LOS GRANDES LADRONES
Don Amaku, un joven labriego, había sembrado una parcela de maíz
al pie del legendario cerro Pumawanca. Cuando los granos maduraron, el
agrario se dedico día y noche, a cuidar
su siembra de los ladrones. Incluso, en los meses de enero, febrero y marzo,
sus vástagos se hallaban entre los maizales espantando a los verdes loros que
diariamente amenazaban despedazar las grandes mazorcas.
Después que las lluvias cesaron, llego el tiempo de la cosecha.
En consecuencia, Don Amaku empezó a calchear los maizales, luego dejo en
pequeñas filas para que culminen de madurar los granos y puso la chala a secar para que sirva de alimento a los
animales durante los meses de hambre. Seguidamente se vino el deshoje de los
maizales. Don Amaku se sentía feliz al ver las rumas de mazorcas que pronto secarían en los tendales que había
preparado exprofesamente.
Don Amaku no era del lugar. Llego a estos lares en busca de
posada y un pedazo de terreno. Para su suerte, hallo un fértil y hermoso
terreno donde, entre arboles y pedregales,
construyo una casa muy bonita.
Cuando secaron las blancas
o amarillas mazorcas de maíz, don Amaku
se puso a desgranar. Planificó esta acción para realizarla con sus vástagos.
El tendal estaba ubicado cerca de la casa, dentro de un montículo
de piedras. Cerca pasa un arroyuelo limpio y tranquilo, que baja de la
montaña de Pumawanca produciendo hermosos sonidos.
Cuando las
heladas cayeron en los meses de
mayo y junio, don Amaku se levantaba de su alcoba y luego enrumbaba al
tendal para continuar con el desgrane de las mazorcas.
Un día, contemplo con asombro que la mitad de la ruma de granos de maíz había desaparecido.
Encolerizado, empezó a buscar pistas
para hallar al ladrón de su maíz, pero
no encuentro huellas. Entonces se le
paso por la mente que el ladrón debía
ser su vecino, buscando hallar algún rastro, pero tampoco había. Entonces
retorno, iracundo, a su tendal con la finalidad de aguardar al ladrón.
Día y noche, don Amaku
se mantenía sentado detrás del matorral. Se había propuesto no moverse
ni hacer ningún ruido, puesto que en su imaginación creía que pronto volvería
el ladrón para cargarse el resto de los
granos.
Pronto don Amaku vio que la ruma de piedras y pedrones empezaron a salir
cientos, acaso miles, de ratones, que empezaron a trasladar en sus finos hociquitos
los granos de maíz hacia las profundidades de la madriguera. ¡Don Amaku había
descubierto a los ladrones de su maíz!.Después de contemplar, perplejo, un rato, se puso de pie y dijo:
-¿Para ustedes he trabajado, ladrones? ¡Ahora verán!
De inmediato el labriego empezó a recoger el resto de los
granos en un costal, para llevárselos a
su casa. Luego, traslado al frente del riachuelo las mazorcas que quedaban para que sigan secando.
Cuando concluyo la obra, don Amaku se fue a su casa cargando
el costal de granos. Tenia la intención de comprar, en una tienda cercana, dos
o tres botellas de kerosene, rociar el carburante sobre la madriguera y luego, con un fosforo, prender fuego.
Don Amaku retorno apresuradamente a su tendal, llevando las
tres botellas de kerosene. De súbito el tiempo
cambio y empezó una llovizna persistente. Entonces, don Amaku decidió
ocultarse en el lugar inicial de escondite;
dejo a su lado las tres botellas, aguardando que pase la lluvia y que salga el sol, para después rosear con
kerosene las madrigueras y prenderles
fuego.
Cuando paso la lluvia, el labriego vio que de la
madriguera comenzaron nuevamente a salir una gran cantidad de pericotes. Como
no tenía nada que hacer, don Amaku se puso a contar la cantidad de ratones. Los
ratones no encontraron la ruma de granos
de maíz, entonces empezaron a buscar con sus ojos y olfato. De súbito, uno
diviso la ruma de mazorcas de maíz que estaban ala frente del riachuelo.
¿Que hiso el ratón?. Busco una bosta seca
de burro, después la llevo al
borde del arroyuelo y con el hocico empujo la bosta al agua. Seguidamente salto
encima del estiércol seco y empezó a remar con sus patitas hasta que finalmente logro cruzar el riachuelo. Cuando llego a la ruma de maíz, tomo un grano con sus dientes y retorno de la misma forma a la madriguera. Los demás ratones lo
empezaron a imitar. Desde su escondite, don Amaku contemplaba, perplejo, como
los ratones remadores trasladaban los
granos de maíz usando las bostas como lonchas.
Después de contemplar largo rato, el labriego se levanto de
su escondite, seguidamente cruzo a la
orilla opuesta. ¿Que hizo don Amaku? Espanto a todos los roedores que, desesperados, cruzaron el arroyuelo, los
que pudieron en las lanchas, los otros se lanzaron al agua, para luego
refugiarse en sus madrigueras.
Don Amaku, colérico, trajo una porción de chala de su chacra. Luego echo sobre la chala seca
tres botellas de kerosene y las prendió con un fosforo. La madriguera de los
grandes ladrones se convirtió en un averno.

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