lunes, 25 de junio de 2012


EL ZORRO UMERES
Los maizales ya amarilleaban, sus penachos se inclinaban totalmente lánguidos al suelo; Las mazorcas colgaban de los tallos gruesos y secos. En los atardeceres tristes y penumbrosos los campesinos partían a sus chacras a cuidar sus cosechas de los ladrones que, de vez en cuando, se llevaban sacos enteros de choclos de las sementeras.
El Zorro Umeres, bandido desde su infancia, enamorado empedernido, nocturno como el tuco, guitarrista por vocación, jilguero como ninguno, solía dar serenatas a las muchachas buenas mozas del pueblo. Jamás  se perdía el cumpleaños de alguna amistad y se jaraneaba hasta el amanecer; se retiraba con los primeros rayos del sol y siempre jalando su preciada guitarra: todos los testigos de sus andanzas. Mas, se cuidaba siempre de las criticas de la gente, por lo que se ocultaba dentro de  las huertas, debajo de los arboles de durazno y capulí, hasta reponerse del cansancio y la borrachera.
Un día tuvo deseos de jaranearse a lo grande, para lo que meditó y decidió. Fue a ver a su primo Mauro, muchacho de algunos mostachos en el rostro y que recién habían cambiado de voz y, aún más, por primera vez en su vida estaba ganando algunos centavos, reemplazando como Secretario del Municipio de Wayllabamba al viejo Amadeo, que nunca antes había tenido permisos y menos vacaciones. El Zorro, después de saludarle, de buenas a primeras, le dijo:
_Mauro ahora que ya trabajas quiero proponerte algo.
_ ¿Qué  cosa? _contesto él.
_Lo sé, es la Velada de la Mamacha Dolores.
_Efectivamente _dijo el Zorro Umeres sonriendo  malicioso_ ¿Qué tal si vamos y jaraneamos esta noche donde los carguyoqs? Pues, siendo tú el Secretario te llenaras de atenciones y halagos.
_Pero, primo ¿cómo salgo de mi casa? Bien sabes más que nadie, mi padre tiene un carácter de verga.
El Zorro Umeres, después de mirar un momento el techo del Municipio, contestó:
_Hay una salida.
_ ¡Dímelo Zorro!
_Pues, le dices que esta noche dormirás en la choza de tu chacra, cuidando el maíz.
_ ¿Verdad, no? _asintió Mauro, dándole la mano en señal de haber cerrado el compromiso.
Al retirarse el Zorro, del Municipio, Mauro ya no pudo trabajar. Su mente planificaba la manera y el momento en que diría a su padre, la mentira: él nunca se había jaraneado antes. Su cabeza ilusionada por la proposición, imaginada cuanto iba a realizar en  las casas de los carguyoqs, de  obtener el permiso. Finalmente llegó la hora de salida del trabajo y partió a su casa resuelto a plantear a su padre el problema; Pero,  caminando un trecho los nervios empezaron a crisparse y todo su valor se vino al suelo solo al reflejar en su memoria la figura de su padre sentado a la mesa. Las calles vetustas de Wayllabamba estaban silenciosas, algunos pendones de chicha, que emergían de zaguanes de casas viejas, intentaban darles vida. Una vez en su domicilio; Mauro, de inmediato, ingresó a su corral a orinar, acaso por los nervios y determinó plantear el asunto a la hora del almuerzo, delante de su madre, para ganar su apoyo, como hijo primogénito. Dicho y hecho, Mauro recibió la aprobación, pero con las sabidas recomendaciones de llevar frazadas, cueros y un poncho para abrigarse bien durante la noche.
De idéntica manera el Zorro Umeres arrancó el permiso de sus padres pero, claro, con mayor facilidad que Mauro. Aunque, muchas veces no lo necesitaba, pues él con  o sin autorización iba a la fiesta que deseaba.
Cuando el sol había ingresado al Poniente, los primos hermanos partían hacia Wayoqhari cargados de frazadas,  ponchos y cueros para supuestamente dormir en las chozas. Cuando cruzaron el puente viejo de Wayllabamba escucharon los primeros camaretazos, entonces se miraron con alegría y rieron a carcajadas por la argucia de su escapada.
Las sombras de la noche venían lentamente, y ellos marchaban por las orillas del rio Vilcanota conversando, cuando cruzaron el puente delgado de madera e ingresaban a la carretera, habló el Zorro Umeres:
_Mauro: ¿Los carguyoqs han pedido al Municipio para reventar los camaretazos?
_ ¡Nadie! _contestó secamente el aludido.
_ ¡Ahí está la solución!
_ ¿Cómo?  _pregunto Mauro.
_Tú sabes, el reventar camaretazos requiere del permiso respectivo; caso contrario está penado.
El Zorro Umeres sonreía de alegría y volvió a hablar:
_Primero llegamos a mi choza, luego a la tuya para dejar los cueros y frazadas.
_Estas prendas serian un estorbo en la fiesta.
_ ¿Y los choclos? _protestó con recato Mauro.
_ ¡Ah!, ¿Quién se atrevería a robarnos? Tú sabes cómo temen los campesinos a nuestros papás  que, como viejas autoridades, siempre se han hecho respetar a las buenas o malas.
Por fin llegaron a la choza de Mauro, sentándose a la puerta sobre dos poyos y, el Zorro, para más  confianza, sacó una cajetilla de cigarrillos, cogió uno y lo prendió, dándole para que fumara, pero Mauro no sabía fumar y a cada instante  se atoraba y escupía. En cambio El Zorro Umeres, el diestro en la materia, golpeaba en profundidad el humo del pitillo y en vano trataba de enseñarle a su primo.
