martes, 17 de julio de 2012


ORIGEN DE LOS CHANKAS
Las torrentes aguas de la laguna de Choclococha _Huancavelica_, se habían estabilizado y sosegado con el lento discurrir del tiempo. La tierra comenzó a verdearse y llenarse de animales.
En cierta ocasión, de las profundidades  insondables y oscuras de esta laguna, emergieron un par de avecillas muy hermosas de picos corvos, bellos ojos y alas paradas y poderosas. El ave macho tenía una presencia viril, hermosas chispas plomizas bajaban  desde sus cabeza hasta un buche abultado, mientras que la hembra dejaba ver un delicado cuello y patitas delgadas y finas, llenas de colores vivos.
Estas misteriosas aves, después de volar hasta cierta altura, dirigieron sus  miradas escrutadoras buscando un desfogue de la laguna. Ciertamente, volando por la orilla de la laguna, ubicaron una indescriptible  cascada, por cuyo salto, el agua descendía  con una música hermosa, telúrica, nunca escuchada   en la tierra. Las  aves, en un santiamén, determinaron  seguir el curso de estas aguas, que vienen a constituir el legendario río Pampas. En  su vuelo percibieron un calor especial que provenía  de las profundidades de la quebrada, pero conforme  iban surcando el camino invisible del cielo, el río crecía y tomaba más fuerza al recibir las aguas de los riachuelos que bajaban desde las altas montañas azules de los Andes.
Las aves, fatigadas por el vuelo hicieron un alto en uno de los contrafuertes de la quebrada  para descansar  y alimentarse de saltamontes, sapos, culebras y toda clase de alimentos que se les presentase. Después  de llenar sus buches prosiguieron  el viaje que se prolongó hasta que agotadas de tanto volar hicieron  otro alto. En efecto se hospedaron en un gigantesco roquedal llamado Maramara, el cual estaba lleno de grietas  de todo tamaño, tenía un color rojizo y la forma de batán. A sus espaldas  se encontraban inmensas pampas y quebradas llenas de vegetación.
Después de que las aves permanecieran algunos días en el roquedal, el halcón hembra deposito, en el nido que había preparado con sus plumas y hojarascas, un par de huevos blancos con manchas  rojas que empollaron con dedicación, cariño y pasión exclusiva. Se turnaban  en este acto de amor. El futuro  advenimiento de sus descendientes los llenó de regocijo.
Al poco tiempo reventaron los huevos, dando nacimiento  a dos seres completamente desnudos. Sus progenitores se desvivían  por atenderlos. Les daban su alimentación  _regurgitando_ el contenido en sus buches; luego de algunos días  les proporcionaron  pedacitos  de piernas de saltamontes, y súbitamente  la madre de los críos  se dio cuenta de que, sus hijos no tenían  picos, sino bocas con dientes blancos con los cuales masticaban  las carnes que les traían  ella y el padre de esta prole. La madre abrió aun más sus ojos para mirar a sus vástagos  descubriendo  que: no tenían  alas sino brazos con manos, carecían  de patas y tenían pies  con dedos. La madre casi se muere de una cardialgia  por la sorpresa. Desesperada Salió del nido.
Las dos aves –después de un tiempo de sufrimiento _ se resignaron ante la situación  que les tocó vivir y siguieron prodigando, a sus misteriosos  hijos, alimentos, calor materno y paterno.
Pasado un tiempo los wamanchas  consideraron  que ya habían  cumplido con el ciclo de cuidados  y vigilancia que le debían a su prole; ya no se abastecían  para ofrecerles comida a los críos  pues se habían convertido en voraces consumidores de alimentos y habían crecido tanto al punto que ocupaban casi toda la gruta. Fue entonces, que decidieron  sacarlos del nido.
Maramara está ubicada en el lado derecho del río Pampas, distrito de Waqhana, provincia de Chincheros, región de Apurímac. Los críos, después de establecerse en una cueva debajo del roquedal, empujados por la necesidad  vital de alimentarse, comenzaron a dar los primeros paso, pero con sus cuatro extremidades; iban tras de los saltamontes para capturarlos y alimentarse de ellos. Lamentablemente  lo que capturaban no era suficiente, entonces estos seres empezaron a pararse  sobre sus pies con la idea de observar a lo lejos más saltamontes. De esta manera, y siempre exigidos por el hambre, aprendieron  a caminar, como seres bípedos, y cazaron  cuyes, vizcachas y otros  animales.
