martes, 12 de junio de 2012


ÁMAME  MUJER
Los ques_ques (cigarras del valle), daban sus últimos cánticos; la tarde vesperal veniase con gigantes brazos de manchas crepusculares y negruzcas;  los pasos de don Julio eran lentos y largos después  de dieciocho  horas ininterrumpidas  de caminata, por quebradas y cordilleras.
Los dientes de maíz  blanco estaban verdeados por la rumiada de la coca, y le alentaba a proseguir su único compañero; el bastón  de waranway , que le servía para pasar los riachuelos y abras para no ser avistado.
Bajo la capa oscura de la noche, sentado en bancas toscas e incoloras los campesinos dialogaban, el lamparín iluminaba el ambiente. Don Pablo sacó de su chuspa un manojo de coca y luego invitaba a su vecino; don Eufrasio sacó del bolsillo de su saco raido una porción de tabaco quebradino y con sus manos nervudas y callosas comenzó a envolver  en un papel de azúcar, después de dar forma, se aproximó al fogón que calentaba el ambiente frió;  se inclinó  y sacó  con la mano derecha un pequeño palo con punta de lumbre y luego prendió el tosco cigarrillo;  se llevó a la boca,  y después de aspirar profundamente, lanzó  una bocanada de humo al espacio, al instante se esparcía  hasta llegar al techo de ichu de la habitación. Don Eufrasio  invitó  el grueso pitillo a su vecino y luego éste circulaba  de boca en boca intermitentemente; los labriegos saboreaban el agradable olor de humo.
Las gruesas piernas de don Julio ya no le obedecían,  en la bajada la dificultad se le hizo peor; la luna salió de una abra lejano e iluminaba al vallecito como señalando el sendero,  a sus finos oídos llegó el ladrido lejano de los perros chuscos; paròse en un pequeño montículo e iluminó  su  mente: ‘’Carajo, ya llegaré, vamos piernitas que esta noche descansaras siquiera un momento; vamos bastoncito que tú eres  mi apoyo’’.
Al mirar que ingresaba don Julio los labriegos, al mismo tiempo, se pusieron de pie y quitándose  los sombreros, lo  abrazaron respetuosamente; el mayor de los ancianos sacó de su ch’uspa un manojo de coca y entregó al recién  llegado; terminado dicho acto, cada uno partía a su sitio  a sentarse en las bancas toscas  y descoloridas, para don Julio le brindaban un asiento al lado del batán.
La luna había recorrido toda la noche por su mismo camino, le faltaba poco para terminar con su monótono  trajín; los labriegos se levantaban para abrazarle otra vez como despedida y cada uno partía a sus viviendas; los pastales estaban cubiertos de fría plancha  helada; de los follajes y arbustos caían gotas gruesas de agua fría; atrás  no dejaba ni una huella de sospecha.
 El cansancio y la desvelada de Julio llamaba a su cuerpo al  sueño profundo, dormía sobre pellejos y con gruesas frazadas tejidas, no sentía ni el picazón de las pulgas,  ni la camita de los cuyes y gatos por encima suyo, la cocina le abrigaba; al amanecer, doña Dorotea le entregaba papitas sancochadas, un pedazo de carne azada y una porción de mote;  y después de dos platos de lawa de chuño, partía a las otras comarcas.
Los Andes seguían despiertos, los negros bultos en la oscuridad se organizaban, el encargo se cumplía al pie de la letra,  las comisiones entraban en prueba de fuego como primera medida; un grupo recorría y conocía  la zona, otro se avituallaba  de lo necesario , otro tomaba contacto con las comunidades cercanas,  amenazaban  los nubarrones y los vientos se cargaban.
El arroyo fresco y límpido que bajaba de Atajara alegraba el valle, la casa hacienda con sus techos rojizos, brillaba a larga distancia. En la tarde los chiwacos  y gorriones cantaban sus últimas tristezas.
