _. Bautice a mi hijo, que
sea su ahijado, acepte ser su padrino.
Entonces, el cura
dijo:
_ ¿Qué nombre le
pondremos?
El apellido del
curandero era <>, <>. Por su padre se llamó
<>. Y por nombre le
pusieron <>. Y por su madre lo llamaron
<>. Sí, le dieron el apellido <> que
quiere decir <>, <>.
{Se ríe}. Después de bautizarlo, el qamili y el cura hicieron una fiestita. Y a la burra la regalaron con
cebada. Luego, el cura dijo:
_Lo mejor sería que
me dejes tu hijo. Déjamelo.
_Ya, te lo dejo.
Hagamos un contrato _ dijo el qamili, que se comprometió a no reclamar nunca al niño.
Hicieron el
contrato. Después, el qamili partió, llevado solo su burra y su cargamento. Y
Tomás se quedó ahí, donde el cura, se volvió si hijo, el hijo del cura.
El muchachito
creció rápido y comía mucho, Tomás comía el contenido de
dos platos, después, de un plato grande; luego, de tres platos grandes. Como
era hijo de una burra, comía mucho. Luego, el cura puso a Tomás en la escuela.
Lo puso en la escuela. Pero los años
pasaban y no aprendía. No aprendía. Entonces, el profesor dijo a los niños, a
sus compañeros:
_Enséñenle _dijo_.
Enséñenle, ayúdenle.
Los niños
intentaron enseñar a Tomás, pero no pudieron hacer nada. Entonces le dijeron:
_Nos tienes hartos,
burrito. No logras leer. ¡Cría de burro! ¡Burrito! ¡Hijo de burro!
Como lo insultaban,
Tomás se molestó y le dio una patada a uno de los niños, luego a otro y aun
tercero, y mató así a los que habían dicho eso, a los tres. Los mató a los
tres. Había matado a hijos de ricos, de las mejores familias. Entonces, Tomás
corrió a la casa del cura:
_Papá, maté a tres
niños, ellos me trataban de hijo de burro, de hijo de burro, de burrito _dijo_.
¿Cómo pueden hablarme así, papá? Por eso me molesté y los maté a patadas. Porque mi padre eres
tú, ¿no cierto? ¿Acaso vengo de un burro, soy un hijo de burro? No pues, papá.
_ ¿Cómo se atreven
a tratar a mi hijo de hijo de burro? _ se indignó el cura.
Pero la gente vino
a quejarse al cura, los padres de estos niños vinieron a quejarse al cura y
hicieron indemnizar. Creo que le hicieron un juicio y prestaron una denuncia.
Entonces, el cura
se dijo:
_Si ni siquiera
aprende a leer, ¿qué voy a hacer con él? ¿Qué voy a hacer con este Tomás con
todo lo que come? Mejor lo mando a
pastar cabras _ se dijo.
Y lo mandó a
pastear un gran rebaño de cabras.
_Tomás, a apúrate,
te vas a ir, vas a ir a pastear las cabras, vas a ir a criar a las cabras _ le
ordenó.
Hizo cargar una
gran cantidad de provisiones sobre una mula.
_Aquí tienes para
comer mientras pasteas las cabras _ le dijo.
Entonces, Tomás
estaba pasteando las cabras en un lugar desierto. Pasteaba las cabras. Pero
pronto sus provisiones se acabaron.
_ ¿Qué voy a hacer
ahora que ya no tengo qué comer? _ Se dijo_. Pues comeré cabras, cada día asaré
una cabra.
Entonces, empezó a
comerse las cabras. Cada día terminaba una cabra, una cabra entera. El rebaño
se reducía cada vez más. Finalmente, solo quedaron diez cabras, luego cinco,
cuatro, tres y al final solo una. Terminó con las cabras asándolas todas.
