lunes, 9 de julio de 2012


LA DESPEDIDA
III
LA OCLUSIÓN
Era un día caluroso y más aún luego de la faena. Habiendo almorzado descansaban antes de retirarse. A las dos de la tarde, ya  cuando todos los padres de familia se habían ido, los niños ingresaron a sus correspondientes salones de clase, pues debían laborar un par de horas más.
Francisca, al ingresar a la clase se había sentido fatigada, entonces la docente Julia le permitió  recostarse en su tarima. Unos minutos más adelante la muchacha manifestó tener cólicos, por lo que le administraron un analgésico para el caso con una taza de mate. Se había quedado dormida por casi una hora, luego de la cual despertó por el bullicio del receso. Incorporándose pidió le den permiso para retirarse a su casa, pues se sentía mejor. Se fue en compañía de sus hermanas menores Fortunata y Magdalena. Debían  caminar por espacio de una hora cuesta arriba, por entre los cafetales, para llegar a su modesta morada.
Habían avanzado aproximadamente unos veinticinco minutos de jornada, cuando le sobrevino a Francisca el cólico con mayor intensidad, tal que la derribó entre los cafetos. Sus hermanas se sumieron en desesperación, pues en esa zona no había viviendas cercanas y por tanto tampoco había forma de dejarle en plena ladera. Fortunata que era la segunda, corrió cuesta arriba hacia su casa a pedir ayuda, mientras Magdalena se quedó tratando de reanimarla. Fortunata llegó  a su casa donde por suerte, en ese preciso momento, también su hermano llegaba con su carga de café, ya que luego de la faena se había ido directamente a la chacra a recolectar el producto que era para los miembros  de su hermandad. Acompañado por él y uno de ellos inmediatamente volvió al lugar. Lamentablemente entre ir y el venir ya habían trascurrido  algo de treinta minutos.
Encontraron a Francisca desvanecida, la recogieron y cargaron hasta su vivienda  de millik’a, Luego su hermano cogió el machete y se fue corriendo  hasta Q’uellouno, poblado  que distaba a cerca de tres horas de caminata y donde sólo podrían conseguir ayuda y medicamentos, esto con buena suerte. Todos estaban desesperados tanto en la cabaña como en la escuela. Cerró la noche lóbrega, pues era luna nueva. Sólo se escuchaba el graznar de los búhos y la estridencia de las cigarras. Un fuerte hedor de zorrino  invadió a la comunidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario