‘’LA DESPEDIDA’’
(A los pobladores de los valles
de La convención y Yanatile y con profusión
a la
Congregación Israelita, por su
amistad).
I
CAPANAYOQ Y LOS ISRAELITAS
…¡Y nuestro Señor Jehová de los Ejércitos bajará! a esta
tierra de lágrimas en el día del juicio, al término de este milenio, por eso, por los pecados de
los impíos, han aparecido toda clase de
pestes, para aniquilarlos…. Los humanos están locos y se matan entre ellos, sin
motivo, a nombre de la ley y la justicia. ¡El vendrá y nos juzgará! ¿Amén hermanos? - ¡Amén! – respondieron en coro los
fieles a su pastor don Eufrasio Ccapchi.
Estaban reunidos
los integrantes de la secta religiosa Asociación Israelita del Nuevo Pacto Universal; cuya
característica era dejarse crecer los cabellos y las barbas todos los varones,
mientras que las mujeres usaban túnicas bajas y mantillas multicolores. No
debían emplear ningún tipo de adornos,
maquillaje, colonia ni perfumes, únicamente su jabón de tocador y someterse a baño diario para
luego untarse con aceite de oliva.
En ese momento era
la culminación de la semana de fiesta de
Pentecostés, en su iglesia provincial de Canpanayoq, en el distrito de
Echarati, La Convención. Era ese lugar las fechas más significativas de su
credo eran celebradas con la asistencia de los fieles de la provincia, como
también contaban con la visita de personalidades de su cúpula
nacional.
La característica más
resaltante de los fieles era ser fanáticos
creyentes, interpretadores a la línea
y prácticos de los preceptos de la Biblia, especialmente en lo
referente al Antiguo Testamento que era
cumplido ‘’al pie de la letra’’. Su sujeción a la Ley Mosaica era fuerte, en
virtud a ella realizaban sacrificios de
becerros, carneros y otros animales de cría, en un altar de troncos,
levantando al centro de un cuadrilátero
sagrado erigido para el caso. Colocaban encima de la pira todas las ofrendas,
lo rociaron con aceite de oliva y el
sacerdote con sus ayudantes procedían a incinerarlos en medio de cánticos de himnos, de oraciones y una serie de
rituales, hasta que todo se reducía a cenizas, las que al final eran enterradas en un lugar
aislado, donde nadie podría pisar por ser ya sagrado.
La comunidad era
Mercedesniyoq Baja, cuyo sector Canpanayoq tenía la afluencia de muchos Israelitas- que así los conocían –
especialmente en Pentecostés. En esta
fecha, se sometían a ayunos, abstinencias, oraciones, reflexiones y
ceremoniales de sacrificios.
Se organizaban en
grupos bien diferenciados: los varones debían estar alejados de las mujeres y
los niños formaban grupos apartes.
En esos festejos consumían pan sin levadura
(masa de harina frita en aceite de oliva) con la hierba amarga (rocoto o ají
molido) y bebían de refresco mate de hierba luisa.
A pesar de sus
extrafalariedades eran un grupo bien organizado, se apoyaban mutuamente, vivían alejados de los vicios y
por ello usualmente evitaban entablar amistad con personas que no fuesen de su
credo. Estas últimas les tejían una serie de comentarios de los más antojadizos señalándolos como hijos del
diablo, adúlteros, sodomitas, etc. A lo que propiamente ellos hacían caso nulo,
tomando como que Jehová les imponía una serie de pruebas que ellos debían
superar.
¡Amén hermanos
profesores! Pasen por favor a la Santa cena- fue la invitación cordial de don Eufrasio
al grupo de docentes del lugar que habían sido invitados con mucha anticipación a participar de las
celebraciones, así ellos no fuesen de dicho credo.
Sirvieronles asado de cordero sin condimento con sus
menudencias doradas, panes sin levadura, hierba
amarga y el consabido mate. Debían consumir todo porque era
prohibido arrojar desperdicios- que no
los tenían puesto que la carne previamente deshuesada- o llevarse algo fuera
del santuario. Era una de sus tantas reglas que todos cumplían religiosamente.
Sin embargo, los
‘’profes’’ como los llamaban usualmente, se ingeniaron para llevarse algunos
trozos en sus mochilas, pues la cena era abundante y horas más tarde les
caería muy a pelo un calentadito y luego
una chelita.
Concluyendo la cena
y luego de una oración los profes, se despidieron de los sacerdotes y de toda la gente, pues estos les tenían
mucho aprecio, luego se retiraron hacia la oroya de Canpanayoq, que estaba a
unos cuatrocientos metros del lugar.
La oroya era un
cable acerado estirado de orilla a orilla sobre el rio Alto Urubamba que en ese
lugar tenia una anchura de ochenta metros; de él pendía una especie de
canastilla por lo cual, a fuerza de
brazos, los usuarios cruzaban con sus bultos para poder embarcarse en los
camiones de servicio hacia Quillabamba o Koribeni.
Por su ubicación,
había unas cuántas construcciones de
adobe con techo de calamina y otras de madera burda denominadas ‘’millik’as’’,
donde funcionaban pequeños negocios a manera de tiendas y en las cuales los
viajeros calmaban su sed con abundante cerveza, dado que el lugar se encuentra
a 850 m.s.m. y la temperatura es elevada. Los israelitas sólo bebían
gaseosas y muy apurados, por ‘’huir de
las tentaciones y los fariseos’’.
Cervezas iban y
cervezas venían, los profes comieron su calentado y se retiraron después hacia
la escuela que estaba a una hora de caminata
por el borde del rio. Se fueron apresurados y con cuidado porque sólo un
lamparín les guiaba, además tenían un
machete y un bastón ahorquillado en la
mano. Debían estar alertas por si se les cruzaba en el camino un jergón,
terciopelo o habas t’ika, víboras muy temidas por su potente veneno, pues estas acostumbraban a cruzar el
rio durante la noche y gustan de estar estiradas en el camino.
El camino era
estrecho; las cigarras atolondraban con su estridencia, mientras a orillas del
rio los ‘’Llaqtayoq hanp’atus’’ – sapos gigantes de 20 a 30 centímetros de
largo de rabo hasta el hocico- croaban con sonidos similares a los de las
gallinas cluecas, pero con mucha fuerza. En la oscuridad se notaban unos
brillos raros, similares a ojos que espían, eran los búhos, los ‘’pinchinkuros’’
– luciérnagas- y otros habitantes nocturnos que en silencio acompañaban a los caminantes.
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