Recogía palos y estiércol, con ellos hacía fuego y allí las asaba. Una vez que
terminó con todo el rebaño, se dijo:
_ ¡Ay! ¡Terminé el
rebaño! ¿Qué voy a hacer ahora? Y mi padre, ¿qué me va a decir? _ ¿Cómo es? {Lucía Ríos trata de
acordarse} _ ¿Qué coy a hacer? Plantaré sus colas en el pantano _se dijo_. Y le
diré a mi padre que las cabras se hundieron todas de cabeza en el pantano, eso
es lo que le diré _se dijo.
Entonces, cortó
todas las colas de las pieles, y como al
final todavía le había quedado una cabra, embadurnó las colas con su sangre para que parecieran
fresquitas.
Luego las plantó en
el pantano. Las caló con piedras, sujetó las colas con piedras y se fue a
buscar al cura.
_Papá, ¡Sí
supieras! Las cabras cayeron de cabeza en el pantano, todas.
Intenté jalarlas
por la cola, pero se hundieron más, sus
colas se rompieron cuando intenté
jalarlas _dijo.
El cura
inmediatamente fue a ver y en efecto
encontró a todas las cabras hundidas en el pantano. Solo quedaban las colas que
sobrepasaban. Tomás dijo:
_Si quieres intenta
jalar, papá.
Entones, el cura
jaló y jaló, y como la cola solo estaba sujetada con una piedra, se
desprendió y le quedó entre las manos.
Entonces, Tomás dijo:
_ ¿vez? La cola
está cubierta de sangre, las cabras acaban de hundirse.
_Si, es verdad,
acaban de hundirse.
El cura se puso a
jalar muy fuerte otra cola, que se rompió también, y el cura cayó al pantano,
con la cola entre las manos. Fue él quien por poco desparece en el pantano.
Tomás lo sacó del pantano y le dijo:
_Ya ves, papá, casi
te ahogas, yo también igual casi me ahogo.
_Hijo, si es así,
ya no intentes jalarlas, que se queden así las cabras _dijo el cura, quien creía que era verdad que se
habían metido en el pantano.
El cura renegaba.
_ ¿Qué voy a hacer
con él? Mató a unos niños, dejó a todas las cabras meterse en el pantano, come
demasiado, ¿qué voy a hacer con él? _renegaba el cura.
Renegaba, pues. El
cura sabía que existía una laguna que era wak’a, que comía a la gente.
_Esa laguna come a
la gente, allí toda la gente desaparece, el ganado y la gente. Lo mandaré allí
a buscar agua y desapareció _se dijo _. La laguna lo tragará.
Entonces le dijo:
_Tomás, ¿por qué no
vas a buscar agua a esa laguna_ era una
laguna alimentada por un río_, Dicen que si uno bebe de esa agua, aprende a leer
y no se enferma nunca. {Se ríe}
L e entregó cántaros y cantarillos y Tomás partió. Luego
llegó al borde de la laguna.
_Ya papá, iré a
traer agua _dijo.
Y llego al borde de
la laguna. Se acercó al agua para llenar sus recipientes, pero mientras sacaba
agua tranquilamente, una ola se levantó. Se levantó tan alto como un
campanario. No le dejó sacar agua. Tomás huyó corriendo, perseguido por el
agua. Cada vez que se volteaba, veía que casi la alcanzaba. Pero logró escapar,
y el agua, la laguna, regresó a su lugar. Pero él también volvió al borde de la laguna. Cuando el agua regresó
a su lugar, él también volvió al mismo lugar. De nuevo se puso a sacar agua, y otra vez el
agua se levantó, tan alto como un campanario. Casi lo aplasta.
