lunes, 18 de marzo de 2013


LA VAQUITA
Había una señora que vivía con su esposo, ambos eran recién casados.
_ ¡Ay, quisiera que mi niño fuese como el gatito o el perrito! _decía la señora que siempre jugaba con el gatito y el perrito. Todo el tiempo estaba con ellos, los quería demasiado.
Un día, la señora salió en cinta. Aun  cuando ya tenía el embarazo avanzando, como el séptimo mes aproximadamente, seguía  permitiendo que le gatito y el perrito se acomodaran sobre su barriga diciendo:
_ ¡Ay, quiero que mi niño sea como ellos! ¡Quiero que mi niño sea como ellos!
Así, llegó a los últimos días de su embarazo y comenzaron a darle los dolores.
Sus padres estuvieron allí y fue su madre quien la atendió. La muchacha sufría  muchísimo, pero logró dar a luz finalmente. Sólo los padres se dieron cuenta que había parido una vaquita y sin decir nada, la pusieron a un costado con una mamadera.
Luego de un momento, la mujer al fin preguntó:
_ ¿Dónde está mi niño? Dénmelo, pues. Tráiganmelo. Tengo que darle de lactar. Mis mimas están muy llenas.
_Te la traeremos, pero no te asustes. Aquí está. ¿Para qué quieres tanto a los animales? Mira cómo es tu niña. Ahora no podrán presentarla, ni a nuestros parientes, ni a nadie. Te dirán: ‘’Esa mujer da a luz animales’’.
De cualquier modo, la mujer amaba mucho a su bebé. Sin embargo, su esposo estaba preocupado:
_ ¿Cómo vamos a criar  un animal como nuestro hijo? Mejor enviemos a la vaquita a la montaña con nuestro empleado, con el Marianito. Enviemos la  vaquita allá.
Entonces, la mujer llamó a Marianito y le dijo:
_Escúchame, Marianito. Quiero que lleves a esta vaquita, a esta señorita y déjala al lado de la piedra enorme que hay.
_Bueno, mamita. Bueno, mamita. La llevaré pues a mi señorita_ diciendo, la envolvió a un atado, la puso en su espalda y la llevó.
Cargó a la vaquita muy lejos, hasta llegar al monte. Efectivamente, allí había una piedra grande, plana y redonda, como un batán. Dejó la vaquita al lado dela piedra. Marianito tomó la cara de la vaquita entre sus manos y la besó:
_Señorita mía, voy a venir cada domingo. NO te voy a olvidar. Señorita mía, no llores _dijo el chiquito y dejó a la vaquita allí.
Fue entonces a recoger leña en los alrededores, la envolvió a su atado y la cargó a la casa.
_ ¿La dejaste?
_Sí, la dejé. Después recogí  leña y me vine. Ella me pidió que vaya cada domingo. Iré pues, cada domingo a ver a mi señorita.
Marianito se pasó la semana apático, esperando. Apenas llegó el domingo, el chico se fue corriendo a verla. La vaquita estaba allí, esperando tranquilamente.
_ ¡Señorita mía! He venido a ver cómo estás, señorita mía.
Y el chico besó sus mejillas. Se quedó mirando a la vaquita, acariciándola hasta la hora que el sol se comenzó a ocultar.
_Señorita mía, tengo que irme ahora. Nuestra mamá se va a molestar conmigo.
Recogió leña por los alrededores y se fue directo a casa.
Todos los domingos el chico iba donde la vaquita que seguía creciendo. Un día, él anunció su llegada, diciendo:
_ ¡Señorita mía, señorita mía! ¡Estoy viniendo!
_ ¡Ay,  Marianito! _la vaquita le habló.
Como era su costumbre, más  tarde se fue a recoger leña.
_Tengo que irme, señorita mía. Nuestra mamá  se va a enojar conmigo.
