lunes, 21 de mayo de 2012


LOS TRES HERMANOS LUCERO
En una comunidad remota de Paucartambo, vivía una anciana acosada por el hambre y la miseria. Para remate, ella tenía la responsabilidad de mantener a sus tres nietos llamados: Uno  (agua). Nina (fuego) y Allpa (Tierra), a quienes  su  padre les había dejado muy tiernos, puesto que él se había marchado  a la eternidad, atacado por una enfermedad desconocida.
La anciana se llamaba Saphi (raíz). Ella qué  no hacia  para conseguir alimentos  para los niños. En los atardeceres sombríos, partía los labrantíos, a recoger nabo  y otras hierbas de las sementeras  de otras gentes, y luego les preparaba para el desayuno, almuerzo y cena del día siguiente.  Este alimento  empezaba  desde las primeras lluvias del año y continuaba hasta las primeras sequias. Luego,  en los meses subsiguientes, bajaba al pueblo cargada de leña para venderlas a los vecinos y, con el fruto de este sacrificio,  compraba los alimentos  para los huérfanos. Y como tenia algo de tiempo se dedicaba a tejer, hilar… Pero, conforme  pasaban  los días de sufrimiento, iba encorvándose  paulatinamente, y los niños  no había cuando crezcan…
La señora Saphi lentamente  comenzó a perder sus facultades vitales. Llegó un momento en que ya necesitaba un cayado para caminar por su cocina y su patio de su vivienda.
Cierto día, al ver  la pobreza de la anciana, la comunidad le cedió una pequeña extensión  de tierras, para que cultivara algunos productos. La abuela se regocijó tanto y dijose:
-Ahora si,  por este año ya voy a tener una cosecha, de alguna manera me sacrificaré para cultivar papitas, que tanta falta me hacen.
Un día, en la hora de almuerzo, la anciana les dijo a sus nietos:
-Hijitos, Uds. Saben que la comunidad nos ha cedido una extensión de tierras, mañana iremos a  preparar la tierra para después sembrar…
Uno, después de morder una papa, dijo:
-Abuelita, qué vas a llegar. Mejor nosotros los tres  iremos a preparar esas tierras, el día de mañana.
En el semblante  arrugado de la anciana se esbozó una sonrisa  de satisfacción, quien dijo:
-Gracias hijos, por fin ya han aprendido a trabajar,  vayan pues mañana.
-Está bien, mamay- respondió Nina.
Al día siguiente, muy temprano la abuela se levantó  de su humilde  aposento, después de vestirse y asearse, se enrumbó al fogón para preparar  el desayuno y fiambre para los trabajadores…
El sol radiante y hermoso cruzaba el cielo, dentro los copos blancos de nubes.
Después de una cansina caminata  por empinadas y abruptas vías, por fin llegaron a las tierras comunales, cargados de herramientas y cocaví. De  pronto, se apoltronaron  debajo de un arbusto de tayanka, con la finalidad de descansar; pero los trabajadores,  después de platicar un rato,  se pusieron a comer el fiambre. Ellos, luego  de consumir la comida, ya no tenían ganas de trabajar; entonces se pusieron a jugar… El poderoso Febo, desde las  alturas, les atisbaba con sus ojos de fuego.
Los  tres trabajadores no sintieron  el recorrido del tiempo. Ellos, después  de tanto jugar, danzar, reír… retornaron a su bohío. La abuela Sadhi, toda alegre,  les aguardaba con la cena, preparada por la jornada campestre  que han realizado sus adorados nietos. Cuando llegaron a su humilde choza,  la anciana de inmediato  comenzó  a servirles  su ración, en unos platos de tiesto. Los tres devoraban la comida, sentados en unos congós de maguey. La señora Sadhi, después que  terminaron de yantar, les preguntó:
-Hijitos ¿cómo ha sido la jornada?
Allpa, después de engullir un pedazo de papa sancochada, respondió:
-Madre, la tierra estaba en sus punto, hemos removido desde la profundidad toda la chacra, además hemos recogido toda la maleza  y dejado en la ribera para que esté secando.
-Muy bien hijitos, ahora si ya son hombres –les dijo la abuela a los tres.
Después de algunos días, nuevamente la abuela, en la hora de la cena, les habló:
-Hijitos, he conseguido una buena calidad de semilla de papas, pues quiero que vayan mañana a sembrar.
-Esta bien, mamay –dijeron los nietos.