Sin soltar sus
cántaros, huyó nuevamente de la ola que lo perseguía. El agua volvió a su lugar
y él también regresó al borde de la laguna. Una vez más se puso a sacar agua y
la ola nuevamente se levantó. Tomás renegaba, tanto que la descompuso de una
patada. Otra se levantó y le dio un puñetazo. A fuerza de puñetazos y de
patadas dejó la laguna seca. Pelearon a
muerte. Tomás empezaba a cansarse, pero mandó toda el agua a volar y a fuerza
de patadas dejó la laguna seca. Entonces, imagínate, de pronto un toro de oro sale de la laguna. Tomás esperó así,
muy firme, que llegará sobre él y lo atrapó por los cuernos. Lo agarró de los
cuernos y lo golpeó varias veces contra el suelo, matando en seca al toro. El
toro murió en el acto. Después de esto, el agua dejó de levantarse. Entonces,
degolló al toro con una piedra afilada. Luego juntó leña y bosta. Amontonó la
bosta e hizo fuego. Comenzó a asar el toro. Preparó un buen asado del que se
hizo un festín durante tres días.
_Y a mi padre le
llevaré dos piernas _se dijo.
Luego llenó sus
recipientes de agua. El agua ya no se levantaba. Luego volvió tranquilamente
con el agua. Volvió cargando los recipientes
en su espalda, con las piernas del toro puestas encima.
Mientras
tanto, el cura de decía:
_ ¡Ya me libré de
él1 ¡Por fin, me libré de él! ¡Muy bien!
Si no regresó después de tres días, es que ya desapareció, fue comido,
tragado por la laguna _ se decía, feliz.
El cura ya estaba
emborrachándose, feliz, cuando Tomás llegó cargando sus recipientes llenos de
agua y la carne puesta encima.
_Papá, ¡Si supieras! ¡Estoy muy fastidiado! ¡Tuve una
pelea con la laguna!
No me dejaba sacar
agua. Se Levantaba –le dijo_. Un toro salió, lo maté y ahora el agua ya no se
levanta. Lo degollé y luego lo comí asado. Y
para ti, papá, te he traído esto. Come, papá.
_Ah, ¡qué buen
hijo! –dijo el cura, fingiendo estar enternecido.
_Papá, come de esta
carne _le dijo.
_Yo no voy a comer
esta carne. Todo es para ti _respondió el cura.
Porque sabía pues.
_ ¿Qué será esta
carne? _se decía y no la probó.
El cura estaba
renegando, pero tomó un poco de agua para engañar a Tomás.
_Veamos, la voy a
probar _dijo y bebió.
Tomás bebía con
aplicación, pensando que así aprendería
a leer. Tomás tomó esta agua con aplicación.
El cura estaba
realmente harto:
_ ¿Qué voy a poder
hacerle? ¿Cómo puedo hacerlo matar? ¡Tengo que hacerlo matar! – se decía.
Entonces le dijo:
_Tomás, las vigas
del techo de nuestra casa están muy viejas, deberíamos cambiarlas. Sin no, la
gente nos va a criticar. ¿Y si fueras al
bosque a buscar madera?
Tomás respondió:
_Ya papá. Iré a
buscar madera, pero necesitaré un compañero.
_Te voy a dar uno
_respondió el cura, que esperaba que lo devoraran los animales de toda clase que hay allí, que los pumas, los
leones, los tigres y los osos lo comieran.
Luego, le rogó a un
anciano inútil que acompañará a Tomás. Reunió mulas viejas y caballos viejos,
los más viejos, los que ya no servían para nada, y burros, porque pensó que los
animales salvajes los comerían a ellos
también. Luego partieron hacía el monte con sus burros cargados de muchas
provisiones. Ellos montaban a caballo. Al llegar, ataron los burros a los
árboles cercanos. Y ellos se instalaron
en el centro y se pusieron a comer maíz tostado. Había todo tipo de
animales salvajes que rugían y hacían bulla, animales de toda clase. Pero ellos
se quedaron dormidos. El sueño los venció.
Habían dicho:
_Vamos a velar por
nuestras monturas toda la noche.
Pero el sueño los
venció. Despertaron a la mañana siguiente, ya no había ninguna montura.
_ ¡Ay! Nuestras
monturas, ¿quién se las ha llevado? ¿Se las han llevado los ladrones? ¿Cómo es
posible? Iré a buscar nuestras monturas. Tú, abuelito, quédate aquí
_dijo al anciano,
dejándolo allí.