A una precisa  hora, silenciosamente, los labriegos bajaban. La  noche cubría  sus movimientos, la arboleda del camino les protegía de ser avistados, cada  grupo llegaba al lugar señalado, generalmente ocultaban sus cabezas en un montículo y esperaban la señal de la gesta.
Los hacendados ya tenían algo de sospecha, pasaban las noches en vigilancia; un lamparín  viejo colgaba de un pacae y en medio patio, alumbraba; habían noches que disparaban algunos tiros de fusil al aire, con el sobreaviso, los runas tomaban mayores precauciones; días anteriores, en una recua de mulas, el  terrateniente había enviado sus cosas de valor hacia Andahuaylas.
Era la fecha fijada, detrás de los tayankales, warangos,  roquedales, matorrales y hoyos, las cabezas observaban en sus días de combate, ala hora fijada, se escuchaba el sonido triste, aullador  y guerrero de los pututos; de inmediato los gritos resonaban  en el valle, las hogueras se prendían alrededor de la hacienda.
Al escuchar los gritos de los labriegos, el terrateniente se parapetó  en la torre de la capilla y luego comenzó a soltar algunos disparos a las cercanías  de las hogueras,  había iniciado la guerra; los runas con sus hondas lanzaban piedras muy cerca de la hacienda, las caídas se percibían en la huerta; los animales del corral se encabritaban, los perros  lanzaban aullidos lastimeros,  conforme pasaban las horas, las balas se perdían, finalmente no había un disparo, los campesinos  cerraban el circulo, estaba rayando el alba, los hombres estaban penetrando a la hacienda, el gamonal oculto en un matorral con el fusil al ristre esperaba al primero que se le venia encima, sudaba frio, alguien del costado le vio la silueta y grito:
_ ¡Ahí está el gamonal carajo!
_Levemente  temblando, con las manos en alto, los campesinos gritaban a todo pulmón.
_ ¡Kausachum Campesino, carajo!
_ ¡Kausachum! _respondían.
_ ¡Kausachum campesinos carajo!
_ ¡Kausachum _respondían.
¡Wañuchun Gamonal!
¡Wañuchun! _respondían.
El viejo lamparín seguía alumbrando,  los humos en las lomadas seguían siendo arrastrados por los vientos matinales, don Julio le miró con su mirada soberbia  y el gamonal,  con los ojos, le pedía perdón; después de algunos intercambios de ideas el  opresor fue encerrado en el granero de la hacienda.
Los encargados, marchaban a sus sitios, los vigías observaban  el valle y los caminos, cualquier sospecha fue comunicada con los signos consabidos.
El resto de los siervos se encontraban al medio del patio,  después de unos  momentos don Julio salió  y luego subió   a una de las paredes que bordeaban  al grueso pacae para decir el siguiente mensaje.
_¡Compañeros!
_¡Compañeros!
Hoy marca un hito en la historia de nuestro pueblo, después de  quinientos años otra vez hemos recuperado nuestras tierras,  usurpada por este gamonal y su laya. Y ahora llora como un cocodrilo.
_¡Viva la unificación de los campesinos!
-¡Viva! _ respondieron.
Después de un par de discursos, los responsables abrieron todas las puertas de la hacienda, todas las cosas recuperadas fueron inventariadas, contabilizaban los animales y trataban de evitar cualquier tipo de excesos.
Las mujeres en las pailas de trabajo, preparaban el almuerzo; las ollas llenas de maíz hervían  junto con los pedazos de carne; el  caldo remolinaba, todo  grasoso y despedía agradables olores; después del medio dia la gente recibió su racion, sentados en fila a las orillas del gran comedor.
