LA DESPEDIDA
VI
POR ULTIMA VEZ… ADIÓS
La escuela estaba silenciosa. Sólo los golpes de un
pintoresco pájaro carpintero que hurgaba a las termitas a salir del madero rompía la soledad valluna. Los profes de dejaron las
mochilas y se fueron casi a doscientos metros playa abajo ya cerca del rió. Allí vivía don Gregorio
Aguilar con su esposa doña
Margarita Vargas. Ellos eran sus amigos.
Fueron como siempre a comprar frutas,
especialmente plátanos de sancochar. Demoraron
cerca de una hora entre comentarios con los dueños de casa que se sentían
siempre a gusto con los docentes.
Después de una conversación entre amena y necrófila se despidieron de la pareja que había decidido viajar al siguiente día a Quillabamba. Al retornar a
la escuela se encontraron con Julia
Mamani que desesperado llegaba en ese
preciso momento, sudoroso y lloroso,
pues su madre extrañamente se había sentido muy mal y necesitaba de alcohol
para reanimarla. Mientras los profes buscaban lo requerido el joven les narró
lo ocurrido:
Doña Melchora, madre de Julián, que pasaba por el camino
cercano a la escuela, había decidido como de costumbre dar un saludo a los
profes. Cuando volteó de tras la construcción
para dirigirse al salón ‘’residencia’’ se encontró con Panchita, a quien sin
preocupación le preguntó por los profes
pero ella no le dio importancia y siguió sentada con la cara apoyada entre sus manos y mirando hacia
el poniente. Doña Melchora le volvió a
preguntar llamándola de su nombre, reclamando por qué no le respondía o es que tal vez se sentía
mal, en respuesta ella levantó la cabeza y le miro con las cuencas vacías de sus ojos. Doña Melchora se frotó los ojos
y cuando nuevamente miró no había nadie, sólo un silencio aterrador. Se le
erizaron los cabellos, le dio nauseas y
casi arrastrándose llegó a la casa
vecina, donde precisamente aullaban los
perros. Por suerte su hijo Julián
se encontraba allí y
balbuceante le narró lo sucedido. Los
dueños de casa y Julián le enteraron que en esos momentos a la muchacha
la estaban velando. La mujer, ya avanzada de edad, no pudo soportar la impresión
y se desmayó, fue por eso que Julián había acudido donde los profes.
Luego de recibir un frasquito de alcohol Julián se fue apresurado pues su madre estaba
‘’qhayqasqa’’ (hay la creencia que cuando se encuentran con el espíritu se enferman de susto que hasta pueden morir).
La tensión aumentó en el trío especialmente en las mujeres que desde ese momento no
frieron los plátanos, prepararon el
café y haciéndolo enfriar
cenaron con avidez, urgidos por dejar la cocina.
Cayó la noche más
lóbrega y pesada que la anterior
por las impresiones recibidas. Graznaron
los búhos y bandadas de murciélagos empezaron a revolotear por todo el entorno de
la escuela, especialmente atraídos por la fragancia de los plátanos y papayas que habían
comprado.
Se Internaron en el aula vivienda asegurado bien la chapa de
la puerta, encendieron el lamparín y la radio que como siempre con
interferencias trasmitía esta vez una
emisora de Quillabamba, que emitió
un anuncio que al día siguiente pagarían a los profesores de la zona.
Con el alivio de la noticia de inmediato
hicieron sus equipajes olvidando momentáneamente los sucesos.
Concluidos los preparativos se hicieron a la cama, pues debían madrugar
para la caminata y así poder alcanzar a
algún camión que les transportaría hasta Quillabamba.
Conversaron forzando
ánimo hasta promediar las diez de la noche ya que pues no tenían sueño.
Rezaron, apagaron el lamparín y procuraron dormir. Lo hicieron por un breve
lapso de tiempo. De pronto los despertó
el chirriar de la puerta, los pasos dados como con calzados de taco mediano. Levemente se movió el
cortinaje y luego se escucharon los
gritos balbuceantes de la docente
auxiliar, cuya tarima quedaba cerca al
acceso d la cortina. Todos estaban
inmovilizados. La pareja de esposos se pellizcaban entre si y no tenían valor para moverse ni decir palabra. Tenían los ojos abiertos y
claramente veían en la penumbra a un
bulto extraño sentado en la cama de Julia, que daba gritos y pataleaba por
deshacerse del ente.