Tomás tomó su
látigo y partió en busca de las monturas. Apenas había dado la vuelta al primer
cerro cuando divisó un gran corral. Tomás observó lo que había adentro y vio
que los huesos de sus monturas estaban amontonados ahí. Aún rojos. Los
contempló, pensando: ‘’ ¡Son los huesos de mis monturas!’’
Vio que también se
encontraba ahí tigres, elefantes y leones, que conversaban:
-¡Hicieron solo un
bocado de estos animales! Mañana en la noche, lo comemos también a su dueño
–decían.
Tomás regresó donde
el anciano y le contó:
_Abuelito, son los
animales salvajes los que han comido nuestras monturas y les escuché decir que
mañana nos comerán a nosotros.
_El anciano empezó
a lamentarse:
-¡Nos van a comer!
Pero Tomás le dijo
el ancianito:
_No nos van a
comer, abuelito. Yo los voy a matar a todos. Tú te pondrás a la entrada del
corral y les darás una buena paliza. No dejes de escapar a ninguno. Los
agarrarás a latigazos. Los esperarás a la salida mientras yo voy al interior
para castigar a estos animales – le dijo.
Tomás entró al
corral donde se encontraban las fieras, los elefantes y todo. El abuelo le
dijo:
_ ¡Te van a comer y
a mi también me comerán!
Tomás le encargó al
anciano que custodiara la salida. Luego,
entró al corral y azotó y castigó a todos esos animales. Estos trataban de escapar
mientras gritaban, pero a la entrada del corral el ancianito les dio todavía
una buena paliza con su látigo. Tantos golpes les dio que rejuveneció. Ya no
era un anciano. El ancianito se había vuelto un joven. Tomás golpeó a los
elefantes, diciéndoles:
-Ustedes van a
cargar los troncos sobre sus lomos descubiertos. Vine a buscar troncos. Mi
padre me mandó a buscar troncos. ¿Por qué se han comido mis animales?
Con una sola mano y
un solo movimiento, así, Tomás arrancó todas las ramas de los árboles. Luego cargó los troncos sobre
los animales. Todos los animales estaban cargando troncos en sus lomos. Los elefantes también tuvieron que
caminar arrastrando troncos.
Mientras tanto, el
cura ya se estaba alegrando:
-Ya se lo habrán
comido en el monte – se decía:
_Papá, los animales
del monte se comieron nuestras monturas; entonces, traigo la madera a lomo de
estos animales, en sus lomos desnudos, papá. Contrata una banda militar, manda
una banda militar a recibirnos. Quiero que todos vean estos animales en la
plaza del pueblo _decía en su carta.
Cuando su padre
leyó la carta, ¡renegó!
_Pero ¿qué ha hecho otra vez ese animal? ¿Qué nos
trae ahora?
En realidad, el
cura contrató solo la banda del pueblo. Sí, solo contrató a unos pobres músicos
y los mandó a recibirlo. Él observó con su larga vista: animales salvajes de
todo tipo llegaban por el camino, en caravana. Unos elefantes caminaban uno
tras otro, con la trompa levantada. El cura renegaba. Pensaba:
_ ¿Qué nos trae esta vez?
Entonces, lo
recibieron con la banda. Descargó los troncos de árboles en la plaza. Trajo
todas las fieras a la plaza y descargó todos los troncos. La gente miraba
boquiabierta.
_Que todos vengan,
que todo el mundo los mire, que todo el mundo conozca a los animales del monte
_ dijo Tomás.
Por supuesto, no hicieron nada con esos troncos de árbol no voltearon el techo
de la casa. La madera se quedó amontonada en la plaza porque el cura no lo
había enviado a buscar madera de verdad. Solo era un pretexto para que se lo
comieran. No se cambió el techo de la casa. Luego, como el cura estaba
renegando, Tomás amenazó a los animales:
-Quiero que
regresen al monte sin asustar al más mínimo gorrión ni a nadie, sin hacer nada, bien ordenados.
Los miraré con mi larga vista. Si comen o asustan a algún animal, cualquiera
que sea, lo atraparé y los mataré _dijo Tomás.
