martes, 22 de mayo de 2012


LOS DIOSES COMPASIVOS

En una comunidad lejana y pobre vivía una pareja de esposos, llamados Paulina y Pedro. Ellos se querían entrañablemente,  pero solamente llegaron a tener un sólo hijo  llamado Pablucha. La pareja de esposos _ que eran  muy pobres_ sobrevivían haciendo producir las tierras de secano y pastando sus contadas llamitas en la cima de una montaña próxima.
Cuando Pablucha llegó  a la edad del matrimonio. Conoció a una hermosa muchacha de una comunidad muy cercana, y se propuso galantearla. Presto el amorío cuajó en la convivencia; acontecimiento que llegó a oídos de don Jerónimo, padre de la simpática mujer, hombre que era, además, dueño de grandes y ricas propiedades.
Cierta mañana don Jerónimo se levanto de su lecho, un poco colérico por que durante la noche había pensado  en el futuro de sus hija Damiana. Se  enrumbo a la habitación de su adorada hija llevando un Zurriago en la mano, y, vomitando sandeces, la flageló sin consideración aún  cuando se trataba de una mujer, pese a que la madre de la muchacha arrodillada y llorando le suplicaba que deje de castigarla; pero, don Jerónimo la golpeó hasta cansarse, dejándola herida. Al final de la golpiza le interrogó:
_ ¿por qué  has aceptado como amante a este cholo zarrapastroso? ¿Acaso para ti hubiera faltado un hombre con tierras, casas  y ganado? Seguidamente, don Jerónimo arrastrándola de las manos la metió a Damiana en una habitación oscura y la encerró,  prohibiéndola terminantemente  a que salga afuera, ella estuvo varios días curándose de sus heridas en  aquella solitaria y oscura habitación, solamente, recibió la visita de su  madre. Después que pasaron varios días, Damiana fugó  de la casa paterna y se fugó  a convivir a la casa  de Pablucha.  Este runrún  llegó rápido  a los oídos de don Jerónimo, él,  dejando sus quehaceres agrícolas, se fue a la casa de Pablucha y le dijo a la Damiana, delante de sus suegros y amante:
_¡Damiana desde este momento ya no eres mi hija, te niego para siempre, ya que no quiero saber nada  contigo, desde este momento ya no tienes derecho para llegar a mi casa y también a pedirme la herencia!
_¡Está bien! _ le dijo Damiana, tomando valor.
Don Jerónimo se retiro a su bohío completamente decepcionado  de la hija que antes había adorado.
Pablucha y sus padres brindaron a Damiana toda su pobreza, pero con cariño y sinceridad; inclusive don Pedro entregó, en calidad de obsequió a los nuevos convivientes, un pedazo de terreno para que construyeran su casita,  y vivan independientemente, don Pedro y su señora eran tan buenos que hasta  les regalaron una llamita para que críen y la hagan procrear. Pero Pablucha estuvo de tan mala suerte, pues un día de esos sucumbió la llamita a falta de pasto.
A Pablucha, pese a que se esforzaba por sacar la mejor cosecha de papa y maíz en las tierras de secano la naturaleza le castigaba con sequia, rancha y otras enfermedades. Empero aún con la penuria,  el amor a su pareja iba profundizándose y creciendo de día en día.
En cierta ocasión, Damiana, alumbro aun hermoso bebé. Fue la felicidad para la pareja, pero el hambre y la miseria seguían acosándolos._ Tanto seria la impotencia de Pablucha de conseguir productos para mantener a su esposa y su hijo_ que  llorando escaló a la cumbre de una montaña, en suyo lugar, después de posternarse humildemente, hablo así cerrando los ojos y llorando:
_¡Apu Salkantay! ¿Por qué la naturaleza me castiga tanto? ¿Acaso no soy hijo? Ya no tengo ni una papa, tampoco un grano de maíz para que coman mi hijo y mi esposa. Gran Apu yo amo a mi esposa e hijo, u ellos pronto se van a morir de hambre ¡Dime, por favor! ¿De dónde puedo sacar un plato de comida?
Cuando Pablucha abrió sus ojos llorosos, vio, que delante de él se encontraba  parado un hombre vestido a la usanza de los antiguos inkas, tenia en su mano derecha, un báculo  de palo, artísticamente tallado y con algunos adornos de oro y plata. Pablucha le dijo con una voz sonora:
_Wiraqocha (señor) ha nacido un hijo mío y no tengo qué hacer comer a mi esposa para que genere leche. Wiracocha, tengo tanta mala suerte, pues la llama que me obsequió mi padre   se murió por falta de pasto, mis sembríos se han secado por falta de lluvias y, para remate, la rancha lo ha liquidado.