Cogiendo coraje Aurelio intentó varias veces encender la lámpara sin
lograrlo. Su esposa comenzó a rezar, mientras él por fin prendió la luz. En ese
momento, como un leve viento movió la cortina y se alejaron unos pasos, chirrió
la puerta y volvió la tranquilidad.
Julia, de un salto se
acomodó a los pies de la pareja, temblorosa y llorando de susto. Narró
brevemente que había visto su cara, que
era ella, con las cuencas vacías de sus ojos, se había sentado al borde de su
cama y trataba de echarse en el lugar
donde estaba. Que se levantó rápido en
cuanto lograron prender la luz y zafó
por entre el cortinaje.
Los tres temblaban. La habían visto también en presencia.
Los perros a lo lejos aullaban y nuevamente inundó el ambiente el milagro hedor
a zorrino. Rezaron un buen rato e hicieron cruces con la mano, disminuyeron la
luz de la lámpara y procuraron dormitar con los fósforos y linterna a la mano.
Si fueron segundos o siglos, no lo contaron. Pero nuevamente chirrió la puerta
y sintieron los pasos con calzados de medio taco y el chirriar también de la carpeta al sentarse. Esta vez los tres se pellizcaban de nervios.
Claramente se noto tras la cortina el rebuscar cuadernos y fojearlos afanosamente
como quien busca algún apunte. Luego de ‘’siglos’’ en esa actitud,
escucharon el destapar de una olla de aluminio y cogió la entidad una bandeja de produciendo los sonidos del
rasqueteo con cuchara, como si algo
estuviera consumiendo. Rasqueteó luego la olla, la tapó y destapó una y otra
vez, enseguida… silencio… ambiente de
extrema tensión… Los tres, atónitos, ya
se mojaban de miedo. Estaban con
los cabellos erizados, sudorosos, mudos,
no tenían valor para avivar la
lámpara, pues la entidad estaba de pie en el acceso de la cortina en actitud de contemplarlos. La
impotencia se apoderó de ellos, sus miembros
no les obedecían para nada, se les privó el habla y automáticamente temblaban,
bañados por un extraño sudor frio.
Una vez más el bulto se sentó en la cama vacía y desde
ahí les contempló por largos momentos.
En seguida, en actitud decidida, el espíritu se les aproximó deteniéndose
junto a la cama de los tres
aumentando así el paroxismo del terror. En la penumbra, pues la lámpara no
estaba del todo apagada, se notaba claramente sus facciones: era una forma de
mujer que flotaba, tenía la cara redonda
con las cuencas vacías de sus ojos, tenía los brazos entrecruzados en el pecho y la especie de de toca que cubría sus cabeza. Sólo le faltaba
hablar. Afuera los perros aullaban desesperadamente desde lejos, el ambiente estaba
extremadamente cargado. Aurelio no soportó más. Sacó todo su valor
exclamando a viva voz un par de
¡carajos! Y simultáneamente empezó a
santiguar en toda dirección mientras
María avivaba la llama de la lámpara. La
entidad, como anteriormente lo hizo, salió como viento, moviendo la cortina y
haciendo sonar la puerta. Se apoderó un silencio abrumador, tan sólo parecía
retumbar los latidos de sus pechos y el
fuelleo respiratorio. Los tres estaban
prácticamente enterrados disputando las cobijas, lo habían no sólo notado sino contemplado y ya no cabía duda que se trataba de Francisca; puesto que para
asistir a la escuela usaba unos zapatos
con medio taco con punta y ella era de cara redonda y siempre tenía la actitud de cruzar los brazos como
quien escondía sus senos.
¿Cuánto tiempo duró la visita? No sabían, puesto que querían
ni pisar en lo que seguiría. Alguno encendió la radio y se expandió una
agradable cumbia colombiana. Se mantuvieron con la luz encendida santiguándose
ante cualquier ruido, pues claramente se notaba que en el ambiente aún esta la
entidad o es que sus nervios la estaban reproduciendo. Fue una eternidad de
respiraciones entrecortadas. Procuraban hablar de cualquier cosa, pero la
tensión siempre esta presente, hasta
que cantaron los gallos y con ellos
recordaron del reloj, vieron la hora que hasta entonces se habían olvidado de
hacerlo y eran las cuatro de la madrugada.
Al canto de los gallos automáticamente les abandonó todo temor; se normalizó el
ambiente y de inmediato zafaron
de la cama de la cama para alistarse
y viajar. Se sirvieron del termo el café y se dispusieron a tomarlo.