Entonces, los
pobres elefantes se regresaron al trote, bien derechitos, muertos de hambre.
Volvieron muy tranquilamente. Regresaron al monte.
Luego, el cura
dijo:
_ ¡Las cosas que me
han traído! ¿Cómo voy a deshacerme de él? _se preguntaba _. ¿Qué voy a hacer
con él? Si es así, voy a pedir ayuda.
Entonces, fue a
pactar con los esqueletos, los muertos del cementerio. Fue a pactar con esos:
_Les mandaré a
Tomás a la medianoche y se lo comerán – les dijo.
Los esqueletos
aceptaron-
_Entre todos, lo comeremos de un bocado.
Luego, el cura
condujo a las mulas al cementerio. Después, mientras Tomás comía, el cura le
hacía conversación .Como Tomás comía mucho, la comida duraba. Mientras tanto,
el cura le hacía conversación. De pronto, le dijo:
_ ¡Tomás! ¿Y
nuestras mulas? ¡Nos olvidamos de las
mulas! Corre, trae las mulas.
_Papá, dejémosla
pastear allá, las traeremos mañana_ dijo Tomás.
_Los ladrones nos
la podrían robar, apúrate, tráelas – dijo el cura.
_De acuerdo – dijo
Tomás.
Y se fue a buscar
las mulas. Se llevó un costal y sogas.
_Regresaré
montado en una de las mulas, usando esto
como carona, y conduciré a las otras
dándoles latigazos con estas sogas. Utilizaré este costal como
carona
_dijo y partió.
Entró en el
cementerio. Las mulas estaban pasteando en medio de las tumbas.
Las hizo salir del
cementerio, contándolas con cuidado. Pero mientras estaba cerrando el
cementerio, un esqueleto lo mordió, luego otro, mientras otro lo agarraba y
otro más. Se le echaron todos encima. Pero Tomás los repelía uno tras otro. No se dejaba. Se puso a
renegar. Finalmente, los metió a todos en el costal que había traído, puso a
todos los esqueletos dentro. Luego, cargó sobre su mula, que amarró muy fuerte
con la soga. Y volvió al pueblo conduciendo las mulas. El cura
renegaba y renegaba. Tomás le dijo:
_Papá, ¡Sí
supieras! Justo cuando cerraba, esta gente, estos esqueletos, me atacaron,
querían comerme.
Estaba furioso:
_Papá, los
metí en este costal –dijo, vaciando de
esta forma el costal en el patio.
Los huesos,
¡chullaw!, se esparcieron en el suelo. El cura le dijo entonces:
_ ¡Tomás, anda a la
cama! ¿Cómo se atrevieron a tratar de comerse a mi hijo?
_dijo, fingiendo
compasión.
Después de eso, los
esqueletos casi se lo comen al cura. Se lo querían llevar:
_ ¿Qué te ha pasado
para que nos hagas esto? ¿Por qué nos
has hacho esto?_ se quejaban los esqueletos al cura.
Con las cabezas
perforadas, las piernas rotas, estaban deshechos. Como Tomás había amontonado
los esqueletos en el costal, el cura tuvo que rearmarlos. Luego de lo cual se
llevó a los esqueletos y los devolvió al cementerio.
Luego se dijo:
_ ¡Ahora me hace
esto! ¡Esta vez mi paciencia llegó a su límite!
El señor cura
estaba renegando mucho.
-Me ha hecho gastar
demasiado dinero – se decía.
Se preguntaba:
_Ahora, ¿cómo voy a
deshacerme de él?
En el campanario,
habitaban demonios, unos satanases vivían en el campanario.
El cura lo sabía,
pues tenía un pacto con ellos, con estos demonios. Entonces, fue a ponerse de
acuerdo con ellos:
_Se lo mandaré a
medianoche, ¿me lo podrían comer? ¿Podrían matármelo?
_es preguntó. Solo
tendrán que empujar abajo, entre todos ustedes _ les dijo.
