LOS TRES HERMANOS LUCERO
En una comunidad remota
de Paucartambo, vivía una anciana acosada por el hambre y la miseria. Para
remate, ella tenía la responsabilidad de mantener a sus tres nietos llamados:
Uno (agua). Nina (fuego) y Allpa (Tierra),
a quienes su padre les había dejado muy tiernos, puesto
que él se había marchado a la eternidad,
atacado por una enfermedad desconocida.
La anciana se llamaba
Saphi (raíz). Ella qué no hacia para conseguir alimentos para los niños. En los atardeceres sombríos,
partía los labrantíos, a recoger nabo y
otras hierbas de las sementeras de otras
gentes, y luego les preparaba para el desayuno, almuerzo y cena del día
siguiente. Este alimento empezaba
desde las primeras lluvias del año y continuaba hasta las primeras
sequias. Luego, en los meses
subsiguientes, bajaba al pueblo cargada de leña para venderlas a los vecinos y,
con el fruto de este sacrificio,
compraba los alimentos para los
huérfanos. Y como tenia algo de tiempo se dedicaba a tejer, hilar… Pero, conforme pasaban
los días de sufrimiento, iba encorvándose paulatinamente, y los niños no había cuando crezcan…
La señora Saphi
lentamente comenzó a perder sus
facultades vitales. Llegó un momento en que ya necesitaba un cayado para
caminar por su cocina y su patio de su vivienda.
Cierto día, al ver la pobreza de la anciana, la comunidad le
cedió una pequeña extensión de tierras,
para que cultivara algunos productos. La abuela se regocijó tanto y dijose:
-Ahora si, por este año ya voy a tener una cosecha, de
alguna manera me sacrificaré para cultivar papitas, que tanta falta me hacen.
Un día, en la hora de
almuerzo, la anciana les dijo a sus nietos:
-Hijitos, Uds. Saben que
la comunidad nos ha cedido una extensión de tierras, mañana iremos a preparar la tierra para después sembrar…
Uno, después de morder
una papa, dijo:
-Abuelita, qué vas a
llegar. Mejor nosotros los tres iremos a
preparar esas tierras, el día de mañana.
En el semblante arrugado de la anciana se esbozó una
sonrisa de satisfacción, quien dijo:
-Gracias hijos, por fin
ya han aprendido a trabajar, vayan pues
mañana.
-Está bien, mamay-
respondió Nina.
Al día siguiente, muy
temprano la abuela se levantó de su
humilde aposento, después de vestirse y
asearse, se enrumbó al fogón para preparar
el desayuno y fiambre para los trabajadores…
El sol radiante y hermoso
cruzaba el cielo, dentro los copos blancos de nubes.
Después de una cansina
caminata por empinadas y abruptas vías,
por fin llegaron a las tierras comunales, cargados de herramientas y cocaví.
De pronto, se apoltronaron debajo de un arbusto de tayanka, con la
finalidad de descansar; pero los trabajadores,
después de platicar un rato, se
pusieron a comer el fiambre. Ellos, luego
de consumir la comida, ya no tenían ganas de trabajar; entonces se
pusieron a jugar… El poderoso Febo, desde las
alturas, les atisbaba con sus ojos de fuego.
Los tres trabajadores no sintieron el recorrido del tiempo. Ellos, después de tanto jugar, danzar, reír… retornaron a su
bohío. La abuela Sadhi, toda alegre, les
aguardaba con la cena, preparada por la jornada campestre que han realizado sus adorados nietos. Cuando
llegaron a su humilde choza, la anciana
de inmediato comenzó a servirles
su ración, en unos platos de tiesto. Los tres devoraban la comida,
sentados en unos congós de maguey. La señora Sadhi, después que terminaron de yantar, les preguntó:
-Hijitos ¿cómo ha sido la
jornada?
Allpa, después de
engullir un pedazo de papa sancochada, respondió:
-Madre, la tierra estaba
en sus punto, hemos removido desde la profundidad toda la chacra, además hemos
recogido toda la maleza y dejado en la
ribera para que esté secando.
-Muy bien hijitos, ahora
si ya son hombres –les dijo la abuela a los tres.
Después de algunos días,
nuevamente la abuela, en la hora de la cena, les habló:
-Hijitos, he conseguido
una buena calidad de semilla de papas, pues quiero que vayan mañana a sembrar.
-Esta bien, mamay
–dijeron los nietos.
Nuevamente, la anciana se
levantó muy temprano de su tálamo de pobreza. De inmediato empezó a preparar
los alimentos para los trabajadores. Ellos, después de desayunar, cargando las
herramientas y semillas partieron a las
tierras comunales. Los jóvenes, luego de llegar a la chacra, de inmediato
comenzaron a consumir el fiambre, después empezaron a jugar… Cerca al
medio dio iniciaron a edificar un pequeño hornito de terrones. En seguida prendieron fuego
dentro del horno, hasta que finalmente toda la papa la metieron. Por último, lo
enterraron con la tierra caliente.
