ÁMAME MUJER
Los ques_ques (cigarras del valle), daban sus últimos cánticos;
la tarde vesperal veniase con gigantes brazos de manchas crepusculares y negruzcas; los pasos de don Julio eran lentos y largos después de dieciocho
horas ininterrumpidas de
caminata, por quebradas y cordilleras.
Los dientes de maíz
blanco estaban verdeados por la rumiada de la coca, y le alentaba a
proseguir su único compañero; el bastón
de waranway , que le servía para pasar los riachuelos y abras para no
ser avistado.
Bajo la capa oscura de la noche, sentado en bancas toscas e
incoloras los campesinos dialogaban, el lamparín iluminaba el ambiente. Don
Pablo sacó de su chuspa un manojo de coca y luego invitaba a su vecino; don
Eufrasio sacó del bolsillo de su saco raido una porción de tabaco quebradino y
con sus manos nervudas y callosas comenzó a envolver en un papel de azúcar, después de dar forma,
se aproximó al fogón que calentaba el ambiente frió; se inclinó
y sacó con la mano derecha un
pequeño palo con punta de lumbre y luego prendió el tosco cigarrillo; se llevó a la boca, y después de aspirar profundamente,
lanzó una bocanada de humo al espacio,
al instante se esparcía hasta llegar al
techo de ichu de la habitación. Don Eufrasio
invitó el grueso pitillo a su
vecino y luego éste circulaba de boca en
boca intermitentemente; los labriegos saboreaban el agradable olor de humo.
Las gruesas piernas de don Julio ya no le obedecían, en la bajada la dificultad se le hizo peor; la
luna salió de una abra lejano e iluminaba al vallecito como señalando el
sendero, a sus finos oídos llegó el ladrido
lejano de los perros chuscos; paròse en un pequeño montículo e iluminó su
mente: ‘’Carajo, ya llegaré, vamos piernitas que esta noche descansaras
siquiera un momento; vamos bastoncito que tú eres mi apoyo’’.
Al mirar que ingresaba don Julio los labriegos, al mismo
tiempo, se pusieron de pie y quitándose
los sombreros, lo abrazaron
respetuosamente; el mayor de los ancianos sacó de su ch’uspa un manojo de coca
y entregó al recién llegado; terminado
dicho acto, cada uno partía a su sitio a
sentarse en las bancas toscas y
descoloridas, para don Julio le brindaban un asiento al lado del batán.
La luna había recorrido toda la noche por su mismo camino,
le faltaba poco para terminar con su monótono
trajín; los labriegos se levantaban para abrazarle otra vez como
despedida y cada uno partía a sus viviendas; los pastales estaban cubiertos de
fría plancha helada; de los follajes y
arbustos caían gotas gruesas de agua fría; atrás no dejaba ni una huella de sospecha.
El cansancio y la
desvelada de Julio llamaba a su cuerpo al
sueño profundo, dormía sobre pellejos y con gruesas frazadas tejidas, no
sentía ni el picazón de las pulgas, ni
la camita de los cuyes y gatos por encima suyo, la cocina le abrigaba; al
amanecer, doña Dorotea le entregaba papitas sancochadas, un pedazo de carne
azada y una porción de mote; y después
de dos platos de lawa de chuño, partía a las otras comarcas.
Los Andes seguían despiertos, los negros bultos en la
oscuridad se organizaban, el encargo se cumplía al pie de la letra, las comisiones entraban en prueba de fuego
como primera medida; un grupo recorría y conocía la zona, otro se avituallaba de lo necesario , otro tomaba contacto con
las comunidades cercanas,
amenazaban los nubarrones y los
vientos se cargaban.
El arroyo fresco y límpido que bajaba de Atajara alegraba el
valle, la casa hacienda con sus techos rojizos, brillaba a larga distancia. En
la tarde los chiwacos y gorriones
cantaban sus últimas tristezas.