Nuevamente, la anciana se levantó muy temprano de su tálamo de pobreza. De inmediato empezó a preparar los alimentos para los trabajadores. Ellos, después de desayunar, cargando las herramientas  y semillas partieron a las tierras comunales. Los jóvenes, luego de llegar a la chacra,  de inmediato  comenzaron a consumir el fiambre, después empezaron a jugar… Cerca al medio dio  iniciaron a edificar  un pequeño hornito  de terrones. En seguida prendieron fuego dentro del horno, hasta que finalmente toda la papa la metieron. Por último, lo enterraron  con la tierra caliente. Después de una hora, las watias  estaban preparadas. Los tres  huérfanos comenzaron a devorarla, riéndose, pero no pudieron terminar con todo los tubérculos, Con el resto iniciaron a jugar a la guerra guerra, lanzándose…
El dios Sol miraba indignado por la conducta de los huérfanos.
Cuando el sol ingresaba a su ocaso, los trabajadores retornaban a casa de la abuela. Ella, después de preparar la cena, salo a esperarlos a la puerta de su bohío. Ya al anochecer, los nietos llegaron cargados de las herramientas.  La abuela de inmediato les servía su ración de cena. La mujer después que había terminado de consumir  una sopa de maíz, les dijo:
-Hijitos, ¿cómo ha sido la siembra?.
-Mamay, fuerte ha sido el trabajo, bastante hemos sudado.
-Muy bien, hijitos – respondió Sadhi.
Despees de yantar, los trabajadores pasaban a sus respectivos lechos para pasar la noche, puesto que la oscuridad se había apoderado  del espacio. Igualmente la anciana pasaba a ocupar su camastro. Pronto, llegó a su mente la siguiente idea:
-Ojalá en el presente año haya bastante lluvia, sin granizadas y ranchas.
Cuando pasaron algunos meses, los  labrantíos iniciaron a venderse, la abuela comenzó a preguntar a una y a otra persona diciendo:
-Caballero, ¿Acaso no has visto cómo está mi sementera?
Ninguna de las personas se atrevía a decirle la verdad; sin embargo  no faltó un campesino quien le dijo:
Doña Sadhi, su papal no está bien trabajado.
La anciana de inmediato, determinó  partir hacia su sementera, cabalgando sobre una burra vieja que le facilitó uno de los vecinos. Cuando doña Sadhi llegó  a su papal, sufrió un vértigo, porque no había ni un tallo de papa, a excepción que la maleza se había apoderado de la chacra.
Después de que  se recuperó de su vahído, dijose:
-¿Qué han hecho con tanta semilla?.
El sol, acongojado, miraba desde el espacio sideral la situación de la abuela. La mujer, completamente decepcionada, retornaba a su cortijo… Cuando  la anciana llegó a su casucha, sufrió otro golpe; no estaban sus nietos. Habían desaparecido, cargando sus indumentarias. Del  cerebro de la anciana brotaron las siguientes interrogaciones preocupantes:
-¿Dónde se han ido? ¿Dónde los voy a buscar?...
Doña Sadhi ya no tenia fuerzas para buscarles, por que la cojera  ya no le dejaba desplazarse. Sin cenar, pasó a su lecho a descansar…
Al día siguiente, nuevamente el sol salió  por su itinerario de costumbre, siempre radiante y con sus ojos dorados  mirando a la tierra.
Desde el viaje a su chacra, la anciana ya no salía a la puerta de su bohío a calentarse. La agonía empezaba para ella.
El sol, después de ingresar a su descanso, antes de acostarse en su  gigante cama, llamó  a sus hijas y les habló con una voz  caritativa:
-Hijas, quiero que vayan a la tierra, quiero que la atiendan hasta la hora de su muerte a una anciana que ha sufrido mucho.
-Está bien papa –dijeron  las tres hijas.
Las tres hijas llamadas: Tika (flor), Urpi (paloma) y chaska (estrella), bajaron del cielo en un santiamén. Después comenzaron a atardecer a la anciana Sadhi en sus momentos de agonía. La mujer abrió sus ojos a las tres hermosas  mujeres. Ella quedó muda de sorpresa, pero dijose:
-Seguramente  los dioses me han mandado, porque se han compadecido de mi sufrimiento.
La anciana comenzó a recuperarse de su quebrantada salud,  comiendo  los ricos manjares  del cielo.
Cierto día, se escucho unos toques en la rústica puerta  de la casa. Las tres flores quedaron mudas y pasmadas; sin embargo tika, después de tranquilizarse, salió  hacia la puerta con deseos de abrir la puerta. Pero su sorpresa fue grande. En la puerta estaban plantados  tres apuestos jóvenes, cargados de bultos. Los jóvenes  como  si la conocieran, ingresaron a la vetusta habitación. La anciana los reconoció, eran sus adorados nietos. La anciana, tomando valor, se levantó  de su cama y luego los abrazaba besando y murmurando unas  palabras indescifrables. Después de aquella escena patética, la anciana llorando les dijo:
-Hijitos, ¿cuánto he sufrido  por Uds.? Si vivo es por estas tres hermosas vírgenes, quienes me están atendiendo.
