LA GRAN FUGA
Exaltación Castro era un campesino de la comunidad de Toqra,
provincia de paukartambo, que en su juventud se internó en las profundidades de
la selva del departamento de Madre de Dios con el sueño de
convertirse en un minero, puesto que de
Laberinto, Waypetuay y de otros campamentos la gente comenzó a tejer leyenda por la cantidad de oro y de las
aventuras que se producían.
Exaltación, desde su infancia, había soñado, que algún día
tendría una posición económica suficiente para solucionar el problema de
sus padres y hermanos, puesto que ellos, desde sus
ancestros, no habían salido de su tierra
y seguían golpeados por el hambre y la miseria.
Un día, cuando Exaltación
deambulaba buscando trabajo _ porque le había dado de
baja del cuartel_ por las calles del
burgo del Puerto Maldonado, se le presentó
un caballero de buena presencia,
quien le habló en forma amigable y cariñosa diciendo:
_Oye joven ¿Tú no quisieras trabajar en las minas? Te voy a
pagar un buen salario y también vas a
tener una buena alimentación.
Para el paukartambino no era tan mala la proposición, él aceptó gustoso puesto que desde el momento
que llegó a Puerto Maldonado aún no había
trabajado ni un día en las minas,
porque había sido reclutado por el ejército, por tanto era una oportunidad para
cumplir con su sueño.
Después de contadas horas, el minero tenia cuatro
trabajadores, sumando con Exaltación
eran cinco. Por eso, al día siguiente, _ después de comer
opíparamente y dormir en un alojamiento_
zarparon a las profundidades de la selva encima de una lancha.
Don Saturnino _ después
de navegar dos días consecutivos por un rio caudaloso, mostró sus dominios
a los trabajadores.
Por fin llegaron a los dominios de don Saturnino, le salieron a recibir la servidumbre y su señora, quienes, juntamente con los
trabajadores, descargaron los víveres que había llevado de Puerto Maldonado a
la mina.
Cinco trabajadores fueron invitados a servirse ricos
potajes. Se encontraban circundados por una jungla tupida y se escuchaban los
chillidos, aullidos y trinos de algunos animales desconocidos. La casa estaba
construida de palos toscos techada con hojas de plátano; después que
manducaron, don Saturnino sacó varias botellas de cerveza del
depósito de víveres y les invito para
que se sirvieran.
Al día siguiente, muy temprano, los cinco trabajadores
fueron llevados a un campamento para que trabajen. Efectivamente _después que
recibieron una pala, un pico, una carretilla y un cubo, trasladaron tierra en
sus carretillas y echaban en una tolva
y dos obreros lavaban con las aguas
dicha tierra usando los cubos, allí aparecieron pepitas de oro. Este trabajo
era diario, pero lo extraño del caso es
que sistemáticamente comenzó a
disminuir los alimentos de los
trabajadores y al mismo tiempo el patrón no estaba para los pagos, sino, más
bien, don Saturnino, juntamente con otros hombres andaban armados de fusiles,
¿acaso para intimidarlos?, Y al mismo tiempo se dieron cuenta que no eran los
únicos trabajadores de de don Saturnino,
sino que él tenia otros campamentos en las profundidades de la selva con otras
cuadrillas de trabajadores.
Exaltación Castro cuánto se arrepentía de alma el haber
aceptado trabajar en las minas de don Saturnino, él se dio cuenta que el dueño de la mina tenia gran
número de hombres armados que les
vigilaban desde las profundidades del monte, acaso ellos estaban condenados a
morir trabajando.
El calor era intenso, día y noche, los cinco trabajadores
sudaban a diario, cotidianamente, se bañaban varias veces en el riachuelo para
mantenerse frescos.
Un día Exaltación pidió a don Saturnino que le pagara por los meses que había trabajado
en su mina, pero el minero respondió con
una cachetada en el semblante y unos cuantos carajos. El trabajador tuvo que humillarse y seguir
trabajando.