A una precisa hora,
silenciosamente, los labriegos bajaban. La
noche cubría sus movimientos, la
arboleda del camino les protegía de ser avistados, cada grupo llegaba al lugar señalado, generalmente
ocultaban sus cabezas en un montículo y esperaban la señal de la gesta.
Los hacendados ya tenían algo de sospecha, pasaban las
noches en vigilancia; un lamparín viejo
colgaba de un pacae y en medio patio, alumbraba; habían noches que disparaban
algunos tiros de fusil al aire, con el sobreaviso, los runas tomaban mayores
precauciones; días anteriores, en una recua de mulas, el terrateniente había enviado sus cosas de
valor hacia Andahuaylas.
Era la fecha fijada, detrás de los tayankales, warangos, roquedales, matorrales y hoyos, las cabezas
observaban en sus días de combate, ala hora fijada, se escuchaba el sonido
triste, aullador y guerrero de los
pututos; de inmediato los gritos resonaban
en el valle, las hogueras se prendían alrededor de la hacienda.
Al escuchar los gritos de los labriegos, el terrateniente se
parapetó en la torre de la capilla y
luego comenzó a soltar algunos disparos a las cercanías de las hogueras, había iniciado la guerra; los runas con sus
hondas lanzaban piedras muy cerca de la hacienda, las caídas se percibían en la
huerta; los animales del corral se encabritaban, los perros lanzaban aullidos lastimeros, conforme pasaban las horas, las balas se
perdían, finalmente no había un disparo, los campesinos cerraban el circulo, estaba rayando el alba,
los hombres estaban penetrando a la hacienda, el gamonal oculto en un matorral
con el fusil al ristre esperaba al primero que se le venia encima, sudaba frio,
alguien del costado le vio la silueta y grito:
_ ¡Ahí está el gamonal carajo!
_Levemente temblando,
con las manos en alto, los campesinos gritaban a todo pulmón.
_ ¡Kausachum Campesino, carajo!
_ ¡Kausachum! _respondían.
_ ¡Kausachum campesinos carajo!
_ ¡Kausachum _respondían.
¡Wañuchun Gamonal!
¡Wañuchun! _respondían.
El viejo lamparín seguía alumbrando, los humos en las lomadas seguían siendo
arrastrados por los vientos matinales, don Julio le miró con su mirada
soberbia y el gamonal, con los ojos, le pedía perdón; después de
algunos intercambios de ideas el opresor
fue encerrado en el granero de la hacienda.
Los encargados, marchaban a sus sitios, los vigías
observaban el valle y los caminos,
cualquier sospecha fue comunicada con los signos consabidos.
El resto de los siervos se encontraban al medio del patio, después de unos momentos don Julio salió y luego subió a una de las paredes que bordeaban al grueso pacae para decir el siguiente
mensaje.
_¡Compañeros!
_¡Compañeros!
Hoy marca un hito en la historia de nuestro pueblo, después
de quinientos años otra vez hemos
recuperado nuestras tierras, usurpada
por este gamonal y su laya. Y ahora llora como un cocodrilo.
_¡Viva la unificación de los campesinos!
-¡Viva! _ respondieron.
Después de un par de discursos, los responsables abrieron
todas las puertas de la hacienda, todas las cosas recuperadas fueron
inventariadas, contabilizaban los animales y trataban de evitar cualquier tipo
de excesos.
Las mujeres en las pailas de trabajo, preparaban el
almuerzo; las ollas llenas de maíz hervían
junto con los pedazos de carne; el
caldo remolinaba, todo grasoso y
despedía agradables olores; después del medio dia la gente recibió su racion,
sentados en fila a las orillas del gran comedor.
Luego de alimentarse, la gente se reunió en el patio, con la finalidad de armar el
juicio popular. El gamonal escuchaba las acusaciones con la cerviz baja, estaba palido, con los ojos hundidos, sin aliento para
descargar las acusaciones; la participación de los siervos en un quechua
acusador taladraba su conciencia; un orador salió al frente y dijo:
_¿ Taytas, hoy
tenemos a este gamonal, humilde como una gallina; y antes, como perro
mostrenco, cuànto nos ha abusado y a cuàntas mujeres he seducido y violado?
