LA DESPEDIDA
II
LA ESCUELITA
La escuelita estaba
ubicada en la parte baja del cerro Mercedesniyoq, con el frontis al rio que
pasa a trescientos metros. Su infraestructura de adobe, techo de calamina,
estucado y pintado de color verde nilo, con un letrero tallado en piedra ‘’El
pueblo lo hizo’’, tenia dos ambientes con piso de cemento y funcionaba la
primaria completa.
El segundo ambiente, que albergaba a los niños de cuarto,
quinto y sexto grados, estaba dividido con plásticos, para servir de vivienda a
los docentes.
Estos tenían sus ‘’catres’’ acomodados de tablones sobre
adobes, al igual que sus ‘’muebles’’, pues su exigua remuneración de
hambre impuesta por el burocrático
Estado les imponía también una serie de
privaciones además de exigencias.
Su ambiente de ‘’cocina’’ era de ‘’millik’a’’, a treinta
metros de distancia del local. Allí su fogoncito de piedras, otras piedras como asientos y un tablón burdo como mesa; a
unos metros, la delgada acequia que les proporcionaba a chorros débiles el liquido vital, que de
mayo a finales de setiembre usualmente
secaba por completo y había que acarrear agua desde el rio.
El Director, Aurelio, era muy joven, de cabellos y barbas
bien crecidas por falta de peluqueros; por ellos todos pensaban que también era
israelita. Su esposa María y menor hijo que por temporadas le visitaban, por lo
duro del clima, le acompañaban por entonces. La docente auxiliar, Julia, a
quien la comunidad le había contratado y por tanto le pagaba por atender a tres
secciones, era una muchacha amiga de los anteriores, que sólo cuando estaba la
esposa del director se trasladaba a la escuela para hacer olla común en la
preparación de los alimento.
En aquella temporada, luego de la fiesta de Pentecostés, se
convoco a una faena a los padres de familia para que refaccionen la acequia,
limpien los accesos a la escuela, deshierben la chacra donde tenían cultivos de
pan llevar y para realizar otros trabajos de necesidades para el centro educativo. Acudieron todos los
padres de familia e iniciaron con los trabajos distribuyéndose tareas. Por su
parte las alumnas en grupos preparaban algo de refresco para sus padres.
Paralelamente un grupo de alumnas israelitas preparaban por separado el
refrigerio para los de su hermandad.
Todos participaron con entusiasmo en los trabajos, de manera que al medio día ya la jornada
había concluido. Los israelitas se sentaron en círculo bajo los cafetos, oraron
y luego se dispusieron a almorzar.
Francisca le sirvió ensalada de palta con yucas y abundante refresco. Era la
mayor de varias hermanas, muchacha de dieciocho años que concluía sus estudios
en la escuela. Muy cuidadosa en su manera de ser, aseada, estudiosa y correcta.
Gozaba del aprecio general en la escuela y comunidad, Se ganaba algunas bromas
por lo gordita que era. Tenia la costumbre de guardar algo de comida del plan
de alimentación en bandejas de plástico, tanto en la caja de su carpeta como dentro de una olla
que a propósito quedaba junto a su carpeta al final de salón, de los que a
escondidas por momentos consumía un
bocado alternando con sus tareas. Su carpeta limitaba con la cortina de la
vivienda de los profes, y junto a ella todo el mensaje de la escuela que estaba
a su cargo, pues era quien organizaba la preparación y distribución de los alimentos a los niños; tarea que
cumplía con mucha dedicación y cariño.
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