Antes de partir escucharon el relincho y los pasos de un caballo, así como
voces conocidas. Era don Gregorio Aguilar y su compadre, que enterados del
viaje de los maestros, se aproximaban
para ayudarles a cargar sus cosas hasta
la oroya. Les hicieron pasar a que se sirvan un café, y le narraron lo ocurrido. El veterano de las guerrillas de
Hugo Blanco en Chaupimayu les manifestó
que era probable que la occisa haya dejado sus pertenencias. En efecto
se fijaron en la carpeta y los cuadernos, que noche antes no vieron, estaban en
desorden sobre el tablero, las ollas de aluminio se veían destapadas, al fondo una bandeja con
cuchara conteniendo la palta estrujada. Intercambiaron miradas de extrañeza,
estaban estupefactos. Aurelio arrojó la palta hacia el cafetal cercano, metió
los cuadernos en una bolsa para encargar
en Campanayoq que se los entregaran a sus deudos. Cogieron sus bultos, cargaron
en el cuadrúpedo y enrumbaron a la oroya entre diversos comentarios. Había ya más
tranquilidad puesto estaban junto a un ex_ guerrillero que les
infundía mayor confianza.
En el trayecto se encontraron con don Eufrasio Ccapchi, el
sacerdote israelita, quien también se dirigía hacia la oroya, junto con dos
hermanos para hacer algunas compras. De primera intención le entregaron la
bolsa con las pertenencias de Francisca, por lo que agradeció. Don Eufrasio,
sin mediar pregunta alguna, les contó sobre los sucesos del velorio entre ellos
y que todos se habían retirado a dormir en una habitación a las once de la
noche, para no perturbar la tranquilidad de Francisca. Según sus rituales para este tipo de
acontecimientos, dejaron al cadáver con
las luces apagadas para que también
descase para su viaje del día siguiente.
Luego agregó que al primer canto del gallo todos prendieron las velas,
cantaron, rezaron, junto al cuerpo yacente, como el inicio de la despedida y de
las últimas horas junto a su familia y los suyos.
Todos escuchaban silenciosos. Mientras tanto llegaron a la
oroya en el preciso momento en que un
camión se estacionaba haciéndoles señas para que se apuren, pasaron
por la oroya entre despedidas y buenos
augurios, rumbo a Quillabamba.
Ya tranquilos en el camión mientras viajaban comentaban entre los tres acompañantes. Llegaron a la
conclusión de que la pesadilla empezó a las once de la noche, hora en que los
israelitas concluyeron el velorio y se fueron a dormir. Así mismo. La pesadilla
concluyó al canto del primer gallo, justo en el momento en que, según don Eufrasio,
los hermanos despertaron e iniciaban la despedida a la difunta con himnos y
oraciones por ser su última estadía.
_Era muy estudiosa- comentó Julia, quien fuera su maestra –
hasta se despidió de sus cuadernos y quiso hacerlo también de sus maestros,
sólo que nos hizo pasar mala noche, llena de temores.
_Seguro no se convencía de su deceso y su nuevo estado-
aseveró Aurelio.
_Tenia buen apetito, yo siempre la veía masticando algo-
comentó María-se despidió de su bandeja
de plástico y de la olla que le servía de alacena. ¡Mejor ya no hablemos de lo
ocurrido!.
Con estas y otras deducciones continuaron el viaje con ganas
de no volver, para no soportar nuevas visitas paranormales, en un lugar donde
para ser auxiliado hay que gritar a pulmón lleno sin obtener respuesta, en medio de la selva, los cafetos
y los árboles gigantes, que en las
noches parecen terribles sayones que a uno le hacen venia cuando pasan cerca a
ellos. Lamentablemente, Aurelio debía volver y para colmo… solo, porque su
auxiliar renunció a su colocación. Al llegar a Quillabamba se fueron directamente
al Restaurante de la Satuca Parisaca donde, luego de bromearles por las
caras que mostraban, les sirvió un
suculento caldo de gallina. Allí se les unió el ‘’Monte Ukuku’’_ oso del monte-
Efraín Madera, ‘’Monte gringo’’ René
Tito, el ‘’monte K’uyka’’ _lombriz del monte- Rubén Delgado y el ‘’monte
Waylachu’’ _bandolero del monte- Leoncio Pary. Todos estaban bien empolvados y
tan sedientos como tampones abandonados. Todos eran profesores montañeses, una
hermosa familia de colegas como creo ya no hay. Después de intercambiar abrazos de saludos, pidieron sus cervezas heladas y
sus respectivos caldos. Fue un gran alivio
para los desvelados, y la
cerveceada fue tan buena que se olvidaron del kukuchi.
Urubamba, 28 de Diciembre 199
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