El AMOR ETERNO DE UN DIOS ANDINO POR UNA PASTORA
Cuentan los antiguos
hombres, que en Lauramarka _provincia actual de Quispicanchis_, vivía un
afincado de horca y cuchillo que tenía grandes extensiones de tierras,
cantidades de ganado de toda especie, numerosa servidumbre. Su hacienda lindaba
con otras provincias de la región del Cusco. El
terrateniente _fuera de administrar sus dominios _ se dedicaba a la caza de animales salvajes, para lo cual
utilizaba sus armas de fuego; también, se dedicaba a la juerga, sobre todo con las mujeres. Para él no había amor imposible, pues como todas estaban en sus
dominios, en cualquier momento podía tomar a cualquiera de ellas incluso a las
casadas.
Do Fernando, que así se llamaba este personaje, conoció a la
Mariacha, hija de sus fámulos, desde que está fuera niña; era muy agraciada pero fue destinada a pastar las
ovejas del hacendado en los bajíos de la legendaria montaña
de Ocongate.
Con el tiempo Mariacha comenzó a hermosearse y tomar un monumental cuerpo; don Fernando estaba tras ella.
Sucedió entonces que Mariacha veía que todos los días en los bajíos de la
montaña, sobre su cabeza, volaba, concéntricamente, un cóndor. Se hizo
rutinario este hecho, incluso le sirvió
de númen para crear un wayno, cuyas letras decían lo siguiente:
‘’Condorcito de alas fuertes y largas
Tráeme un amor que me ame de verdad.
Cómo no tengo alas como tú
Para volar a los brazos de mi amado
Para abrazarle y besarle eternamente.
Condorcito por qué no me llevas
Allá lejos, encima de las nubes
Para divisar a mi futuro amado’’
Después de cantar solía jugar con los canes lanudos y chuscos
que le acompañaban en sus actividades pastoriles.
En cierta ocasión, divisó a un hombre que se aproximaba
hacia ella – la pastora se imaginó que era el hacendado que solía venir de vez
en cuando trayéndole algunos dulces para galantearla_ pero conforme se
acercaba, distinguió que no era el afincado sino un joven apuesto, cuya cabeza
se la cubría con un chullo rojo, parte
de sus cuerpo estaba abrigado por una bufanda
blanca y sus piernas por un pantalón, calzaba unas ojotas y medias
tejidas por manos andinas. El muchacho después de saludar a Mariacha le habló
con tono muy amable:
_¿Qué haces por acá hermosa mujer?
_Estoy apacentado las ovejas de mi patrón _ contestó la
muchacha.
_¿Puedes permitirme
venir todos los días a conversar
contigo?
_Con mucho gusto _ respondió la joven.
Desde entonces, el cóndor gigante desapareció del cielo de Mariacha y ella dejó de cantar
su wayno, pues ella ya tenía la compañía
del apuesto joven con quien platicaba todos los días incansablemente.
Después de un tiempo, Mariacha apareció en estado. Ella por
todos los medios intentaba ocultar su
embarazo; pero con el tiempo se le hizo notorio. Entonces la pastora disimulaba
su situación arremangando su pollera
hacia la cintura y luego se dedicaba a hilar una porción de lana con una
hermosa rueca. Pero a don Fernando quien
iba engañarle. Cegado por los celos partió
una mañana muy temprano a la choza de Mariacha e interrogarla sobre
quién era el autor del niño que llevaba en sus entrañas; pero ella _pese a las
amenazas_ se negó a contestar. Entonces en afincado tomó la fatal determinación
de castigarla con la rienda de su caballo hasta arrancarle la confesión.
Ciertamente la mujer, después de recibir los latigazos, confesó. ¿Y qué hizo el
terrateniente? Lleno de cólera, armado con su carabina, cabalgando su caballo,
marchó a los bajíos de Ocongate. Después de una larga cabalgata don Fernando
encontró al joven amante de la pastora en una choza de piedras que había construido, sin darle tiempo para defenderse,
disparó varios tiros sobre el cuerpo frágil
del amante quien cayó de cruces mortalmente herido. Éste para Mariacha
no era un cóndor sino un apuesto joven lleno de cualidades y virtudes.
Al día siguiente muy temprano Mariacha se encaminó hacia los bajíos de Ocongate arreando las
ovejas del hacendado. Pero, cuando llegó a la casa de sus idilios, encontró a
su amante muerto con varias
perforaciones de bala en los órganos
vitales. Corrió a su encuentro,
lo abrazó e intentó revivirlo pero ya era tarde. La mujer se puso a llorar
inconteniblemente hasta que finalmente se desmayó. Cuando despertó del vahído
ya no estaba el cadáver de su amante. Hecha una loca comenzó a caminar por
caminar dejando a las ovejas y perros a su suerte.
