LA
VAQUITA
_ ¡Ay, quisiera que
mi niño fuese como el gatito o el perrito! _decía la señora que siempre jugaba
con el gatito y el perrito. Todo el tiempo estaba con ellos, los quería demasiado.
Un día, la señora
salió en cinta. Aun cuando ya tenía el
embarazo avanzando, como el séptimo mes aproximadamente, seguía permitiendo que le gatito y el perrito se
acomodaran sobre su barriga diciendo:
_ ¡Ay, quiero que
mi niño sea como ellos! ¡Quiero que mi niño sea como ellos!
Así, llegó a los
últimos días de su embarazo y comenzaron a darle los dolores.
Sus padres
estuvieron allí y fue su madre quien la atendió. La muchacha sufría muchísimo, pero logró dar a luz finalmente.
Sólo los padres se dieron cuenta que había parido una vaquita y sin decir nada,
la pusieron a un costado con una mamadera.
Luego de un
momento, la mujer al fin preguntó:
_ ¿Dónde está mi
niño? Dénmelo, pues. Tráiganmelo. Tengo que darle de lactar. Mis mimas están
muy llenas.
_Te la traeremos,
pero no te asustes. Aquí está. ¿Para qué quieres tanto a los animales? Mira
cómo es tu niña. Ahora no podrán presentarla, ni a nuestros parientes, ni a
nadie. Te dirán: ‘’Esa mujer da a luz animales’’.
De cualquier modo,
la mujer amaba mucho a su bebé. Sin embargo, su esposo estaba preocupado:
_ ¿Cómo vamos a
criar un animal como nuestro hijo? Mejor
enviemos a la vaquita a la montaña con nuestro empleado, con el Marianito.
Enviemos la vaquita allá.
Entonces, la mujer
llamó a Marianito y le dijo:
_Escúchame,
Marianito. Quiero que lleves a esta vaquita, a esta señorita y déjala al lado
de la piedra enorme que hay.
_Bueno, mamita.
Bueno, mamita. La llevaré pues a mi señorita_ diciendo, la envolvió a un atado,
la puso en su espalda y la llevó.
Cargó a la vaquita
muy lejos, hasta llegar al monte. Efectivamente, allí había una piedra grande,
plana y redonda, como un batán. Dejó la vaquita al lado dela piedra. Marianito
tomó la cara de la vaquita entre sus manos y la besó:
_Señorita mía, voy
a venir cada domingo. NO te voy a olvidar. Señorita mía, no llores _dijo el
chiquito y dejó a la vaquita allí.
Fue entonces a
recoger leña en los alrededores, la envolvió a su atado y la cargó a la casa.
_ ¿La dejaste?
_Sí, la dejé.
Después recogí leña y me vine. Ella me
pidió que vaya cada domingo. Iré pues, cada domingo a ver a mi señorita.
Marianito se pasó
la semana apático, esperando. Apenas llegó el domingo, el chico se fue
corriendo a verla. La vaquita estaba allí, esperando tranquilamente.
_ ¡Señorita mía! He
venido a ver cómo estás, señorita mía.
Y el chico besó sus
mejillas. Se quedó mirando a la vaquita, acariciándola hasta la hora que el sol
se comenzó a ocultar.
_Señorita mía,
tengo que irme ahora. Nuestra mamá se va a molestar conmigo.
Recogió leña por
los alrededores y se fue directo a casa.
Todos los domingos
el chico iba donde la vaquita que seguía creciendo. Un día, él anunció su
llegada, diciendo:
_ ¡Señorita mía,
señorita mía! ¡Estoy viniendo!
_ ¡Ay, Marianito! _la vaquita le habló.
Como era su
costumbre, más tarde se fue a recoger
leña.
_Tengo que irme,
señorita mía. Nuestra mamá se va a
enojar conmigo.
_Hoy te voy a dar
un encargo para nuestra mamá _dijo la vaquita_. Dile a nuestra mamá, sin que
nadie escuche lo que dices, que mande a
hacer una hornada de pan. Que saque de allí los primeros panes que estén
listos. Tiene que dejarme también la primera copa de vino, flores y agua
bendita. Tiene que conseguir a un chiquito inocente para que me espere. También
una cama bonita, nuevecita, en la que nadie haya dormido. Todo eso en un cuarto
bien arreglado, donde nadie haya entrado.