Alguien grito con una voz de trueno:
_¡Hay que colgarlo en este pacae, carajo!
No, no podemos abusar de este indefenso, mi ponencia es que
después de firmar el acta, jamás debe
regresar pues debe retirarse de acá sin zapatos.
_¡Esta bien! _ Rugieron los comuneros de Kllapayoq.
Concluida la asamblea, un grupo de comuneros acompaño al
abusivo hasta la orilla del riachuelo,
donde lo abandonaron a su suerte.
Don Julio partió a
las otras comarcas; escuchàbase , en los días posteriores, que en oleadas, los
campesinos estaban invadiendo las haciendas. Los terratenientes se dirigían a Andahuaylas pidiendo auxilio a
las autoridades y la cabeza de los dirigentes
de la federación; los vientos
soplaban, la tempestad crecía, un terremoto removía el piso del gobierno.
Pasaron los días, semanas y meses; se acercaba el mes de las
siembras; los runas, disimuladamente, abandonaban la hacienda, los horizontes
políticos cambiaban, el gobierno buscaba la cabeza de los dirigentes; tenían
precio sus cabezas; amenazaba con hacer intervenir al Ejercito y en las tierras nada crecía, nadie quería
sembrar, pues, se sentían inseguros.
La fuerza que habían acumulado se desbarrancaba, escuchaban noticias muy negras que en tal
lugar fueron apresados tantos campesinos, allá murieron otros en una reyerta con la policía: cundían
negras notas. Como epilogo, una mujer alumbró
un bebé rollizo, antes de la fecha calculaba y una tarde escucharon por
la emisora de Andahuaylas que el compañero Julio había sido detenido por la
policía.
La noticia corrió como un reguero de pólvora por las
comarcas, surtió un desconcierto total. Los labriegos desaparecían de las haciendas, se cernía una represión; las cárceles de llenaban de cabecillas y de
mucha gente. El legendario dirigente de ojos claros, tez blanca, cabellos
lacios y rubios, bajaba en el
Aeropuerto Jorge Chávez de Lima,
para ser llevado a las mazmorras del gobierno.
Llegó un día, -la fecha lo sabe el tiempo_, en que don Julio
abandonó sus estudios, dedicose a los
más necesitados; se sumergió en el
corazón profundo de los labriegos, bebió
sus alegrías, sus dulzuras, sus
amarguras, sus desgracias; pensó que
algún día los campesinos
dejarían de ser eternos siervos y
esclavos de los gamonales.
La bella urbe había quedado lejos; y la tierra estaba junto
a él; había ingresado a labrarla con
manos delicadas; ahora, la madre tierra, con su amor serrano, lo había
convertido en un puma lleno de callos y valor.
Un día de primavera cuando los sapos croaban, las flores
abrían sus capullos, los gorriones trasladaban en sus finos piquitos pajitas al
arbusto, para armar sus nidos; Julio ingresó en
la casa de don Enrique, con
novedades; él al escuchar la
nueva, se alegró, como los maizales que orillaban la choza.
Pasó una semana, en la casa de don Enrique, dos gallinas
gordas hervían en una olla de barro, las
personas designadas llegaban emponchadas y luego tomaban asiento en el corredor
para acordar. El dueño sacó un poco de licor de una botella mediana y
seguidamente brindando en una pequeña copita, le dijo a don Julio:
_Don Julio: para ti; mañana será otro día;
-Salud por esta noche de alegría.
_Salud_ contestó.
El fogón fue apagado, las leñas despedían humo que ahogaba a los visitantes;
alguien astornudo, doña Dolores salió de la cocina arrastrando una olla de
caldo de gallina y con platos envueltos en una manta negra tejida; don Gregorio
se aproximó para ayudarle; después de intercambiar algunas ideas, partieron.
