LOS DIOSES COMPASIVOS
En una comunidad lejana y pobre
vivía una pareja de esposos, llamados Paulina y Pedro. Ellos se querían
entrañablemente, pero solamente llegaron
a tener un sólo hijo llamado Pablucha.
La pareja de esposos _ que eran muy
pobres_ sobrevivían haciendo producir las tierras de secano y pastando sus
contadas llamitas en la cima de una montaña próxima.
Cuando Pablucha llegó a la edad del matrimonio. Conoció a una
hermosa muchacha de una comunidad muy cercana, y se propuso galantearla. Presto
el amorío cuajó en la convivencia; acontecimiento que llegó a oídos de don
Jerónimo, padre de la simpática mujer, hombre que era, además, dueño de grandes
y ricas propiedades.
Cierta mañana don Jerónimo se
levanto de su lecho, un poco colérico por que durante la noche había
pensado en el futuro de sus hija
Damiana. Se enrumbo a la habitación de
su adorada hija llevando un Zurriago en la mano, y, vomitando sandeces, la flageló
sin consideración aún cuando se trataba
de una mujer, pese a que la madre de la muchacha arrodillada y llorando le
suplicaba que deje de castigarla; pero, don Jerónimo la golpeó hasta cansarse,
dejándola herida. Al final de la golpiza le interrogó:
_ ¿por qué has aceptado como amante a este cholo
zarrapastroso? ¿Acaso para ti hubiera faltado un hombre con tierras, casas y ganado? Seguidamente, don Jerónimo
arrastrándola de las manos la metió a Damiana en una habitación oscura y la
encerró, prohibiéndola terminantemente a que salga afuera, ella estuvo varios días
curándose de sus heridas en aquella
solitaria y oscura habitación, solamente, recibió la visita de su madre. Después que pasaron varios días,
Damiana fugó de la casa paterna y se
fugó a convivir a la casa de Pablucha.
Este runrún llegó rápido a los oídos de don Jerónimo, él, dejando sus quehaceres agrícolas, se fue a la
casa de Pablucha y le dijo a la Damiana, delante de sus suegros y amante:
_¡Damiana desde este momento ya
no eres mi hija, te niego para siempre, ya que no quiero saber nada contigo, desde este momento ya no tienes
derecho para llegar a mi casa y también a pedirme la herencia!
_¡Está bien! _ le dijo Damiana,
tomando valor.
Don Jerónimo se retiro a su bohío
completamente decepcionado de la hija
que antes había adorado.
Pablucha y sus padres brindaron a
Damiana toda su pobreza, pero con cariño y sinceridad; inclusive don Pedro entregó,
en calidad de obsequió a los nuevos convivientes, un pedazo de terreno para que
construyeran su casita, y vivan
independientemente, don Pedro y su señora eran tan buenos que hasta les regalaron una llamita para que críen y la
hagan procrear. Pero Pablucha estuvo de tan mala suerte, pues un día de esos
sucumbió la llamita a falta de pasto.
A Pablucha, pese a que se
esforzaba por sacar la mejor cosecha de papa y maíz en las tierras de secano la
naturaleza le castigaba con sequia, rancha y otras enfermedades. Empero aún con
la penuria, el amor a su pareja iba
profundizándose y creciendo de día en día.
En cierta ocasión, Damiana,
alumbro aun hermoso bebé. Fue la felicidad para la pareja, pero el hambre y la
miseria seguían acosándolos._ Tanto seria la impotencia de Pablucha de
conseguir productos para mantener a su esposa y su hijo_ que llorando escaló a la cumbre de una montaña,
en suyo lugar, después de posternarse humildemente, hablo así cerrando los ojos
y llorando:
_¡Apu Salkantay! ¿Por qué la
naturaleza me castiga tanto? ¿Acaso no soy hijo? Ya no tengo ni una papa,
tampoco un grano de maíz para que coman mi hijo y mi esposa. Gran Apu yo amo a
mi esposa e hijo, u ellos pronto se van a morir de hambre ¡Dime, por favor! ¿De
dónde puedo sacar un plato de comida?
Cuando Pablucha abrió sus ojos
llorosos, vio, que delante de él se encontraba
parado un hombre vestido a la usanza de los antiguos inkas, tenia en su
mano derecha, un báculo de palo,
artísticamente tallado y con algunos adornos de oro y plata. Pablucha le dijo
con una voz sonora:
_Wiraqocha (señor) ha nacido un
hijo mío y no tengo qué hacer comer a mi esposa para que genere leche.
Wiracocha, tengo tanta mala suerte, pues la llama que me obsequió mi padre se murió por falta de pasto, mis sembríos se
han secado por falta de lluvias y, para remate, la rancha lo ha liquidado.
