lunes, 16 de julio de 2012


El AMOR ETERNO DE UN DIOS ANDINO POR UNA PASTORA
Cuentan los antiguos  hombres, que en Lauramarka _provincia actual de Quispicanchis_, vivía un afincado de horca y cuchillo que tenía grandes extensiones de tierras, cantidades de ganado de toda especie, numerosa servidumbre. Su hacienda lindaba con otras provincias de la región del Cusco. El  terrateniente _fuera de administrar sus dominios _ se dedicaba  a la caza de animales salvajes, para lo cual utilizaba sus armas de fuego; también, se dedicaba a la juerga, sobre  todo con las mujeres. Para él no había  amor imposible, pues como todas estaban en sus dominios, en cualquier momento podía tomar a cualquiera de ellas incluso a las casadas.
Do Fernando, que así se llamaba este personaje, conoció a la Mariacha, hija de sus fámulos, desde que está fuera niña; era  muy agraciada pero fue destinada a pastar las ovejas del hacendado en los bajíos de la legendaria  montaña  de Ocongate.
Con el tiempo Mariacha comenzó a hermosearse  y tomar un monumental  cuerpo; don Fernando estaba tras ella. Sucedió entonces que Mariacha veía que todos los días en los bajíos de la montaña, sobre su cabeza, volaba, concéntricamente, un cóndor. Se hizo rutinario  este hecho, incluso le sirvió de númen para crear un wayno, cuyas letras decían lo siguiente:
‘’Condorcito de alas fuertes y largas
Tráeme un amor que me ame de verdad.
Cómo no tengo alas como tú
Para volar a los brazos de mi amado
Para abrazarle y besarle eternamente.

Condorcito por qué no me llevas
Allá lejos, encima de las nubes
Para divisar a mi futuro amado’’
Después de cantar solía jugar con los canes lanudos y chuscos que le acompañaban en sus actividades pastoriles.
En cierta ocasión, divisó a un hombre que se aproximaba hacia ella – la pastora se imaginó que era el hacendado que solía venir de vez en cuando trayéndole algunos dulces para galantearla_ pero conforme se acercaba, distinguió que no era el afincado sino un joven apuesto, cuya cabeza se la cubría  con un chullo rojo, parte de sus cuerpo estaba abrigado por una bufanda  blanca y sus piernas por un pantalón, calzaba unas ojotas y medias tejidas por manos andinas. El muchacho después de saludar a Mariacha le habló con tono muy amable:
_¿Qué haces por acá hermosa mujer?
_Estoy apacentado las ovejas de mi patrón _ contestó la muchacha.
_¿Puedes permitirme  venir todos los días  a conversar contigo?
_Con mucho gusto _ respondió la joven.
Desde entonces, el cóndor gigante desapareció  del cielo de Mariacha y ella dejó de cantar su wayno, pues ella ya tenía la compañía  del apuesto joven con quien platicaba todos los días incansablemente.
Después de un tiempo, Mariacha apareció en estado. Ella por todos los medios intentaba ocultar  su embarazo; pero con el tiempo se le hizo notorio. Entonces la pastora disimulaba su situación  arremangando su pollera hacia la cintura y luego se dedicaba a hilar una porción de lana con una hermosa rueca. Pero a  don Fernando quien iba engañarle. Cegado por los celos partió  una mañana muy temprano a la choza de Mariacha e interrogarla sobre quién era el autor del niño que llevaba en sus entrañas; pero ella _pese a las amenazas_ se negó a contestar. Entonces en afincado tomó la fatal determinación de castigarla con la rienda de su caballo hasta arrancarle la confesión. Ciertamente la mujer, después de recibir los latigazos, confesó. ¿Y qué hizo el terrateniente? Lleno de cólera, armado con su carabina, cabalgando su caballo, marchó a los bajíos de Ocongate. Después de una larga cabalgata don Fernando encontró al joven amante de la pastora en una choza de piedras que había  construido, sin darle tiempo para defenderse, disparó varios tiros sobre el cuerpo frágil  del amante quien cayó de cruces mortalmente herido. Éste para Mariacha no era un cóndor sino un apuesto joven lleno de cualidades y virtudes.
Al día siguiente muy temprano Mariacha se encaminó  hacia los bajíos de Ocongate arreando las ovejas del hacendado. Pero, cuando llegó a la casa de sus idilios, encontró a su amante muerto con varias  perforaciones de bala en los órganos  vitales. Corrió  a su encuentro, lo abrazó e intentó revivirlo pero ya era tarde. La mujer se puso a llorar inconteniblemente hasta que finalmente se desmayó. Cuando despertó del vahído ya no estaba el cadáver de su amante. Hecha una loca comenzó a caminar por caminar dejando a las ovejas y perros a su suerte.