Está bien, señorita
mía, señorita mía. Se lo voy a decir a nuestra mamá.
La besó, acarició
sus patas y se fue contento a casa. Entonces le dijo a la señora:
_Mamita, mamita,
tengo que decirte algo, pero no se lo digas a nadie. Nadie debe escuchar nada
de esto. Es un encargo de la vaquita. Ella me lo mandó a decir.
_ ¿Qué? ¿Qué te
mandó a decir? Cuéntame, cuéntame _dijo.
_ ¡Ay, mi señorita!
Tienes que preparar una hornada de pan. Tienes que poner los primeros panes que
saques en la mesa, junto con flores hermosas, agua bendita y la primera copa de
vino. Además, tienes que conseguir una cama recién sacada de la tienda
comercial y dejar a un chiquito inocente esperando. Ella me dijo que tienes que
hacerlo todo tú misma, que nadie más lo toque.
_ ¿Eso es todo lo
que te dijo?
_Sí. Va a venir. No
sé si te dijo el sábado por la noche o
el domingo por la noche, pero vendrá a medianoche, eso sí.
Su mamita preparó
todo con muchísimo cuidado.
_Y ahora, el
chiquito, ¿a quién voy a conseguir?, ¿a quién voy a conseguir?
Ella tenía una vecina que tenía un hijito, un chiquito
inocente. Fue a buscarla y le dijo:
_Señora, mi esposo
se ha ido de viaje y estoy solita no más. No tengo nadie para acompañarme. ¿No
podría prestarme a su hijito para que duerma en la casa conmigo? Lo atenderé
muy bien _dijo y le dio dinero.
_Bueno, que vaya,
sólo para esta noche _diciendo, aceptó.
En la tarde, el
chiquito se bañó muy bien con jaboncillo. La mujer le limpió todo el cuerpo con
agua caliente. Le puso ropa bonita y limpia, le echó perfumes olorosos, alistó
todo.
_Vamos a dormir,
aquí. Esta noche voy a quedarme a dormir a tu lado.
Vamos a dormir así
porque estoy solita.
El chiquito hablaba
de una y otra cosa, pero la señora no le contestaba. Así le dio sueño al
chiquito y se durmió. La señora entonces salió despacito, pero tampoco pudo
dormirse en su propio cuarto.
_ ¿Mi hija va a
entrar por aquí o por el otro lado? Quisiera
verla _se decía.
A medianoche, se
escuchó a la vaquita lamentarse.
_ ¡Allí viene! _se
dijo la señora_ ¿Cómo la podré ver?
La vaquita siguió
acercándose y acercándose, hasta la puerta de la calle con un profundo lamento.
Abrió la puerta lentamente y entró despacio al cuarto. Lindas velas estaban
ardiendo. Olfateó todo lo que estaba preparado y sin tocar nada, se acercó al
chiquito. De pronto, se desprendió de su cuerito y se subió a un rincón del catre. La vaquita, que ahora era una
hermosa señorita, se acurrucó al lado del niño. Ambos dormían, pero el niño se
despertó y cuando volteó, la encontró. Toco suavemente la cara de la señorita y
deji dentro sí:
_Pero, ¿qué es
esto? , ¿es la cara de una señorita?
El rostro de la
señorita era suave, como seda. Palpó su cabello que también era como seda.
Bueno, el chico por fin volvió a dormirse y, sin que se diera cuenta, la
vaquita se fue.
A la mañana
siguiente, la señora le preguntó si había dormido bien y le dio de desayuno
galletas y todo lo mejor que tenía. No le preguntó más. Luego le ofreció toda
clase de juguetes para jugar allí. Ya en la tarde. El chiquito le dijo a la
señora que tenía que volver.
_Anda pues y
llévale estas cosas a tu mamita _la señora le envió galletas, azúcar y otras
cosas que la mamá del chiquito recibió con gusto.
_Mamá, mamá _dijo
el chiquito_. Tengo que ir esta noche también a dormir donde la señora,
pobrecita, duerme solita.