Los tres jóvenes se aproximaron a ellas para abrazarlas de agradecimiento. Luego, cada uno comenzó a sacar  de sus cargas ropas, comidas… Pero ¿De donde han sacado dinero para comprar tanta vitualla y ropas? .Después que se fugaron  del bohío de su abuela, Uno, Allpa y Nina  se encaminaron  con rumbo desconocido pero, menos mal, en el camino les acogió un campesino de buenas propiedades. Él, al ver a los tres jóvenes muertos de hambre, les invito a un plato de mote y papas, después les brindó  su casa para que se hospedaran. Los adolescentes, felices, aceptaron la proposición. Pero, al  día siguiente, tan luego de tomar desayuno, el dueño de la casa les solicitó para que lo ayudaran a trabajar  en los labrantíos, pero los fugitivos, pretextando mil cosas, no  quisieron trabajar. El labriego llamó a su servidumbre, luego les hizo azotar con unos zurriagos y después les encerró  algunos días en una habitación  y sin derecho  a comida. Finalmente ¿Quién era este labriego para darse tantas  facultades para castigar  a los tres jóvenes? Pues, era el hijo del dios Sol, quien había sido  enviado  del cielo a la tierra,  para que a los hombres les enseñara a trabajar en la agricultura, sus sembríos. Era un ejemplo en la zona y el resto de los agricultores trataban de imitarlo. Los jóvenes, después que cumplieron  el castigo, fueron  obligados a roturar unas tierras baldías y secas. Los fugitivos se arrepentían de su mal proceder y, principalmente, de lo que habían hecho a su abuela.
Después de un buen tiempo, cuando Uno, Allpa y Nina habían aprendido a trabajar, recién el agricultor benefactor les dijo:
-Jóvenes, ahora si han aprendido a trabajar, pues tomen  estas ropas y estos productos, fruto de vuestro sacrificio. Ahora quiero que vuelvan a vuestra casa. Me he informado que vuestra abuela está agonizando, por favor pidan disculpas de rodillas, de lo que le han hecho tanto daño.
-Gracias, gran señor – dijo Allpa. Ellos no tenían ningún  tipo de rencor, estaban convencidos de que, en adelante,  se comportarían  como hombres capaces de defenderse en la vida.
De pronto, por los hermosos ojos de las hermosuras, comenzó a penetrar una simpatía  incontrolable  y creciente hacia los jóvenes  apuestos. De igual manera, los adolescentes habían sido flechados por Cupido.
Al deteriorado corazón  de la anciana  le afectó los breves momentos de felicidad intensa, cuando volvió a echarse  en su camastro, empezó a agonizar… Las beldades, asi como los jóvenes, se desvivían por atender a la viuda. Ella abrió sus ojos sumergidos en lágrimas, luego les dijo en forma general:
-Hijas,  hijos, ya me toca la hora de retirarme de este mundo para descansar en paz, quiero que se una entre las tres parejas para siempre.
Los adolescentes se ruborizaron mirándose  pero, de pronto, el corazón  de la anciana dejó de latir…
Después de las exequias de la anciana, presto llegó una persona extraña, quien después de tocar a la puerta, le dijo a Tika:
-Oh diosa de los cielos, hija del dios Sol; vuestro padre me envía, dice que de inmediato partan a su lado.
El encargo del dios Sol, les cayó como agua fría a las doncellas, quienes se habían enamorado perdidamente de los tres jóvenes apuestos. Ellas no querían moverse de la choza, pero también ellas conocían el carácter de su padre. Nina sorpresivamente habló:
-Hermosas diosas. ¿Dónde es vuestra casa? ¿Acaso nosotros podríamos visitarlas?
-Ah, joven, nosotros vivimos muy lejos –respondió una de ellas.
-Pero ¿dónde? –insistió Nina.
-Allá, lejos, en la punta de esa montaña –dijo la virgen.
De súbito, en plena plática, los tres jóvenes cayeron al suelo de sueño. Ellas, después de acomodarlos en sus lechos a cada uno, partieron al cielo convertidas en bellísimas estrellas.
Cuando los jóvenes despertaron de su profundo sueño, se vieron con la ingrata sorpresa  que las tres doncellas habían desaparecido. Ellos comenzaron a buscarlas llorando, a las  vírgenes no solamente  por la casa sino por toda la comunidad. Lamentablemente, las musas no habían dejado ningún  rastro.