Mariacha, llorando, seguía caminando por quebradas, montañas y pampas desconocidas pronunciando el nombre de su amante. A su voz solamente le respondían  los ecos de las montañas. Mariacha lo amaba de corazón. Los amantes se habían jurado amor eterno.
Desde el momento en que mató a amante de la Mariacha el hacendado comenzó a sentir unos escozores insoportables en la punta de los dedos de las manos. Qué no hacía  para contrarrestar  esta horrible molestia. Se frotaba con todos los instrumentos que encontraba a su paso, incluso con  piedras ásperas hasta que finalmente se hirió, pero el escozor seguía avanzando incontrolablemente.
De pronto comenzó al perfilarse la tristeza de la noche. Mariacha no había comido un bocado en todo el día, pero seguía caminado por los solitarios parajes. Y divisó a lo lejos que un hombre se aproximaba hacia  ella. Mariacha _al ver que quien se acercaba tenia parecido  físico  con su amante_ abrió más sus ojos. Reconoció que era su amado _se olvidó que él había muerto con los balazos del hacendado_ presto se abalanzó a sus brazos diciendo:
_¿Dónde has estado amor mío? ¿Quién te ha ocultado? ¿Acaso no te  he amado con todo mi corazón?
La bella mujer le abrazaba, le besaba incansablemente, bañando con sus lágrimas el semblante de amante. Después de un largo rato, los dos amantes comenzaron a desplazarse por un caminejo, guiados por las primeras luces de la luna. Luego de caminar un largo rato trecho, por fin se cansaron. El joven después de sentarse en un poyo de tierra le habló a su amada:
_Mariacha, amor mío, tengo mucha hambre, no sé qué comer, varios días no he probado ni un bocado.
_Amor, yo igual me encuentro sin comer.
_Entonces prosigamos el viaje, ojalá por ahí alguien  se compadezca de nosotros _ habló el amante.
_Está bien _dijo la pastora.
Nuevamente se pusieron a caminar, pero esta vez agarrados de la mano. De pronto en la semioscuridad dela noche, empezó a perfilarse una vivienda, conforme se iban aproximando a ella, Mariacha y el amante se sentían  cada vez más alegres puesto que, por menos, ya tendrían  un sitio bajo techo donde pasar la noche. Cuando llegaron a la puerta de aquella casa solitaria vieron, por una rendija, que dentro había una luz; se animaron a tocar la puerta.
_¡Buenas noches! ¿Qué desean? _Dijo alguien, desde el interior de la habitación.
_¡Madre mía, somos viajeros y no hay un lugar donde hospedarnos! _Contestó Mariacha.
Presto una mujer abrió la puerta de su casa, luego de mirar a los viajeros habló:
_Está bien, pero tú mujer dormirás en mi habitación y tu esposo dormirá en el cuarto de mis perros.
Los amantes se miraron, no había otra alternativa que aceptar. La muchacha  dijo:
_Está bien señora.
Después que la pareja ingresó al viejo cortijo, la anciana entró a la cocina de donde sacó dos platos de comida de chuño para que se sirvan los forasteros quienes se apoltronaron encima de dos asientos de chuchao y devoraron  el alimento.
La oscuridad de la noche había  cubierto la solitaria casa porque la luz de la luna se había sumergido  dentro de la neblina. Después que los amantes manducaron a satisfacción dijo la anciana:
_Bueno señor, ya puedes entrar a la habitación de los perros para que pases la noche, toma esta frazada y este cuero.
Dicho esto salió  la mujer, seguida del amante, por la puerta trasera de la habitación, ciertamente había  gran número de perros que pululaban por el patio de la casa. Cuando la mujer abrió la puerta de una pequeña habitación, los galgos ingresaron en fila. Luego la anciana habló a los canes:
_Perros, acá tienen un huésped, cuidado con molestarle.
Como si los animales entendieran las palabras de la mujer, no dieron ningún ladrido. El joven  amante pasó a la pequeña habitación para pernoctar.
Mientras tanto allá en la casa de Don Fernando, la servidumbre lo veía con horror, porque los primeros huesillos de sus dedos empezaron a desprendérsele  uno por uno. La gente decía que era el castigo de los dioses porque posiblemente mató a uno de sus hijos.
