domingo, 15 de julio de 2012


LA DESPEDIDA
VI
POR ULTIMA VEZ… ADIÓS
La escuela estaba silenciosa. Sólo los golpes de un pintoresco pájaro carpintero que hurgaba a las termitas  a salir del madero rompía  la soledad valluna. Los profes de dejaron las mochilas y se fueron casi a doscientos metros playa abajo  ya cerca del rió. Allí vivía  don Gregorio  Aguilar  con su esposa doña Margarita  Vargas. Ellos eran sus amigos. Fueron como siempre  a comprar frutas, especialmente plátanos de sancochar. Demoraron  cerca de una hora entre comentarios con los dueños de casa que se sentían siempre a gusto  con los docentes. Después de una conversación entre amena y necrófila  se despidieron de  la pareja que había decidido viajar  al siguiente día a Quillabamba. Al retornar a la escuela se encontraron    con Julia Mamani  que desesperado llegaba en ese preciso momento,  sudoroso y lloroso, pues su madre extrañamente se había sentido muy mal y necesitaba de alcohol para reanimarla. Mientras los profes buscaban lo requerido el joven les narró lo ocurrido:
Doña Melchora, madre de Julián, que pasaba por el camino cercano a la escuela, había decidido como de costumbre dar un saludo a los profes. Cuando volteó de tras la construcción  para dirigirse al salón ‘’residencia’’ se  encontró con Panchita, a quien sin preocupación  le preguntó por los profes pero ella no le dio importancia y siguió sentada con la  cara apoyada entre sus manos y mirando hacia el poniente. Doña Melchora le volvió  a preguntar llamándola de su nombre, reclamando por qué  no le respondía o es que tal vez se sentía mal, en respuesta ella levantó la cabeza y le miro con las cuencas vacías  de sus ojos. Doña Melchora se frotó los ojos y cuando nuevamente miró no había nadie, sólo un silencio aterrador. Se le erizaron  los cabellos, le dio nauseas y casi arrastrándose  llegó a la casa vecina,  donde precisamente aullaban los perros. Por  suerte su hijo  Julián  se encontraba allí  y balbuceante  le narró lo sucedido. Los dueños de casa y  Julián  le enteraron que en esos momentos  a la muchacha  la estaban velando. La mujer, ya avanzada de edad, no pudo soportar  la impresión  y se desmayó, fue por eso que Julián había acudido donde los profes.
Luego de recibir un frasquito de alcohol Julián  se fue apresurado pues su madre estaba ‘’qhayqasqa’’ (hay la creencia que cuando se encuentran con el espíritu  se enferman de susto que hasta pueden morir). La tensión  aumentó  en el trío especialmente  en las mujeres que desde ese momento no frieron  los plátanos, prepararon el café  y haciéndolo  enfriar  cenaron con avidez, urgidos por dejar la cocina.
Cayó la noche más  lóbrega  y pesada que la anterior por las impresiones  recibidas. Graznaron los búhos  y bandadas  de murciélagos  empezaron a revolotear por todo el entorno de la escuela, especialmente atraídos por la fragancia  de los plátanos y papayas  que habían  comprado.
Se Internaron en el aula vivienda asegurado bien la chapa de la puerta, encendieron el lamparín y la radio que como siempre con interferencias trasmitía esta vez una  emisora de Quillabamba, que emitió  un anuncio que al día siguiente pagarían a los profesores de la zona. Con el alivio  de la noticia de inmediato hicieron sus equipajes  olvidando  momentáneamente  los sucesos.  Concluidos  los preparativos  se hicieron a la cama, pues debían madrugar para la caminata  y así poder alcanzar a algún camión  que les transportaría  hasta Quillabamba.
Conversaron  forzando ánimo hasta promediar las diez de la noche ya que pues no tenían sueño. Rezaron, apagaron  el lamparín  y procuraron dormir. Lo hicieron por un breve lapso  de tiempo. De pronto los despertó el chirriar de la puerta, los pasos dados como con calzados  de taco mediano. Levemente se movió el cortinaje  y luego se escucharon los gritos balbuceantes  de la docente auxiliar, cuya tarima quedaba  cerca al acceso  d la cortina. Todos estaban inmovilizados. La pareja de esposos se pellizcaban  entre si y no tenían valor para moverse  ni decir palabra. Tenían los ojos abiertos y claramente veían  en la penumbra a un bulto extraño sentado en la cama de Julia, que daba gritos y pataleaba por deshacerse del ente.
