EL ZORRO UMERES
Los maizales ya amarilleaban, sus penachos se inclinaban
totalmente lánguidos al suelo; Las mazorcas colgaban de los tallos gruesos y
secos. En los atardeceres tristes y penumbrosos los campesinos partían a sus
chacras a cuidar sus cosechas de los ladrones que, de vez en cuando, se
llevaban sacos enteros de choclos de las sementeras.
El Zorro Umeres, bandido desde su infancia, enamorado
empedernido, nocturno como el tuco, guitarrista por vocación, jilguero como
ninguno, solía dar serenatas a las muchachas buenas mozas del pueblo. Jamás se perdía el cumpleaños de alguna amistad y
se jaraneaba hasta el amanecer; se retiraba con los primeros rayos del sol y
siempre jalando su preciada guitarra: todos los testigos de sus andanzas. Mas,
se cuidaba siempre de las criticas de la gente, por lo que se ocultaba dentro
de las huertas, debajo de los arboles de
durazno y capulí, hasta reponerse del cansancio y la borrachera.
Un día tuvo deseos de jaranearse a lo grande, para lo que
meditó y decidió. Fue a ver a su primo Mauro, muchacho de algunos mostachos en
el rostro y que recién habían cambiado de voz y, aún más, por primera vez en su
vida estaba ganando algunos centavos, reemplazando como Secretario del
Municipio de Wayllabamba al viejo Amadeo, que nunca antes había tenido permisos
y menos vacaciones. El Zorro, después de saludarle, de buenas a primeras, le
dijo:
_Mauro ahora que ya trabajas quiero proponerte algo.
_ ¿Qué cosa?
_contesto él.
_Lo sé, es la Velada de la Mamacha Dolores.
_Efectivamente _dijo el Zorro Umeres sonriendo malicioso_ ¿Qué tal si vamos y jaraneamos
esta noche donde los carguyoqs? Pues, siendo tú el Secretario te llenaras de
atenciones y halagos.
_Pero, primo ¿cómo salgo de mi casa? Bien sabes más que
nadie, mi padre tiene un carácter de verga.
El Zorro Umeres, después de mirar un momento el techo del
Municipio, contestó:
_Hay una salida.
_ ¡Dímelo Zorro!
_Pues, le dices que esta noche dormirás en la choza de tu
chacra, cuidando el maíz.
_ ¿Verdad, no? _asintió Mauro, dándole la mano en señal de
haber cerrado el compromiso.
Al retirarse el Zorro, del Municipio, Mauro ya no pudo
trabajar. Su mente planificaba la manera y el momento en que diría a su padre,
la mentira: él nunca se había jaraneado antes. Su cabeza ilusionada por la
proposición, imaginada cuanto iba a realizar en
las casas de los carguyoqs, de
obtener el permiso. Finalmente llegó la hora de salida del trabajo y
partió a su casa resuelto a plantear a su padre el problema; Pero, caminando un trecho los nervios empezaron a
crisparse y todo su valor se vino al suelo solo al reflejar en su memoria la
figura de su padre sentado a la mesa. Las calles vetustas de Wayllabamba
estaban silenciosas, algunos pendones de chicha, que emergían de zaguanes de
casas viejas, intentaban darles vida. Una vez en su domicilio; Mauro, de
inmediato, ingresó a su corral a orinar, acaso por los nervios y determinó
plantear el asunto a la hora del almuerzo, delante de su madre, para ganar su
apoyo, como hijo primogénito. Dicho y hecho, Mauro recibió la aprobación, pero
con las sabidas recomendaciones de llevar frazadas, cueros y un poncho para
abrigarse bien durante la noche.
De idéntica manera el Zorro Umeres arrancó el permiso de sus
padres pero, claro, con mayor facilidad que Mauro. Aunque, muchas veces no lo
necesitaba, pues él con o sin
autorización iba a la fiesta que deseaba.
Cuando el sol había ingresado al Poniente, los primos
hermanos partían hacia Wayoqhari cargados de frazadas, ponchos y cueros para supuestamente dormir en
las chozas. Cuando cruzaron el puente viejo de Wayllabamba escucharon los
primeros camaretazos, entonces se miraron con alegría y rieron a carcajadas por
la argucia de su escapada.
Las sombras de la noche venían lentamente, y ellos marchaban
por las orillas del rio Vilcanota conversando, cuando cruzaron el puente
delgado de madera e ingresaban a la carretera, habló el Zorro Umeres:
_Mauro: ¿Los carguyoqs han pedido al Municipio para reventar
los camaretazos?
_ ¡Nadie! _contestó secamente el aludido.
_ ¡Ahí está la solución!
_ ¿Cómo? _pregunto
Mauro.
_Tú sabes, el reventar camaretazos requiere del permiso
respectivo; caso contrario está penado.
El Zorro Umeres sonreía de alegría y volvió a hablar:
_Primero llegamos a mi choza, luego a la tuya para dejar los
cueros y frazadas.
_Estas prendas serian un estorbo en la fiesta.
_ ¿Y los choclos? _protestó con recato Mauro.
_ ¡Ah!, ¿Quién se atrevería a robarnos? Tú sabes cómo temen
los campesinos a nuestros papás que,
como viejas autoridades, siempre se han hecho respetar a las buenas o malas.
Por fin llegaron a la choza de Mauro, sentándose a la puerta
sobre dos poyos y, el Zorro, para más
confianza, sacó una cajetilla de cigarrillos, cogió uno y lo prendió,
dándole para que fumara, pero Mauro no sabía fumar y a cada instante se atoraba y escupía. En cambio El Zorro
Umeres, el diestro en la materia, golpeaba en profundidad el humo del pitillo y
en vano trataba de enseñarle a su primo.