Don Julio y Víctor Aguilar cargaron los tomines de chicha y las botellas de
aguardiente. La luna les guiaba, el camino estaba orillado por paqpas, cercos
de espinos, súbitamente, salió una jauría
de perros chuscos ladrando, los caminantes no hicieron caso, continuaron
con el viaje, saltaron una pequeña acequia; don Enrique, en una de las manos,
llevaba un lamparin en afán de previsión,
y sus cigarrillos en los bolsillos. Por fin llegaron a la puerta de la
vivienda, y salió un perro ladrando.
_Toc_toc,toc,
_¿Quien es?
_¡Yo; Enrique Chati! ¡Don Facundo! ¡Vengo a molestarte,
quisiera que me abras tu puerta!
_¡Pero todavía sol altas horas de la noche!, ¿qué se te
ofrece tayta?
_¡Don Facundo es muy urgente nuestra conversación, se trata
de los problemas de nuestra comunidad, por eso, precisamente, te busco a estas
horas de la noche!
_¡Bueno taytito, espérame un ratito!
Cuando abrió la puerta rústica, don Facundo se sorprendió al
espectar al grupo de emponchados; el miedo se apodero de su persona; pero,
lentamente, se calmaba cuando escucho la
voz de don Enrique que justificaba su presencia; don Facundo abrió la puerta de
par en par invitándoles a pasar. Los
visitantes ocuparon los asientos del corredor. En seguida don Facundo
prendió un candil con un palito de fósforo. Don Enrique
aprovechó los breves minutos para sacra la primera botella, e invitar una copa de aguardiente a don
Facundo. Después que bebió, èl todavía no
podía descifrar el misterio que encerraba la visita.
Bebieron chicha y licor, de pronto salió la esposa de don Facundo muy bien arropada con un mantón
en la espalda para contrarrestar el frio
escucharon los primeros cantos del
gallo, ya con los nervios templados, don
Enrique abrió la plática oficial
diciendo:
_Don Facundo, vas a disculparme; hemos venido a tu
respetable casa con una mentirilla; sin embargo, el fin de nuestra visita es
éste; discúlpame la sinceridad, cada uno
hemos pasado por ese camino, aquí está nuestro hermano Julio, hombre sincero y
respetado por nuestra comunidad, hombre
trabajador pero para trabajar etas tierras necesita una.
_Salud don Facundo _le dijo don Gregorio.
_Salud tayta _respondió mirando con sus ojos achinados en la semi_oscuridad
de la habitación.
_Disculpeme: le decía que necesita una mujer; precisamente, nos hemos fijado en
tu hija, mujer de cualidades; a veces tenemos que pensar, cuando ya somos
mayores y por la ley de la vida tenemos que volar a otros brazos, hasta a
lugares lejanos.
_Ay ay taytitos, nunca hubiera querido escuchar estas
palabras, que voy a decir de esto; no sè, déjenme pensar un momento a mi y a mi
señora esposa.
Hasta mientras. Luisa se había levantado de su lecho, en a
oscuridad de la noche, y se había aproximado a la traspuerta para poder
escuchar lo que conversaban y conocer a los visitantes Luisa enterada de lo
acontecido, rabiaba y achaba maldiciones a sus padres que, ebrios, ya estaban
por aceptar que ella se convierta pronto, en la futura pareja de don Julio.
Doña Dolores se aproximó a la olla del caldo de gallina,
para servir, con grandes presas, a los dueños de casa; don Facundo recibió el plato de caldo de gallina, en cambio, la
señora se resistió.
Don Gregorio intervino para afianzar el pedido, las palabras
de él era tan delicadas y significativas que conmovían el ambiente; don
Facundo, para quitarse el peso de su espalda, dijo:
_Wiraqochas (señores) qué
voy poder decidir solo; mejor voy a llamar a mi hija Luisa, y que ella, con mi esposa conversen.