Mariacha, llorando, seguía caminando por quebradas, montañas
y pampas desconocidas pronunciando el nombre de su amante. A su voz solamente
le respondían los ecos de las montañas.
Mariacha lo amaba de corazón. Los amantes se habían jurado amor eterno.
Desde el momento en que mató a amante de la Mariacha el
hacendado comenzó a sentir unos escozores insoportables en la punta de los
dedos de las manos. Qué no hacía para
contrarrestar esta horrible molestia. Se
frotaba con todos los instrumentos que encontraba a su paso, incluso con piedras ásperas hasta que finalmente se
hirió, pero el escozor seguía avanzando incontrolablemente.
De pronto comenzó al perfilarse la tristeza de la noche.
Mariacha no había comido un bocado en todo el día, pero seguía caminado por los
solitarios parajes. Y divisó a lo lejos que un hombre se aproximaba hacia ella. Mariacha _al ver que quien se acercaba
tenia parecido físico con su amante_ abrió más sus ojos. Reconoció
que era su amado _se olvidó que él había muerto con los balazos del hacendado_
presto se abalanzó a sus brazos diciendo:
_¿Dónde has estado amor mío? ¿Quién te ha ocultado? ¿Acaso
no te he amado con todo mi corazón?
La bella mujer le abrazaba, le besaba incansablemente,
bañando con sus lágrimas el semblante de amante. Después de un largo rato, los
dos amantes comenzaron a desplazarse por un caminejo, guiados por las primeras
luces de la luna. Luego de caminar un largo rato trecho, por fin se cansaron.
El joven después de sentarse en un poyo de tierra le habló a su amada:
_Mariacha, amor mío, tengo mucha hambre, no sé qué comer,
varios días no he probado ni un bocado.
_Amor, yo igual me encuentro sin comer.
_Entonces prosigamos el viaje, ojalá por ahí alguien se compadezca de nosotros _ habló el amante.
_Está bien _dijo la pastora.
Nuevamente se pusieron a caminar, pero esta vez agarrados de
la mano. De pronto en la semioscuridad dela noche, empezó a perfilarse una
vivienda, conforme se iban aproximando a ella, Mariacha y el amante se
sentían cada vez más alegres puesto que,
por menos, ya tendrían un sitio bajo
techo donde pasar la noche. Cuando llegaron a la puerta de aquella casa
solitaria vieron, por una rendija, que dentro había una luz; se animaron a
tocar la puerta.
_¡Buenas noches! ¿Qué desean? _Dijo alguien, desde el
interior de la habitación.
_¡Madre mía, somos viajeros y no hay un lugar donde
hospedarnos! _Contestó Mariacha.
Presto una mujer abrió la puerta de su casa, luego de mirar
a los viajeros habló:
_Está bien, pero tú mujer dormirás en mi habitación y tu
esposo dormirá en el cuarto de mis perros.
Los amantes se miraron, no había otra alternativa que
aceptar. La muchacha dijo:
_Está bien señora.
Después que la pareja ingresó al viejo cortijo, la anciana
entró a la cocina de donde sacó dos platos de comida de chuño para que se
sirvan los forasteros quienes se apoltronaron encima de dos asientos de chuchao
y devoraron el alimento.
La oscuridad de la noche había cubierto la solitaria casa porque la luz de
la luna se había sumergido dentro de la
neblina. Después que los amantes manducaron a satisfacción dijo la anciana:
_Bueno señor, ya puedes entrar a la habitación de los perros
para que pases la noche, toma esta frazada y este cuero.
Dicho esto salió la
mujer, seguida del amante, por la puerta trasera de la habitación, ciertamente
había gran número de perros que
pululaban por el patio de la casa. Cuando la mujer abrió la puerta de una
pequeña habitación, los galgos ingresaron en fila. Luego la anciana habló a los
canes:
_Perros, acá tienen un huésped, cuidado con molestarle.
Como si los animales entendieran las palabras de la mujer,
no dieron ningún ladrido. El joven
amante pasó a la pequeña habitación para pernoctar.
Mientras tanto allá en la casa de Don Fernando, la
servidumbre lo veía con horror, porque los primeros huesillos de sus dedos
empezaron a desprendérsele uno por uno.
La gente decía que era el castigo de los dioses porque posiblemente mató a uno
de sus hijos.
La anciana a su vez se recostó en su lecho –Mariacha estaba cerca a ella
recostada encima de dos cueros, cubierta con dos frazadas_ luego de apagar la
luz con un soplo preguntó:
_¿Quien es el joven que te acompaña?