En una de sus largas caminatas, por las espaldas del gran roquedal de Maramara, descubrieron  unos frutos  que colgaban de la parte media del tallo de una hermosa planta. Eran los choclos. Como estaban hambrientos  comieron, mazorca tras mazorca, hasta llenar sus estómagos. No contentos con esto empezaron a despedazar  con los dientes los tallos, con lo cual sin proponérselo  hicieron  brotar el zumo que cada tallo de maíz  guarda entres sus fibras. Al chupar este jugo, a la par que calmaban se sed, disfrutando de su dulce y agradable sabor. Al poco rato, los dos seres, empezaron a producir unos sonidos musicalizados con los cuales podían  comunicarse. ¡Era el lenguaje!
Un tiempo después, estos seres se habían humanizado. Entonces, premunidos de palos recorrieron  la zona. Sus espaldas  ya se las cubrían  con cueros de taruka. Pero, como también  se habían convertido  en trashumantes, determinaron buscar un sitio  fijo en el cual vivir puesto que, además, ya tenían  numerosa  descendencia. Se establecieron  en un lugar denominado  Wamankarpa (lugar de halcones), el que estaba a orillas de la laguna de Anohri y tenían una vista hacia el río Pampas y la zona de Waqhana. Las primeras noches las pasaron en las cuevas y debajo de los árboles. En  el día aprendieron a sembrar maíz, papa, quinua.
Después tallaron en una piedra la figura de un halcón, probablemente en homenaje a sus deidades  ancestrales. Este dios, con el tiempo, llegó a ocupar un lugar preferente en la religiosidad de esta comunidad; los lugareños  le tributaban diferentes ritos y el prestigio de la deidad y su culto se difundieron por toda la zona.
Un día, la escultura del halcón apareció  destrozada. Este hecho inaudito exasperó  a los pobladores, quienes se pusieron a investigar para dar con el autor sin lograr su propósito; pero, algunos días después del atentado sucedió algo extraño: Por los bajíos  de Waqhana en un lugar denominado Ongoy (enfermedad) , apareció un enfermedad  desconocida  que hacia temblar a los hombres, a la vez que les hacía vomitar flema y sangre viva. Los afectados  por el mal, cuando este comenzaba a atacarlos, se quejaban  de fuertes dolores de cabeza. Para aliviarse de esta dolencia  buscaban la sombra debajo de los árboles o en su defecto se echaban  de cúbito  dorsal, a las orillas de los riachuelos,  con las cabezas dentro del agua. La enfermedad se extendió por las zonas de Toruro, Cuchucusma Tocsopampa. Los hombres iban  cayendo como atravesados por  una  alfanje. La gente decía que era el castigo del dios halcón porque habían destrozado su figura divina. Los runas ¿qué no hacían para medicinarse? Hasta consumían  excrementos de los animales, fuera de frotarse los cuerpos con sapos, culebras y beber toda clase de mates de yerbas.

Una fecha que la historia sabe, los últimos sobrevivientes de la zona de de Ongoy, decidieron  abandonar sus queridos bohíos  y fértiles tierras con la finalidad de salvar sus vidas. A  este éxodo se sumaron _cargados de sus hijos, ropa, productos_ los pobladores de Kallapayoq, Toruro, Cuchucusma, Tocsopampa. Todos ellos se concentraron en el lugar denominado Waqhana (lugar de lágrimas y despedidas). Después  de mirarse lloraron y también balbucearon algunas palabras significativas:
Adiós pueblo mío,
El destino nos separa
Te llevo en mi corazón
el recuerdo de haber nacido
el recuerdo de haber vivido feliz.
Después de desgarradoras escenas de dolor, la caravana de sobrevivientes escaló por un caminejo  hacia el abra de Atajara. Los hermosos paisajes de Waqhana y Ongoy quedaban  atrás.
Desde la altura de Atajara los inmigrantes divisaron los valles de Uripa y Chincheros; al contemplarlos  se quedaron impresionados por la hermosura de éstos. Iniciaron el descenso, pero ¡oh! Sorpresa, conforme iban descendiendo los dolores de cabeza fueron desapareciendo.
Dentro de la multitud se había  distinguido un joven de buena estatura y de buen parecer, llamado Anko Ayllu, quien se había convertido en el guía  de la comunidad. Los  inmigarntes no encontraron un sitio  donde hospedarse porque estas tierras de Uripa y Chincheros  ya tenían  dueños; en consecuencia  determinaron  proseguir  el viaje en busca de otras tierras que pudieran  habitarlas sin que nadie se las disputase. De pronto desde las alturas de Chicmo divisaron el valle de Chumbao, dividido en dos partes por un río destellante. Quedaron maravillados por lo que vieron. Anko Ayllu. Emocionado por el primor de las tierras avistadas, después de un largo rato de éxtasis, organizó una expedición, encabezada por él, para explotar la cuenca. En efecto poco después los expedicionarios  descendían  hacia el valle.