El gran señor se compadeció de
Pablucha. El dios que tenía una presencia sorprendente y venerable, abrió la
boca, y dijo con una voz pausada y palabras muy bien moduladas:
_Buen hombre, me gusta tu
honradez, si fueras otro muy bien te
hubieras dedicado a robar a otras personas; anda a tu casa, detrás de ella
construirás dos canchas (jardines) grandes; después en cada cancha cultivaras
una flor de Ñujchu y otra de kantu.
_Esta bien señor _dijo Pablucha,
y retornó de inmediato a su vivienda.
Cuando llegó a su bohío, se puso
a construir las dos canchas con piedras grandes de canto rodado. Damiana, pese
a su debilidad, también le ayudó a construir pero con todo entusiasmo y cariño.
Por fin Pablucha y Damiana,
construyeron las dos canchas hermosas, en varios días y noches, luego Pablucha
buscó las dos hermosas flores por
quebradas y lomadas, mientras que Damiana trasladando agua de un puquial, llenó
una cuenca expresamente preparada de barro y tierra, para regar las plantas de
Ñujchu y kantu.
Por fin, llegó Pablucha trayendo
las plantas de aquellas flores, luego de buscar tierra les echo gran cantidad
de abono y, por ultimo, con cariño y devoción, plantó las bellas flores
rojas. Cumpliendo con este cometido
_pues era de noche_ los convivientes se retiraron a su humilde alcoba.
Luego de un reparador sueño,
Pablucha fu despertado por los ladridos cercanos de los sabuesos; él dijose:
‘’ya está amaneciendo ahora a dónde voy a ir en busca de comida para mi esposa
e hijo, ni siquiera hay trabajo por estos lares’’. Pablucha asaltado por la
curiosidad se enrumbó hacia las canchas
con la intención de mirar las plantas de flores; pero, cuando abrió la puerta de la habitación se le
empañaron los ojos al ver que una de las canchas estaba llena de productos y,
en la otra, estaban paradas gran cantidad de llamas, alpacas y vicuñas.
Pablucha comprendió que era el milagro
del dios Wiraqocha; y retozando de alegría corrió prodigio que había visto con
sus propios ojos. Damiana se arrodilló en el suelo para agradecer al dios de la montaña Pablucha también se arrodilló
Este milagro llegó no solamente a
los oídos de sus padres y vecinos de la comunidad, sino también a oídos de don Jerónimo,
quien, después de meditar un largo rato, se presentó en la puerta de casa de Pablucha y Damiana. Don
Jerónimo vio con sus propios la cantidad de productos y animales, y preguntó
fingiendo remordimiento y amistad a Pablucha:
_Hijo ¿cómo has conseguido tantos
productos y animales?
Pablucha, para ganarse la
confianza de su suegro, le relató con lujo de detalles todo lo que había
sucedido con el prodigo. Don Jerónimo habiendo escuchado a su yerno se retiro
de la casa, pero, lleno de envidia y rencor, porque en riqueza, en un
santiamén, su yerno le había aventajado.
Cuando Jerónimo llegó a su casa,
no hallaba qué hacer porque estaba
ofuscado de envidia hacia su yerno; de pronto le asaltó la idea de ir a
la montaña y en pocos segundos se disfrazo del hombre más pobre de la tierra y
partió hacia la cumbre. Ni bien llegó, llorando, se arrodillo y cerrando sus
ojos pronuncio unas palabras suplicatorias semejantes a las de Pablucha.
Después de un momento Jerónimo abrió sus ojos llorosos, y efectivamente,
delante de él estaba parado un señor vestido
a la usanza antigua, con un cayado en la mano, quien le dijo:
_ ¿por qué lloras buen hombre?
_Wiraqocha, - contestó el suegro
de Pablucha- tengo tantos hijos, no tengo con que mantenerlos, puesto que las
tierras que cultivo ya no producen un grano de maíz por la sequia.
_Buen hombre ya no llores, toma
estas flores y plántalas detrás de tu casa.
_Está bien gran señor _dijo Jerónimo.
Presto, Jerónimo descendió de la
cima de la montaña saltando de alegría, pensando que pronto se convertiría en
el hombre más rico no solamente de su comunidad sino también de la región.
Cuando Jerónimo se aproximo muy cerca de su vivienda, súbitamente sus canes le
salieron al encuentro ladrándole y mordiéndole con furia intolerante. Jerónimo,
frente al ataque de sus perros tuvo que fugar. ¿Qué había sucedido? Pues, don Jerónimo
se había convertido en un venado de gigantes cuernos, por mentiroso, envidioso,
malo y egoísta.

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