Cuando las ninfas llegaron al cielo comenzaron a llorar, a mares y sin consuelo, por los tres jóvenes  que habían dejado en la lejana tierra. La  Luna se dio cuenta de la situación  emocional de sus hijas; ella una noche les preguntó, diciendo:
-Hijitas, ¿qué les pasa? ¿Por qué lloran tanto? ¿Algo les ha sucedido?
-Nada, madre –dijeron las ninfas del cielo.
En contados días, las beldades se adelgazaron, se enfermaron gravemente. Nuevamente, un día la Luna les preguntó:
-Hijas, yo soy vuestra madre. ¿Por qué no me tienen confianza? ¿Acaso no están sufriendo por algún enamorado?
Hasta mientras. ¿qué pasaba en la tierra? Los  tres jóvenes estaban ad portas de un suicidio amoroso, porque la vida ya no era vida para ellos. No tenían hambre ni sed, solamente pena…
Las musas, después de cavilar un largo rato, por fin confiaron sus arcanos a su madre. Ella, después de reflexionar un largo rato, dijose:
-Adoradas hijas,  la desesperación por eds. Me mata. ¿No  sé que puedo hacer? Yo sé que vuestro padre, si se entera que tienen sus amoríos con hombres de la tierra, os matará. .
Así es madre – respondieron las tres estrellas, llorando.
Uno, Nina y Allpa determinaron marchar a la cima de la montaña que les había dicho Chaska. En efecto, partieron cargados de alimentos e indumentaria gruesa. Se desplazaban lentamente por una empinada cuesta, en busca de las musas.
L a diosa Luna, después de meditar todo el día, durante su descanso les dijo a las hijas:
-Hijas, yo también he pasado por vuestra edad, he sabido amar a vuestro padre; hijas he decidido enviar a tres mensajeros a la tierra, para que traigan a vuestros enamorados.
Las doncellas de alegría, sanaron de sus enfermedades al instante, y luego se lanzaron al regazo de su madre a besarla de agradecimiento.
-Pero hijas,  vuestros futuros esposos jamás  se presentarán a los ojos de vuestro padre.
-Esta bien, madre – dijeron las musas.
Los tres terrícolas por fin habían llegado a la punta de la montaña, pero estaban tan decepcionados porque no había encontrado a las vírgenes. Ellos completamente dolidos y agotados por el cansancio, se echaron por el suelo con la finalidad de morirse. Los jóvenes  aguardaban la mano negra de la parca. La nevada caía, el frio les agotaba,  la noche se venia  cargada de fuertes nubarrones y tormentas.
Súbitamente, muy cerca de ellos se posaron tres aves extrañas y gigantes. Luego, una de las aves dijo:
-Señores, no se asusten, somos los enviados por parte de vuestras novias.
-¿Cierto?- Gritaron y se levantaron los tres jóvenes.
-Si- les dijo una de las aves gigantes.
-Ahora ¿Cómo podemos encontrarnos con ellas? – dijo Nina.
-Por favor, suban a nuestras espaldas, nosotros les transportaremos.
Los tres jóvenes se lanzaron a las espaldas de las aves gigantes, quienes comenzaron a volar durante la noche. Por fin, después de una viaje largo, llegaron al territorio  de los dioses. Les aguardaban las tres doncellas…
La diosa Luna se presentó ante sus hijas y sus futuros  yernos, con una serenidad inaudita, habló:
-Bienvenidos a nuestra mansión, se han llegado a este lugar es gracias al sufrimiento de mis hijas.
-Muchas gracias, señora linda- dijo Allpa.
-Pero si quieren quedarse en este lugar, nunca tienen que hacerse ver con mi adorado  esposo.
-Pero ¿Por qué señora mía?. – dijo uno de los jóvenes.
-Es que mi adorado esposo es el rey del universo, y él jamás  va permitir que sus hijas se comprometan con hombres de la tierra.
-Está bien, - dijeron los futuros yernos.
Después de un buen tiempo, se realizaban el connubio, pero furtivamente, sin la presencia de sus tres hijas del dios Sol.
La felicidad para estos seres había llegado; pero la Luna le dijo a sus tres yernos:
-Yernos míos, acá en el cielo todos trabajamos; por ende, quiero que me ayuden a vigilar e iluminar la noche, al universo infinito.
-Señora ¿Pero cómo?- dijo uno de ellos.
-Desde esta noche saldremos. Dijo la diosa Luna.
-¿Los tres?
-Tú, Uno saldrás todos los anocheceres, Fuego a la media noche, Y Allpa al amanecer.
Desde  aquella oportunidad, en el cielo se ve, en el anochecer, alumbrando un hermoso lucero. A la media noche otro lucero que guía e ilumina el universo, y, al amanecer, el





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