Don Facundo, quizás será un atrevimiento; pero, desde el
momento que he llegado a esta comunidad siempre he demostrado cariño al pueblo;
es cierto que no soy rico, es cierto que soy forastero; pero he demostrado
trabajo y me siento capaz de trabajar as tierras para mantener a mi futura
esposa e hijos.
En ese instante salieron de la habitación, doña Dorotea y su
hija Luisa, ésta última salía completamente abrigada con un mantón y tomando la palabra dijo en forma tajante:
_Papay, yo no puedo comprometerme con un hombre que no
conozco, es cierto, a don Julio siempre lo veo; pero, en mis viajes a Huamanga,
he conocido aun joven quien es mi pretendiente, mi corazón está para él; por tanto
discúlpenme me voy a retirar.
Los solicitantes quedaron tiesos ante la respuesta de Luisa;
entonces, ellos, después de mirarse de reojo, determinaron concluir con las copas de aguardiente y los vasos de
chicha, parecía que el firmamento se
molestó; seguidamente abandonaron la casa de don Facundo. Don Julio iba al
último, había cesado la conversación. Don Enrique caminaba meditando y después
de saltar un riachuelo dijo:
Ahora quisiera descansar en esa lomada junto con Uds. Para
conversar con sinceridad. ¿Está bien?
_Si está bien, tayta_ dijeron.
Llegaron a la lomada; un eucalipto se elevaba al cielo y parecía que alcanzaba a
la luna con su boca, para besarla; los
runas chaccharon la coca verde; don Julio fumaba un cigarrillo; se acomodaron en cada poyo e iniciaron a
parlar con un lenguaje seguro y persuasivo:
_Creo que estamos con un poco de mala suerte, si se enteran
este desaire los mistis de Ongoy se reiran de nosotros; pero este problema està en nuestras manos, don Julio, mañana ya
debe tener su pareja para siempre.
Todos movieron sus cabezas positivamente.
La noche era tensa, a preocupación estaba en la cabeza de
cada uno de ellos, chacchaban y fumaban; el resto de la chicha y el aguardiente
seguía fermentando. Don Enrique se sirvió
una copa lleno de licor, luego miró con sus ojos cariñosos a don
Gregorio y dijo finalmente:
_Don Gregorio, la madre tierra, sabe porqué no ha aceptado
don Facundo, mira esta coca dulce y amarga, dice que habrá solución. Efectivamente, está e tus manos, ya
no quiero rodearte con más palabras, la
necesidad de nuestro hermano Julio, la
sabes mejor que yo; por eso, quiera que el corazón de tu bella hija sea de don Julio. ¿Está
bien?
Las ramas de eucalipto bajaban para proteger a la comitiva,
las montañas, acaso, bramaban de alegría; una luciérnaga cruzaba el cielo, y abrazó al suegro de
Julio; aunque, en el primer instante,
quiso rechazar; pero ya era tarde. El resto de la gente se le
abalanzaban para abrazarle por lo sucedido. Finalmente, don Julio les
correspondía murmurando algunas palabras
significativas; después de beber algunas copas de aguardiente, se enrumbaron a
la vivienda de don Gregorio.
_Toc, toc, toc. Doña Andrea, ¡por favor ábrame la puerta!
_Ahorita señor –respondió.
Luego de abrirse la puerta y después de saludar a doña
Andrea, ingresaron los visitantes, desde el corral un asno rebuznaba y
desesperaba al resto de los animales. Doña Andrea, sin poder explicarse prendía
el lamparín viejo para atenderlos. Don Gregorio, ingreso a la habitación de su
hija Victoria y le ordenò que se levantara
de su cama para atender a los
vistantes.
Victoria salió con aires de sueño; su padre dispuso un
pellejo apara que se sentara su hija, al lado de su madre. Tomò un sorbo de
trago y luego hablò.