Después de una hora, las watias estaban
preparadas. Los tres huérfanos
comenzaron a devorarla, riéndose, pero no pudieron terminar con todo los
tubérculos, Con el resto iniciaron a jugar a la guerra guerra, lanzándose…
El dios Sol miraba
indignado por la conducta de los huérfanos.
Cuando el sol ingresaba a
su ocaso, los trabajadores retornaban a casa de la abuela. Ella, después de
preparar la cena, salo a esperarlos a la puerta de su bohío. Ya al anochecer,
los nietos llegaron cargados de las herramientas. La abuela de inmediato les servía su ración
de cena. La mujer después que había terminado de consumir una sopa de maíz, les dijo:
-Hijitos, ¿cómo ha sido
la siembra?.
-Mamay, fuerte ha sido el
trabajo, bastante hemos sudado.
-Muy bien, hijitos – respondió
Sadhi.
Despees de yantar, los
trabajadores pasaban a sus respectivos lechos para pasar la noche, puesto que
la oscuridad se había apoderado del
espacio. Igualmente la anciana pasaba a ocupar su camastro. Pronto, llegó a su
mente la siguiente idea:
-Ojalá en el presente año
haya bastante lluvia, sin granizadas y ranchas.
Cuando pasaron algunos
meses, los labrantíos iniciaron a
venderse, la abuela comenzó a preguntar a una y a otra persona diciendo:
-Caballero, ¿Acaso no has
visto cómo está mi sementera?
Ninguna de las personas
se atrevía a decirle la verdad; sin embargo
no faltó un campesino quien le dijo:
Doña Sadhi, su papal no
está bien trabajado.
La anciana de inmediato,
determinó partir hacia su sementera,
cabalgando sobre una burra vieja que le facilitó uno de los vecinos. Cuando
doña Sadhi llegó a su papal, sufrió un
vértigo, porque no había ni un tallo de papa, a excepción que la maleza se
había apoderado de la chacra.
Después de que se recuperó de su vahído, dijose:
-¿Qué han hecho con tanta
semilla?.
El sol, acongojado,
miraba desde el espacio sideral la situación de la abuela. La mujer,
completamente decepcionada, retornaba a su cortijo… Cuando la anciana llegó a su casucha, sufrió otro
golpe; no estaban sus nietos. Habían desaparecido, cargando sus indumentarias.
Del cerebro de la anciana brotaron las
siguientes interrogaciones preocupantes:
-¿Dónde se han ido?
¿Dónde los voy a buscar?...
Doña Sadhi ya no tenia
fuerzas para buscarles, por que la cojera
ya no le dejaba desplazarse. Sin cenar, pasó a su lecho a descansar…
Al día siguiente,
nuevamente el sol salió por su
itinerario de costumbre, siempre radiante y con sus ojos dorados mirando a la tierra.
Desde el viaje a su
chacra, la anciana ya no salía a la puerta de su bohío a calentarse. La agonía
empezaba para ella.
El sol, después de
ingresar a su descanso, antes de acostarse en su gigante cama, llamó a sus hijas y les habló con una voz caritativa:
-Hijas, quiero que vayan
a la tierra, quiero que la atiendan hasta la hora de su muerte a una anciana
que ha sufrido mucho.
-Está bien papa
–dijeron las tres hijas.
Las tres hijas llamadas:
Tika (flor), Urpi (paloma) y chaska (estrella), bajaron del cielo en un
santiamén. Después comenzaron a atardecer a la anciana Sadhi en sus momentos de
agonía. La mujer abrió sus ojos a las tres hermosas mujeres. Ella quedó muda de sorpresa, pero
dijose:
-Seguramente los dioses me han mandado, porque se han
compadecido de mi sufrimiento.
La anciana comenzó a
recuperarse de su quebrantada salud,
comiendo los ricos manjares del cielo.
Cierto día, se escucho
unos toques en la rústica puerta de la
casa. Las tres flores quedaron mudas y pasmadas; sin embargo tika, después de
tranquilizarse, salió hacia la puerta
con deseos de abrir la puerta. Pero su sorpresa fue grande. En la puerta
estaban plantados tres apuestos jóvenes,
cargados de bultos. Los jóvenes
como si la conocieran, ingresaron
a la vetusta habitación. La anciana los reconoció, eran sus adorados nietos. La
anciana, tomando valor, se levantó de su
cama y luego los abrazaba besando y murmurando unas palabras indescifrables. Después de aquella
escena patética, la anciana llorando les dijo:
-Hijitos, ¿cuánto he
sufrido por Uds.? Si vivo es por estas
tres hermosas vírgenes, quienes me están atendiendo.