El gran señor se compadeció de Pablucha. El dios que tenía una presencia sorprendente y venerable, abrió la boca, y dijo con una voz pausada y palabras muy bien moduladas:
_Buen hombre, me gusta tu honradez, si fueras otro  muy bien te hubieras dedicado a robar a otras personas; anda a tu casa, detrás de ella construirás dos canchas (jardines) grandes; después en cada cancha cultivaras una flor de Ñujchu y otra de kantu.
_Esta bien señor _dijo Pablucha, y retornó de inmediato a su vivienda.
Cuando llegó a su bohío, se puso a construir las dos canchas con piedras grandes de canto rodado. Damiana, pese a su debilidad, también le ayudó a construir pero con todo entusiasmo y cariño.
Por fin Pablucha y Damiana, construyeron las dos canchas hermosas, en varios días y noches, luego Pablucha buscó  las dos hermosas flores por quebradas y lomadas, mientras que Damiana trasladando agua de un puquial, llenó una cuenca expresamente preparada de barro y tierra, para regar las plantas de Ñujchu y kantu.
Por fin, llegó Pablucha trayendo las plantas de aquellas flores, luego de buscar tierra les echo gran cantidad de abono y, por ultimo, con cariño y devoción, plantó las bellas flores rojas.  Cumpliendo con este cometido _pues era de noche_ los convivientes se retiraron a su humilde alcoba.
Luego de un reparador sueño, Pablucha fu despertado por los ladridos cercanos de los sabuesos; él dijose: ‘’ya está amaneciendo ahora a dónde voy a ir en busca de comida para mi esposa e hijo, ni siquiera hay trabajo por estos lares’’. Pablucha asaltado por la curiosidad se enrumbó  hacia las canchas con la intención de mirar las plantas de flores; pero,  cuando abrió la puerta de la habitación se le empañaron los ojos al ver que una de las canchas estaba llena de productos y, en la otra, estaban paradas gran cantidad de llamas, alpacas y vicuñas. Pablucha comprendió que  era el milagro del dios Wiraqocha; y retozando de alegría corrió prodigio que había visto con sus propios ojos. Damiana se arrodilló en el suelo para agradecer al dios  de la montaña Pablucha también se arrodilló
Este milagro llegó no solamente a los oídos de sus padres y vecinos de la comunidad, sino también a oídos de don Jerónimo, quien, después de meditar un largo rato, se presentó en  la puerta de casa de Pablucha y Damiana. Don Jerónimo vio con sus propios la cantidad de productos y animales, y preguntó fingiendo remordimiento y amistad a Pablucha:
_Hijo ¿cómo has conseguido tantos productos y animales?
Pablucha, para ganarse la confianza de su suegro, le relató con lujo de detalles todo lo que había sucedido con el prodigo. Don Jerónimo habiendo escuchado a su yerno se retiro de la casa, pero, lleno de envidia y rencor, porque en riqueza, en un santiamén, su yerno le había aventajado.
Cuando Jerónimo llegó a su casa, no hallaba qué hacer porque estaba  ofuscado de envidia hacia su yerno; de pronto le asaltó la idea de ir a la montaña y en pocos segundos se disfrazo del hombre más pobre de la tierra y partió hacia la cumbre. Ni bien llegó, llorando, se arrodillo y cerrando sus ojos pronuncio unas palabras suplicatorias semejantes a las de Pablucha. Después de un momento Jerónimo abrió sus ojos llorosos, y efectivamente, delante de él estaba parado un señor vestido  a la usanza antigua, con un cayado en la mano, quien le dijo:
_ ¿por qué lloras buen hombre?
_Wiraqocha, - contestó el suegro de Pablucha- tengo tantos hijos, no tengo con que mantenerlos, puesto que las tierras que cultivo ya no producen un grano de maíz por la sequia.
_Buen hombre ya no llores, toma estas flores y plántalas detrás de tu casa.
_Está bien gran señor _dijo Jerónimo.
Presto, Jerónimo descendió de la cima de la montaña saltando de alegría, pensando que pronto se convertiría en el hombre más rico no solamente de su comunidad sino también de la región. Cuando Jerónimo se aproximo muy cerca de su vivienda, súbitamente sus canes le salieron al encuentro ladrándole y mordiéndole con furia intolerante. Jerónimo, frente al ataque de sus perros tuvo que fugar. ¿Qué había sucedido? Pues, don Jerónimo se había convertido en un venado de gigantes cuernos, por mentiroso, envidioso, malo y egoísta.


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