Luego de alimentarse, la gente se reunió  en el patio, con la finalidad de armar el juicio popular. El gamonal escuchaba las acusaciones con la cerviz baja,  estaba palido,  con los ojos hundidos, sin aliento para descargar las acusaciones; la participación de los siervos en un quechua acusador taladraba su conciencia; un orador salió al frente y dijo:
_¿  Taytas, hoy tenemos a este gamonal, humilde como una gallina; y antes, como perro mostrenco,  cuànto  nos ha abusado y a cuàntas mujeres  he seducido y violado?
Alguien grito con una voz de trueno:
_¡Hay que colgarlo en este pacae, carajo!
No, no podemos abusar de este indefenso, mi ponencia es que después de firmar el acta, jamás  debe regresar pues debe retirarse de acá sin zapatos.
_¡Esta bien! _ Rugieron los comuneros de Kllapayoq.
Concluida la asamblea, un grupo de comuneros acompaño al abusivo  hasta la orilla del riachuelo, donde lo abandonaron a su suerte.
Don Julio partió  a las otras comarcas; escuchàbase , en los días posteriores, que en oleadas, los campesinos estaban invadiendo las haciendas. Los  terratenientes  se dirigían a Andahuaylas pidiendo auxilio a las autoridades y la cabeza de los dirigentes  de  la federación; los vientos soplaban, la tempestad crecía, un terremoto removía el piso del gobierno.
Pasaron los días, semanas y meses; se acercaba el mes de las siembras; los runas, disimuladamente, abandonaban la hacienda, los horizontes políticos cambiaban, el gobierno buscaba la cabeza de los dirigentes; tenían precio sus cabezas; amenazaba con hacer intervenir al Ejercito  y en las tierras nada crecía, nadie quería sembrar, pues, se sentían inseguros.
La fuerza que habían acumulado se desbarrancaba,  escuchaban noticias muy negras que en tal lugar fueron apresados tantos campesinos, allá murieron  otros en una reyerta con la policía: cundían negras notas. Como epilogo, una mujer alumbró  un bebé rollizo, antes de la fecha calculaba y una tarde escucharon por la emisora de Andahuaylas que el compañero Julio había sido detenido por la policía.
La noticia corrió como un reguero de pólvora por las comarcas,  surtió  un desconcierto  total. Los labriegos desaparecían de las  haciendas, se cernía una represión;  las cárceles de llenaban de cabecillas y de mucha gente. El legendario dirigente de ojos claros, tez blanca, cabellos lacios y rubios, bajaba en el  Aeropuerto  Jorge Chávez de Lima, para ser llevado a las mazmorras del gobierno.   
Llegó un día, -la fecha lo sabe el tiempo_, en que don Julio abandonó  sus estudios, dedicose a los más necesitados;  se sumergió en el corazón profundo de los labriegos, bebió  sus  alegrías, sus dulzuras, sus amarguras, sus desgracias; pensó que  algún día los campesinos  dejarían  de ser eternos siervos y esclavos de los gamonales.
La bella urbe había quedado lejos; y la tierra estaba junto a él;  había ingresado a labrarla con manos delicadas; ahora, la madre tierra, con su amor serrano, lo había convertido en un puma lleno de callos y valor.
Un día de primavera cuando los sapos croaban, las flores abrían sus capullos, los gorriones trasladaban en sus finos piquitos pajitas al arbusto, para armar sus nidos; Julio ingresó en  la casa de don Enrique, con  novedades; él  al escuchar la nueva, se alegró, como los maizales que orillaban la choza.
Pasó una semana, en la casa de don Enrique, dos gallinas gordas hervían en una olla de barro,  las personas designadas llegaban emponchadas y luego tomaban asiento en el corredor para acordar. El dueño sacó un poco de licor de una botella mediana y seguidamente brindando en una pequeña copita, le dijo a don Julio:
_Don Julio: para ti; mañana será otro día;
-Salud por esta noche de alegría.
_Salud_ contestó.
