martes, 19 de junio de 2012


AUSANGATE
Ausangate era un hombre alto, fornido, de cabellos plateados, oriundo del pueblo de Ocongate, hijo de padre soltero llamado Ayangate. No conoció a su madre porque ella murió precisamente cuando daba a luz a Ausangate por lo que éste creció  bajo el cuidado y vigilancia únicamente que su padre, pero eso si lactando diferentes pezones de madres que tenían hijos de su edad.
Pasó el tiempo y Ausangate se convirtió en un atractivo y, simpático joven. Cierto día, Ausangate conoció a una bella mujer llamada Akanaku, ni bien la vio sintió un estremecimiento que le sacudió el alma. Sin duda  quedó muy enamorado de Akanaku. A partir de aquel día Ausangate se convirtió  en la sombra de Akanaku, todos los días estaba tras de ella, buscándola, hasta que, finalmente, la encontró en la quebrada de una montaña, donde ella estaba apacentando sus llamas, alpacas y vicuñas. De inmediato le ofreció conversación y luego de un rato se atrevió a confesarle:
_Mama Akanaku, yo te amo de corazón, con todo mí ser, quiero ser tu esposo.
_Señor Ausangate, no, no  es posible que puedas ser mi esposo, yo tengo problemas muy serios _Respondió la mujer. La  respuesta de Akanaku cayó como un baldazo de agua  fría al   joven enamorado por cuyas mejillas rojas cayeron dos gruesas  gotas de lágrimas; fue entonces, que Akanaku, comprendió que Ausangate realmente estaba enamorado de ella.
Desde aquella fecha, Ausangate comenzó a enflaquecerse y caminar hecho un loco tras de Akanaku, pero ella seguía rechazando.
Un día, después de muchos días de ausencia, Ausangate se presentó ante la bella mujer _quien se encontraba hilando un velón  de lana blanca, con una hermosa rueca de madera roja,- y una vez más se atrevió a hablarle:
_Mama Akanaku, a pesar de tu rechazo, nuevamente tengo que decirte que estoy sumamente enamorado de ti, que estoy a un paso del suicidio  si no me aceptas como tu esposo, mira, acá tengo este cuchillo para.
Akanaku, no le permito que terminara de hablar y mirando  tiernamente al joven amante le dijo:
_Ausangate, debo confesarte que también yo te amo, pero no puedo ser tu esposa, La mujer de tu vida debe ser una doncella, en cambio yo tengo un pasado muy oscuro que no te conviene.
_Akanaku, por favor dime ¿cuál es ese pasado? Sea cual sea cuéntamelo ¿O acaso crees que no sabré comprender? Por favor dímelo.
_Ausangate, yo tengo una hija ya joven. Y a ti no te conviene tener una esposa, que tenga hijos de un compromiso anterior.
Súbitamente sin ya poder aguantar su genio, Ausangate se lanzó a los brazos de Akanaku, todo él era un frenesí de amor, la llenó de besos mientras le murmuraba a los oídos:
_Akanaku, para mi eso no es problema, yo te amo de verdad, tu hija será también mi hija, ella será parte de nuestra familia.
Después, de este encuentro y trascurrido un corto tiempo, Ausangate, abandono  su querido pueblo de Ocongate y se dirigió  hacia  K’aqka a la casa de su amada. Cuando llegó, con todas sus pertenencias a la casa de Akanaku, fue atendido cariñosamente por la hija de ésta quien era joven llena de encantos, era una bellísima Wachacha. Mientras tanto Akanaku estaba en la cocina preparando un potaje para el recién llegado que ya era su esposo.
Ausangate quedó hechizado por la hija de Akanaku, jamás en su vida había visto una mujer tan bella, tan especial. Tenía una hermosa tez cobriza, en la cabeza gran cantidad de trencitas. Sus glúteos, perfectamente redondos, estaban cubiertos con una falda flotante; su espalda, con una manta de colores naturales y sus  turgentes pechos, con un corpiño blanco  y toda esta vestimenta  se la había confeccionado ella misma. Y,  como, si todo esto fuera poco tenía un hermoso nombre, se llamaba Ñuqchu. Desde su nacimiento nunca había salido de su  casa, más bien había aprendido a tejer primorosamente. Sus tejidos, eran  verdaderas obras de arte. Por su parte su madre se dedicaba a hilar los vellones de lana que producía su ganadería. Estos productos los negociaba  en los pueblos vecinos con ello conseguía lo necesario para la manutención del hogar.
Ausangate  y Akanaku iniciaron su convivencia de marido y mujer, pero, Akanaku continuó ausentándose de sus casa todos  los días, como lo hacia de costumbre, se dirigía a las quebradas de las montañas cercanas para apacentar sus llamas, alpacas y vicuñas; mientras tanto Ausangate se quedaba en la casa haciendo producir los terrenos de su nueva familia.
Una noche de esas Ausangate, una vez más, no pudo controlar su genio, aprovechando  que Akanaku estaba entregada al sopor placentero del sueño, se ausentó del lecho  nupcial. Si embargo, al poco rato, la mujer despertó y se percató que su marido se había ido. De inmediato se levantó y fue a la habitación de su hija para preguntarle sobre el paradero de su esposo, pero ella tampoco estaba; Ñuqchu también  había abandonado  su lecho. Entonces Akanaku, cayó en cuenta que su marido y su hija habían fugado. Rápidamente retornó a la habitación conyugal sacó y preparó su honda y tres qollotas (piedras redondas). Presa de rabia y de dolor, esperó que amaneciera y en cuanto salió el sol partió tras las huellas de los fugitivos.
Apoco de iniciada su pesquisa, vio a lo lejos, a Ausangate y Ñuqchu, agarrados de las manos, se elevaban hacia una montaña. Akanaku sin perder tiempo colocó en el pampán de sus honda una  de las qollotas, luego para tomar fuerza hizo cimbrar la honda, dando vueltas en el aire, hasta que sintió  que era el momento de  disparar. En efecto, apuntó bien  y soltó una  de las puntas de la honda en dirección a la cabeza de Ausangate. El  proyectil impactó donde debía y derribó al hombre. La Wachacha (la joven), asustada se arrodilló para tratar de auxiliar a su amante,  pero ya era tarde, Ausangate daba sus  últimos estertores. Seguidamente, Akanaku lanzó el segundo proyectil con dirección a la cabeza de su suegro Ayangate, a quien quería castigar por no haber sabido educar correctamente   a su hijo. Efectivamente, la qollota golpeó  violentamente  la cabeza del anciano quien cayó y murió  instantáneamente. Por último, agarró la tercera piedra redonda para lanzarla hacia la cabeza de su hija, pero ella ya no estaba se había convertido en una bella planta.
Akanaku, después de este infausto acontecimiento  se echó a llorar, sus lágrimas corrieron abundantemente y dieron origen al rio Mapacho. Por su parte, Ausangate se convirtió en la montaña alta y poderosa, llena de nieve que actualmente conocemos. Eso mismo ocurrió con Ayangate. Las tres piedras o qollotas, que llevó Akanaku para cobrar venganza, aún están hasta ahora en las zonas de Akokunka, Palka y Umanas.
La bella Ñuqchu sigue viviendo adherida al cuerpo de su amado Ausangate floreciendo, cada año, hermosos pétalos rojos, y Akanaku, también convertida en montaña sigue allí, con la mirada dirigida para siempre hacia la figura de su amor perdido.

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