_Hoy te voy a dar un encargo para nuestra mamá _dijo la vaquita_. Dile a nuestra mamá, sin que nadie escuche  lo que dices, que mande a hacer una hornada de pan. Que saque de allí los primeros panes que estén listos. Tiene que dejarme también la primera copa de vino, flores y agua bendita. Tiene que conseguir a un chiquito inocente para que me espere. También una cama bonita, nuevecita, en la que nadie haya dormido. Todo eso en un cuarto bien arreglado, donde nadie haya entrado.
Está bien, señorita mía, señorita  mía. Se lo voy  a decir a nuestra mamá.
La besó, acarició sus patas y se fue contento a casa. Entonces le dijo a la señora:
_Mamita, mamita, tengo que decirte algo, pero no se lo digas a nadie. Nadie debe escuchar nada de esto. Es un encargo de la vaquita. Ella me lo mandó a decir.
_ ¿Qué? ¿Qué te mandó a decir? Cuéntame, cuéntame _dijo.
_ ¡Ay, mi señorita! Tienes que preparar una hornada de pan. Tienes que poner los primeros panes que saques en la mesa, junto con flores hermosas, agua bendita y la primera copa de vino. Además, tienes que conseguir una cama recién sacada de la tienda comercial y dejar a un chiquito inocente esperando. Ella me dijo que tienes que hacerlo todo tú misma, que nadie más lo toque.
_ ¿Eso es todo lo que te dijo?
_Sí. Va a venir. No sé si te dijo el sábado  por la noche o el domingo por la noche, pero vendrá a medianoche, eso sí.
Su mamita preparó todo con muchísimo cuidado.
_Y ahora, el chiquito, ¿a quién voy a conseguir?, ¿a quién voy a conseguir?
Ella tenía una  vecina que tenía un hijito, un chiquito inocente. Fue a buscarla y le dijo:
_Señora, mi esposo se ha ido de viaje y estoy solita no más. No tengo nadie para acompañarme. ¿No podría prestarme a su hijito para que duerma en la casa conmigo? Lo atenderé muy bien _dijo y le dio dinero.
_Bueno, que vaya, sólo para esta noche _diciendo, aceptó.
En la tarde, el chiquito se bañó muy bien con jaboncillo. La mujer le limpió todo el cuerpo con agua caliente. Le puso ropa bonita y limpia, le echó perfumes olorosos, alistó todo.
_Vamos a dormir, aquí. Esta noche voy a quedarme a dormir a tu lado.
Vamos a dormir así porque estoy solita.
El chiquito hablaba de una y otra cosa, pero la señora no le contestaba. Así le dio sueño al chiquito y se durmió. La señora entonces salió despacito, pero tampoco pudo dormirse en su propio cuarto.
_ ¿Mi hija va a entrar por aquí o por el otro lado? Quisiera  verla _se decía.
A medianoche, se escuchó  a la vaquita lamentarse.
_ ¡Allí viene! _se dijo la señora_ ¿Cómo la podré ver?
La vaquita siguió acercándose y acercándose, hasta la puerta de la calle con un profundo lamento. Abrió la puerta lentamente y entró despacio al cuarto. Lindas velas estaban ardiendo. Olfateó todo lo que estaba preparado y sin tocar nada, se acercó al chiquito. De pronto, se desprendió de su cuerito y se subió a un rincón  del catre. La vaquita, que ahora era una hermosa señorita, se acurrucó al lado del niño. Ambos dormían, pero el niño se despertó y cuando volteó, la encontró. Toco suavemente la cara de la señorita y deji dentro sí:
_Pero, ¿qué es esto? , ¿es la cara de una señorita?
El rostro de la señorita era suave, como seda. Palpó su cabello que también era como seda. Bueno, el chico por fin volvió a dormirse y, sin que se diera cuenta, la vaquita se fue.
A la mañana siguiente, la señora le preguntó si había dormido bien y le dio de desayuno galletas y todo lo mejor que tenía. No le preguntó más. Luego le ofreció toda clase de juguetes para jugar allí. Ya en la tarde. El chiquito le dijo a la señora que tenía que volver.
_Anda pues y llévale estas cosas a tu mamita _la señora le envió galletas, azúcar y otras cosas que la mamá del chiquito recibió con gusto.
