ORIGEN DE LOS CHANKAS
Las torrentes aguas de la laguna de Choclococha
_Huancavelica_, se habían estabilizado y sosegado con el lento discurrir del
tiempo. La tierra comenzó a verdearse y llenarse de animales.
En cierta ocasión, de las profundidades insondables y oscuras de esta laguna,
emergieron un par de avecillas muy hermosas de picos corvos, bellos ojos y alas
paradas y poderosas. El ave macho tenía una presencia viril, hermosas chispas
plomizas bajaban desde sus cabeza hasta
un buche abultado, mientras que la hembra dejaba ver un delicado cuello y
patitas delgadas y finas, llenas de colores vivos.
Estas misteriosas aves, después de volar hasta cierta
altura, dirigieron sus miradas
escrutadoras buscando un desfogue de la laguna. Ciertamente, volando por la
orilla de la laguna, ubicaron una indescriptible cascada, por cuyo salto, el agua descendía con una música hermosa, telúrica, nunca
escuchada en la tierra. Las aves, en un santiamén, determinaron seguir el curso de estas aguas, que vienen a
constituir el legendario río Pampas. En
su vuelo percibieron un calor especial que provenía de las profundidades de la quebrada, pero
conforme iban surcando el camino
invisible del cielo, el río crecía y tomaba más fuerza al recibir las aguas de
los riachuelos que bajaban desde las altas montañas azules de los Andes.
Las aves, fatigadas por el vuelo hicieron un alto en uno de
los contrafuertes de la quebrada para
descansar y alimentarse de saltamontes,
sapos, culebras y toda clase de alimentos que se les presentase. Después de llenar sus buches prosiguieron el viaje que se prolongó hasta que agotadas
de tanto volar hicieron otro alto. En
efecto se hospedaron en un gigantesco roquedal llamado Maramara, el cual estaba
lleno de grietas de todo tamaño, tenía
un color rojizo y la forma de batán. A sus espaldas se encontraban inmensas pampas y quebradas
llenas de vegetación.
Después de que las aves permanecieran algunos días en el
roquedal, el halcón hembra deposito, en el nido que había preparado con sus
plumas y hojarascas, un par de huevos blancos con manchas rojas que empollaron con dedicación, cariño y
pasión exclusiva. Se turnaban en este
acto de amor. El futuro advenimiento de
sus descendientes los llenó de regocijo.
Al poco tiempo reventaron los huevos, dando nacimiento a dos seres completamente desnudos. Sus
progenitores se desvivían por
atenderlos. Les daban su alimentación _regurgitando_
el contenido en sus buches; luego de algunos días les proporcionaron pedacitos
de piernas de saltamontes, y súbitamente
la madre de los críos se dio
cuenta de que, sus hijos no tenían
picos, sino bocas con dientes blancos con los cuales masticaban las carnes que les traían ella y el padre de esta prole. La madre abrió
aun más sus ojos para mirar a sus vástagos
descubriendo que: no tenían alas sino brazos con manos, carecían de patas y tenían pies con dedos. La madre casi se muere de una
cardialgia por la sorpresa. Desesperada
Salió del nido.
Las dos aves –después de un tiempo de sufrimiento _ se
resignaron ante la situación que les
tocó vivir y siguieron prodigando, a sus misteriosos hijos, alimentos, calor materno y paterno.
Pasado un tiempo los wamanchas consideraron
que ya habían cumplido con el
ciclo de cuidados y vigilancia que le debían
a su prole; ya no se abastecían para
ofrecerles comida a los críos pues se
habían convertido en voraces consumidores de alimentos y habían crecido tanto
al punto que ocupaban casi toda la gruta. Fue entonces, que decidieron sacarlos del nido.
Maramara está ubicada en el lado derecho del río Pampas,
distrito de Waqhana, provincia de Chincheros, región de Apurímac. Los críos,
después de establecerse en una cueva debajo del roquedal, empujados por la
necesidad vital de alimentarse,
comenzaron a dar los primeros paso, pero con sus cuatro extremidades; iban tras
de los saltamontes para capturarlos y alimentarse de ellos.
Lamentablemente lo que capturaban no era
suficiente, entonces estos seres empezaron a pararse sobre sus pies con la idea de observar a lo
lejos más saltamontes. De esta manera, y siempre exigidos por el hambre,
aprendieron a caminar, como seres
bípedos, y cazaron cuyes, vizcachas y
otros animales.
En una de sus largas caminatas, por las espaldas del gran
roquedal de Maramara, descubrieron unos
frutos que colgaban de la parte media
del tallo de una hermosa planta. Eran los choclos. Como estaban
hambrientos comieron, mazorca tras
mazorca, hasta llenar sus estómagos. No contentos con esto empezaron a
despedazar con los dientes los tallos,
con lo cual sin proponérselo
hicieron brotar el zumo que cada
tallo de maíz guarda entres sus fibras.