La anciana a su vez se recostó  en su lecho –Mariacha estaba cerca a ella recostada encima de dos cueros, cubierta con dos frazadas_ luego de apagar la luz con un soplo preguntó:
_¿Quien es el joven que te acompaña?
Mariacha, con lágrimas en los ojos, relató la historia de amor que había protagonizado en los bajíos de la montaña de Ocongate. Al final la anciana habló:
_María, ese joven ya no te pertenece.
_Pero ¿por qué señora? Él es padre del hijo que tengo en mis entrañas. Yo le amo de todo corazón.
_Mujer, así dice mi conciencia _dijo  la anciana.
_Pero señora ¿cómo puedo saber que él ya no me pertenece?
_María yo te aconsejo que, mañana al amanecer, en cuanto lo veas lo abrazas, luego le metes tu mano dentro de sus costillas.
_Está bien _repuso Mariacha.
Por fin, después de platicar las dos mujeres se quedaron dormidas. La noche volaba lentamente arrastrada  por sus millones de alas largas.
Al afincado no solamente comenzaron a desprendérsele  sus huesillos de las manos sino también el radio y cubito de los brazos.
Después de un profundo sueño, Mariacha despertó, pero al amanecer cuando abrió sus ojos, ya no estaba en la habitación donde se había hospedado sino se encontraba dentro de un cementerio. Ella _ al darse cuenta- toda desesperada corrió hacia la puerta del campo santo, encontró a su amante durmiendo. Se lanzó encima del joven, él se despertó sobresaltado pero después tranquilizó  a la mujer; seguidamente abandonaron el cementerio.
El terrateniente  gritando desesperado, hecho un condenado, atormentado por el dolor comenzó a recorrer por sus propiedades levantado sus húmeros sangrantes.
Cuando llegaron  los enamorados a un recoveco del camino; ella tomó la iniciativa de abrazar y besar a su amante. En esas circunstancias  _conforme al consejo de la anciana_ introdujo su mano derecha dentro de las costillas de su amado, entonces sus dedos chocaron con una gran cantidad de huesos. Mariacha espantada empujó a un lado a su amante y luego fugó.
Los perros de la servidumbre del hacendado estaban tras él, en vista que sus carnes comenzaron a apestar.
El amante desesperado comenzó a perseguir a Mariacha diciendo: ¡Mariacha, amor mío, espérame! ¿Acaso no me has jurado amor eterno? Los ecos de las montañas respondían  las voces tronantes del amante. Mariacha percibió que él estaba tan sólo a unos pasos tras ella a a punto de agarrarla, en un momento de desesperación sacó su peine de su cabellera y lo lanzó delante de su amante. El peine se convirtió  en una montaña de espinos, el perseguidor comenzó a enredarse sin poder desprenderse, cayendo al suelo en repetidas  oportunidades, mientras Mariacha aprovechaba para correr y librarse.
El terrateniente  escaló a la punta de un barranco.
El perseguidor después de que se  desprendiera de los horribles y dolorosos espinos, corría en alcance  de Mariacha. El amante, por fin la alcanzó, pero ella como último recurso para no ser aprehendida le dio un escupitajo en su faz. La saliva se convirtió  en gran cantidad de agua que remojó la tierra formando un lodazal intransitable, que impidió  al amante avanzar.
Mientras tanto el hacendado terminó por lanzarse a un abismo insondable, gritando.
Mariacha, toda sudorosa, fatigada y cansada llegó a las orillas de un rió caudaloso, pero, cuando miró de reojo a su retaguardia, divisó que su amante estaba tras de ella. Mariacha, toda desesperada cogió una bosta de ganado, la lanzó al agua, la boñiga se convirtió en un bongo. Mariacha sin pensar mucho se lanzó encima de la lancha, luego cruzó el río. Abruptamente Mariacha escuchó por tras de su espalda, una voz tronante:¡Mariacha amor mío por qué huyes! ¿Acaso no me has jurado amor eterno? La  mujer ya no tenía mas recursos para eludirlo, entonces –después de correr un largo trecho- se lanzó a un fango muy cerca de una laguna. Paulatinamente, comenzó a sumergirse en la profundidad de la ciénaga. El amante desesperado no sabía  qué hacer. Al no poder soportar el dolor que le causaba el hecho que su amante y su hijo mueran dentro del lodazal tomó su forma original de cóndor y agitando sus alas se elevó por los aires y luego se lanzó tras Mariacha. El ave sagrada con sus patas gruesas y robustas agarró de sus brazos a su amada y la sacó del inmenso fango El cóndor muy alegre se llevó a la pastora al Hanaq Pacha la morada de los dioses andinos.

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