Sin embargo, el
chiquito estaba pesando llevar fósforos y vela para poder verle el rostro a la señorita, a la
vaquita.
Llevó sus cosas por
la tarde y converso de todo con la señora que ya estaba en la cama hermosa.
_Yo también entraré, mamita _le dijo.
Nuevamente,
conversaban y conversaban si cesar. Entonces, el chiquito fingió dormirse y la
señora salió.
A la medianoche, se
escuchó el lamento de la vaquita en la esquina de la casa, poro esta vez, el
chiquito estaba despierto, escondido entre las frazadas.
_ ¿Qué cosa es?
¿Por qué entrará aquí?_ comenzó a observar.
El chiquito era
astuto y se había quedado despierto. La vaquita entró, se paró en dos patas y
gozó olfateando todo lo que la señora había puesto allí, pero no tocó nada.
Luego sopló todas las velas, apagándolas. Se acercó a una esquina de la cama y
escuchó un sonido cuando se desprendió de
su cuerito, el cual amontonó para ponérselos otra vez en la mañana-
Durante la noche,
la señorita dormía profundamente, pero el chiquito no. Intentando no hacer
ruido, sacó los fósforos y la vela que había ocultado debajo de su almohada. Al
chiquito le fascinó. Pero justo cuando estaba por apagar la vela, una gota de
cera cayó al rostro de la señorita quien se despertó muy molesta.
_ ¿Por qué me estas
mirando? ¿Por qué me estabas mirando? Ahora sí. Nunca me vas poder encontrar.
Aunque te hagas siete pares ojotas,
aunque te gastes los siete pares buscándome, nunca me vas encontrar.
El chiquito no
sabía qué hacer. La chica se fue, desapareciendo por completo.
En ese mismo
instante, él prendió una vela y comenzó a fabricar ojotas apresuradamente.
Siete pares de ojotas, como ella había
dicho, y en la mañana fue a buscarla. Preguntó y preguntó de pueblo en pueblo,
hasta que en uno de los pueblos le preguntó a una mujer:
_Señora, ¿no habrá
visto a una señorita que pasó por ahí?
_Sí, pasó recién
esta mañana.
_ ¿Ha pasado?
_Sí, ha pasado.
Y continuó su búsqueda. Andaba y andaba por el camino,
de pueblo en pueblo.
Así se volvió un
joven. Hasta ese momento había desgastado dos pares de ojotas. Sin saber qué
hacer, llegó a otro pueblo y preguntó:
_Señora, señora,
quiero preguntarle, ¿acaso ha pasado una señorita por aquí?
_Sí, si pasó, Hace
poquito nomás pasó _le contestó.
_Tal vez pueda
alcanzarla_ se dijo el muchacho y siguió caminado con esa constancia.
Así, siguió pasando
pueblo en pueblo, preguntado a una y a otra persona.
Cuando llegó al
final de un pueblo una señora le dijo.
_Ya no hay más
pueblos. De aquí para adelante es pura tierra húmeda _ pues el joven se había
estado dirigiendo hacía la selva_. Ya no hay poblaciones. ¿A dónde vas a ir?
_Es que estoy
buscando a una señorita, ¿pasó por aquí?
_Sí. Ha pasado por
aquí. Esa señorita se fue hacia las tierras húmedas.
_A lo mejor puedo alcanzarla _ dijo y siguió caminando.
Sólo le quedaron
dos pares de ojotas cuando se estaba adentrando a la selva, cuando se estaba
rodeando de vegetación. Sin embargo, él continuó.
Llegó a un lugar
donde unos cóndores habían matado una vaca, pero ellos no podían
cortarla. Cuando vieron al joven, le dijeron:
_ ¡Alto! ¿A dónde
vas? ¿Qué quieres aquí? Tú no deberías estar caminado por aquí.
_ No, papá, no. Es
que una pena me persigue. Estoy caminado así porque tengo el corazón sonámbulo.
_ ¿Qué?
_Así, papá _y le
contó todo_. Ella pasó por aquí hace poco.