Al chupar este jugo, a la par que calmaban se sed, disfrutando de su dulce y
agradable sabor. Al poco rato, los dos seres, empezaron a producir unos sonidos
musicalizados con los cuales podían
comunicarse. ¡Era el lenguaje!
Un tiempo después, estos seres se habían humanizado.
Entonces, premunidos de palos recorrieron
la zona. Sus espaldas ya se las
cubrían con cueros de taruka. Pero, como
también se habían convertido en trashumantes, determinaron buscar un
sitio fijo en el cual vivir puesto que,
además, ya tenían numerosa descendencia. Se establecieron en un lugar denominado Wamankarpa (lugar de halcones), el que estaba
a orillas de la laguna de Anohri y tenían una vista hacia el río Pampas y la
zona de Waqhana. Las primeras noches las pasaron en las cuevas y debajo de los
árboles. En el día aprendieron a sembrar
maíz, papa, quinua.
Después tallaron en una piedra la figura de un halcón, probablemente
en homenaje a sus deidades ancestrales.
Este dios, con el tiempo, llegó a ocupar un lugar preferente en la religiosidad
de esta comunidad; los lugareños le
tributaban diferentes ritos y el prestigio de la deidad y su culto se
difundieron por toda la zona.
Un día, la escultura del halcón apareció destrozada. Este hecho inaudito exasperó a los pobladores, quienes se pusieron a
investigar para dar con el autor sin lograr su propósito; pero, algunos días
después del atentado sucedió algo extraño: Por los bajíos de Waqhana en un lugar denominado Ongoy
(enfermedad) , apareció un enfermedad
desconocida que hacia temblar a
los hombres, a la vez que les hacía vomitar flema y sangre viva. Los
afectados por el mal, cuando este
comenzaba a atacarlos, se quejaban de
fuertes dolores de cabeza. Para aliviarse de esta dolencia buscaban la sombra debajo de los árboles o en
su defecto se echaban de cúbito dorsal, a las orillas de los riachuelos, con las cabezas dentro del agua. La
enfermedad se extendió por las zonas de Toruro, Cuchucusma Tocsopampa. Los
hombres iban cayendo como atravesados
por una
alfanje. La gente decía que era el castigo del dios halcón porque habían
destrozado su figura divina. Los runas ¿qué no hacían para medicinarse? Hasta consumían excrementos de los animales, fuera de
frotarse los cuerpos con sapos, culebras y beber toda clase de mates de yerbas.
Una fecha que la historia sabe, los últimos sobrevivientes
de la zona de de Ongoy, decidieron
abandonar sus queridos bohíos y
fértiles tierras con la finalidad de salvar sus vidas. A este éxodo se sumaron _cargados de sus hijos,
ropa, productos_ los pobladores de Kallapayoq, Toruro, Cuchucusma, Tocsopampa.
Todos ellos se concentraron en el lugar denominado Waqhana (lugar de lágrimas y
despedidas). Después de mirarse lloraron
y también balbucearon algunas palabras significativas:
Adiós pueblo mío,
El destino nos separa
Te llevo en mi corazón
el recuerdo de haber nacido
el recuerdo de haber vivido feliz.
Después de desgarradoras escenas de dolor, la caravana de
sobrevivientes escaló por un caminejo
hacia el abra de Atajara. Los hermosos paisajes de Waqhana y Ongoy
quedaban atrás.
Desde la altura de Atajara los inmigrantes divisaron los
valles de Uripa y Chincheros; al contemplarlos
se quedaron impresionados por la hermosura de éstos. Iniciaron el
descenso, pero ¡oh! Sorpresa, conforme iban descendiendo los dolores de cabeza
fueron desapareciendo.
Dentro de la multitud se había distinguido un joven de buena estatura y de
buen parecer, llamado Anko Ayllu, quien se había convertido en el guía de la comunidad. Los inmigarntes no encontraron un sitio donde hospedarse porque estas tierras de
Uripa y Chincheros ya tenían dueños; en consecuencia determinaron
proseguir el viaje en busca de
otras tierras que pudieran habitarlas
sin que nadie se las disputase. De pronto desde las alturas de Chicmo divisaron
el valle de Chumbao, dividido en dos partes por un río destellante. Quedaron
maravillados por lo que vieron. Anko Ayllu. Emocionado por el primor de las
tierras avistadas, después de un largo rato de éxtasis, organizó una
expedición, encabezada por él, para explotar la cuenca. En efecto poco después
los expedicionarios descendían hacia el valle.
