MI BOHIO
Una noche de luna, Julito Umeres se encontraba arreando un
burro alto y azulejo por la cuesta de Wayllabamba, camino a Rajchi. Se dirigía a la ciudad del
Cusco después de haberse jaraneado en el
cumpleaños de su cuñado Comunero.
Julito Umeres había bajado a Wayllabamba, en un
microbús de servicio público, con una guitarra en la mano
y con algunos soles en el bolsillo, para invitar una caja de cerveza, por sus
cumpleaños a su cuñado ‘’Comunero’’. La noche de las vísperas de su cumpleaños
le ofreció una hermosa serenata, cuyo
wayno principal fue:
‘’Te quiero más que a mi padre,
Te quiero más que a mi madre,
I si no fuera delito
Más que a la Virgen del Carmen’’,
Pero, como el Comunero es otro charanguero y, por ende,
igualmente jaranero, al escuchar su voz y reconocerlo se levantó de la cama, abrió la puerta de su
casa y lo recibió con una mandolina en
la mano, para armar la jarana.
Al día siguiente, la señora Cristina, suegra del
Comunero, mató un par de gallinas y unos
cuantos kututos, pata festejar a su
yerno.
Julito, Comunero y las amistades, se divertían tocando,
cantando, bebiendo, bailando. Al medio día llegaron otros amigos del Comunero,
como Condorito, Melque con más instrumentos musicales y cajas de cerveza. La
chicha y frutillada salían a raudales de las chombas que había preparado
Esperanza, esposa del Comunero.
Aproximadamente, siendo las siete u ocho de la noche, ya
abrió, silenciosamente, salió Julito del
escenario de la jarana. Los asistentes
se dieron cuenta de su ausencia casi de inmediato, pues era pieza clave en el
conjunto musical; la fiesta empezó a enfriarse. Los jaraneros aguardaban el
retorno de Julito para que la fiesta retome de nuevo su cauce de alegría. La
señora Cristina, pese a que también se
encontraba ebria, comenzó a desesperarse por su vástago, decidiendo salir a la
calle en su busca, pero ni rastros del
guitarrista, como si la tierra lo
hubiese tragado. Finalmente, uno a uno, los jaraneros se retiraban preocupados por la desaparición de Julito,
rumbo a sus respectivas chozas.
Por fin Julito, después de caminar toda la santa noche
arreando un burro, llegó a la casa de su suegro, don Andrés Jiménez, que vivía al canto de la ciudad del Cusco. Él,
se sorprendió por la conducta tan extraña de su yerno, pero no quiso
indagar el motivo, ni la presencia del asno. Julito, amarró el burro con una
soga delgada en un horcón, al costado de su casa, y se fue a dormir para
recuperar las fuerzas perdidas.
Cuando Julito contrajo nupcias con la hija de don Andrés Jiménez,
éste le entregó un pedazo de terreno al costado de su casa, cerca a las ruinas
de saqsaywamàn, para que construyeran
su bohío. Pero como a dicho
terreno no llegaba un camino carrozable por donde pudiese llevar piedras sobre
un vehículo. Julito luchaba a diario
trasladándolas él mismo desde lejanos
lugares ¡Y la cimentación no avanzaba y no había cuando acabase aquel martirio!
Y así, se retrasaba el soñado bohío.
Julito, en sus tiempos de salterio, había comprado un
automóvil, (un ex patrullero). Sus amigos y parientes lo bautizaron con el
bonito nombre de Búfalo, quizá por la potencia de su motor o el color de su
carrocería. Y en las fechas principales del pueblo de Wayllabamba bajaba Julito
jalando su guitarra para jaranearse a lo
grande. Con el tiempo, a Julito, le afectó la crisis económica y comprar gasolina para tamaño de carro, era
un dolor de cabeza, como lo era, también,
el pagar garaje diario y el Búfalo no le rentaba un solo sol en la vida.
Como Julito era un gran jaranero _más no mujeriego-, una
noche de esas cuando se retiraba del bar El Surquillano, después de una jarana,
con la guitarra en la mano y conduciendo el Búfalo, se dio con que el garaje
estaba cerrado. Llamó con insistencia
tocando, la puerta y el claxon sin resultado. Optó entonces, por retirarse a su
casita alquilada donde meditó preocupado, ¿qué haría con el carro a esas horas de la noche? Luego de tanto
meditar decidió. Sacaría un par de
frazadas y con su guitarra dormiría
dentro del vehículo. Al día siguiente el ex patrullero amaneció sin
las llantas de un costado. ¿Qué había pasado?, a Julito lo conocían los malandrines de su barrio de Santa Ana,
quienes viendo que estaba borracho lo robaron las dos llantas del carro y en
reemplazo le dejaron dos grandes
piedras, sosteniendo el Búfalo.
