jueves, 17 de mayo de 2012


LOS LADRONES DE FRUTILLA


En el pueblo de Wayllabamba, no había escuela. Para que sus hijos estudien, los pobladores tenían que enviarlos a la capital de provincia, que era el único lugar donde funcionaba una escuela.
De Wayllabamba asistían pocos alumnos a la escuela. Principalmente eran los hijos de los pudientes, por ejemplo: el ‘’zorro’’ Guerra, el ‘’sabido’’ Panchuco, el ‘’juguetón’’ Claudio y el ‘’chancòn’’ Carlos Sonqo. Para ir al colegio, los muchachos salían de Wayllabamba a las seis de la mañana y caminando por el camino inkaiko, llegaban a las ocho, justo a tiempo para ingresar al centro educativo. Siempre llevaban  su bolsa de fiambre para almorzar, porque las clases se dictaban y tarde y mañana y los wayllabambinos  no podían regresar a su casa al mediodía, para tomar sus alimentos.
Pero, había días en que los escolares se quedaban sin comer porque, a veces, durante las horas de recreo, se comían todo lo que habían llevado.
_Un día, Panchuco le dijo al Zorro Guerra:
_Oye Zorro, sabes tengo grandes ganas de comer frutillas.
_Pero ¿de dónde sacamos?
 _ Qué Zonzo eres Zorro de Yukay pues.
_Cierto, ¿A qué hora vamos?
_ Ahora, a la salida, y en la tarde ya no entramos, el profesor el profesor ni se va a dar cuenta.
Las frutillas crecían en Yukay, en la andenería entre Wayllabamba y Urubamba que, según  la tradición, ordenó  construir Wayna Kapaq. Allí abundaban las frutillas.
Al salir de clases, al medio día, Panchuco, Claudio y el Zorro partieron en dirección a los frutillares de Yukay. Después de  caminar un par de kilómetros llegaron al lugar. Pero, para su mala suerte, todos los frutillares estaban vigilados por sus dueños. Los campesinos, al ver a los palomillas adivinaron sus intenciones y redoblaron la vigilancia. Se avisaban lanzando piedras de un frutillar a otro y daban gritos de alerta. Los  zamarros habían sido descubiertos; pero no abandonaron su intención y querían, aún más, saborear las frutillas carnosas y rojas. Para evitar la vigilancia de los fruticultores,  abandonaron el camino principal y se internaron por los maizales, buscando un huerto desguarnecido.
Después de recorrer andenería tras andenería, encontraron un frutillar donde una pareja de ancianos recogían los agradables frutos poniéndolos en una canasta .Los palomillas se ocultaron en un matorral y observaron el movimiento de los ancianos. Así vieron que uno de ellos se dirigía a una choza próxima arrastrando un cesto de frutilla y después lo vaciaba en una canasta más grande. Los picaros se pusieron muy alegres, pues comprendieron que allí estaba lo que querían robar.
¿Y qué hicieron los tres sinvergüenzas? Panchuco, como el mayor de todos, ordeno a sus secuaces que se colocaran en lugares estratégicos para que vigilen y avisen si la gente se aproximaba.
Panchuco, como un puma tras una gallina, empezó a reptar entre malezas y surcos. Cada cinco metros se detenía para no ser visto; luego seguía rampando . En tanto, los ancianos ignorando lo que sucedía, seguían recogiendo  las frutas. Al zorro Guerra y a Claudio ya se les hacia agua la boca pensando todo lo que se comerían. Panchuco llegó hasta la choza, cogió el cesto y regresó rápidamente, mientras los ancianos, sin darse cuenta, seguían recogiendo frutillas en el andén.
Después de haber conseguido su objetivo, los palomillas se metieron  dentro de un maizal, buscando un lugar tranquilo para comer. Lo hallaron debajo de un árbol de capulí donde, entre bromas, empezaron a dar buena cuenta de las frutillas, pero no tenían cuando acabar, porque se habían robado una buena cantidad. Al quedar llenos, se llevaron un puñado de ellas. En  el camino de vuelta al pueblo, encontraron a su compañero Carlos Sonqo y, muy intencionalmente, le convidaron frutillas, pero cuidando de mancharle la camisa con el jugo de una de ellas.
Al día siguiente, los ancianos se presentaron muy indignados en la escuela de Urubamba, para quejarse del robo de frutillas que habían sufrido la tarde anterior. Los  ancianos estaban seguros que  los ladrones eran alumnos de Wayllabamba, por que los vigilantes  de los otros frutillares los habían reconocido por sus uniformes y bolsa de cuadernos.
El profesor, para estar seguro, reviso la asistencia del día anterior y recién se dio cuenta que todos los Wayllabambinos habían faltado a clases durante la tarde.
¿Y qué hizo el docente? Después de llamar  a los muchachos, les ordenó ponerse al frente de la clase y con voz grave y mirada severa, les dijo:
_¿Quién  de ustedes ha robado el cesto de frutillas de estos ancianos?
_¡ Yo no he sido!, contestaron todos a una sola voy.
Todos los alumnos miraban con atención. Finalmente el profesor dijo a los ancianos:
_Señores aquí están los wayllabambinos, ¿Reconocen a los que  les robaron? Los ancianos recorrieron el semblante  de cada uno de los estudiantes que allí estaban parados y nerviosos. Al ver la camisa de Sonqo, manchada por el jugo de frutillas, uno de los ancianos dijo_
_señor profesor ¡este es el ladrón! El anciano señalo al alumno más aplicado y de conducta intachable, que por casualidad, también había faltado a clase el día anterior en la tarde, pero que no tenía nada que ver con el  robo. Sin embargo, la trampa que le pusieron sus compañeros al  invitarle a comer las frutillas y echarle un poco de jugo sobre su camisa, lo había convertido en culpable ante los ojos de los ancianos.
A los tres zamarros les volvió el alma al cuerpo y esbozaron una sonrisa hipócrita, mientras el agraviado protestaba y el profesor lo llevaba de las orejas a la dirección, sin creer en su alegato.

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