Los inmigrantes habían superado sus males, como tal, se
sentían fortalecidos y solamente aguardaban el retorno de la expedición. En
efecto, después de algunos días, la expedición
retornó con positivas noticias. Los emigrantes bailaron
de alegría al saber que el cacique de Andahuaylas les había señalado una
buena extensión de tierras para que ellos las ocuparan.
Anko Ayllu (nervio de un pueblo) no sólo organizó a su
gente, para que trabajen las tierras y edifiquen sus viviendas, sino que
también confederó a los poblados de aquellos lugares con el nombre de Chankas,
palabra ésta, que podría significar juntar _ch’anqui_. A esta unión se
adhirieron los caciques de Argama, Pinkus, Curampas y los belicosos Chicmo.
Para remate Anko Andahuaylas; como fruto de este matrimonio, vinieron a este
mundo los mellizos llamados: Astu Waraka (estratega en la honda) y Umay Waraka
(cabeza de honderos).
Anko Ayllu, como timonel de esta organización naciente y
después de organizar a los chankas, soñó y decidió ampliar sus dominios; para cuyo efecto, organizó
un ejército para conquistar a los uripinos y chincherinos.
De esta suerte Anko Ayllu, con sus hijos aún niños, partió a
conquistar las zonas de Lukanas, Soras, Huamanga y Waris. En las cruentas
luchas, que demandó la conquista de estos lugares, Anko Ayllu militarizó a sus
hijos a quienes los comparó, por su bravura
y astucia, con los pumas de los
Andes. Además tomó como símbolo y escucho
de lucha al puma, belicosa deidad.
El nombre de Anko Ayllu, comenzó a escucharse no solamente
en parakas, Tiawanaku, sino también en el Cusco. Entonces el héroe soñó con conquistar el imperio del Cusco, para lo cual preparó
mucho más a su ejército.
En vísperas de marchar al Cusco, el general Anko Ayllu envió
un ejército y gran cantidad de llamas hacia la zona de Ongoy a fin de
aprovisionarse de granos de maíz que sirvieran de vituallas para las futuras
luchas punitivas. A la cabeza de esta expedición marchaba su hijo Astu Waraka.
Otro destacamento militar, partió hacia Pampachiri para proveerse, en este
caso, de gran cantidad de auquénidos.
Un buen día, Anko Ayllu decidió por fin, hacer realidad su
sueño para cuyo efecto se puso al frente de un gran ejército de 40.000 hombres
y marchó hacia la ciudad de Cusco. Miles de llamas cargaban el maíz, la papa,
la ropa y las armas. Anko Ayllu portaba, en su brazo izquierdo un escudo que
tenía pintada la figura de un puma, en
la mano derecha una porra; su cuerpo atlético imponía respeto. Sus hijos
también premunidos de armas, estaban a la cabeza de cada batallón. Pese a que aún
estaban en la plenitud de la adolescencia
ya eran redomados en el arte y ciencia de la guerra.
Los chankas no lograron su sueño, por el contrario, fueron
derrotados por el inka Pachakuteq; la
última batalla, en la que cayeron totalmente abatidos fue la de Yawarpampa
(pampa de sangre), en la provincia de Anta, región Cusco. Anko Ayllu después de
llorar y lamentarse por la muerte de sus dos amados hijos, quienes murieron en
estas sangrientas luchas, determinó retornar
a su tierra natal con sus heridos y sin alimentos, seguido del resto de su
falange.
Cuando Anko Ayllu llegó a Andahuaylas ordenó, no
solamente a su ejército, sino también al
pueblo para que se alistaran y marchasen hacia el norte para que de esta
manera, evitasen caer en el poder de los inkas, puesto que tras de ellos estaba
el ejército del inka Pachakuteq persiguiéndolos. Así habían empezado un nuevo
éxodo, marchaban en busca de una tierra
libre. Ellos estaban seguros que, en el camino, no solamente recibirían los ataques de los pueblos que
encontrarían a su paso sino también
sufrirían los rigores de la naturaleza.
Cuando Pachakuteq llegó a Andahuaylas con deseo de capturar
a los cabecillas dl ejército chanka, solamente encontró tierras y casas
abandonadas. Después de recorrer los lugares estratégicos y convencido
que los chankas habían fugado mandó construir una balsa para navegar
sobre las aguas de la bella laguna de Pacucha junto con su estado mayor.
Después de esto ordenó a su ejército
que construya una ciudadela en la zona de
Sondor, para que ésta quede como signo de triunfo.
Los chankas después de caminar más de 1000 kilómetros,
decidieron quedarse en la selva, en la
zona que ahora pertenece a la región de
San Martín.
Hasta hoy Wamankarpa, Ongoy, Waqhana, Maramara y otros pueblos
guardan muchos enigmas del pasado
legendario de los rebeldes y aguerridos chankas.
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