miércoles, 16 de mayo de 2012


LA MALA SUERTE DE UN POBRE

Desde el momento que ha secado el Kuqmo (cañas secas de maíz), los niños de Wayllabamba solían agruparse para hacer el acarreo del kuqmo por el sistema del ayni (hoy para mi, mañana para ti), desde las pampas Acosca. Wayllawichay y Konoq hasta una vivienda. El trabajo duraba todo el día, esta misión la realizan principalmente los sábados y domingos aprovechando que son días de descanso en la escuela.
Para esta jornada, con días de anticipación,  el dueño de la casa se prepara para atenderlos con comidas y bebidas.
El kuqmo que van a trasladar los niños es para todo el año; puesto que servirá, no solamente para preparar los alimentos, sino, también, para cocinar los inmensos peroles negros usados en la preparación de la chicha.
En las vísperas o posteriores  a las fiestas de la Virgen Natividad, patrona del pueblo de Wayllabamba, los niños solían  recorrer las calles _muy bien disfrazados _ danzando e interpretando la música de la fiesta con instrumentos improvisados _ que ellos mismos tocaban_ luego se introducían en la casa del dueño de las jornadas de siembra. Ellos, después de obsequiar sus giros a los trabajadores, son invitados a sentarse en un rincón del patio de la casa para que disfruten restos de la merienda y ricos tostados reventados con pachas que luego, complementan con sendos vasos de chicha.
Miguel Cruz, un niño que había gozado de estas costumbres, también había comido el resto de las meriendas después de las siembras de maíz _ en recompensa_ por los bailes que había interpretado para obsequiarles momentos de alegría a los agrarios. Por fin Miguel se había unido a una sencilla mujer ya que estaba en la etapa del  casorio.  Pero Miguel era un hombre completamente pobre, por que no tenía un surco de terreno para que diga que esto es mío.
 Este labriego para subsistir y  mantener a su esposita era muy comedido, para él no había nada imposible en cualquier trabajo, pues siempre andaba ocupado y su esposita también buscaba los reales como sea.
Meses después, nació el primogenito de Miguel, un niño rollizo, con la cara de su padre. Miguel  redobló todos sus esfuerzos; por tanto solía irse a la madrugada a las punas de Wayoqhari de cuyo lugar solía traerse leña para su uso, luego se aproximaba donde su hijo diciendo: Manuelcha, cuándo crecerás  para que traigas kuqmo para que cocine tu madre.
Aquel año el kuqmo ya no era para abastecer a la población por las gentes se había multiplicado, y por la misma necesidad, igual que Miguel la gente comenzó a frecuentar a las punas de Wayoqhari a traer leña, pero paulatinamente los arboles viejos de chachacomo  y keuña comenzaron a desaparecer, hasta que finalmente los cerros habían sido depredados sin consideración, también amenazó la sequia a los labrantíos porque las aguas de las lluvias eran pocas, ya no se introducían a las raíces de los árboles;  las lagunas empezaron a secarse.
Cuando pasaron algunos años, la gente tenía mayor  necesidad de leña. Miguel cómo se desesperaba por algunas rajas de leña, puesto que su fogón ya no humeaba; y ya no había comida para su hijo y para él. Cierto día, acaso empujado por la misma necesidad,  se fue a las punas de Waràn,  pero estas  punas tenían su dueño. El sabía que era un gamonal de horca y cuchillo. Pero tomando las precauciones necesarias se introdujo al monte, y comenzó a recoger las leñas más secas pero, para la mala suerte, fue avistado _ con una largavista_ por el hacendado, éste todo colérico  ordenó a uno de sus sirvientes para que prendiera fuego al monte. La llamarada del fuego prendió  y comenzó a extenderse ayudada con los vientos tardecinos, Miguel se había metido a una quebrada queriendo salir, pero fue cercado por las llamas crepitantes y humeantes muy rápidamente. Miguel Cruz, gritando buscaba una caverna para librarse del fuego pero era imposible.
Al día siguiente, todo el pueblo de Wayllabamba, partió en busca del pobre Miguel, solamente encontraron un pedazo de su poncho y su cuerpo achicharrado, oliendo a asado.

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