El fogón fue apagado, las leñas  despedían humo que ahogaba a los visitantes; alguien astornudo, doña Dolores salió de la cocina arrastrando una olla de caldo de gallina y con platos envueltos en una manta negra tejida; don Gregorio se aproximó para ayudarle; después de intercambiar algunas ideas, partieron. Don Julio y Víctor Aguilar cargaron los tomines de chicha y las botellas de aguardiente. La luna les guiaba, el camino estaba orillado por paqpas, cercos de espinos, súbitamente, salió una jauría  de perros chuscos ladrando, los caminantes no hicieron caso, continuaron con el viaje, saltaron una pequeña acequia; don Enrique, en una de las manos, llevaba un lamparin en afán  de previsión, y sus cigarrillos en los bolsillos. Por fin llegaron a la puerta de la vivienda, y salió un perro ladrando.
_Toc_toc,toc,
_¿Quien es?
_¡Yo; Enrique Chati! ¡Don Facundo! ¡Vengo a molestarte, quisiera que me abras tu puerta!
_¡Pero todavía sol altas horas de la noche!, ¿qué se te ofrece tayta?
_¡Don Facundo es muy urgente nuestra conversación, se trata de los problemas de nuestra comunidad, por eso, precisamente, te busco a estas horas de la noche!
_¡Bueno taytito, espérame un ratito!
Cuando abrió la puerta rústica, don Facundo se sorprendió al espectar al grupo de emponchados; el miedo se apodero de su persona; pero, lentamente, se calmaba cuando escucho  la voz de don Enrique que justificaba su presencia; don Facundo abrió la puerta de par en par  invitándoles a pasar. Los visitantes ocuparon los asientos del corredor. En seguida don Facundo prendió  un  candil con un palito de fósforo. Don Enrique aprovechó los breves minutos para sacra la primera botella,  e invitar una copa de aguardiente a don Facundo. Después que bebió, èl todavía no  podía descifrar el misterio que encerraba la visita.
Bebieron chicha y licor, de pronto salió la esposa de  don Facundo muy bien arropada con un mantón en la espalda  para contrarrestar el frio  escucharon los primeros cantos del gallo,  ya con los nervios templados, don Enrique abrió la plática  oficial diciendo:
_Don Facundo, vas a disculparme; hemos venido a tu respetable casa con una mentirilla; sin embargo, el fin de nuestra visita es éste; discúlpame la sinceridad,  cada uno hemos pasado por ese camino, aquí está nuestro hermano Julio, hombre sincero y respetado por nuestra comunidad, hombre  trabajador pero para trabajar etas tierras necesita una.
_Salud don Facundo _le dijo don Gregorio.
_Salud tayta _respondió mirando  con sus ojos achinados en la semi_oscuridad de la habitación.
_Disculpeme: le decía que necesita  una mujer; precisamente, nos hemos fijado en tu hija, mujer de cualidades; a veces tenemos que pensar, cuando ya somos mayores y por la ley de la vida tenemos que volar a otros brazos, hasta a lugares lejanos.
_Ay ay taytitos, nunca hubiera querido escuchar estas palabras, que voy a decir de esto; no sè, déjenme pensar un momento a mi y a mi señora esposa.
Hasta mientras. Luisa se había levantado de su lecho, en a oscuridad de la noche, y se había aproximado a la traspuerta para poder escuchar lo que conversaban y conocer a los visitantes Luisa enterada de lo acontecido, rabiaba y achaba maldiciones a sus padres que, ebrios, ya estaban por aceptar que ella se convierta pronto, en la futura pareja de don Julio.
Doña Dolores se aproximó a la olla del caldo de gallina, para servir, con grandes presas, a los dueños de casa; don Facundo recibió  el plato de caldo de gallina, en cambio, la señora se resistió.
Don Gregorio intervino para afianzar el pedido, las palabras de él era tan delicadas y significativas que conmovían el ambiente; don Facundo, para quitarse el peso de su espalda, dijo:
_Wiraqochas (señores) qué  voy poder decidir solo; mejor voy a llamar a mi hija Luisa, y  que ella, con mi esposa conversen.