-Doña Andrea, discúlpame esposa mia, me he tomado algunas
copas de aguardiente, pero, esposa mia, nunca te he faltado el respeto, tampoco
a nuestra hija Victoria, pero, son cosas de la vida. Esposa mia ¿Còmo nos hemos
conocido? ¡Acuerdate! . Como esta noche: por eso ahora quiero decirte, tu hija
ya tiene pretendiente.
_¿Cómo? ¿Qué me estas hablando esposo mío?
_Si, esposa mía, he determinado que don Julio va a ser
esposo de mi hija y a sus pretendiente no puedo negar.
La comitiva se levantó, para abrazar a doña Andrea y
Gregorio, mientras que Victoria, completamente nerviosa, no sabía qué hacer en
aquel momento. Después que culminaron los brazos, don Gregorio, al medio del
corredor, agarró una mano de Victoria y la unió a la de Julo. Don Julio,
después que cogió las manos de Victoria lo cubrió con su poncho, y tomaron
asiento, Victoria temblaba de nervios, la sorpresa seguía en su cabeza, miraba con mucho temor a su futura pareja,
los asistentes festejaban el acontecimiento
bebiendo aguardiente y chicha. De pronto, de los ojos de don Julio comenzaron a
brotar lágrimas como manantiales y no
daba explicación a nadie. ¿Acaso recordó a sus padres?, ¿tal cárcel, màs de un
año? ¿Tal vez algún acontecimiento de su vida? Pero, seguía llorando.
Despues de unos tragos màs, los acompañantes se retornaron;
don Julio y Victoria ingresaron a la
habitación y…
En esta bella noche
sin testigo
Nadie me la quita a mi yanallay
Aunque venga los rayos del cielo
Ella está en mis brazos para siempre.
Las primaveras verdes volaban juntamente que las golondrinas viajeras; las cosechas
amarilleaban como las arrugas gruesas de
los labradores; después de untar sus sentimientos Victoria y Julio se
propusieron unirse ante ley.
Al final de un pequeño
preparativo,julio y Victoria bajaron solamente con los testigos al Municipio de
Ongoy. Era una mañana de octubre, el calor caía como brasa de fuego; en el
parque jugaban los niños a la paca paca (a las escondidas); los cerdos, con sus
trompas, buscaban en la acequia algunos bichos que tragaban sin morder. El
alcalde recibió a los recién llegados y
la gente, paulatinamente, se concentraban en la plaza del pueblo.
Luego del acto matrimonial, los casados salieron del
Municipio, los runas conglomerados aguardaban y venían a felicitarlos, Julio,
sorprendido, preguntó a su esposa
diciendo: ¿Quién ha invitado a tanta gente? No sé –dijo _Victoria. A los pocos
segundos se escuchó el sonido de los pututos, su vibrar llegaba a mucha
distancia, los vecinos del pueblo
miraban de sus puertas con
admiración a tanta gente, y en las esquinas interpretaban los waynos con
arpa y violín alegrando los corazones del pueblo que se engalanaban de fiesta
popular.
Después de una corta caminata, por fin, llegaron a la
primera esquina, donde recibieron el homenaje
de la comunidad de Tocsopampa; luego de algunas palabras significativas
recibieron sendos vasos de chicha y aguardiente antes de escalar a la comunidad
de Kallapayoq. Los brazos de los esposos se habían llenado de flores ofrecidas
por los personajes que más les estimaban y por los representantes de las comunidades. Esta operación se
realizaba cada cien o doscientos metros, donde había un lugar adecuado para
homenajear a los casados.
En Kallpayoq, por comisiones las comunidades se habían
organizado para construir en ramadas en la amplia plaza y habían
acondicionado piedras y adobes como
asientos; al centro de la plaza, acondicionaron una ramada para los recién
casados y padrinos, esta ramada estaba exornada con bellas flores; en los
bajíos se encontraban una mesa para los casados y padrinos mientras que la otra
mesa era para depositar la cantidad de flores que obsequiaron a los
matrimoniantes.
