martes, 26 de junio de 2012


                                                             MI BOHIO
Una noche de luna, Julito Umeres se encontraba arreando un burro alto y azulejo por la cuesta de Wayllabamba,  camino a Rajchi. Se dirigía a la ciudad del Cusco después de haberse jaraneado  en el cumpleaños de su cuñado Comunero.
Julito Umeres había bajado a Wayllabamba, en un microbús  de  servicio público, con una guitarra en la mano y con algunos soles en el bolsillo, para invitar una caja de cerveza, por sus cumpleaños a su cuñado ‘’Comunero’’. La noche de las vísperas de su cumpleaños le ofreció  una hermosa serenata, cuyo wayno principal fue:
‘’Te quiero más que a mi padre,
 Te quiero más  que a mi madre,
I si no fuera delito
Más que a la Virgen del Carmen’’,
Pero, como el Comunero es otro charanguero y, por ende, igualmente jaranero, al escuchar su voz y reconocerlo  se levantó de la cama, abrió la puerta de su casa y lo recibió  con una mandolina en la mano, para armar la jarana.
Al día siguiente, la señora Cristina, suegra del Comunero,  mató un par de gallinas y unos cuantos kututos, pata festejar a su  yerno.
Julito, Comunero y las amistades, se divertían tocando, cantando, bebiendo, bailando. Al medio día llegaron otros amigos del Comunero, como Condorito, Melque con más instrumentos musicales y cajas de cerveza. La chicha y frutillada salían a raudales de las chombas que había preparado Esperanza, esposa del Comunero.
Aproximadamente, siendo las siete u ocho de la noche, ya abrió, silenciosamente, salió  Julito del escenario  de la jarana. Los asistentes se dieron cuenta de su ausencia casi de inmediato, pues era pieza clave en el conjunto musical; la fiesta empezó a enfriarse. Los jaraneros aguardaban el retorno de Julito para que la fiesta retome de nuevo su cauce de alegría. La señora Cristina,  pese a que también se encontraba ebria, comenzó a desesperarse por su vástago, decidiendo salir a la calle en su busca,  pero ni rastros del guitarrista,  como si la tierra lo hubiese tragado. Finalmente, uno a uno, los jaraneros se retiraban  preocupados por la desaparición de Julito, rumbo a sus respectivas  chozas.
Por fin Julito, después de caminar toda la santa noche arreando un burro, llegó a la casa de su suegro, don Andrés  Jiménez,  que vivía al canto de la ciudad del Cusco. Él, se  sorprendió  por la conducta  tan extraña de su yerno, pero no quiso indagar el motivo, ni la presencia del asno. Julito, amarró el burro con una soga delgada en un horcón, al costado de su casa, y se fue a dormir para recuperar las fuerzas perdidas.
Cuando Julito contrajo nupcias con la hija de don Andrés Jiménez, éste le entregó un pedazo de terreno al costado de su casa, cerca a las ruinas de saqsaywamàn, para que construyeran  su  bohío. Pero como a dicho terreno no llegaba un camino carrozable por donde pudiese llevar piedras sobre un vehículo.  Julito luchaba a diario trasladándolas  él mismo desde lejanos lugares ¡Y la cimentación no avanzaba y no había cuando acabase aquel martirio! Y así, se retrasaba el soñado bohío.
Julito, en sus tiempos de salterio, había comprado un automóvil, (un ex patrullero). Sus amigos y parientes lo bautizaron con el bonito nombre de Búfalo, quizá por la potencia de su motor o el color de su carrocería. Y  en las fechas principales  del pueblo de Wayllabamba bajaba Julito jalando su guitarra para jaranearse  a lo grande. Con el tiempo, a Julito, le afectó la crisis económica  y comprar gasolina para tamaño de carro, era un dolor de cabeza, como lo era, también,  el pagar garaje diario y el Búfalo no le rentaba un solo sol en la vida.
Como Julito era un gran jaranero _más no mujeriego-, una noche de esas cuando se retiraba del bar El Surquillano, después de una jarana, con la guitarra en la mano y conduciendo el Búfalo, se dio con que el garaje estaba cerrado. Llamó  con insistencia tocando, la puerta y el claxon sin resultado. Optó entonces, por retirarse a su casita alquilada donde meditó preocupado, ¿qué haría con el carro  a esas horas de la noche? Luego de tanto meditar decidió. Sacaría  un par de frazadas y con su guitarra dormiría  dentro del vehículo. Al día siguiente el ex patrullero amaneció  sin  las llantas de un costado. ¿Qué había pasado?, a Julito lo conocían  los malandrines de su barrio de Santa Ana, quienes viendo que estaba borracho lo robaron las dos llantas del carro y en reemplazo  le dejaron dos grandes piedras, sosteniendo el Búfalo.