Luego regresó a
charlar con Tomás. Ya era casi medianoche. Se quedaron despiertos charlando,
charlando y comiendo. De pronto. El cura dijo:
_ ¡Ah, Tomás! ¡Nos
olvidamos! Mañana, ¿no son las vísperas? ¡Mañana es día de fiesta! ¿Por qué no
fuiste a tocar las campanas? Corre a tocar las campanas.
Corre, Tomás, anda
a tocar las campanas.
_De acuerdo, papá.
¿Cómo se nos olvido? _dijo Tomás.
Y salió. Subió al
campanario. Estaba tocando las campanas. Hacía << ¡ding dong! ¡ding dong!
>> Se escuchaba ‘’ding dong’’. El cura escuchaba.
_Pero, Por qué los
demonios no se apuraron en empujar a Tomás _ se preguntaba el cura.
Escuchaba atento.
_Pero, ¿cuándo es
que lo comen?
Tomás seguía
tocando las campanas: ‘’ ¡ding dong! ¡ding dong!’’. Y de repente, nada
_ ¡Ya! ¡Se lo
comieron! ¡Muy bien! - ¡Muy bien! ¡Ya está, se lo comieron!
Y el cura muy feliz
empezó a tomar.
Pero en eso volvió
Tomás. Mientras tocaba las campanas, los
demonios lo atacaron en grupo, intentando empujarlo hacia abajo. Se pusieron
todos a morderlo al mismo tiempo y a agarrarlo. Al principio, Tomás los
rechazaba simplemente con la mano, solo les daba golpecitos y se ponía de nuevo
a tocar las campanas. Les daba golpecitos y volvía a tocar las campanas,. Pero
Tomás terminó por enojarse. Los demonios intentaron atraparlo entre todos, por
las piernas y los brazos, y lanzando abajo. Pero Tomás estaba enojado. Todos tenían
cuernos. Entonces, les arrancó a todos sus cuernos, les quitó a todos los
cuernos. Luego, los lanzó a todos abajo, a los demonios. Luego, Tomás puso
todos los cuernos en un saco y se fue
donde su padre con el saco en el espalda. Llegó saludó y entró.
_ ¿No lo comieron’
_se dijo el cura exasperado.
_Papá, ¡si
supieras! Me atacaron unos diablos cornudos. ¡Me querían echar abajo! _dijo.
_ ¡Cómo se
atrevieron! –exclamó el cura
_H e traído cuernos
de todos los colores para hacer lámparas, para algo tienen que servir estos
cuernos. ¡Son tan bonitos! He traído unos cuernos que son muy bonitos.
Nos servirán para
hacer lámparas, para hacer candeleros.
_ ¡Ah! – dijo el
cura.
Las cosas quedaron
así.
_Anda a la cama –
dijo el cura y mandó a Tomás a acostarse.
Cuando estaba solo,
el cura invocaba a los demonios. Después de
haber enviado a Tomás a la cama, los demonios se le presentaron. El toro
de oro, los wak’a, todos estaban ahí. Y esta vez se llevaron al cura. Lo
agarraron de las pernas y de los
brazos se lo llevaron, se lo llevaron a
sus espaldas:
-¿Por qué nos
hiciste eso? ¿Por qué nos hiciste matar y golpear así?
Mientras tanto,
Tomás dormía. Pero salió a orinar. Mientras orinaba, escuchó gritar:
_ ¡Tomás! ¡Tomás!
_Parece mi padre.
Sí, escuché la voz de mi padre – se dijo.
Sospechando que era
su padre, corrió hacia la cama del cura.
La palpó, buscó a su padre. Este había desaparecido.
-¡Papá! ¡Papá! _
dijo.
No estaba el cura.
_Era mi padre _ se
dijo Tomás.
Se vistió
rápidamente, tomó su látigo y partió corriendo
en dirección de donde venía la
voz, escuchando con atención. Finalmente,
divisó a los demonios, todo tipo de demonios, que lo cargaban sobre sus
espaldas, a la luz de las velas; llevaban a su padre, que gritaba en medio de
las velas.
