viernes, 13 de julio de 2012


V
LA DESPEDIDA
Aunque inusualmente temprano empezaron a desayunar, absorto en sus ideas, cuando en eso sonaron golpes a la puerta:
¿Quién es? – Preguntó casi gritando Aurelio, puesto que estaba con con los efectos de la tensión sufrida.
¡Nosotros, Profe!- fue la respuesta. Se rompió el silencio; habían llegado dos alumnas, llorosas.
¿Quiénes?, volvió a preguntar de tras las cortinas.
Dijeron sus nombres. Eran las hermanas Azurin vecinas cercanas  de Francisca. Tenían los ojos cubiertos de llanto. Les hicieron pasar al tiempo que les servían algo de café con yuca.
Ellas narraron cuanto sabían de lo ocurrido; dijeron que ella había estado en agonías durante la noche, que se le había hinchado la barriga, que le dieron de beber mates y pastillas, hasta le aplicaron enemas, pero con todo había expirado a las tres de la mañana.
Los profes intercambiaron miradas interrogantes y  nerviosas, pero se abstuvieron de comentar lo ocurrido horas antes con aquella extraña voz que les despertó. Era muy raro y coincidente.
Entre diversos comentarios de recuerdo esperaron a que se reúnan los alumnos. La noticia se había extendido rápidamente por los caseríos aledaños. Los alumnos llegaban y cada quien lo hacia con lágrimas en los ojos. Algunos de ellos portaban pequeños ramos de flores, pues ya sabían que tendrían que ir a la casa de Panchita, como cariñosamente lo llamaban y para ello prepararían ofrendas florales. Recordaban cómo guardaba en su bandeja la  mazamorra del plan de alimentación y consumía en sus ratos libres mientras estudiaba. ‘’Rasgaba con su cuchara la bandeja, luego la olla, hasta dejarlos casi limpios’’. Comentaban a sus compañeros - ‘comía con gusto, qué pena’’. ‘’Ese día- comentó su amiga- comió muchas cosas; bastante ‘’paltay q’api’’ (palta estrujada con cebollas y queso) luego preparo papayas y limas, yo le dije que le haría daño, que tenga cuidado, pero ella se rió’’, ‘’dijo como siempre que tenia ‘’barriga de pobre, olla de cobre’’ – aseveró otra de sus amigas.
-Yo también, como adivina le dije: ‘’wañuwaqtak’’ (cuidado que mueras) se rió y no me hizo caso y ahí está, le dio ‘’torzón’’ (oclusión) dijo entre lágrimas su otra compañera.
Entre llorosos los cuarentitantos niños se enfilaron. El Director compungido les ratificó de lo ocurrido, luego rezaron tres Padrenuestros a su memoria. Se organizaron en grupos y alistaron ofrendas florales, hecho ello, iniciaron el ascenso rumbo a Mercedesniyoq Alta, lugar donde vivía la occisa. En fila silenciosa y penosa avanzó la comitiva; a la cabeza iban los alumnos mayores guiando al grupo, primero los más pequeños en parejas y luego el resto, siempre alterando con los mayores para cuidarlos. El Profe iba al final para asegurarse que nada ocurra.
Luego de más de una hora, por lo numeroso del grupo, llegaron a la modesta casa. Sobre un par de tablones a manera de mesa, en medio de una pequeña habitación de millik’a estaba acomodado el cuerpo yerto de Panchita Lucia su toca blanca con una túnica verde de limón. Ella había manifestado en una ocasión que Jehová le había revelado el color de su hábito y de inmediato lo mandó confeccionar  y desde entonces se lo ponía  en los días de recogimiento  que era los sábados. Parecía dormir, no mostraba ningún rictus de dolor. Sus manos cruzadas sobre el pecho agarraban tres flores blancas; sus pies calzaban unas sandalias sencillas. No le había abandonado la dulzura que siempre le caracterizó.
-¡Amén hermano profesor! El señor se lo ha llevado porque era buena, sólo que nos hará mucha falta. Fueron las palabras de saludo del hermano mayor de francisca.
El Profe, con la anuncia de los hermanos hizo rezar tres padrenuestros, luego de ello acomodaron las ofrendas florales cada uno de los niños. Hasta entonces toda la capilla ardiente consistía en un par de velas que alumbraban la cabecera de la difunta. No había ninguna estampa ni crucifijo, pues los de la secta no creen en ello, pero si destacaba una Biblia que estaba colocada a su costado izquierdo, al lado del corazón, como alguna vez había manifestado que era su deseo.
Los niños se acomodaron en el estrecho patio de la ladera mientras consumían sus fiambres y las frutas que les obsequiaron. El Profe y sus acompañantes se acomodaron sobre unos tablones frente a la difunta. Había cierto movimiento, pero también se respiraba tranquilidad en la casa. Dijeron que en otro lugar estaban preparando de tablones había carpinteros y debían pulir los tablones con una azuela lo más que podían, en seguida lo clavarían lo mejor posible para que soporte el peso y al tiempo.
Más tarde decidieron trasladar el cadáver a treinta minutos de caminata enfrente y más arriba de donde estaban, uno porque la vivienda era muy reducida para soportar el velorio hasta la siguiente mañana y otro porque era más cercana al cementerio, de manera que del cajón podría estar garantizado su soporte. Así la acomodaron en una frazada y entre cuatro hermanos lo llevaron como en  camilla, llorando en silencio por la pérdida y por el momento de imposibilidades en que había ocurrido el deceso. Colocarían a la occisa en el cajón ya para protegerla de la tierra y las piedras de su tumba.
Los profes y los niños acompañaron un trecho hasta la bifurcación del camino y luego de rezar por última vez retornaron con los niños de la zona baja, pues el resto partieron de allí para sus casas. Llegarían a la escuela promediando las cuatro de la tarde.

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