AUSANGATE
Ausangate era un hombre alto, fornido, de cabellos
plateados, oriundo del pueblo de Ocongate, hijo de padre soltero llamado
Ayangate. No conoció a su madre porque ella murió precisamente cuando daba a
luz a Ausangate por lo que éste creció
bajo el cuidado y vigilancia únicamente que su padre, pero eso si
lactando diferentes pezones de madres que tenían hijos de su edad.
Pasó el tiempo y Ausangate se convirtió en un atractivo y, simpático
joven. Cierto día, Ausangate conoció a una bella mujer llamada Akanaku, ni bien
la vio sintió un estremecimiento que le sacudió el alma. Sin duda quedó muy enamorado de Akanaku. A partir de
aquel día Ausangate se convirtió en la
sombra de Akanaku, todos los días estaba tras de ella, buscándola, hasta que,
finalmente, la encontró en la quebrada de una montaña, donde ella estaba
apacentando sus llamas, alpacas y vicuñas. De inmediato le ofreció conversación
y luego de un rato se atrevió a confesarle:
_Mama Akanaku, yo te amo de corazón, con todo mí ser, quiero
ser tu esposo.
_Señor Ausangate, no, no
es posible que puedas ser mi esposo, yo tengo problemas muy serios _Respondió
la mujer. La respuesta de Akanaku cayó
como un baldazo de agua fría al joven
enamorado por cuyas mejillas rojas cayeron dos gruesas gotas de lágrimas; fue entonces, que Akanaku,
comprendió que Ausangate realmente estaba enamorado de ella.
Desde aquella fecha, Ausangate comenzó a enflaquecerse y
caminar hecho un loco tras de Akanaku, pero ella seguía rechazando.
Un día, después de muchos días de ausencia, Ausangate se presentó
ante la bella mujer _quien se encontraba hilando un velón de lana blanca, con una hermosa rueca de
madera roja,- y una vez más se atrevió a hablarle:
_Mama Akanaku, a pesar de tu rechazo, nuevamente tengo que
decirte que estoy sumamente enamorado de ti, que estoy a un paso del
suicidio si no me aceptas como tu
esposo, mira, acá tengo este cuchillo para.
Akanaku, no le permito que terminara de hablar y
mirando tiernamente al joven amante le
dijo:
_Ausangate, debo confesarte que también yo te amo, pero no
puedo ser tu esposa, La mujer de tu vida debe ser una doncella, en cambio yo
tengo un pasado muy oscuro que no te conviene.
_Akanaku, por favor dime ¿cuál es ese pasado? Sea cual sea
cuéntamelo ¿O acaso crees que no sabré comprender? Por favor dímelo.
_Ausangate, yo tengo una hija ya joven. Y a ti no te
conviene tener una esposa, que tenga hijos de un compromiso anterior.
Súbitamente sin ya poder aguantar su genio, Ausangate se lanzó
a los brazos de Akanaku, todo él era un frenesí de amor, la llenó de besos
mientras le murmuraba a los oídos:
_Akanaku, para mi eso no es problema, yo te amo de verdad,
tu hija será también mi hija, ella será parte de nuestra familia.
Después, de este encuentro y trascurrido un corto tiempo,
Ausangate, abandono su querido pueblo de
Ocongate y se dirigió hacia K’aqka a la casa de su amada. Cuando llegó,
con todas sus pertenencias a la casa de Akanaku, fue atendido cariñosamente por
la hija de ésta quien era joven llena de encantos, era una bellísima Wachacha.
Mientras tanto Akanaku estaba en la cocina preparando un potaje para el recién
llegado que ya era su esposo.
Ausangate quedó hechizado por la hija de Akanaku, jamás en
su vida había visto una mujer tan bella, tan especial. Tenía una hermosa tez
cobriza, en la cabeza gran cantidad de trencitas. Sus glúteos, perfectamente
redondos, estaban cubiertos con una falda flotante; su espalda, con una manta
de colores naturales y sus turgentes
pechos, con un corpiño blanco y toda esta
vestimenta se la había confeccionado
ella misma. Y, como, si todo esto fuera
poco tenía un hermoso nombre, se llamaba Ñuqchu. Desde su nacimiento nunca
había salido de su casa, más bien había
aprendido a tejer primorosamente. Sus tejidos, eran verdaderas obras de arte. Por su parte su
madre se dedicaba a hilar los vellones de lana que producía su ganadería. Estos
productos los negociaba en los pueblos
vecinos con ello conseguía lo necesario para la manutención del hogar.
Ausangate y Akanaku
iniciaron su convivencia de marido y mujer, pero, Akanaku continuó ausentándose
de sus casa todos los días, como lo
hacia de costumbre, se dirigía a las quebradas de las montañas cercanas para
apacentar sus llamas, alpacas y vicuñas; mientras tanto Ausangate se quedaba en
la casa haciendo producir los terrenos de su nueva familia.
Una noche de esas Ausangate, una vez más, no pudo controlar
su genio, aprovechando que Akanaku
estaba entregada al sopor placentero del sueño, se ausentó del lecho nupcial. Si embargo, al poco rato, la mujer
despertó y se percató que su marido se había ido. De inmediato se levantó y fue
a la habitación de su hija para preguntarle sobre el paradero de su esposo,
pero ella tampoco estaba; Ñuqchu también
había abandonado su lecho. Entonces
Akanaku, cayó en cuenta que su marido y su hija habían fugado. Rápidamente retornó
a la habitación conyugal sacó y preparó su honda y tres qollotas (piedras
redondas). Presa de rabia y de dolor, esperó que amaneciera y en cuanto salió
el sol partió tras las huellas de los fugitivos.
Apoco de iniciada su pesquisa, vio a lo lejos, a Ausangate y
Ñuqchu, agarrados de las manos, se elevaban hacia una montaña. Akanaku sin
perder tiempo colocó en el pampán de sus honda una de las qollotas, luego para tomar fuerza hizo
cimbrar la honda, dando vueltas en el aire, hasta que sintió que era el momento de disparar. En efecto, apuntó bien y soltó una
de las puntas de la honda en dirección a la cabeza de Ausangate. El proyectil impactó donde debía y derribó al hombre.
La Wachacha (la joven), asustada se arrodilló para tratar de auxiliar a su
amante, pero ya era tarde, Ausangate
daba sus últimos estertores.
Seguidamente, Akanaku lanzó el segundo proyectil con dirección a la cabeza de su
suegro Ayangate, a quien quería castigar por no haber sabido educar
correctamente a su hijo. Efectivamente,
la qollota golpeó violentamente la cabeza del anciano quien cayó y murió instantáneamente. Por último, agarró la
tercera piedra redonda para lanzarla hacia la cabeza de su hija, pero ella ya
no estaba se había convertido en una bella planta.
Akanaku, después de este infausto acontecimiento se echó a llorar, sus lágrimas corrieron
abundantemente y dieron origen al rio Mapacho. Por su parte, Ausangate se
convirtió en la montaña alta y poderosa, llena de nieve que actualmente
conocemos. Eso mismo ocurrió con Ayangate. Las tres piedras o qollotas, que llevó
Akanaku para cobrar venganza, aún están hasta ahora en las zonas de Akokunka,
Palka y Umanas.
La bella Ñuqchu sigue viviendo adherida al cuerpo de su
amado Ausangate floreciendo, cada año, hermosos pétalos rojos, y Akanaku,
también convertida en montaña sigue allí, con la mirada dirigida para siempre
hacia la figura de su amor perdido.

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