Don Facundo, quizás será un atrevimiento; pero, desde el momento que he llegado a esta comunidad siempre he demostrado cariño al pueblo; es cierto que no soy rico, es cierto que soy forastero; pero he demostrado trabajo y me siento capaz de trabajar as tierras para mantener a mi futura esposa e hijos.
En ese instante salieron de la habitación, doña Dorotea y su hija Luisa, ésta última salía completamente abrigada con un mantón  y tomando la palabra  dijo en forma tajante:
_Papay, yo no puedo comprometerme con un hombre que no conozco, es cierto, a don Julio siempre lo veo; pero, en mis viajes a Huamanga, he conocido aun joven quien es mi pretendiente, mi corazón está para él; por tanto discúlpenme me voy a retirar.
Los solicitantes quedaron tiesos ante la respuesta de Luisa; entonces, ellos, después de mirarse de reojo, determinaron concluir  con las copas de aguardiente y los vasos de chicha, parecía que el  firmamento se molestó; seguidamente abandonaron la casa de don Facundo. Don Julio iba al último, había cesado la conversación. Don Enrique caminaba meditando y después de saltar un riachuelo dijo:
Ahora quisiera descansar en esa lomada junto con Uds. Para conversar con sinceridad. ¿Está bien?
_Si está bien, tayta_ dijeron.
Llegaron a la lomada; un eucalipto  se elevaba al cielo y parecía que alcanzaba a la luna con su boca, para besarla;  los runas chaccharon la coca verde; don Julio fumaba un cigarrillo;  se acomodaron en cada poyo e iniciaron a parlar con un lenguaje seguro y persuasivo:
_Creo que estamos con un poco de mala suerte, si se enteran este desaire los mistis de Ongoy se reiran de nosotros; pero este problema  està en nuestras manos, don Julio, mañana ya debe tener su pareja para siempre.
Todos movieron sus cabezas positivamente.
La noche era tensa, a preocupación estaba en la cabeza de cada uno de ellos, chacchaban y fumaban; el resto de la chicha y el aguardiente seguía fermentando. Don Enrique se sirvió  una copa lleno de licor, luego miró con sus ojos cariñosos a don Gregorio y dijo finalmente:
_Don Gregorio, la madre tierra, sabe porqué no ha aceptado don Facundo, mira esta coca dulce y amarga, dice que habrá  solución. Efectivamente, está e tus manos, ya no quiero rodearte  con más palabras, la necesidad  de nuestro hermano Julio, la sabes mejor que yo; por eso, quiera que el corazón  de tu bella hija sea de don Julio. ¿Está bien?
Las ramas de eucalipto bajaban para proteger a la comitiva, las montañas, acaso, bramaban de alegría; una luciérnaga  cruzaba el cielo, y abrazó al suegro de Julio; aunque, en el primer instante,  quiso rechazar; pero ya era tarde. El resto de la gente se le abalanzaban para abrazarle por lo sucedido. Finalmente, don Julio les correspondía  murmurando algunas palabras significativas; después de beber algunas copas de aguardiente, se enrumbaron a la vivienda de don Gregorio.
_Toc, toc, toc. Doña Andrea, ¡por favor ábrame  la puerta!
_Ahorita señor –respondió.
Luego de abrirse la puerta y después de saludar a doña Andrea, ingresaron los visitantes, desde el corral un asno rebuznaba y desesperaba al resto de los animales. Doña Andrea, sin poder explicarse prendía el lamparín viejo para atenderlos. Don Gregorio, ingreso a la habitación de su hija Victoria y le ordenò que se levantara  de su cama para  atender a los vistantes.
Victoria salió con aires de sueño; su padre dispuso un pellejo apara que se sentara su hija, al lado de su madre. Tomò un sorbo de trago y luego hablò.
