lunes, 18 de junio de 2012


EL CASTIGO DE LOS DIOSES ANDINOS
En cierta ocasión, cabalgando un hermoso corcel llegó al lejano y olvidado pueblo de Pampachiri, de la provincia de Andahuaylas, Región de Apurímac,  un joven de,  aproximadamente, 25 años de edad; portaba su nombramiento de gobernador de aquel distrito. Después de desmontar en la plaza se dirigió hacia el local de la municipalidad para presentarse ante el burgomaestre del lugar.
Luego de algunos días don Luis Orijuela se instaló en una de las habitaciones del local municipal empezó administrar justicia. Don Luis Orijuela caminaba por las estrechas callejuelas portando su carabina Nº 32, marca Winchester. Cuando ya estaba familiarizado con el lugar, en sus horas de ocio, se iba a las afueras del pueblo y para probar puntería se entretenía disparando su carabina contra los pajaritos.
Pronto el juez y el gobernador se juntaron para realizar, de mutuo acuerdo, cualquier actividad judicial. Los agrarios se dieron cuenta que la brutal amistad entre estas autoridades no beneficiaba al pueblo. La injusticia empezó a caminar por estos lares.
Cierto día, el gobernador partió en su caballo a las alturas del pueblo, portando su arma de fuego. Esa misma tarde retornó trayendo en el anca de su caballo un enorme ciervo cornúpeto. Después de consumir la carne, junto con el juez, disecó la cabeza
 Del animal para después venderla. Esta actividad de taxidermista empezó a rendirle frutos al gobernador, puesto que las cabezas de cientos de estos cérvidos, que él las había disecado y vendido, ocupaban lugares expectantes en los despachos y salas de  recibo de  los funcionarios y en las residencias de la gente adinerada de Cusco Apurímac.
La gente veía con malos ojos al gobernador Luis Orijuela, al darse cuenta de esto, el Juez Antonio Martínez disimuladamente se adaptó de él.
El gobernador, después de examinar a los ciervos y venados de las alturas de Pampachiri, cambió de rumbo, esta vez se dirigió hacia las orillas del rio Chincha con la finalidad de pescar truchas. Al ver la cantidad de peces dijo para si: _acá tengo otra mina. Luego de algunos días no solamente pescaba con anzuelo sino  que introdujo barbasco y dinamita matando masivamente a los peces. Únicamente  recogía los más grandes para después salarlos. Luego de hacerlos secar llevaba cantidades de carne de trucha, así trataba, al mercado de Andahuaylas.
Los labriegos del lugar observaban con gran pena todo esto, veían cómo gran cantidad de alevinos iban  contaminando con su muerte el rio Chincha y su ambiente circundante; pero no podían hacer nada, ni siquiera enrostrar al depredador el daño que estaba causando. Le  tenían miedo porque él poseía un arma y además estaba muy bien protegido por las autoridades superiores. Sin embargo los pampachirinos se ingeniaron una forma de protesta que no los ponía en peligro, la cual consistía en no salir al encuentro del gobernador y tampoco acudir a su despacho; pero una tarde, don Luis Orijuela _con algunas gotas de trago subidas a  su cabeza _ enfurecido montó  su caballo, y   disparó su arma contra las casas, mientras vomitaba sandeces.
Orijuela, aprovechando de su autoridad política, en pocos años había amasado una gran fortuna expresada en sus propiedades en la capital de la provincia y en otras ciudades.
En cierta ocasión, partió hacia la laguna de Pampachiri, portando en su alforja dos galones de kerosene. Al llegar a su destino bajo de su caballo, respiró aire fresco y después buscó un  monte que tuviera keuñas y chachacomos secos; luego que encontró, roció los árboles con el kerosene que había traído y les prendió fuego. Las llamas en un santiamén comenzaron a tragarse todo el monte. Don Luis Orijuela contemplaba, sádicamente, alegre, aquella hoguera que diezmaba no solamente los vegetales sino los animales que habitan en el monte. El  denso humo, producido por el incendio, se apoderó de todas las montañas circunvecinas. Los  pampachirinos lloraban porque el emporio de leña que tenían estaba siendo liquidado.
Después de algunos meses don Luis Orijuela sembró papa en las orillas de la laguna y tierras aledañas. Se  había convertido en dueño de estas tierras. Luego  de otros meses más, se fue más allá de la  laguna de pampachiri, siempre montado en su corcel brioso y  portando su arma. Descubrió unas hermosas pampas llenas de  bosques rocosos; en aquel lugar había gran cantidad de vicuñas y  alpacas, de colores vivos. El gobernador había encontrado otra mina. En efecto planificó en primer lugar cazar a las vicuñas para trasquilarla puesto que sabía que la lana de estos animales era la mejor del mundo, por lo que tiene un alto precio en el mercado. Don Luis _después de contemplar un largo rato_ decidió cazar unas cuantas vicuñas. Se posesionó  detrás de una roca;  pero,  se dio cuenta que estos animales eran tan mansos, que no necesitaba  de tanta comodidad para disparar su carabina. El  gobernador por fin apretó el gatillo del arma, pero súbitamente sintió un fuerte dolor en los dedos y en los ojos y  la visión  se le opacó. ¿Qué había sucedido? Pues el arma se había destrozado porque la bala había reventado dentro de la cacerina y sus esquirlas habían dañado los ojos del cazador.
El gobernador, al percibir que había sufrido la mutilación de sus dedos y para colmo había quedado ciego, desesperado, recorrió  la zona pidiendo auxilio. Los huesos de don Luis Orijuela fueron hallados después de algunos meses. La gente al enterarse de este hallazgo decía que esta mala autoridad había encontrado esta muerte por castigo de los dioses andinos porque había matado a los hijos de éstos: Tarukas (venados), truchas, vicuñas, keuñas y chachakomos.

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