Los tres jóvenes se
aproximaron a ellas para abrazarlas de agradecimiento. Luego, cada uno comenzó
a sacar de sus cargas ropas, comidas…
Pero ¿De donde han sacado dinero para comprar tanta vitualla y ropas? .Después
que se fugaron del bohío de su abuela,
Uno, Allpa y Nina se encaminaron con rumbo desconocido pero, menos mal, en el
camino les acogió un campesino de buenas propiedades. Él, al ver a los tres
jóvenes muertos de hambre, les invito a un plato de mote y papas, después les brindó su casa para que se hospedaran. Los
adolescentes, felices, aceptaron la proposición. Pero, al día siguiente, tan luego de tomar desayuno,
el dueño de la casa les solicitó para que lo ayudaran a trabajar en los labrantíos, pero los fugitivos, pretextando
mil cosas, no quisieron trabajar. El labriego
llamó a su servidumbre, luego les hizo azotar con unos zurriagos y después les encerró algunos días en una habitación y sin derecho
a comida. Finalmente ¿Quién era este labriego para darse tantas facultades para castigar a los tres jóvenes? Pues, era el hijo del
dios Sol, quien había sido enviado del cielo a la tierra, para que a los hombres les enseñara a
trabajar en la agricultura, sus sembríos. Era un ejemplo en la zona y el resto
de los agricultores trataban de imitarlo. Los jóvenes, después que
cumplieron el castigo, fueron obligados a roturar unas tierras baldías y
secas. Los fugitivos se arrepentían de su mal proceder y, principalmente, de lo
que habían hecho a su abuela.
Después de un buen
tiempo, cuando Uno, Allpa y Nina habían aprendido a trabajar, recién el
agricultor benefactor les dijo:
-Jóvenes, ahora si han
aprendido a trabajar, pues tomen estas
ropas y estos productos, fruto de vuestro sacrificio. Ahora quiero que vuelvan
a vuestra casa. Me he informado que vuestra abuela está agonizando, por favor
pidan disculpas de rodillas, de lo que le han hecho tanto daño.
-Gracias, gran señor –
dijo Allpa. Ellos no tenían ningún tipo
de rencor, estaban convencidos de que, en adelante, se comportarían como hombres capaces de defenderse en la
vida.
De pronto, por los
hermosos ojos de las hermosuras, comenzó a penetrar una simpatía incontrolable
y creciente hacia los jóvenes
apuestos. De igual manera, los adolescentes habían sido flechados por
Cupido.
Al deteriorado
corazón de la anciana le afectó los breves momentos de felicidad
intensa, cuando volvió a echarse en su
camastro, empezó a agonizar… Las beldades, asi como los jóvenes, se desvivían
por atender a la viuda. Ella abrió sus ojos sumergidos en lágrimas, luego les
dijo en forma general:
-Hijas, hijos, ya me toca la hora de retirarme de
este mundo para descansar en paz, quiero que se una entre las tres parejas para
siempre.
Los adolescentes se
ruborizaron mirándose pero, de pronto,
el corazón de la anciana dejó de latir…
Después de las exequias
de la anciana, presto llegó una persona extraña, quien después de tocar a la
puerta, le dijo a Tika:
-Oh diosa de los cielos,
hija del dios Sol; vuestro padre me envía, dice que de inmediato partan a su
lado.
El encargo del dios Sol,
les cayó como agua fría a las doncellas, quienes se habían enamorado
perdidamente de los tres jóvenes apuestos. Ellas no querían moverse de la
choza, pero también ellas conocían el carácter de su padre. Nina
sorpresivamente habló:
-Hermosas diosas. ¿Dónde
es vuestra casa? ¿Acaso nosotros podríamos visitarlas?
-Ah, joven, nosotros
vivimos muy lejos –respondió una de ellas.
-Pero ¿dónde? –insistió
Nina.
-Allá, lejos, en la punta
de esa montaña –dijo la virgen.
De súbito, en plena
plática, los tres jóvenes cayeron al suelo de sueño. Ellas, después de
acomodarlos en sus lechos a cada uno, partieron al cielo convertidas en
bellísimas estrellas.
Cuando los jóvenes
despertaron de su profundo sueño, se vieron con la ingrata sorpresa que las tres doncellas habían desaparecido.
Ellos comenzaron a buscarlas llorando, a las
vírgenes no solamente por la casa
sino por toda la comunidad. Lamentablemente, las musas no habían dejado
ningún rastro.
Cuando las ninfas llegaron
al cielo comenzaron a llorar, a mares y sin consuelo, por los tres jóvenes que habían dejado en la lejana tierra.