La luna blanca asomaba tras la montaña y las hojarascas del  maizal susurraban movidas por el vientecillo nocturno. Los primos hermanos, muy bien emponchados, dirigieron  sus pasos hacia las casas de los carguyoqs.
Por las riberas  de los maizales, escuchando los Waynos jaraneros que entonaban  las bandas de músicos, avanzaban ambos hacia su premeditada aventura. De vez en cuando escuchaban los reventones de los camaretazos; Mauro, algo nervioso, seguía en silencio a su primo, era la primera vez que asistía a este tipo de compromisos.
Después de cruzar el primer ‘’compo’’ de agua, de la parcialidad de Wayoqhari, Mauro preguntó temeroso:
_ ¡Dime zorro! ¿Qué diciendo vamos a entrar donde los carguyoqs?
_El interrogado aspiró el agradable aroma del maizal y con plena suficiencia respondió.
_No, no hay problema, te presentas a los carguyoqs como Secretario del Municipio y a mi me presentas como encargado de la alcaldía. Entonces, les preguntaré por la licencia para reventar los cohetones, ¡Déjamelo  todo a mi verás como actuó!
 Llegaron a la puerta de la capilla de Wayoqhari, la gente estaba congregada alrededor de la banda de músicos. Los carguyoqs habían armado sus caramancheles en los cuales atendían a sus parientes y amigos, quienes sentados sobre viejas bancas bebían chicha o cerveza. Algunas parejas bailaban al son de la música.
El Zorro Umeres y su primo Mauro, emponchados, se confundían  con la muchedumbre. Luego de recorrer, escogiendo,  los diferentes cargos, el Zorro decide actuar y dice a su primo:
_Cuando llame al dueño del cargo,  quiero que te pongas muy serio y espera a ver cómo lo hago.
_Efectivamente, se abrió camino entre la gente y se colocò delante de doña Maxi, q quien saludó   y preguntó con cierta solemnidad:
_Señora, quiero ver la licencia para reventar los camaretazos.
_Doña Maxi, sin esperar que terminara de hablar llamó a sus servicios  y les ordenó que trajeran una banca y una caja de cerveza para los nuevos invitados. El Zorro, viendo ganada la situación, se hizo el importante pero, finalmente, cedió, codeando a su primo disimuladamente, disponiéndose a sentarse.
_¡No está mal, para empezar! _habló con suficiencia al saborear la primera cerveza.
La jarana seguía, pero cierta intranquilidad perturbaba a Mauro, que no se sentía a satisfacción. Sobre las lámparas que iluminaban los caramancheles la luna alumbraba a los jaraneros. Las bandas de los diferentes carguyoqs competían  entre si con su mejor repertorio. El Zorro Umeres, mientras deleitaba su paladar con la bebida de cebada, observaba a los muchachos que bailaban,  estaba achispando y esperaba su wayno favorito para danzar. Doña Maxi apareció con dos platos de cuye al horno, para las ‘’autoridades’’, que el Zorro devoró frente a la concurrencia con un hambre de un año.
Cuatro chombas de chicha, una a cada esquina del caramanchel, proveía la espumosa bebida que servían a las visitas. Las mujeres tenían sus rústicos fogones en la parte posterior donde preparaban el caldo de gallina y los ponches en enormes pailas.
La gente seguía llegando a la capilla de la Mamacha Dolores con sus velas y ramos de flores. Después de ofrendarlas al son de unos padrenuestros  y avemarías se incorporarían a la jarana de toda la noche.
El Zorro Umeres, finalmente, agarro un arrugado pañuelo bailaba una marinera con fuga de wayno. Qué no hacia el bailarín: zapateaba, taconeaba, brincaba, en medio de un sinnúmero  de figuras, mirando siempre el hermoso rostro de su pareja. La  concurrencia se arremolinó a sus pies para admirarlo, mientras él,  dueño de la fiesta, enamoraba a la simpática mestiza.
Los cantos del gallo anunciaron el amanecer, los primos hermanos agotados de tanta jarana en cada uno de los cargos y con mucho de trago en la cabeza, regresaban hacia sus chozas a descansar.
En Wayoqhari, la noche de la Mamacha Dolores, era la única  fecha en que el campesino no regaba sus chacras, por lo que en esta oportunidad dentro de los tres ‘’compos’’ el agua discurría con rumbo al vecino pueblo de yukay.
El Zorro Umeres y su primo Mauro llegaron a su chacras, casi arrastrando los pies de tanto bailar, ansiándose tender sobre los suaves cueros. El día estaba clareando, el Zorro ingresó a su choza y al no ver sus prendas de cama preguntó bostezando a su primo donde los había colocado. Mauro sobresaltado de inmediato se dio cuenta de la situación, corrió a su choza seguido del Zorro y  se dieron con la misma sorpresa: tampoco estaban. Los primos, sobrios por el susto, no sabían qué hacer. Mauro miró la sementera y sus ojos desorbitados casi abandonan sus cuencas: la chala de los maizales seguían de pie mas las mazorcas  habían desaparecido. Entre lloroso y desesperado Mauro gritó a su primo:
_Zorro, ¡carajo!, nos han robado. ¡Tú tienes la culpa!
Un grupo de campesinos, desde sus escondites, celebraban a carcajadas la tragedia de las ‘’autoridades’’.


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