LA DESPEDIDA
III
LA OCLUSIÓN
Era un día caluroso y
más aún luego de la faena. Habiendo almorzado descansaban antes de retirarse. A
las dos de la tarde, ya cuando todos los
padres de familia se habían ido, los niños ingresaron a sus correspondientes
salones de clase, pues debían laborar un par de horas más.
Francisca, al
ingresar a la clase se había sentido fatigada, entonces la docente Julia le
permitió recostarse en su tarima. Unos
minutos más adelante la muchacha manifestó tener cólicos, por lo que le
administraron un analgésico para el caso con una taza de mate. Se había quedado
dormida por casi una hora, luego de la cual despertó por el bullicio del
receso. Incorporándose pidió le den permiso para retirarse a su casa, pues se
sentía mejor. Se fue en compañía de sus hermanas menores Fortunata y Magdalena.
Debían caminar por espacio de una hora
cuesta arriba, por entre los cafetales, para llegar a su modesta morada.
Habían avanzado
aproximadamente unos veinticinco minutos de jornada, cuando le sobrevino a
Francisca el cólico con mayor intensidad, tal que la derribó entre los cafetos.
Sus hermanas se sumieron en desesperación, pues en esa zona no había viviendas
cercanas y por tanto tampoco había forma de dejarle en plena ladera. Fortunata
que era la segunda, corrió cuesta arriba hacia su casa a pedir ayuda, mientras
Magdalena se quedó tratando de reanimarla. Fortunata llegó a su casa donde por suerte, en ese preciso
momento, también su hermano llegaba con su carga de café, ya que luego de la
faena se había ido directamente a la chacra a recolectar el producto que era
para los miembros de su hermandad.
Acompañado por él y uno de ellos inmediatamente volvió al lugar.
Lamentablemente entre ir y el venir ya habían trascurrido algo de treinta minutos.
Encontraron a
Francisca desvanecida, la recogieron y cargaron hasta su vivienda de millik’a, Luego su hermano cogió el
machete y se fue corriendo hasta
Q’uellouno, poblado que distaba a cerca
de tres horas de caminata y donde sólo podrían conseguir ayuda y medicamentos,
esto con buena suerte. Todos estaban desesperados tanto en la cabaña como en la
escuela. Cerró la noche lóbrega, pues era luna nueva. Sólo se escuchaba el
graznar de los búhos y la estridencia de las cigarras. Un fuerte hedor de
zorrino invadió a la comunidad.
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