Durante la noche, doña Cristina, no pudo dar una pestañada
por la preocupación. En su cabeza de
madre empezaron a remolinarse muchas interrogaciones: _¿Mi hijo no estará en
los brazos de una mujer?. Pero hablar de mujeres a Julito era como hablarle de
ello al Papa. Por lo tanto, era mejor desechar esta idea. _Pero ¿Y mi hijo? _Un
hombre de algunos cuantos mostachos en la cara_ ¿lo podrían haber matado un
facinoroso del lugar?.. Para la señora Cristina la noche no podía amanecer, ¡cuánto
deseaba el día para ir en búsqueda de su querido hijo!
Julito, en el trayecto de Wayllabamba al Cusco, había pasado
una serie de peripecias. Cuando divisaba un bulto parecido a hombre de
inmediato desviaba del camino al burro y se retiraba al suelo para no ser reconocido. Iba con la idea
de que en Rajchi, Chinchero o cualquier lugar poblado podría ser descubierto, y
que lo detendrían con la mano en la masa, robando un burro alto y azulejo. Por
lo tanto, rodeaba los pueblos para no ser avistado y evitarse de sorpresa.
Al día siguiente era vox populi que Julito Umeres había
desaparecido, en el pueblo de Wayllabamba. El charanguero Comunero muy
preocupado se levantó temprano y con algunos humos todavía en la cabeza, luego
de asearse marchó a Urubamba a sentar denuncia en el Puesto. Durante el día los
acompañantes del Comunero organizaron brigadas para ir en busca de Julito.
Pero, ¿a dónde ir? A las orillas del rio Vilcanota, pues en caso de haber sido
asesinado podrían haber tirado su cadáver para despistar.
Como al medio día otra noticia se propalaba en el pueblo de
Wayllabamba. El burro alto y azulejo de don Pancho Gutiérrez había desaparecido
de su corral. El dueño de la bestia comenzó a buscarlo desesperadamente por
Wayoqhari, Urquillos, Huychu, Rajchi y ¡Ni rastros del burro alto y azulejo!
Como a Wayllabamba se le conoce por ser tierra de brujos adivinos, el dueño del burro azulejo, don
Pancho Gutiérrez, cansado de tanto buscar sin resultados, fue donde el brujo y
adivino Benedicto Quispitupa, persona muy mentada y muy respetada en el lar,
para que le informe sobre el paradero del animal. Quispitupa, después de mirar
la coca y orar al Apu Kusam, dijo con una voz segura; ‘’ el burro pronto aparecerá’’.
Don Pancho retornó de Wayoqhari con la
seguridad de que el burro azulejo aparecería. Pero, luego de unos días, don
Pancho prosiguió averiguando el paradero
de su querido azulejo, pues realmente lo necesitaba en aquellos momentos,
porque eran tiempos de siembra y requería cargar con urgencia guano de corral a
Miska, T’antu y otras aldeas inaccesibles al vehículo. Mas, ni un solo indicio
del asno grande y azulejo.
La señora Cristina que había perdido todas las esperanzas
de encontrar a su adorado hijo Julito, determinó
viajar a la ciudad del Cusco, antes de celebrar la misa de difuntos, a fin de
comunicar la mala noticia a su nuera Eli y a su consuegro, don Andrés. Así, una
mañana, muy temprano, vestida de luto, bajó del vehículo en el paradero de
Tetekaka y camino en dirección de la casa de su nuera, recorriendo con
desconsuelo el largo caminejo.
Llevaba algunos víveres para él. Iba con los pensamientos y
los sentimientos puestos en el recuerdo de su tan querido vástago. Cuando volteó
un recodo observó que un burro alto y azulejo –cargado de piedras sobre una
angarilla-, marchaba arreado por un hombre muy parecido a su hijo. La señora
Cristina abrió los ojos desmesuradamente y los volvió a cerrar: estaba
confundida: ¿era un sueño o una realidad?
La bestia imperturbable
se aproximaba; ella reconoció al burro de don Pancho Gutiérrez y el
hombre que arreaba no era otro que su hijo Julito Umeres. La señora
Olvido sus penas y muy emocionada gritó: _ ¡Julito, hijo mío! ¿Vives
todavía?.Julito al reconocerla, corrió a los brazos de su madre.
Después de un mes de ausencia, por la mañana, el burro alto
y azulejo, reapareció plantado frente a la puerta de la casa de don Pancho Gutiérrez.

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