Mariacha, con lágrimas en los ojos, relató la historia de
amor que había protagonizado en los bajíos de la montaña de Ocongate. Al final la
anciana habló:
_María, ese joven ya no te pertenece.
_Pero ¿por qué señora? Él es padre del hijo que tengo en mis
entrañas. Yo le amo de todo corazón.
_Mujer, así dice mi conciencia _dijo la anciana.
_Pero señora ¿cómo puedo saber que él ya no me pertenece?
_María yo te aconsejo que, mañana al amanecer, en cuanto lo
veas lo abrazas, luego le metes tu mano dentro de sus costillas.
_Está bien _repuso Mariacha.
Por fin, después de platicar las dos mujeres se quedaron
dormidas. La noche volaba lentamente arrastrada
por sus millones de alas largas.
Al afincado no solamente comenzaron a desprendérsele sus huesillos de las manos sino también el
radio y cubito de los brazos.
Después de un profundo sueño, Mariacha despertó, pero al
amanecer cuando abrió sus ojos, ya no estaba en la habitación donde se había
hospedado sino se encontraba dentro de un cementerio. Ella _ al darse cuenta-
toda desesperada corrió hacia la puerta del campo santo, encontró a su amante
durmiendo. Se lanzó encima del joven, él se despertó sobresaltado pero después
tranquilizó a la mujer; seguidamente
abandonaron el cementerio.
El terrateniente
gritando desesperado, hecho un condenado, atormentado por el dolor
comenzó a recorrer por sus propiedades levantado sus húmeros sangrantes.
Cuando llegaron los
enamorados a un recoveco del camino; ella tomó la iniciativa de abrazar y besar
a su amante. En esas circunstancias
_conforme al consejo de la anciana_ introdujo su mano derecha dentro de
las costillas de su amado, entonces sus dedos chocaron con una gran cantidad de
huesos. Mariacha espantada empujó a un lado a su amante y luego fugó.
Los perros de la servidumbre del hacendado estaban tras él,
en vista que sus carnes comenzaron a apestar.
El amante desesperado comenzó a perseguir a Mariacha
diciendo: ¡Mariacha, amor mío, espérame! ¿Acaso no me has jurado amor eterno?
Los ecos de las montañas respondían las
voces tronantes del amante. Mariacha percibió que él estaba tan sólo a unos
pasos tras ella a a punto de agarrarla, en un momento de desesperación sacó su
peine de su cabellera y lo lanzó delante de su amante. El peine se
convirtió en una montaña de espinos, el
perseguidor comenzó a enredarse sin poder desprenderse, cayendo al suelo en
repetidas oportunidades, mientras
Mariacha aprovechaba para correr y librarse.
El terrateniente
escaló a la punta de un barranco.
El perseguidor después de que se desprendiera de los horribles y dolorosos
espinos, corría en alcance de Mariacha.
El amante, por fin la alcanzó, pero ella como último recurso para no ser
aprehendida le dio un escupitajo en su faz. La saliva se convirtió en gran cantidad de agua que remojó la tierra
formando un lodazal intransitable, que impidió
al amante avanzar.
Mientras tanto el hacendado terminó por lanzarse a un abismo
insondable, gritando.
Mariacha, toda sudorosa, fatigada y cansada llegó a las
orillas de un rió caudaloso, pero, cuando miró de reojo a su retaguardia,
divisó que su amante estaba tras de ella. Mariacha, toda desesperada cogió una
bosta de ganado, la lanzó al agua, la boñiga se convirtió en un bongo. Mariacha
sin pensar mucho se lanzó encima de la lancha, luego cruzó el río. Abruptamente
Mariacha escuchó por tras de su espalda, una voz tronante:¡Mariacha amor mío
por qué huyes! ¿Acaso no me has jurado amor eterno? La mujer ya no tenía mas recursos para eludirlo,
entonces –después de correr un largo trecho- se lanzó a un fango muy cerca de
una laguna. Paulatinamente, comenzó a sumergirse en la profundidad de la ciénaga.
El amante desesperado no sabía qué
hacer. Al no poder soportar el dolor que le causaba el hecho que su amante y su
hijo mueran dentro del lodazal tomó su forma original de cóndor y agitando sus
alas se elevó por los aires y luego se lanzó tras Mariacha. El ave sagrada con
sus patas gruesas y robustas agarró de sus brazos a su amada y la sacó del
inmenso fango El cóndor muy alegre se llevó a la pastora al Hanaq Pacha la
morada de los dioses andinos.
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