LOS LADRONES DE GALLINAS
Wayllabamba ¿Acaso es un pueblo murmurante por antonomasia o sus viejas paredes de adobe tienen ojos para ver todo acontecimiento nocturno? En este vetusto pueblo todo pasa, todo sucede. Pero, si se trata de un problema amoroso en contados segundos el pueblo está informado. Por ejemplo, una noche, un fulano se había introducido en la casa de una viuda; ella como mujer aún joven no lo rechazó; pero, de pronto, la viuda percibió que alguien subía a su dormitorio: era su hijo. El amante desesperado, en la oscuridad de la noche, completamente desnudo se lanzó por la ventana hacia la huerta. Al descubrir el hecho el hijo le llam3 la atención a su madre y alumbrándose con unos fósforos inicio la búsqueda del intruso, rincón por rincón, encontrando el pantalón, ropa interior, camisa y saco del fulano. Hecho un loco bajó del segundo piso, agarró un zurriago y una linterna corrió hacia el canchón en busca del facineroso, pero no lo encontró por que se había fugado por el portillo de la huerta hacia la calle. El fugitivo, en la semioscuridad de la noche, caminó por las calles viejas de Wayllabamba en dirección a su casa, completamente desnudo.
En Wayllabamba, todo el pueblo
sabe de los cumpleaños de las autoridades. También, si se trata del onomástico de una mujer
soltera, todo el mundo lo sabe, porque, en la víspera, llueven las serenatas.
Se toman ponches y otras bebidas y al amanecer los tunantes. Toman un suculento
caldo de gallina ‘’viuda’’ con grandes presas de carne.
Pero, impensadamente en
Wayllabamba apareció un grupillo de ladronzuelos ¿Qué acaso por deporte o por
hacer alguna chanza a algún vecino se
dedicó a robar gallinas y otros animales? Por ejemplo ¿cómo roban un ave cuando
duerme en un chalero o un árbol de
capulí? En primer lugar el ratero espera
que los dueños se duerman; después trae un palo largo y delgado, cuya punta
trata de introducirla en su somnolencia se suben al palo; el ladronzuelo al sentir que la gallina ya está
encima del palo, comienza a jalarlo, luego agarra al ave, le quiebra el cuello
y ya tiene material para festejar el cumpleaños de algún vecino. Así el ladrón
roba sin dejar rastros en el camino.
¿Y cómo roban los cuyes? En primer lugar el ladrón
aguarda la noche con un costalillo en la mano y un manojo de pasto verde.
Cuando el dueño se ha dormido, el ratero se introduce a la cocina, mete el pasto dentro del costal, lo mantiene
abierto y los animalillos jalados por el olfato van entrando al bolso. Cuando éste
se llena de cuyes, el ratero se lo pone la hombro y se retira de la
cocina, también, sin dejar rastros
alguno.
¿Y cómo hurtan en este pueblo, a los marranos? Para
el malandrín hasta cierto punto es difícil ingresar a la pocilga del puerco,
pero después que lo logra ¿qué hace? Saca de su bolsillo una coronta o marlo de
maíz, el que lo introduce en el ano del cochino, De pronto el cerdo camina sin
gritar y sale por la misma puerta hacia la calle y se encamina, con sus propios
pies, hacia el furtivo camal que improvisó el ladronzuelo.
Cuando llegó la víspera del cumpleaños del gobernador del
distrito de Wayllabamba, sus tenientes gobernadores y algunas amistades más, le
fueron a dar la serenata, portando algunas cajas de cerveza, como es costumbre
en este pueblo. El gobernador al escuchar las voces de sus tenientes
gobernadores y el marco musical, salió de su habitación, completamente alegre:
les abrió las puertas de su casa. Los tenientes gobernadores ingresaron y
procedieron a abrazar y felicitar al del cumpleaños. Después de estos actos
protocolares, se dieron a la bebida.
Después de beber algunas cajas de
cerveza, entre canciones y risas, los serenateros sintieron un hambre voraz.
Entonces el gobernador pidió a uno de
los subalternos de su confianza que trajera gallinas para preparar el consabido
caldo de gallina. El elegido, a su vez, escogió a algunos de sus colegas, y
personas de su entorno. Todos ellos bajaron por diferentes calles del pueblo a
robar gallinas.
¡Wayllabamba estaba despierta!
El gobernador era muy aficionado
a la riña de gallos; por lo cual tenia un buen número de estos animales enjaulados en su corral. Él
vivía en la cabecera del pueblo, muy apartado de éste. Don Melchor, que así se
llamaba esta autoridad, tenia una regular extensión de terreno, en la cual
cultivaba flores y criaba colmenas de
abejas.
Los comisionados recorrieron de
canto a canto la población, pero el pueblo estaba despierto y no podían
deslizarse a ningún gallinero; mas el
hambre y el compromiso eran tan grandes que tomaron la decisión de conseguir,
como sea, las preciadas gallinas. Mientras tanto la casa del gobernador ya se
había llenado de más gente, puesto que llegaron sus familiares y amistades para
felicitarle por el día de su cumpleaños.
Cuando el lucero de la
mañana emergía del corazón del cielo
azul, uno de los tenientes gobernadores ingresó
en la amplia sala de la fiesta llevando en sus manos un plato gigante
con caldo de gallina; al verlo se les pasó la borrachera a los jaraneros
quienes aguardaron su turno para recibir su ración. El gobernador sentado cómodamente
en una silleta tras de una mesa larga disfrutó
de su caldo de gallina saciando así su galopante hambre. Los músicos y los
familiares de la autoridad se fueron hacia la cocina para recibir las mejores
raciones.
Cuando ya pintaban las primeras
luces de la mañana, el gobernador completamente ebrio se levantó de su asiento
y se dirigió hacia el corral pues le apremiaban ciertas necesidades fisiológicas. Estaba sumamente contento,
había bebido y comido a satisfacción y gratis. Al llegar al corral se bajó el
pantalón y procedió a atender su
necesidad. Cuando abrió los ojos, sus gallos no estaban en sus jaulas. De
inmediato cayó en cuenta, que sus subalternos en su cumpleaños, le habían hecho
tomar el caldo de sus propios gallos. La autoridad política, sin culminar de
defecar, levantándose el pantalón, corrió hacia el comedor en busca de sus
tenientes gobernadores pero éstos satisfechos de su acción ya habían
desaparecido del escenario.

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