-Doña Andrea, discúlpame esposa mia, me he tomado algunas copas de aguardiente, pero, esposa mia, nunca te he faltado el respeto, tampoco a nuestra hija Victoria, pero, son cosas de la vida. Esposa mia ¿Còmo nos hemos conocido? ¡Acuerdate! . Como esta noche: por eso ahora quiero decirte, tu hija ya tiene pretendiente.
_¿Cómo? ¿Qué me estas hablando esposo mío?
_Si, esposa mía, he determinado que don Julio va a ser esposo de mi hija y a sus pretendiente no puedo negar.
La comitiva se levantó, para abrazar a doña Andrea y Gregorio, mientras que Victoria, completamente nerviosa, no sabía qué hacer en aquel momento. Después que culminaron los brazos, don Gregorio, al medio del corredor, agarró una mano de Victoria y la unió a la de Julo. Don Julio, después que cogió las manos de Victoria lo cubrió con su poncho, y tomaron asiento, Victoria temblaba de nervios, la sorpresa seguía en su cabeza,  miraba con mucho temor a su futura pareja, los asistentes  festejaban el acontecimiento bebiendo aguardiente y chicha. De pronto, de los ojos de don Julio comenzaron a brotar lágrimas  como manantiales y no daba explicación a nadie. ¿Acaso recordó a sus padres?, ¿tal cárcel, màs de un año? ¿Tal vez algún acontecimiento de su vida? Pero, seguía llorando.
Despues de unos tragos màs, los acompañantes se retornaron; don Julio y Victoria ingresaron  a la habitación y…
En esta  bella noche sin testigo
Nadie me la quita a mi yanallay
Aunque venga los rayos del cielo
Ella está en mis brazos para siempre.
Las primaveras verdes volaban juntamente que las  golondrinas viajeras; las cosechas amarilleaban  como las arrugas gruesas de los labradores; después de untar sus sentimientos Victoria y Julio se propusieron unirse ante ley.
 Al final de un pequeño preparativo,julio y Victoria bajaron solamente con los testigos al Municipio de Ongoy. Era una mañana de octubre, el calor caía como brasa de fuego; en el parque jugaban los niños a la paca paca (a las escondidas); los cerdos, con sus trompas, buscaban en la acequia algunos bichos que tragaban sin morder. El alcalde recibió a los recién llegados y  la gente, paulatinamente, se concentraban en la plaza del pueblo.
Luego del acto matrimonial, los casados salieron del Municipio, los runas conglomerados aguardaban y venían a felicitarlos, Julio, sorprendido, preguntó  a su esposa diciendo: ¿Quién ha invitado a tanta gente? No sé –dijo _Victoria. A los pocos segundos se escuchó el sonido de los pututos, su vibrar llegaba a mucha distancia, los  vecinos del pueblo miraban de  sus puertas con admiración  a tanta gente, y  en las esquinas interpretaban los waynos con arpa y violín alegrando los corazones del pueblo que se engalanaban de fiesta popular.
Después de una corta caminata, por fin, llegaron a la primera esquina, donde recibieron el homenaje  de la comunidad de Tocsopampa; luego de algunas palabras significativas recibieron sendos vasos de chicha y aguardiente antes de escalar a la comunidad de Kallapayoq. Los brazos de los esposos se habían llenado de flores ofrecidas por los personajes que más les estimaban y por los representantes  de las comunidades. Esta operación se realizaba cada cien o doscientos metros, donde había un lugar adecuado para homenajear a los casados.
En Kallpayoq, por comisiones las comunidades se habían organizado para construir en ramadas en la amplia plaza y habían acondicionado  piedras y adobes como asientos; al centro de la plaza, acondicionaron una ramada para los recién casados y padrinos, esta ramada estaba exornada con bellas flores; en los bajíos se encontraban una mesa para los casados y padrinos mientras que la otra mesa era para depositar la cantidad de flores que obsequiaron a los matrimoniantes.
