V
LA DESPEDIDA
Aunque inusualmente temprano empezaron a desayunar, absorto
en sus ideas, cuando en eso sonaron golpes a la puerta:
¿Quién es? – Preguntó casi gritando Aurelio, puesto que
estaba con con los efectos de la tensión sufrida.
¡Nosotros, Profe!- fue la respuesta. Se rompió el silencio;
habían llegado dos alumnas, llorosas.
¿Quiénes?, volvió a preguntar de tras las cortinas.
Dijeron sus nombres. Eran las hermanas Azurin vecinas
cercanas de Francisca. Tenían los ojos
cubiertos de llanto. Les hicieron pasar al tiempo que les servían algo de café
con yuca.
Ellas narraron cuanto sabían de lo ocurrido; dijeron que ella
había estado en agonías durante la noche, que se le había hinchado la barriga,
que le dieron de beber mates y pastillas, hasta le aplicaron enemas, pero con
todo había expirado a las tres de la mañana.
Los profes intercambiaron miradas interrogantes y nerviosas, pero se abstuvieron de comentar lo
ocurrido horas antes con aquella extraña voz que les despertó. Era muy raro y
coincidente.
Entre diversos comentarios de recuerdo esperaron a que se
reúnan los alumnos. La noticia se había extendido rápidamente por los caseríos
aledaños. Los alumnos llegaban y cada quien lo hacia con lágrimas en los ojos.
Algunos de ellos portaban pequeños ramos de flores, pues ya sabían que tendrían
que ir a la casa de Panchita, como cariñosamente lo llamaban y para ello
prepararían ofrendas florales. Recordaban cómo guardaba en su bandeja la mazamorra del plan de alimentación y consumía
en sus ratos libres mientras estudiaba. ‘’Rasgaba con su cuchara la bandeja,
luego la olla, hasta dejarlos casi limpios’’. Comentaban a sus compañeros - ‘comía
con gusto, qué pena’’. ‘’Ese día- comentó su amiga- comió muchas cosas;
bastante ‘’paltay q’api’’ (palta estrujada con cebollas y queso) luego preparo
papayas y limas, yo le dije que le haría daño, que tenga cuidado, pero ella se rió’’,
‘’dijo como siempre que tenia ‘’barriga de pobre, olla de cobre’’ – aseveró
otra de sus amigas.
-Yo también, como adivina le dije: ‘’wañuwaqtak’’ (cuidado
que mueras) se rió y no me hizo caso y ahí está, le dio ‘’torzón’’ (oclusión)
dijo entre lágrimas su otra compañera.
Entre llorosos los cuarentitantos niños se enfilaron. El
Director compungido les ratificó de lo ocurrido, luego rezaron tres
Padrenuestros a su memoria. Se organizaron en grupos y alistaron ofrendas
florales, hecho ello, iniciaron el ascenso rumbo a Mercedesniyoq Alta, lugar
donde vivía la occisa. En fila silenciosa y penosa avanzó la comitiva; a la
cabeza iban los alumnos mayores guiando al grupo, primero los más pequeños en
parejas y luego el resto, siempre alterando con los mayores para cuidarlos. El
Profe iba al final para asegurarse que nada ocurra.
Luego de más de una hora, por lo numeroso del grupo,
llegaron a la modesta casa. Sobre un par de tablones a manera de mesa, en medio
de una pequeña habitación de millik’a estaba acomodado el cuerpo yerto de
Panchita Lucia su toca blanca con una túnica verde de limón. Ella había
manifestado en una ocasión que Jehová le había revelado el color de su hábito y
de inmediato lo mandó confeccionar y
desde entonces se lo ponía en los días
de recogimiento que era los sábados.
Parecía dormir, no mostraba ningún rictus de dolor. Sus manos cruzadas sobre el
pecho agarraban tres flores blancas; sus pies calzaban unas sandalias
sencillas. No le había abandonado la dulzura que siempre le caracterizó.
-¡Amén hermano profesor! El señor se lo ha llevado porque
era buena, sólo que nos hará mucha falta. Fueron las palabras de saludo del
hermano mayor de francisca.
El Profe, con la anuncia de los hermanos hizo rezar tres
padrenuestros, luego de ello acomodaron las ofrendas florales cada uno de los
niños. Hasta entonces toda la capilla ardiente consistía en un par de velas que
alumbraban la cabecera de la difunta. No había ninguna estampa ni crucifijo,
pues los de la secta no creen en ello, pero si destacaba una Biblia que estaba
colocada a su costado izquierdo, al lado del corazón, como alguna vez había
manifestado que era su deseo.
Los niños se acomodaron en el estrecho patio de la ladera
mientras consumían sus fiambres y las frutas que les obsequiaron. El Profe y
sus acompañantes se acomodaron sobre unos tablones frente a la difunta. Había
cierto movimiento, pero también se respiraba tranquilidad en la casa. Dijeron
que en otro lugar estaban preparando de tablones había carpinteros y debían
pulir los tablones con una azuela lo más que podían, en seguida lo clavarían lo
mejor posible para que soporte el peso y al tiempo.
Más tarde decidieron trasladar el cadáver a treinta minutos
de caminata enfrente y más arriba de donde estaban, uno porque la vivienda era
muy reducida para soportar el velorio hasta la siguiente mañana y otro porque
era más cercana al cementerio, de manera que del cajón podría estar garantizado
su soporte. Así la acomodaron en una frazada y entre cuatro hermanos lo
llevaron como en camilla, llorando en
silencio por la pérdida y por el momento de imposibilidades en que había
ocurrido el deceso. Colocarían a la occisa en el cajón ya para protegerla de la
tierra y las piedras de su tumba.
Los profes y los niños acompañaron un trecho hasta la
bifurcación del camino y luego de rezar por última vez retornaron con los niños
de la zona baja, pues el resto partieron de allí para sus casas. Llegarían a la
escuela promediando las cuatro de la tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario