LA MALA SUERTE DE UN
POBRE
Desde el momento que ha secado el
Kuqmo (cañas secas de maíz), los niños de Wayllabamba solían agruparse para
hacer el acarreo del kuqmo por el sistema del ayni (hoy para mi, mañana para
ti), desde las pampas Acosca. Wayllawichay y Konoq hasta una vivienda. El
trabajo duraba todo el día, esta misión la realizan principalmente los sábados
y domingos aprovechando que son días de descanso en la escuela.
Para esta jornada, con días de
anticipación, el dueño de la casa se prepara
para atenderlos con comidas y bebidas.
El kuqmo que van a trasladar los
niños es para todo el año; puesto que servirá, no solamente para preparar los
alimentos, sino, también, para cocinar los inmensos peroles negros usados en la
preparación de la chicha.
En las vísperas o posteriores a las fiestas de la Virgen Natividad, patrona
del pueblo de Wayllabamba, los niños solían
recorrer las calles _muy bien disfrazados _ danzando e interpretando la
música de la fiesta con instrumentos improvisados _ que ellos mismos tocaban_
luego se introducían en la casa del dueño de las jornadas de siembra. Ellos,
después de obsequiar sus giros a los trabajadores, son invitados a sentarse en
un rincón del patio de la casa para que disfruten restos de la merienda y ricos
tostados reventados con pachas que luego, complementan con sendos vasos de
chicha.
Miguel Cruz, un niño que había
gozado de estas costumbres, también había comido el resto de las meriendas
después de las siembras de maíz _ en recompensa_ por los bailes que había
interpretado para obsequiarles momentos de alegría a los agrarios. Por fin
Miguel se había unido a una sencilla mujer ya que estaba en la etapa del casorio. Pero Miguel era un hombre completamente pobre,
por que no tenía un surco de terreno para que diga que esto es mío.
Este labriego para subsistir y mantener a su esposita era muy comedido, para
él no había nada imposible en cualquier trabajo, pues siempre andaba ocupado y
su esposita también buscaba los reales como sea.
Meses después, nació el
primogenito de Miguel, un niño rollizo, con la cara de su padre. Miguel redobló todos sus esfuerzos; por tanto solía
irse a la madrugada a las punas de Wayoqhari de cuyo lugar solía traerse leña
para su uso, luego se aproximaba donde su hijo diciendo: Manuelcha, cuándo
crecerás para que traigas kuqmo para que
cocine tu madre.
Aquel año el kuqmo ya no era para
abastecer a la población por las gentes se había multiplicado, y por la misma
necesidad, igual que Miguel la gente comenzó a frecuentar a las punas de
Wayoqhari a traer leña, pero paulatinamente los arboles viejos de chachacomo y keuña comenzaron a desaparecer, hasta que
finalmente los cerros habían sido depredados sin consideración, también amenazó
la sequia a los labrantíos porque las aguas de las lluvias eran pocas, ya no se
introducían a las raíces de los árboles;
las lagunas empezaron a secarse.
Cuando pasaron algunos años, la
gente tenía mayor necesidad de leña.
Miguel cómo se desesperaba por algunas rajas de leña, puesto que su fogón ya no
humeaba; y ya no había comida para su hijo y para él. Cierto día, acaso
empujado por la misma necesidad, se fue
a las punas de Waràn, pero estas punas tenían su dueño. El sabía que era un
gamonal de horca y cuchillo. Pero tomando las precauciones necesarias se
introdujo al monte, y comenzó a recoger las leñas más secas pero, para la mala
suerte, fue avistado _ con una largavista_ por el hacendado, éste todo colérico ordenó a uno de sus sirvientes para que
prendiera fuego al monte. La llamarada del fuego prendió y comenzó a extenderse ayudada con los
vientos tardecinos, Miguel se había metido a una quebrada queriendo salir, pero
fue cercado por las llamas crepitantes y humeantes muy rápidamente. Miguel
Cruz, gritando buscaba una caverna para librarse del fuego pero era imposible.
Al día siguiente, todo el pueblo
de Wayllabamba, partió en busca del pobre Miguel, solamente encontraron un
pedazo de su poncho y su cuerpo achicharrado, oliendo a asado.

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