LOS LADRONES DE
FRUTILLA
En el pueblo de Wayllabamba, no había escuela. Para que sus hijos estudien, los pobladores tenían que enviarlos a la capital de provincia, que era el único lugar donde funcionaba una escuela.
De Wayllabamba asistían pocos
alumnos a la escuela. Principalmente eran los hijos de los pudientes, por
ejemplo: el ‘’zorro’’ Guerra, el ‘’sabido’’ Panchuco, el ‘’juguetón’’ Claudio y
el ‘’chancòn’’ Carlos Sonqo. Para ir al colegio, los muchachos salían de
Wayllabamba a las seis de la mañana y caminando por el camino inkaiko, llegaban
a las ocho, justo a tiempo para ingresar al centro educativo. Siempre
llevaban su bolsa de fiambre para
almorzar, porque las clases se dictaban y tarde y mañana y los
wayllabambinos no podían regresar a su
casa al mediodía, para tomar sus alimentos.
Pero, había días en que los
escolares se quedaban sin comer porque, a veces, durante las horas de recreo,
se comían todo lo que habían llevado.
_Un día, Panchuco le dijo al
Zorro Guerra:
_Oye Zorro, sabes tengo grandes
ganas de comer frutillas.
_Pero ¿de dónde sacamos?
_ Qué Zonzo eres Zorro de Yukay pues.
_Cierto, ¿A qué hora vamos?
_ Ahora, a la salida, y en la
tarde ya no entramos, el profesor el profesor ni se va a dar cuenta.
Las frutillas crecían en Yukay,
en la andenería entre Wayllabamba y Urubamba que, según la tradición, ordenó construir Wayna Kapaq. Allí abundaban las
frutillas.
Al salir de clases, al medio día,
Panchuco, Claudio y el Zorro partieron en dirección a los frutillares de Yukay.
Después de caminar un par de kilómetros
llegaron al lugar. Pero, para su mala suerte, todos los frutillares estaban
vigilados por sus dueños. Los campesinos, al ver a los palomillas adivinaron
sus intenciones y redoblaron la vigilancia. Se avisaban lanzando piedras de un
frutillar a otro y daban gritos de alerta. Los
zamarros habían sido descubiertos; pero no abandonaron su intención y
querían, aún más, saborear las frutillas carnosas y rojas. Para evitar la
vigilancia de los fruticultores, abandonaron
el camino principal y se internaron por los maizales, buscando un huerto
desguarnecido.
Después de recorrer andenería
tras andenería, encontraron un frutillar donde una pareja de ancianos recogían
los agradables frutos poniéndolos en una canasta .Los palomillas se ocultaron
en un matorral y observaron el movimiento de los ancianos. Así vieron que uno
de ellos se dirigía a una choza próxima arrastrando un cesto de frutilla y
después lo vaciaba en una canasta más grande. Los picaros se pusieron muy alegres,
pues comprendieron que allí estaba lo que querían robar.
¿Y qué hicieron los tres
sinvergüenzas? Panchuco, como el mayor de todos, ordeno a sus secuaces que se
colocaran en lugares estratégicos para que vigilen y avisen si la gente se
aproximaba.
Panchuco, como un puma tras una
gallina, empezó a reptar entre malezas y surcos. Cada cinco metros se detenía
para no ser visto; luego seguía rampando . En tanto, los ancianos ignorando lo
que sucedía, seguían recogiendo las
frutas. Al zorro Guerra y a Claudio ya se les hacia agua la boca pensando todo
lo que se comerían. Panchuco llegó hasta la choza, cogió el cesto y regresó
rápidamente, mientras los ancianos, sin darse cuenta, seguían recogiendo
frutillas en el andén.
Después de haber conseguido su
objetivo, los palomillas se metieron
dentro de un maizal, buscando un lugar tranquilo para comer. Lo hallaron
debajo de un árbol de capulí donde, entre bromas, empezaron a dar buena cuenta
de las frutillas, pero no tenían cuando acabar, porque se habían robado una
buena cantidad. Al quedar llenos, se llevaron un puñado de ellas. En el camino de vuelta al pueblo, encontraron a
su compañero Carlos Sonqo y, muy intencionalmente, le convidaron frutillas,
pero cuidando de mancharle la camisa con el jugo de una de ellas.
Al día siguiente, los ancianos se
presentaron muy indignados en la escuela de Urubamba, para quejarse del robo de
frutillas que habían sufrido la tarde anterior. Los ancianos estaban seguros que los ladrones eran alumnos de Wayllabamba, por
que los vigilantes de los otros
frutillares los habían reconocido por sus uniformes y bolsa de cuadernos.
El profesor, para estar seguro,
reviso la asistencia del día anterior y recién se dio cuenta que todos los
Wayllabambinos habían faltado a clases durante la tarde.
¿Y qué hizo el docente? Después
de llamar a los muchachos, les ordenó
ponerse al frente de la clase y con voz grave y mirada severa, les dijo:
_¿Quién de ustedes ha robado el cesto de frutillas de
estos ancianos?
_¡ Yo no he sido!, contestaron
todos a una sola voy.
Todos los alumnos miraban con
atención. Finalmente el profesor dijo a los ancianos:
_Señores aquí están los
wayllabambinos, ¿Reconocen a los que les
robaron? Los ancianos recorrieron el semblante
de cada uno de los estudiantes que allí estaban parados y nerviosos. Al
ver la camisa de Sonqo, manchada por el jugo de frutillas, uno de los ancianos
dijo_
_señor profesor ¡este es el
ladrón! El anciano señalo al alumno más aplicado y de conducta intachable, que
por casualidad, también había faltado a clase el día anterior en la tarde, pero
que no tenía nada que ver con el robo.
Sin embargo, la trampa que le pusieron sus compañeros al invitarle a comer las frutillas y echarle un
poco de jugo sobre su camisa, lo había convertido en culpable ante los ojos de
los ancianos.
A los tres zamarros les volvió el
alma al cuerpo y esbozaron una sonrisa hipócrita, mientras el agraviado
protestaba y el profesor lo llevaba de las orejas a la dirección, sin creer en
su alegato.
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