Cogiendo coraje Aurelio intentó  varias veces encender la lámpara sin lograrlo. Su esposa comenzó a rezar, mientras él por fin prendió la luz. En ese momento, como un leve viento  movió   la cortina y se alejaron unos pasos, chirrió la puerta y volvió la tranquilidad.
 Julia, de un salto se acomodó a los pies de la pareja, temblorosa y llorando de susto. Narró brevemente  que había visto su cara, que era ella, con las cuencas  vacías  de sus ojos, se había sentado al borde de su cama y trataba de  echarse en el lugar donde estaba. Que se levantó rápido  en cuanto lograron prender  la luz y zafó por entre el cortinaje.
Los tres temblaban. La habían visto también en presencia. Los perros a lo lejos aullaban y nuevamente inundó el ambiente el milagro hedor a zorrino. Rezaron un buen rato e hicieron cruces con la mano, disminuyeron la luz de la lámpara y procuraron dormitar con los fósforos y linterna a la mano. Si fueron segundos o siglos, no lo contaron. Pero nuevamente chirrió la puerta y sintieron los pasos con calzados de medio taco y el chirriar  también de la carpeta al sentarse. Esta  vez los tres se pellizcaban de nervios. Claramente se noto tras la cortina el rebuscar cuadernos y fojearlos  afanosamente  como quien busca algún apunte. Luego de ‘’siglos’’ en esa actitud, escucharon el destapar de una olla de aluminio y cogió la entidad  una bandeja de produciendo los sonidos del rasqueteo  con cuchara, como si algo estuviera  consumiendo. Rasqueteó  luego la olla, la tapó y destapó una y otra vez, enseguida… silencio… ambiente de  extrema tensión… Los tres, atónitos, ya  se mojaban de  miedo. Estaban con los cabellos erizados, sudorosos, mudos,  no tenían  valor para avivar la lámpara, pues la entidad estaba de pie en el acceso  de la cortina en actitud de contemplarlos. La impotencia se apoderó de ellos, sus miembros  no les obedecían para nada, se les privó el habla y automáticamente temblaban, bañados por un extraño sudor frio.
Una vez más el bulto se sentó en la cama vacía y desde ahí  les contempló por largos momentos. En seguida, en actitud decidida, el espíritu se les aproximó  deteniéndose  junto a la cama de  los tres aumentando así el paroxismo del terror. En la penumbra, pues la lámpara no estaba del todo apagada, se notaba claramente sus facciones: era una forma de mujer que flotaba, tenía la cara redonda  con las cuencas vacías de sus ojos, tenía  los brazos entrecruzados  en el pecho y la especie de  de toca que cubría sus cabeza. Sólo le faltaba hablar. Afuera los perros aullaban desesperadamente  desde lejos, el ambiente estaba extremadamente cargado. Aurelio no soportó más. Sacó todo su valor exclamando  a viva voz un par de ¡carajos! Y simultáneamente   empezó a santiguar en toda dirección  mientras María avivaba  la llama de la lámpara. La entidad, como anteriormente lo hizo, salió como viento, moviendo la cortina y haciendo sonar la puerta. Se apoderó un silencio abrumador, tan sólo parecía retumbar  los latidos de sus pechos y el fuelleo   respiratorio. Los tres estaban prácticamente  enterrados  disputando las cobijas, lo habían  no sólo notado sino contemplado  y ya no cabía duda  que se trataba de Francisca; puesto que para asistir a la escuela usaba unos zapatos  con medio taco con punta y ella era de cara redonda y siempre  tenía la actitud de cruzar los brazos como quien escondía sus senos.
¿Cuánto tiempo duró la visita? No sabían, puesto que querían ni pisar en lo que seguiría. Alguno encendió la radio y se expandió una agradable cumbia colombiana. Se mantuvieron con la luz encendida santiguándose ante cualquier ruido, pues claramente se notaba que en el ambiente aún esta la entidad o es que sus nervios la estaban reproduciendo. Fue una eternidad de respiraciones entrecortadas. Procuraban hablar de cualquier cosa, pero la tensión  siempre esta presente, hasta que  cantaron los gallos y con ellos recordaron del reloj, vieron la hora que hasta entonces se habían olvidado de hacerlo y eran las cuatro de la madrugada.