El camino subía en zigzag, estaba bordeado por plantas de
tankar, rocas graníticas, paqpas. Julio se paró en una lomada, el viento
llevaba a un lado su cabellera y, a la vista de los runas, parecía el dueño de estas inmensas tierras
andinas. Ingresaban a Kallapayoq, la música
seguía con sus diferentes ritmos arrastrando las vibraciones a la
lejanía.
La montaña verduzca y
azulada miraba a Kallapayoq; la procesión de la gente ingresaba
interpretando sus bailes; cada grupo se
iba por rondas a su ramada; los novios y os padrinos al centro de la plaza acompañados por músicas y canciones
festivas.
Inicialmente la fiesta, la chicha salía a raudales de los
tomines, la muchedumbre bailaba; cada
cierto tiempo salían los bellos sonidos de los wacrapucos, acompañados de
pututos. Parecía una fiesta brava, parecía la última fiesta. Las mujeres por
grupos, mataban gallinas y cuyes que
asaban en rústico hornos; los niños traían leños de las chacras y caldeaban con
sonrisa y alegría, el sol amenazaba con ingresar a su descanso.
Cansada de tanta fiesta, cada comunidad esperaba en su
carpa, seguidamente, las mujeres
comenzaron a servir los potajes llenos de sabor y olor; cada grupo enviaba a la
pareja de matrimoniantes. Dos asados de gallina y dos asados de cuyes; al toque
de los wacrapucos el pueblo comía. Don Julio mirando a su esposa le dijo: Amor mío, estos platos me los
guardas para mañana porque la chicha y el trago han llegado mí estómago.
Concluida la comida, se venia la segunda parte. La música
cesó. Al poco rato el sonido de los wacrapucos y los pututos abrió, nuevamente la fiesta, las mujeres vestidas
con sus mejores walis y rebosos claros marchaban en ronda para traer a don
Julio y hacerle bailar en medio de la ronda de carnavales. Los varones con sus
sombreros adornados con cintas multicolores y con sus ojotas salían en ronda para
invitar a bailar a doña Victoria. Ella bailó
con cada uno de ellos y en cada
descanso los danzantes bebían chicha y aguardiente.
Los allegados y los padrinos de los esposos se aproximaron a
la mesa, recoger y seleccionar las
flores más hermosas; con dichas flores ‘prepararon’’ un ‘’bebe’’. Con él, cargando en el brazo, la madrina se aproximó donde don Julio para invitarle a danzar
el baile de los novios. Entorno a la
pareja la gente hizo una ronda gigante don Julio realizó figuras coreográficas,
la gente palmeaba y danzaba. En medio de
la danza de novios, la muñeca de flores fue entregada a Victoria. Marido y
mujer bailaban al centro de la ronda, la música seguía con mayor intensidad;
luego la novia entregó al padrino el ‘’bebe’’. A partir de ese momento el
muñeco de flores danzó en los brazos de la gente de pareja en pareja, desde los
más jóvenes hasta los ancianos.
El cielo brillaba, con sus estrellas colgadas; la luna,
después de abandonar su lecho nupcial salió
a contemplar la fiesta. Desde los caramancheles de cada comunidad
brillaban luces de unos lamparines. Cuando los campesinos danzaron el baile de despedida; la pareja se dirigió a
su vivienda seguida por la muchedumbre y llegaron a la casa, la gente,
disciplinadamente, los rodeó cantando la canción siguiente:
Tú, sol llegado de algún lugar
Te atreviste cazar a la luna
Como zorro de la quebrada
At u presa con mucha
astucia.
Ahora la estarás
abrazando
Con el calor de tus brazos
Ella delicada luz estará
Diciéndole: Ahora si yanallay.
Después de esta siembra
Las estrellas nacerán
Para abrir la madre tierra
Y hacer brotar el fruto.
Ya no más cárcel para ti
La comunidad te cubrirá
Con la sombra de sus cariño.
¡trabaja! ¡trabaja! ¡Trabaja maqta!

No hay comentarios:
Publicar un comentario