_Los esperaré más allá _dijo y se les adelantó para sorprenderlos un poco más lejos.
Había una curva
conocida por ser peligrosa. Tomás los esperó en ese lugar, se les adelantó.
Allí los agarró a latigazos a cada uno, los mató a todos y liberó al cura.
Cargó a su padre en
la espalda y regresó. Volvió cargando a su padre.
_Eso es lo que te
pasa, papá, por querer matarme, por haber querido mi muerte, papito. Los
demonios quisieron llevarte porque pactaste con ellos. Por poco te llevan y te
comen porque has pactado con todo tipo de seres. Iban a comerte. Los demonios
te iban a llevar a su país, a su casa – le dijo.
_Hijo mío, de ahora
en adelante no pactaré no pactaré más con nadie y ya no te detestaré, hijo mío
–suplicó su padre.
Entonces, se habían
reconciliado. Se habían reconciliado. El cura decía todo el tiempo: << ¡Hijo
mío! >> El cura ya no quería pactar con nada ni con nadie.
_Mi hijo me salvó_
decía todo el tiempo.
Un día, Tomás
escuchó a la gente que decía:
_Hay un pueblo
donde los habitantes han sido exterminados por un condenado. Toda la gente ha
sido exterminada. Ya no hay nadie en ese pueblo. El condenado se ha comido a
todo el mundo.
Su padre. El cura,
ya no lo sabía, pero no se lo había contado a Tomás. Entonces, Tomás escuchó
hablar de esto y le preguntó:
_Papá, ¿es verdad
que un condenado ha matado a todo el
mundo en un pueblo?
El cura le
respondió:
_Pero no, hijo mío,
decimos eso en broma, por supuesto que no.
_Sí, mató a todo el
mundo. Papá, iré a ese pueblo – dijo.
_No vayas, hijo
mío, el condenado te comerá.
-No, papá, soy yo
quien me voy a comer al condenado, lo mataré – dijo TOMÁS.
Y se fue contra la voluntad de su padre.
Tomás se puso en
camino. Trotaba hacia ese pueblo lejano cuando se encontró con tres personas
que venían en sentido contrario, escondiéndose
entre los arbustos.
_ ¿Adónde va,
señor? No siga.
_Voy al pueblo –
respondió.
_Nosotros estamos
huyendo, escapando, porque un condenado ha exterminado a todo el pueblo. Somos
los únicos sobrevivientes. El condenado atrae a la gente a misa tocando las
campanas y los come a todos. No vaya – le dijeron.
_Sí, ¡Vamos! Yo lo
voy a matar, ¡vamos! –dijo Tomás lleno de coraje y llevó a esas personas a la
fuerza _. Yo lo voy a matar, ¡vamos!
Tuvieron que
obedecerle. Pronto llegaron al pueblo. Una vez allí, esas personas le dijeron:
_ ¡Escóndenos!
Entonces, los
encerró con dos o tres candados. Los metió en unos baúles.
Y los escondió.
_No se muevan, yo
les abriré, regresaré en cuanto haya matado al condenado
_les dijo.
Tomás Salió y se
fue a la casa del cura. No había ningún condenado. Empezó a buscarlo:
_ ¿Dónde está ese
condenado? ¿Dónde está ese condenado?
Había allí unos
barriles. Miró adentro. En uno de ellos había unas cabezas humanas, rostros
humanos que estaban hirviendo. En otro, estaba hirviendo maíz amarillo.
Entonces, Tomás se hizo un festín con ese maíz. {Se ríe} Tomás comió harto. Con
eso. Luego miró por todas partes diciendo:
-¿Dónde está ese
condenado?
Miraba por todas
partes desde el umbral de la casa del cura, diciéndose:
-Pero, ¡no hay ningún
condenado!
De pronto, divisó
un torbellino rojo que se acercaba
rápidamente bordeando el cerro, como por allá.