_Mamá, mamá _dijo el chiquito_. Tengo que ir esta noche también a dormir donde la señora, pobrecita, duerme solita.
Sin embargo, el chiquito estaba pesando llevar fósforos y vela para  poder verle el rostro a la señorita, a la vaquita.
Llevó sus cosas por la tarde y converso de todo con la señora que ya estaba en la cama hermosa.
_Yo también  entraré, mamita _le dijo.
Nuevamente, conversaban y conversaban si cesar. Entonces, el chiquito fingió dormirse y la señora salió.
A la medianoche, se escuchó el lamento de la vaquita en la esquina de la casa, poro esta vez, el chiquito estaba despierto, escondido entre las frazadas.
_ ¿Qué cosa es? ¿Por qué entrará aquí?_ comenzó a observar.
El chiquito era astuto y se había quedado despierto. La vaquita entró, se paró en dos patas y gozó olfateando todo lo que la señora había puesto allí, pero no tocó nada. Luego sopló todas las velas, apagándolas. Se acercó a una esquina de la cama y escuchó un sonido cuando se desprendió  de su cuerito, el cual amontonó para ponérselos otra vez en la mañana-
Durante la noche, la señorita dormía profundamente, pero el chiquito no. Intentando no hacer ruido, sacó los fósforos y la vela que había ocultado debajo de su almohada. Al chiquito le fascinó. Pero justo cuando estaba por apagar la vela, una gota de cera cayó al rostro de la señorita quien se despertó muy molesta.
_ ¿Por qué me estas mirando? ¿Por qué me estabas mirando? Ahora sí. Nunca me vas poder encontrar. Aunque te hagas siete pares  ojotas, aunque te gastes los siete pares buscándome, nunca me vas encontrar.
El chiquito no sabía qué hacer. La chica se fue, desapareciendo por completo.
En ese mismo instante, él prendió una vela y comenzó a fabricar ojotas apresuradamente. Siete pares de ojotas, como  ella había dicho, y en la mañana fue a buscarla. Preguntó y preguntó de pueblo en pueblo, hasta que en uno de los pueblos le preguntó a una mujer:
_Señora, ¿no habrá visto a una señorita que pasó por ahí?
_Sí, pasó recién esta mañana.
_ ¿Ha pasado?
_Sí, ha pasado.
Y continuó  su búsqueda. Andaba y andaba por el camino, de pueblo en pueblo.
Así se volvió un joven. Hasta ese momento había desgastado dos pares de ojotas. Sin saber qué hacer, llegó a otro pueblo y preguntó:
_Señora, señora, quiero preguntarle, ¿acaso ha pasado una señorita por aquí?
_Sí, si pasó, Hace poquito nomás pasó _le contestó.
_Tal vez pueda alcanzarla_ se dijo el muchacho y siguió caminado con esa constancia.
Así, siguió pasando pueblo en pueblo, preguntado a una y a otra persona.
Cuando llegó al final de un pueblo una señora le dijo.
_Ya no hay más pueblos. De aquí para adelante es pura tierra húmeda _ pues el joven se había estado dirigiendo hacía la selva_. Ya no hay poblaciones. ¿A dónde vas a ir?
_Es que estoy buscando a una señorita, ¿pasó por aquí?
_Sí. Ha pasado por aquí. Esa señorita se fue hacia las tierras húmedas.
_A lo mejor  puedo alcanzarla _ dijo y siguió caminando.
Sólo le quedaron dos pares de ojotas cuando se estaba adentrando a la selva, cuando se estaba rodeando de vegetación. Sin embargo, él continuó.
Llegó a un lugar donde unos cóndores habían   matado una vaca, pero ellos no podían cortarla. Cuando vieron al joven, le dijeron:
_ ¡Alto! ¿A dónde vas? ¿Qué quieres aquí? Tú no deberías estar caminado por aquí.
_ No, papá, no. Es que una pena me persigue. Estoy caminado así porque tengo el corazón sonámbulo.
_ ¿Qué?
_Así, papá _y le contó todo_. Ella pasó por aquí hace poco.