_ ¡Ah, bueno! Si
quieres que te deje pasar, párteme la
carne de esta vaca en pedazos iguales. Porque primero nosotros damos una
ofrenda a nuestro dios de la montaña.
Los cóndores le
daban una ofrenda de carne a su dios mayor de la tierra, a la montaña principal
que comía carne, corazón, ojos y lengua. Primero el dios comía hasta satisfacerse y luego los
demás. Entonces, el joven partió a la vaca en pedazos iguales y se las dio a
los cóndores. Ellos engulleron la carne mientras el joven esperaba:
_ ¡Ay, vida! ¿He
hecho todo esto en vano? ¿Van a comerme a mí también? _Por fin, uno de los cóndores dijo:
_Bueno, ahora uno
de nosotros te va a llevar a un lago. En
la orilla del lago, una cabra está correteando y comiendo. Cógela y corta su
barriguita. Dentro de su barriguita habrá un gato. Corta la barriguita del
gato, dentro habrá un cuy. Corta la barriguita del cuy, allí habrá una paloma
blanca. Tienes que coger esa paloma blanca.
_Ven acá _le dijo
otro cóndor_. Ven acá y agárrate fuerte.
El joven se agarró
del cuerpo del cóndor muy fuerte, hasta con sus piernas.
Entonces, el cóndor
coló muy alto. El joven cerró los ojos con miedo. Cuando se atrevió a ver, los
árboles se veían pequeñísimos, como miniaturas.
_Agárrate bien,
¿ah? Ten cuidado con caerte? Yo no
responderé si te caes.
Luego, el cóndor
descendió por una bajada. Dejó al joven
en la orilla del lago y se fue.
Tal como le
dijeron, había una cabra pastando en la orilla del lago.
_ ¿Y ahora? ¿Cómo
la voy a coger? ¿Cómo la voy a coger? _así comenzó a perseguir a la cabra, pero ella no se
dejaba coger.
La estuvo
persiguiendo un buen tiempo, de un lado a otro. Cuando la cogió por fin, cortó
su barriga con mucho cuidado y descubrió un gato allí. Cortó también la barriga
del gato y dentro había un cuy. Cortó la barriguita del cuy, con su pequeño
cuchillo, con tanto cuidado y allí descubrió a la paloma blanca.
Sin embargo, con un
aleteo, la paloma desapareció.
_ ¡Ay, ay! _el
chico se lamentaba_, ahora ¿qué hago? ¡Qué será de mí vida!
¿Qué hago? _ el
pobre estaba llorando.
Un águila estaba dando vueltas por allí y el joven le
suplicó:
_ ¡Ay, aguilita,
aguilita! ¿No podrías hacerme el favor de dar un aletazo a esa palomita?
El águila lo hizo,
le dio un aletazo a la paloma y la hizo caer al
suelo. El joven la tomó y, allí mismo, se volvió una niña. Había estado
encantada.
_ ¡Ah! Es cierto
que me quieres. Yo pensé que no querías. He sufrido tanto.
_ ¿Cómo llegaste a
esto? _le preguntó sorprendido el joven.
_Yo estaba aquí,
encantada.
_ ¡Ahora podremos
casarnos!
_ ¿Me has buscado
con esa condición?
_Sí – le contestó_
. Sí, nos casaremos.
De pronto,
aparecieron en un rincón del pueblo. Diciendo hacer un hogar lindo, como un
palacio, en ese mismo lugar. Y en un
instante, en medio de la noche, apareció allí, con sirvientes, con empleados,
con todo lo que uno podría desear adentro.
Todos los vecinos
se quedaron admirados.
_ ¿Qué pasa aquí?
Ayer nomás era una pampa. Ahora mira pues, un palacio hermoso ha aparecido.
¿Qué podrá ser? ¿Un encanto? ¿Cómo se puede levantar una casa en una sola
noche?
Todos estaban
admirados.
Por fin, los dos se
casaron. Llamaron al señor cura y se casaron con mucha pompa. Yo también estaba
dando vueltas por allí y te estaba trayendo lonche, pucheros, un poco de todo.
Pero allí, en la esquinita, un perro me lo quitó.
AUTOR:
Teodora Paliza

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