_ ¡Ahí está el
condenado! ¡Ese es el condenado! ¡Qué será eso! Carajo, ¡ese es el condenado!
–exclamó.
Tomás lo esperó muy
decidido. Llegó el condenado y se lanzó encima de Tomás para devorarlo. El
condenado se lanzó encima de Tomás y ¡se armó una pela! Pelearon rodando por el
suelo el uno sobre el otro. Se lanzaban mutuamente de un extremo al otro de la
habitación. ¡Qué pelea! ¡Ya estaban totalmente agotados! Totalmente agotados.
Finalmente, Tomás
venció al condenado. Entonces, el condenado se puso a gritar:
_Tomás, ¿me vas a
liberar de mis pecados?
_Sí, ahora mismo te
voy a liberar de tus pecados. ¿Por qué pecados te has condenado? _ le dijo
Tomás.
Y lo empujó al
fuego. Tomás quemó cuidadosamente al condenado, lo quemó bien. Cuando terminó
de arder, un gato negro, ¡miau!, se
escapó de un lado de su cuerpo.
Y del otro lado,
unas palomas blancas salieron volando. Lo quemó.
Luego, Tomás se fue
a ver a las personas que habían traído consigo, fue a liberarlos.
Al entrar a la
habitación, tropezó con unas cosas que se encontraban ahí: ¡Tuqruq! ¡turuq!
¡Los hombres se asustaron!
_ ¡El condenado
está entrando!
¡Ah! Primero, él
había tocado las campanas. Primero, había tocado las campanas. Estos hombres se
decían, asustados:
_Es el condenado
que está tocando las campanas, se habrá comido a Tomás.
El condenado
acostumbra tocar las campanas, seguramente es él.
Entonces abrió el
baúl.
-Soy yo, Tomás, no
se asusten. Soy yo, Tomás _ dijo y los liberó.
Luego se fue a la
iglesia con estos tres hombres. Se fueron a la iglesia y entraron. Una vela
brillaba, como quien diría en ese rincón. Tomás se acercó:
_Allá, en ese
rincón, algo está brillando, ¿qué será esta vela que brilla?
De pronto entendió:
_ ¡Pero hay dinero
aquí! ¡Aquí se escondió dinero! ¡Era el cura quien se condenó!
De pronto, se
volvió clarividente, clarividente. De pronto, Tomás veía las cosas.
_Ha escondido
dinero aquí, el cura. ¡El condenado era el cura! _exclamó.
Muchísimo dinero.
De ahí sacó, sacó y sacó dinero y más dinero. Así fue como perdió sus fuerzas,
ya no tenía más fuerzas. Sacó el dinero, hasta que sus fuerzas se acabaron.
Luego se dijo:
_A ver, ya que fue
el cura quien se condenó, ¿Dónde estará su libro de misa?
Y se acercó a
libro. Miró el libro y logró leerlo. Lograba leer fácilmente. Tomó el libro de
misa y logró leer sin dificultades. Podía leer de una sola mirada. Se puso
entonces los hábitos del cura {Se ríe},
los del condenado. Se vistió con ellos, con su ropa y todo. Luego, le dijo a
uno de los hombres:
_De ahora en
adelante, yo seré el cura del pueblo y tú serás el sacristán.
Al otro le dijo:
_Tú te encargaras
de las cosas, de distribuir las cosas _ dijo _.Y tú serás mi hijo, mi hermano.
Así les dijo a esos hombres. Luego le envió una
carta a su padre. ‘’Papá, ahora soy el cura del pueblo como tú. Me he vuelto
cura como tú. Ven, papá’’ _escribió pidiéndole a su padre que viniera.
El cura habrá
pensado:
_Me dice cualquier
cosa.
Pero fue. A partir
de entonces, Tomás comía poco, ya no tenía tanta fuerza como antes y se había
vuelto cura, el señor cura. Él y su padre, los dos, eran curas, sí {Se ríe}. Es
todo lo que Lucía te puede contar.
AUTOR:
Lucia Ríos Umiyauri
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