Al canto de los gallos automáticamente  les abandonó todo temor; se normalizó el ambiente  y de inmediato  zafaron  de la cama de la cama para alistarse  y viajar. Se sirvieron del termo el café y se dispusieron a tomarlo. Antes de partir escucharon el relincho y los pasos de un caballo, así como voces conocidas. Era don Gregorio Aguilar y su compadre, que enterados del viaje de los maestros, se  aproximaban para ayudarles  a cargar sus cosas hasta la oroya. Les hicieron pasar a que se sirvan un café, y le narraron  lo ocurrido. El veterano de las guerrillas de Hugo Blanco en Chaupimayu les manifestó  que era probable que la occisa haya dejado sus pertenencias. En efecto se fijaron en la carpeta y los cuadernos, que noche antes no vieron, estaban en desorden sobre el tablero, las ollas de aluminio  se veían destapadas, al fondo una bandeja con cuchara conteniendo la palta estrujada. Intercambiaron miradas de extrañeza, estaban estupefactos. Aurelio arrojó la palta hacia el cafetal cercano, metió los cuadernos  en una bolsa para encargar en Campanayoq que se los entregaran a sus deudos. Cogieron sus bultos, cargaron en el cuadrúpedo  y enrumbaron  a la oroya entre diversos comentarios. Había  ya más  tranquilidad puesto estaban junto a un ex_ guerrillero que les infundía  mayor confianza.
En el trayecto se encontraron con don Eufrasio Ccapchi, el sacerdote israelita, quien también se dirigía hacia la oroya, junto con dos hermanos para hacer algunas compras. De primera intención le entregaron la bolsa con las pertenencias de Francisca, por lo que agradeció. Don Eufrasio, sin mediar pregunta alguna, les contó sobre los sucesos del velorio entre ellos y que todos se habían retirado a dormir en una habitación a las once de la noche, para no perturbar la tranquilidad de Francisca. Según  sus rituales para este tipo de acontecimientos, dejaron al cadáver  con las luces apagadas  para que también descase  para su viaje del día siguiente. Luego agregó que al primer canto del gallo todos prendieron las velas, cantaron, rezaron, junto al cuerpo yacente, como el inicio de la despedida y de las últimas horas junto a su familia y los suyos.
Todos escuchaban silenciosos. Mientras tanto llegaron a la oroya en el preciso  momento en que un camión  se estacionaba  haciéndoles señas para que se apuren, pasaron  por la oroya entre despedidas y buenos augurios, rumbo a Quillabamba.
Ya tranquilos en el camión mientras viajaban comentaban  entre los tres acompañantes. Llegaron a la conclusión de que la pesadilla empezó a las once de la noche, hora en que los israelitas concluyeron el velorio y se fueron a dormir. Así mismo. La pesadilla concluyó al canto del primer gallo, justo en el momento en que, según don Eufrasio, los hermanos despertaron e iniciaban la despedida a la difunta con himnos y oraciones por ser su última estadía.
_Era muy estudiosa- comentó Julia, quien fuera su maestra – hasta se despidió de sus cuadernos y quiso hacerlo también de sus maestros, sólo que nos hizo pasar mala noche, llena de temores.
_Seguro no se convencía de su deceso y su nuevo estado- aseveró Aurelio.
_Tenia buen apetito, yo siempre la veía masticando algo- comentó María-se despidió  de su bandeja de plástico y de la olla que le servía de alacena. ¡Mejor ya no hablemos de lo ocurrido!.
Con estas y otras deducciones continuaron el viaje con ganas de no volver, para no soportar nuevas visitas paranormales, en un lugar donde para ser auxiliado hay que gritar a pulmón lleno sin obtener  respuesta, en medio de la selva, los cafetos y los árboles gigantes, que en  las noches parecen terribles sayones que a uno le hacen venia cuando pasan cerca a ellos. Lamentablemente, Aurelio debía volver y para colmo… solo, porque su auxiliar renunció a su colocación. Al llegar a Quillabamba se fueron  directamente  al Restaurante de la Satuca Parisaca donde, luego de bromearles por las caras que mostraban, les sirvió  un suculento caldo de gallina. Allí se les unió el ‘’Monte Ukuku’’_ oso del monte- Efraín  Madera, ‘’Monte gringo’’ René Tito, el ‘’monte K’uyka’’ _lombriz del monte- Rubén Delgado y el ‘’monte Waylachu’’ _bandolero del monte- Leoncio Pary. Todos estaban bien empolvados y tan sedientos como tampones abandonados. Todos eran profesores montañeses, una hermosa familia de colegas como creo ya no hay. Después de intercambiar  abrazos  de saludos, pidieron sus cervezas heladas y sus respectivos caldos. Fue un gran alivio  para los desvelados, y  la cerveceada fue tan buena que se olvidaron del kukuchi.
                                                                                               Urubamba, 28 de Diciembre 199

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