lunes, 9 de julio de 2012


                                                                 ‘’LA DESPEDIDA’’
          

                                                                                                        (A los pobladores de los valles  de La convención y Yanatile y con profusión
 a la Congregación Israelita, por su
 amistad).
I
CAPANAYOQ Y LOS ISRAELITAS
…¡Y nuestro  Señor Jehová de los Ejércitos bajará! a esta tierra de lágrimas en el día del juicio, al término  de este milenio, por eso, por los pecados de los impíos,  han aparecido toda clase de pestes, para aniquilarlos…. Los humanos están locos y se matan entre ellos, sin motivo, a nombre de la ley y la justicia. ¡El vendrá y nos juzgará! ¿Amén  hermanos? - ¡Amén! – respondieron en coro los fieles a su pastor don Eufrasio Ccapchi.
Estaban reunidos los integrantes de la secta religiosa Asociación  Israelita del Nuevo Pacto Universal; cuya característica era dejarse crecer los cabellos y las barbas todos los varones, mientras que las mujeres usaban túnicas bajas y mantillas multicolores. No debían emplear ningún  tipo de adornos, maquillaje, colonia ni perfumes, únicamente su jabón  de tocador y someterse a baño diario para luego untarse con aceite de oliva.
En ese momento era la culminación de la semana de fiesta de  Pentecostés, en su iglesia provincial de Canpanayoq, en el distrito de Echarati, La Convención. Era ese lugar las fechas más significativas de su credo eran celebradas con la asistencia de los fieles de la provincia, como también contaban con la visita de personalidades de su  cúpula  nacional.
La característica más resaltante de los fieles era ser fanáticos  creyentes, interpretadores a la línea  y prácticos de los preceptos de la Biblia, especialmente en lo referente  al Antiguo Testamento que era cumplido ‘’al pie de la letra’’. Su sujeción a la Ley Mosaica era fuerte, en virtud a ella realizaban sacrificios  de becerros, carneros y otros animales de cría, en un altar de troncos, levantando  al centro de un cuadrilátero sagrado erigido para el caso. Colocaban encima de la pira todas las ofrendas, lo rociaron  con aceite de oliva y el sacerdote con sus ayudantes procedían a incinerarlos en medio de cánticos  de himnos, de oraciones y una serie de rituales, hasta que todo se reducía a cenizas, las  que al final eran enterradas en un lugar aislado, donde nadie podría pisar por ser ya sagrado.
La comunidad era Mercedesniyoq Baja, cuyo sector Canpanayoq tenía la afluencia  de muchos Israelitas- que así los conocían – especialmente en Pentecostés.  En esta fecha, se sometían a ayunos, abstinencias, oraciones, reflexiones y ceremoniales de sacrificios.
Se organizaban en grupos bien diferenciados: los varones debían estar alejados de las mujeres y los niños formaban grupos apartes.
En  esos festejos consumían pan sin levadura (masa de harina frita en aceite de oliva) con la hierba amarga (rocoto o ají molido) y bebían de refresco mate de hierba luisa.
A pesar de sus extrafalariedades eran un grupo bien organizado, se apoyaban  mutuamente, vivían alejados de los vicios y por ello usualmente evitaban entablar amistad con personas que no fuesen de su credo. Estas últimas les tejían una serie de comentarios de los más  antojadizos señalándolos como hijos del diablo, adúlteros, sodomitas, etc. A lo que propiamente ellos hacían caso nulo, tomando como que Jehová les imponía una serie de pruebas que ellos debían superar.
¡Amén hermanos profesores! Pasen por favor a la Santa cena- fue la invitación cordial de don Eufrasio al grupo de docentes del lugar que habían sido invitados  con mucha anticipación a participar de las celebraciones, así ellos no fuesen de dicho credo.
Sirvieronles  asado de cordero sin condimento con sus menudencias doradas, panes sin levadura, hierba  amarga y el consabido mate. Debían consumir todo porque era prohibido  arrojar desperdicios- que no los tenían puesto que la carne previamente deshuesada- o llevarse algo fuera del santuario. Era una de sus tantas reglas que todos cumplían religiosamente.
Sin embargo, los ‘’profes’’ como los llamaban usualmente, se ingeniaron para llevarse algunos trozos en sus mochilas, pues la cena era abundante y horas más tarde les caería  muy a pelo un calentadito y luego una chelita.
Concluyendo la cena y luego de una oración los profes, se despidieron de los sacerdotes  y de toda la gente, pues estos les tenían mucho aprecio, luego se retiraron hacia la oroya de Canpanayoq, que estaba a unos cuatrocientos metros del lugar.
La oroya era un cable acerado estirado de orilla a orilla sobre el rio Alto Urubamba que en ese lugar tenia una anchura de ochenta metros; de él pendía una especie de canastilla por lo cual, a  fuerza de brazos, los usuarios cruzaban con sus bultos para poder embarcarse en los camiones de servicio hacia Quillabamba o Koribeni.
Por su ubicación, había unas cuántas construcciones  de adobe con techo de calamina y otras de madera burda denominadas ‘’millik’as’’, donde funcionaban pequeños negocios a manera de tiendas y en las cuales los viajeros calmaban su sed con abundante cerveza, dado que el lugar se encuentra a 850 m.s.m. y la temperatura es elevada. Los israelitas sólo bebían gaseosas  y muy apurados, por ‘’huir de las tentaciones y los fariseos’’.
Cervezas iban y cervezas venían, los profes comieron su calentado y se retiraron después hacia la escuela que estaba a una hora de caminata  por el borde del rio. Se fueron apresurados y con cuidado porque sólo un lamparín  les guiaba, además tenían un machete y un bastón  ahorquillado en la mano. Debían estar alertas por si se les cruzaba en el camino un jergón, terciopelo o habas t’ika, víboras muy temidas por su potente  veneno, pues estas acostumbraban a cruzar el rio durante la noche y gustan de estar estiradas en el camino.
El camino era estrecho; las cigarras atolondraban con su estridencia, mientras a orillas del rio los ‘’Llaqtayoq hanp’atus’’ – sapos gigantes de 20 a 30 centímetros de largo de rabo hasta el hocico- croaban con sonidos similares a los de las gallinas cluecas, pero con mucha fuerza. En la oscuridad se notaban unos brillos raros, similares a ojos que espían, eran los búhos, los ‘’pinchinkuros’’ – luciérnagas- y otros habitantes nocturnos que en silencio acompañaban a los caminantes.

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