VENGANZA AMOROSA
Después de radicar en la ciudad de Lima, en un barrio
residencial, sirviendo a la patria, buen tiempo, como parlamentario, don Luis
de los Reyes retornó a su progresista hacienda de Mozobamba, en compañía de su esposa que el destino, a manos llenas,
le había puesto en el camino.
Doña Olinda de los Ríos, descendía de los antiguos
gobernantes del país, tenía un escultural cuerpo, una belleza incomparable, una
hermosa tez bruñida de color blanco rosado, miembros muy delicados y una linda
voz. Cuando don Luis la conoció en una fiesta quedó impresionado y hechizado al
instante, acaso hasta enfermo por el amor de Olinda.
Don Luis de los Reyes llegó de Lima trayendo cinco fusiles
en su ampuloso equipaje. El ex parlamentario, después de descansar algunos
días en su hacienda, junto con su
consorte y hacerle conocer sus dominios, llamó a cinco de sus sirvientes, a los
más intrépidos y valientes, y les ensañó
a manejar las armas, y los acomodó en lugares estratégicos de la finca, con el dedo en el gatillo, con
órdenes precisas de disparar a quien se presente, si es que tuviera semblante
blanco, contextura atlética y fuese
simpático. Este pequeño pelotón lo comandaba el mayordomo de la hacienda
Mozobamba quien había demostrado fidelidad y disciplina al hacendado, durante
su ausencia.
Después del retorno de don Luis de los Reyes de la ciudad de
Lima, la situación de la hacienda
cambió, nadie podía ingresar sin su identificación y permiso del mayordomo.
La señora Olinda pasaba todos los días recorriendo la
gigantesca hacienda acompañada por un par de mozas quienes trataban de
entretenerle relatándole algunos hechos
del lugar.
Don Luis de los Reyes, después de estar algunos meses en su finca,
frecuentaba la urbe del Cusco, siempre con el problema del negocio. Mientras
que Olinda, como se quedaba en la finca, llegó a hastiarse de la monotonía de
la vida ya que ella estaba acostumbrada a reuniones sociales y fiestas. Para
romper esta situación comenzó a frecuentar
la capital de la provincia en busca de laguna distracción o de algo que le ayude a matar el tiempo.
Un día, en la puerta de la hacienda de Mozobamba se presentó
un fraile d la orden dominicana, quien frisaba
aproximadamente los treintaicinco
años de edad; era blanquiñoso y tenía contextura atlética. Dijo que traía la
palabra de Dios para los dueños y trabajadores de la finca. El mayordomo y el
resto de los armados, bajaron la guardia, invitaron al fraile a pasar a la
inmensa casa hacienda. El religioso, después de agradecer a los custodios,
ingresó con paso lento, allí se encontró con la señora Olinda de los Ríos,
quien, como si conociera al recién
llegado, lo recibió con mucho
cariño. Los vigilantes retornaron a sus
puestos, mientras que la señora, junto con el fraile, pasaba a una de las amplias
habitaciones de la casa hacienda.
Después de un largo tiempo, la señora Olinda salió de la
habitación y se dirigió donde el
mayordomo para decirle que notifique a toda la servidumbre de la hacienda para
que esa noche la confiese en la capilla y al día siguiente, después de escuchar
la santa misa, comulgue.
Efectivamente, el mayordomo junto con el resto de los
guardianes armados se movilizaron por la aldea notificación a la servidumbre para que se confiese esa noche y al día
siguiente escuche la misa y comulgue.
Esta noticia recorrió
como el viento de agosto. Esta noche, no solamente la servidumbre, llenó la
hacienda, sino, también, otras personas del lugar puesto que de muchos años
llegaba a la hacienda de Mozobamba un sacerdote.
Al día siguiente el patio de la casa hacienda estaba repleto
de fieles. Y es que. Efectivamente. La noche anterior, el fraile se había
dedicado a confesar. A más de ello, la gente clamaba el bautizo de sus hijos.
Cuando salió el sol por el horizonte, la muchedumbre vestida con sus mejores indumentarias,
aguardaba el sacerdote. Además todos ellos se encontraban en ayunas para
recibir la santa comunión después de la
misa; ante esto el mayordomo se vio obligado a ir a la habitación de la señora Olinda para suplicarle que le
diga al fraile que vaya a celebrar la misa, que ya era tarde. Pero se dio con
la sorpresa de que la habitación contigua donde se había alojado el sacerdote
e, igualmente, la encontró vacía. El mayordomo buscó de habitación en
habitación, tampoco estaban en alguna de ellas: Finalmente, llegó a la
conclusión de que el fraile y la señora Olinda habían fugado de la hacienda.
La noticia escandalizó a los campesinos, quienes no podían
explicarse qué había pasado.
La noticia de la fuga d la señora Olinda con el fraile
dominico traspasó los territorios de la hacienda. Don Luis se convirtió en el desayuno, almuerzo y cena de la gente.
Después d algunos días de ausencia llegó don Luis de los
Reyes a su progresista hacienda, y al informarse de lo sucedido casi se murió
de cólera y de vergüenza; sin dar cara a su servidumbre se metió en su
habitación donde se puso a llorar inconsolablemente. Estaba seguro de que sus
enemigos políticos a nivel nacional se
jaranearían al enterarse del engaño del que había sido victima.
¿Por qué había desaparecido la señora Olinda con el fraile,
de la hacienda Mozobamba? La señora Olinda, mientras don Luis estaba
parlamentando en el congreso, había
mantenido una relación amorosa clandestina con el joven y simpático aviador.
A partir de la desaparición de doña Olinda con un fraile
_aviador_ cambió el mundo para don Luis, ya no salía fuera de la frontera de
sus dominios, ingresó en un total ostracismo; se dedicó de lleno a hacer
producir sus tierras y sus sueños de
ser, algún día, candidato a la presidencia de la república de
desvanecieron.
Al final de muchos meses de retiro, don Luis de los Reyes,
incrementó el número de las domésticas
de la hacienda, pero ellas tenían
que cumplir algunos requisitos: ser jóvenes, simpáticas y aseadas. Ciertamente, tenía a su servicio
muchas cocineras, lavanderas, llaveras, limpiadoras de los muebles, pero ellas
no eran eternas en la hacienda, sino servían un tiempo y se retiraban; otras
ocupaban sus plazas.
Lo extraño del caso era que muchas de las mujeres que salían
de la hacienda contraían nupcias pero ya
no podían concebir un hijo para sus
maridos ¿Qué había pasado con ellas?
¿Acaso habían ingresado a la hacienda en calidad de fámulas para labrar su desgracia por algunos reales? Sólo, una de las mujeres
concibió un hijo para el hacendado Luis
de los Reyes. El niño creció criado por su padre. Pero la mujer ¡desapareció!
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