La Luna se dio cuenta de la situación emocional de sus hijas; ella una noche les
preguntó, diciendo:
-Hijitas, ¿qué les pasa?
¿Por qué lloran tanto? ¿Algo les ha sucedido?
-Nada, madre –dijeron las
ninfas del cielo.
En contados días, las
beldades se adelgazaron, se enfermaron gravemente. Nuevamente, un día la Luna
les preguntó:
-Hijas, yo soy vuestra
madre. ¿Por qué no me tienen confianza? ¿Acaso no están sufriendo por algún
enamorado?
Hasta mientras. ¿qué
pasaba en la tierra? Los tres jóvenes
estaban ad portas de un suicidio amoroso, porque la vida ya no era vida para
ellos. No tenían hambre ni sed, solamente pena…
Las musas, después de
cavilar un largo rato, por fin confiaron sus arcanos a su madre. Ella, después
de reflexionar un largo rato, dijose:
-Adoradas hijas, la desesperación por eds. Me mata. ¿No sé que puedo hacer? Yo sé que vuestro padre,
si se entera que tienen sus amoríos con hombres de la tierra, os matará. .
Así es madre –
respondieron las tres estrellas, llorando.
Uno, Nina y Allpa
determinaron marchar a la cima de la montaña que les había dicho Chaska. En
efecto, partieron cargados de alimentos e indumentaria gruesa. Se desplazaban
lentamente por una empinada cuesta, en busca de las musas.
L a diosa Luna, después
de meditar todo el día, durante su descanso les dijo a las hijas:
-Hijas, yo también he
pasado por vuestra edad, he sabido amar a vuestro padre; hijas he decidido
enviar a tres mensajeros a la tierra, para que traigan a vuestros enamorados.
Las doncellas de alegría,
sanaron de sus enfermedades al instante, y luego se lanzaron al regazo de su
madre a besarla de agradecimiento.
-Pero hijas, vuestros futuros esposos jamás se presentarán a los ojos de vuestro padre.
-Esta bien, madre –
dijeron las musas.
Los tres terrícolas por
fin habían llegado a la punta de la montaña, pero estaban tan decepcionados
porque no había encontrado a las vírgenes. Ellos completamente dolidos y
agotados por el cansancio, se echaron por el suelo con la finalidad de morirse.
Los jóvenes aguardaban la mano negra de
la parca. La nevada caía, el frio les agotaba,
la noche se venia cargada de
fuertes nubarrones y tormentas.
Súbitamente, muy cerca de
ellos se posaron tres aves extrañas y gigantes. Luego, una de las aves dijo:
-Señores, no se asusten,
somos los enviados por parte de vuestras novias.
-¿Cierto?- Gritaron y se
levantaron los tres jóvenes.
-Si- les dijo una de las
aves gigantes.
-Ahora ¿Cómo podemos
encontrarnos con ellas? – dijo Nina.
-Por favor, suban a
nuestras espaldas, nosotros les transportaremos.
Los tres jóvenes se
lanzaron a las espaldas de las aves gigantes, quienes comenzaron a volar
durante la noche. Por fin, después de una viaje largo, llegaron al
territorio de los dioses. Les aguardaban
las tres doncellas…
La diosa Luna se presentó
ante sus hijas y sus futuros yernos, con
una serenidad inaudita, habló:
-Bienvenidos a nuestra
mansión, se han llegado a este lugar es gracias al sufrimiento de mis hijas.
-Muchas gracias, señora
linda- dijo Allpa.
-Pero si quieren quedarse
en este lugar, nunca tienen que hacerse ver con mi adorado esposo.
-Pero ¿Por qué señora
mía?. – dijo uno de los jóvenes.
-Es que mi adorado esposo
es el rey del universo, y él jamás va
permitir que sus hijas se comprometan con hombres de la tierra.
-Está bien, - dijeron los
futuros yernos.
Después de un buen
tiempo, se realizaban el connubio, pero furtivamente, sin la presencia de sus
tres hijas del dios Sol.
La felicidad para estos
seres había llegado; pero la Luna le dijo a sus tres yernos:
-Yernos míos, acá en el
cielo todos trabajamos; por ende, quiero que me ayuden a vigilar e iluminar la
noche, al universo infinito.
-Señora ¿Pero cómo?- dijo
uno de ellos.
-Desde esta noche
saldremos. Dijo la diosa Luna.
-¿Los tres?
-Tú, Uno saldrás todos
los anocheceres, Fuego a la media noche, Y Allpa al amanecer.
Desde aquella oportunidad, en el cielo se ve, en el
anochecer, alumbrando un hermoso lucero. A la media noche otro lucero que guía
e ilumina el universo, y, al amanecer, el

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