Durante la noche, doña Cristina, no pudo dar una pestañada por la preocupación. En  su cabeza de madre empezaron a remolinarse muchas interrogaciones: _¿Mi hijo no estará en los brazos de una mujer?. Pero hablar de mujeres a Julito era como hablarle de ello al Papa. Por lo tanto, era mejor desechar esta idea. _Pero ¿Y mi hijo? _Un hombre de algunos cuantos mostachos en la cara_ ¿lo podrían haber matado un facinoroso del lugar?.. Para la señora Cristina la noche no podía amanecer, ¡cuánto deseaba el día para ir en búsqueda de su querido hijo!
Julito, en el trayecto de Wayllabamba al Cusco, había pasado una serie de peripecias. Cuando divisaba un bulto parecido a hombre de inmediato desviaba del camino al burro y se retiraba al  suelo para no ser reconocido. Iba con la idea de que en Rajchi, Chinchero o cualquier lugar poblado podría ser descubierto, y que lo detendrían con la mano en la masa, robando un burro alto y azulejo. Por lo tanto, rodeaba los pueblos para no ser avistado y evitarse de sorpresa.
Al día siguiente era vox populi que Julito Umeres había desaparecido, en el pueblo de Wayllabamba. El charanguero Comunero muy preocupado se levantó temprano y con algunos humos todavía en la cabeza, luego de asearse marchó a Urubamba a sentar denuncia en el Puesto. Durante el día los acompañantes del Comunero organizaron brigadas para ir en busca de Julito. Pero, ¿a dónde ir? A las orillas del rio Vilcanota, pues en caso de haber sido asesinado podrían haber tirado su cadáver para despistar.
Como al medio día otra noticia se propalaba en el pueblo de Wayllabamba. El burro alto y azulejo de don Pancho Gutiérrez había desaparecido de su corral. El dueño de la bestia comenzó a buscarlo desesperadamente por Wayoqhari, Urquillos, Huychu, Rajchi y ¡Ni rastros del burro alto y azulejo!
Como a Wayllabamba se le conoce por ser tierra de brujos  adivinos, el dueño del burro azulejo, don Pancho Gutiérrez, cansado de tanto buscar sin resultados, fue donde el brujo y adivino Benedicto Quispitupa, persona muy mentada y muy respetada en el lar, para que le informe sobre el paradero del animal. Quispitupa, después de mirar la coca y orar al Apu Kusam, dijo con una voz segura; ‘’ el burro pronto aparecerá’’. Don Pancho retornó  de Wayoqhari con la seguridad de que el burro azulejo aparecería. Pero, luego de unos días, don Pancho prosiguió  averiguando el paradero de su querido azulejo, pues realmente lo necesitaba en aquellos momentos, porque eran tiempos de siembra y requería cargar con urgencia guano de corral a Miska, T’antu y otras aldeas inaccesibles al vehículo. Mas, ni un solo indicio del asno grande y azulejo.
La señora Cristina que había perdido todas las esperanzas de  encontrar a su adorado hijo Julito, determinó viajar a la ciudad del Cusco, antes de celebrar la misa de difuntos, a fin de comunicar la mala noticia a su nuera Eli y a su consuegro, don Andrés. Así, una mañana, muy temprano, vestida de luto, bajó del vehículo en el paradero de Tetekaka y camino en dirección de la casa de su nuera, recorriendo con desconsuelo el largo caminejo.
Llevaba algunos víveres para él. Iba con los pensamientos y los sentimientos puestos en el recuerdo de su tan querido vástago. Cuando volteó un recodo observó que un burro alto y azulejo –cargado de piedras sobre una angarilla-, marchaba arreado por un hombre muy parecido a su hijo. La señora Cristina abrió los ojos desmesuradamente y los volvió a cerrar: estaba confundida: ¿era un sueño o una realidad?
La bestia  imperturbable se aproximaba; ella reconoció al burro de don Pancho Gutiérrez  y el  hombre que arreaba no era otro que su hijo Julito Umeres. La señora Olvido sus penas y muy emocionada gritó: _ ¡Julito, hijo mío! ¿Vives todavía?.Julito al reconocerla, corrió a los brazos de su madre.
Después de un mes de ausencia, por la mañana, el burro alto y azulejo, reapareció plantado frente a la puerta de la casa de don Pancho Gutiérrez.

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