El camino subía en zigzag, estaba bordeado por plantas de tankar, rocas graníticas, paqpas. Julio se paró en una lomada, el viento llevaba  a un lado su cabellera y,  a la vista de los runas,  parecía el dueño de estas inmensas tierras andinas. Ingresaban a Kallapayoq, la música  seguía con sus diferentes ritmos arrastrando las vibraciones a la lejanía.
La  montaña verduzca y azulada miraba a Kallapayoq; la procesión de la gente ingresaba interpretando  sus bailes; cada grupo se iba por rondas a su ramada; los novios y os padrinos al centro de la  plaza acompañados por músicas y canciones festivas.
Inicialmente la fiesta, la chicha salía a raudales de los tomines, la  muchedumbre bailaba; cada cierto tiempo salían los bellos sonidos de los wacrapucos, acompañados de pututos. Parecía una fiesta brava, parecía la última fiesta. Las mujeres por grupos,  mataban gallinas y cuyes que asaban en rústico hornos; los niños traían leños de las chacras y caldeaban con sonrisa y alegría, el sol amenazaba con ingresar a su descanso.
Cansada de tanta fiesta, cada comunidad esperaba en su carpa,  seguidamente, las mujeres comenzaron a servir los potajes llenos de sabor y olor; cada grupo enviaba a la pareja de matrimoniantes. Dos asados de gallina y dos asados de cuyes; al toque de los wacrapucos el pueblo comía. Don Julio mirando a su esposa  le dijo: Amor mío, estos platos me los guardas para mañana porque la chicha y el trago han llegado mí estómago.
Concluida la comida, se venia la segunda parte. La  música  cesó. Al poco rato el sonido de los wacrapucos y los pututos abrió,  nuevamente la fiesta, las mujeres vestidas con sus mejores walis y rebosos claros marchaban en ronda para traer a don Julio y hacerle bailar en medio de la ronda de carnavales. Los varones con sus sombreros adornados con cintas multicolores y con sus ojotas salían en ronda para invitar a bailar a doña Victoria. Ella bailó  con  cada uno de ellos y en cada descanso los danzantes bebían chicha y aguardiente.
Los allegados y los padrinos de los esposos se aproximaron a la  mesa, recoger y seleccionar las flores más hermosas; con dichas flores ‘prepararon’’ un ‘’bebe’’. Con  él, cargando en el brazo,  la madrina se aproximó  donde don Julio para invitarle a danzar el  baile de los novios. Entorno a la pareja la gente hizo una ronda gigante don Julio realizó figuras coreográficas, la gente palmeaba  y danzaba. En medio de la danza de novios, la muñeca de flores fue entregada a Victoria. Marido y mujer bailaban al centro de la ronda, la música seguía con mayor intensidad; luego la novia entregó al padrino el ‘’bebe’’. A partir de ese momento el muñeco de flores danzó en los brazos de la gente de pareja en pareja, desde los más jóvenes  hasta los ancianos.
El cielo brillaba, con sus estrellas colgadas; la luna, después de abandonar su lecho nupcial salió  a contemplar la fiesta. Desde los caramancheles de cada comunidad brillaban luces de unos lamparines. Cuando los campesinos danzaron  el baile de despedida; la pareja se dirigió a su vivienda seguida por la muchedumbre y llegaron a la casa, la gente, disciplinadamente, los rodeó cantando la canción siguiente:
Tú, sol llegado de algún lugar
Te atreviste cazar a la luna
Como zorro de la quebrada
 At u presa con mucha astucia.

Ahora la estarás  abrazando
Con el calor de tus brazos
Ella delicada luz estará
Diciéndole: Ahora si yanallay.

Después de esta siembra
Las estrellas nacerán
Para abrir la madre tierra
Y hacer brotar el fruto.

Ya no más cárcel para ti
La comunidad te cubrirá
Con la sombra de sus cariño.
¡trabaja! ¡trabaja! ¡Trabaja maqta!





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