La luna blanca asomaba tras la montaña y las hojarascas
del maizal susurraban movidas por el
vientecillo nocturno. Los primos hermanos, muy bien emponchados,
dirigieron sus pasos hacia las casas de
los carguyoqs.
Por las riberas de
los maizales, escuchando los Waynos jaraneros que entonaban las bandas de músicos, avanzaban ambos hacia
su premeditada aventura. De vez en cuando escuchaban los reventones de los
camaretazos; Mauro, algo nervioso, seguía en silencio a su primo, era la
primera vez que asistía a este tipo de compromisos.
Después de cruzar el primer ‘’compo’’ de agua, de la
parcialidad de Wayoqhari, Mauro preguntó temeroso:
_ ¡Dime zorro! ¿Qué diciendo vamos a entrar donde los
carguyoqs?
_El interrogado aspiró el agradable aroma del maizal y con
plena suficiencia respondió.
_No, no hay problema, te presentas a los carguyoqs como
Secretario del Municipio y a mi me presentas como encargado de la alcaldía.
Entonces, les preguntaré por la licencia para reventar los cohetones, ¡Déjamelo todo a mi verás como actuó!
Llegaron a la puerta
de la capilla de Wayoqhari, la gente estaba congregada alrededor de la banda de
músicos. Los carguyoqs habían armado sus caramancheles en los cuales atendían a
sus parientes y amigos, quienes sentados sobre viejas bancas bebían chicha o
cerveza. Algunas parejas bailaban al son de la música.
El Zorro Umeres y su primo Mauro, emponchados, se
confundían con la muchedumbre. Luego de
recorrer, escogiendo, los diferentes
cargos, el Zorro decide actuar y dice a su primo:
_Cuando llame al dueño del cargo, quiero que te pongas muy serio y espera a ver
cómo lo hago.
_Efectivamente, se abrió camino entre la gente y se colocò
delante de doña Maxi, q quien saludó y preguntó
con cierta solemnidad:
_Señora, quiero ver la licencia para reventar los
camaretazos.
_Doña Maxi, sin esperar que terminara de hablar llamó a sus
servicios y les ordenó que trajeran una
banca y una caja de cerveza para los nuevos invitados. El Zorro, viendo ganada
la situación, se hizo el importante pero, finalmente, cedió, codeando a su
primo disimuladamente, disponiéndose a sentarse.
_¡No está mal, para empezar! _habló con suficiencia al
saborear la primera cerveza.
La jarana seguía, pero cierta intranquilidad perturbaba a
Mauro, que no se sentía a satisfacción. Sobre las lámparas que iluminaban los caramancheles
la luna alumbraba a los jaraneros. Las bandas de los diferentes carguyoqs
competían entre si con su mejor
repertorio. El Zorro Umeres, mientras deleitaba su paladar con la bebida de
cebada, observaba a los muchachos que bailaban,
estaba achispando y esperaba su wayno favorito para danzar. Doña Maxi
apareció con dos platos de cuye al horno, para las ‘’autoridades’’, que el
Zorro devoró frente a la concurrencia con un hambre de un año.
Cuatro chombas de chicha, una a cada esquina del
caramanchel, proveía la espumosa bebida que servían a las visitas. Las mujeres
tenían sus rústicos fogones en la parte posterior donde preparaban el caldo de
gallina y los ponches en enormes pailas.
La gente seguía llegando a la capilla de la Mamacha Dolores
con sus velas y ramos de flores. Después de ofrendarlas al son de unos
padrenuestros y avemarías se
incorporarían a la jarana de toda la noche.
El Zorro Umeres, finalmente, agarro un arrugado pañuelo
bailaba una marinera con fuga de wayno. Qué no hacia el bailarín: zapateaba,
taconeaba, brincaba, en medio de un sinnúmero
de figuras, mirando siempre el hermoso rostro de su pareja. La concurrencia se arremolinó a sus pies para
admirarlo, mientras él, dueño de la
fiesta, enamoraba a la simpática mestiza.
Los cantos del gallo anunciaron el amanecer, los primos
hermanos agotados de tanta jarana en cada uno de los cargos y con mucho de
trago en la cabeza, regresaban hacia sus chozas a descansar.
En Wayoqhari, la noche de la Mamacha Dolores, era la
única fecha en que el campesino no
regaba sus chacras, por lo que en esta oportunidad dentro de los tres
‘’compos’’ el agua discurría con rumbo al vecino pueblo de yukay.
El Zorro Umeres y su primo Mauro llegaron a su chacras, casi
arrastrando los pies de tanto bailar, ansiándose tender sobre los suaves
cueros. El día estaba clareando, el Zorro ingresó a su choza y al no ver sus
prendas de cama preguntó bostezando a su primo donde los había colocado. Mauro
sobresaltado de inmediato se dio cuenta de la situación, corrió a su choza
seguido del Zorro y se dieron con la
misma sorpresa: tampoco estaban. Los primos, sobrios por el susto, no sabían qué
hacer. Mauro miró la sementera y sus ojos desorbitados casi abandonan sus
cuencas: la chala de los maizales seguían de pie mas las mazorcas habían desaparecido. Entre lloroso y
desesperado Mauro gritó a su primo:
_Zorro, ¡carajo!, nos han robado. ¡Tú tienes la culpa!
Un grupo de campesinos, desde sus escondites, celebraban a
carcajadas la tragedia de las ‘’autoridades’’.

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