_ ¡Ah, bueno! Si quieres que te  deje pasar, párteme la carne de esta vaca en pedazos iguales. Porque primero nosotros damos una ofrenda a nuestro dios de la montaña.
Los cóndores le daban una ofrenda de carne a su dios mayor de la tierra, a la montaña principal que comía carne, corazón, ojos y lengua. Primero  el dios comía hasta satisfacerse y luego los demás. Entonces, el joven partió a la vaca en pedazos iguales y se las dio a los cóndores. Ellos engulleron la carne mientras el joven esperaba:
_ ¡Ay, vida! ¿He hecho todo esto en vano? ¿Van a comerme a mí también? _Por  fin, uno de los cóndores dijo:
_Bueno, ahora uno de nosotros  te va a llevar a un lago. En la orilla del lago, una cabra está correteando y comiendo. Cógela y corta su barriguita. Dentro de su barriguita habrá un gato. Corta la barriguita del gato, dentro habrá un cuy. Corta la barriguita del cuy, allí habrá una paloma blanca. Tienes que coger esa paloma blanca.
_Ven acá _le dijo otro cóndor_. Ven acá y agárrate  fuerte.
El joven se agarró del cuerpo del cóndor muy fuerte, hasta con sus piernas.
Entonces, el cóndor coló muy alto. El joven cerró los ojos con miedo. Cuando se atrevió a ver, los árboles se veían pequeñísimos, como miniaturas.
_Agárrate bien, ¿ah? Ten cuidado con caerte?  Yo no responderé si te caes.
Luego, el cóndor descendió por una bajada. Dejó  al joven en la orilla del lago y se fue.
Tal como le dijeron, había una cabra pastando en la orilla del lago.
_ ¿Y ahora? ¿Cómo la voy a coger? ¿Cómo la voy a coger? _así comenzó  a perseguir a la cabra, pero ella no se dejaba coger.
La estuvo persiguiendo un buen tiempo, de un lado a otro. Cuando la cogió por fin, cortó su barriga con mucho cuidado y descubrió un gato allí. Cortó también la barriga del gato y dentro había un cuy. Cortó la barriguita del cuy, con su pequeño cuchillo, con tanto cuidado y allí descubrió a la paloma blanca.
Sin embargo, con un aleteo, la paloma desapareció.
_ ¡Ay, ay! _el chico se lamentaba_, ahora ¿qué hago? ¡Qué será de mí vida!
¿Qué hago? _ el pobre estaba llorando.
Un águila  estaba dando vueltas por allí y el joven le suplicó:
_ ¡Ay, aguilita, aguilita! ¿No podrías hacerme el favor de dar un aletazo a esa palomita?
El águila lo hizo, le dio un aletazo a la paloma y la hizo caer al  suelo. El joven la tomó y, allí mismo, se volvió una niña. Había estado encantada.
_ ¡Ah! Es cierto que me quieres. Yo pensé que no querías. He sufrido tanto.
_ ¿Cómo llegaste a esto? _le preguntó sorprendido el joven.
_Yo estaba aquí, encantada.
_ ¡Ahora podremos casarnos!
_ ¿Me has buscado con esa condición?
_Sí – le contestó_ . Sí, nos casaremos.
De pronto, aparecieron en un rincón del pueblo. Diciendo hacer un hogar lindo, como un palacio, en  ese mismo lugar. Y en un instante, en medio de la noche, apareció allí, con sirvientes, con empleados, con todo lo que uno podría desear adentro.
Todos los vecinos se quedaron admirados.
_ ¿Qué pasa aquí? Ayer nomás era una pampa. Ahora mira pues, un palacio hermoso ha aparecido. ¿Qué podrá ser? ¿Un encanto? ¿Cómo se puede levantar una casa en una sola noche?
Todos estaban admirados.
Por fin, los dos se casaron. Llamaron al señor cura y se casaron con mucha pompa. Yo también estaba dando vueltas por allí y te estaba trayendo lonche, pucheros, un poco de todo. Pero allí, en la esquinita, un perro me lo quitó.


                                                                AUTOR:

                                                                                     Teodora Paliza 

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