Los inmigrantes habían superado sus males, como tal, se sentían fortalecidos y solamente aguardaban el retorno de la expedición. En efecto, después de algunos días, la expedición  retornó con positivas noticias. Los emigrantes  bailaron  de alegría al saber que el cacique de Andahuaylas les había señalado una buena extensión  de tierras para  que ellos las ocuparan.
Anko Ayllu (nervio de un pueblo) no sólo organizó a su gente, para que trabajen las tierras y edifiquen sus viviendas, sino que también confederó a los poblados de aquellos lugares con el nombre de Chankas, palabra ésta, que podría significar juntar _ch’anqui_. A esta unión se adhirieron los caciques de Argama, Pinkus, Curampas y los belicosos Chicmo. Para remate Anko Andahuaylas; como fruto de este matrimonio, vinieron a este mundo los mellizos llamados: Astu Waraka (estratega en la honda) y Umay Waraka (cabeza de honderos).
Anko Ayllu, como timonel de esta organización naciente y después de organizar a los chankas, soñó y decidió  ampliar sus dominios; para cuyo efecto, organizó un ejército para conquistar a los uripinos y chincherinos.
De esta suerte Anko Ayllu, con sus hijos aún niños, partió a conquistar las zonas de Lukanas, Soras, Huamanga y Waris. En las cruentas luchas, que demandó la conquista de estos lugares, Anko Ayllu militarizó a sus hijos a quienes los comparó, por su bravura  y astucia, con los pumas  de los Andes. Además tomó como símbolo  y escucho de lucha al puma, belicosa deidad.
El nombre de Anko Ayllu, comenzó a escucharse no solamente en parakas, Tiawanaku, sino también en el Cusco. Entonces el héroe  soñó con conquistar  el imperio del Cusco, para lo cual preparó mucho más a su ejército.
En vísperas de marchar al Cusco, el general Anko Ayllu envió un ejército y gran cantidad de llamas hacia la zona de Ongoy a fin de aprovisionarse de granos de maíz que sirvieran de vituallas para las futuras luchas punitivas. A la cabeza de esta expedición marchaba su hijo Astu Waraka. Otro destacamento militar, partió hacia Pampachiri para proveerse, en este caso, de gran cantidad de auquénidos.
Un buen día, Anko Ayllu decidió por fin, hacer realidad su sueño para cuyo efecto se puso al frente de un gran ejército de 40.000 hombres y marchó hacia la ciudad de Cusco. Miles de llamas cargaban el maíz, la papa, la ropa y las armas. Anko Ayllu portaba, en su brazo izquierdo un escudo que tenía  pintada la figura de un puma, en la mano derecha una porra; su cuerpo atlético imponía respeto. Sus hijos también premunidos de armas, estaban a la cabeza de cada batallón. Pese a que aún estaban en la plenitud de la adolescencia  ya eran redomados en el arte y ciencia de la guerra.
Los chankas no lograron su sueño, por el contrario, fueron derrotados por el inka Pachakuteq;  la última batalla, en la que cayeron totalmente abatidos fue la de Yawarpampa (pampa de sangre), en la provincia de Anta, región Cusco. Anko Ayllu después de llorar y lamentarse por la muerte de sus dos amados hijos, quienes murieron en estas sangrientas  luchas, determinó retornar a su tierra natal con sus heridos y sin alimentos, seguido del resto de su falange.
Cuando Anko Ayllu llegó a Andahuaylas ordenó, no solamente  a su ejército, sino también al pueblo para que se alistaran y marchasen hacia el norte para que de esta manera, evitasen caer en el poder de los inkas, puesto que tras de ellos estaba el ejército del inka Pachakuteq persiguiéndolos. Así habían empezado un nuevo éxodo,  marchaban en busca de una tierra libre. Ellos estaban seguros que, en el camino, no solamente recibirían  los ataques de los pueblos que encontrarían  a su paso sino también sufrirían  los rigores de la naturaleza.
Cuando Pachakuteq llegó a Andahuaylas con deseo de capturar a los cabecillas dl ejército chanka, solamente encontró tierras y casas abandonadas. Después de recorrer los lugares estratégicos  y convencido  que los chankas  habían  fugado mandó construir una balsa para navegar sobre las aguas de la bella laguna de Pacucha junto con su estado mayor. Después   de esto ordenó a su ejército que construya  una ciudadela en la zona de Sondor, para que ésta quede como signo de triunfo.
Los chankas después de caminar más de 1000 kilómetros, decidieron  quedarse en la selva, en la zona que ahora pertenece  a la región de San Martín.
Hasta hoy Wamankarpa, Ongoy, Waqhana, Maramara y otros pueblos guardan muchos enigmas  del pasado legendario de los rebeldes y aguerridos chankas.

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