La alimentación de
los trabajadores era: desayuno, almuerzo y comida a base de yuca y plátano, Los cinco trabajadores se habían
debilitado tanto que lo expresaban lo
cetrino de sus semblantes y la delgadez
de sus físicos. Dormían en rumas secas de hojas de plátano sobre una tarima de palos que habían
construido. Ellos, se encontraban desorientados
en las profundidades de la selva y tampoco tenían alguna información de sus familiares. Ellos en los atardeceres
añoraban sus tierras y, a veces, relataban sus vidas, las de sus padres
y hermanos con lágrimas en los ojos, puesto que había perdido la noción del
tiempo.
Un día, Exaltación,
en sus andanzas nocturnas, descubrió
cerca al campamento madre, un cementerio clandestino dentro del monte.
De inmediato se imagino que el
cementerio alojaba los cuerpos de los trabajadores de las minas de don Saturnino,
¿acaso caídos en el trabajo o fusilados por alguna rebeldía? A este
hecho coadyuvó la presencia de un enfermo,
quien le relato con lujo y detalles que don Saturnino debía muchas vidas y que su riqueza era el
resultado del trabajo gratuito de muchos hombres que habían sido engañados en
Puerto Maldonado.
Exaltación Castro comenzó
a elucubrar cómo salir de la profundidad de la selva para librarse de
esta esclavitud a la que había sido sometido.
Ciertamente, un día le llegó la noticia de que en el domingo próximo seria el cumpleaños de don Saturnino, y que
se festejaría con su gente de confianza en el campamento madre. Por fin para Exaltación
se le presentó la oportunidad de vivir o morir. El paukartambino, después de culminar con los
trabajos del día sábado, juntamente con
sus compañeros se desplazaron por el
monte, burlando la vigilancia de los centinelas y fueron al campamento
madre machete en mano.
Ya la jarana había empezado. Exaltación y su gente
furtivamente, miraban, desde su escondite, cómo bebían gran cantidad de cerveza
después de servirse sendos platos de comida con carne. Para esta fecha don Saturnino había traído desde
Puerto Maldonado mucha cerveza en lanchas para un gran número de invitados,
dueños de las minas cercanas y acopiadores de oro.
¿Pero, por qué Exaltación Castro había llegado a la selva?
Su padre un hombre por demás cruel, en repetidas oportunidades le había zurrado por simples hechos; un día,
cuando Exaltación pastaba las ovejas de su padre en la loma de una montaña, se
le perdió uno de los animales ¿qué había
pasado? Un zorro había separado una de las borregas de la tropa. Entonces Exaltación
al enterarse de la pérdida de la oveja, no quiso regresar a su casa, prefirió perderse e ir de pueblo en pueblo trabajando, hasta
que, finalmente, soñó internarse en las
profundidades de la selva para convertirse en un hombre rico.
Tanto era el contagio de la jarana, que los guardianes también
ingresaron en la fiesta dejando a un lado sus obligaciones de resguardar y proteger al dueño de las inmensas minas y
a los acopiadores. Exaltación Castro
saliendo de su escondite saltó como un
tigre sobre un guardaespaldas al que desarmó en un santiamén y luego arma en
mano redujo al resto de los gendarmes _
que se encontraban beodos en la puerta
de la inmensa habitación. Después armó a sus cuatro compañeros, quienes sin saber disparar también amenazaron
a toda la concurrencia y los encerraron en una habitación amplia, partieron
luego hacia la orilla del rio, y se apoderaron de las lanchas. Antes de
embarcarse dispararon al aire varios chorros de
balas encima de la vivienda del minero para intimidarlos. En es
preciso momento aparecieron el resto de
los trabajadores de las profundidades del monte, y también se embarcaron en la lancha.
Presto, Exaltación Castro junto con sus compañeros surcaron el rio Blanco. El jefe de
los rebeldes, recién relució su habilidad
de timonear la lancha cosa que había
aprendido en el cuartel, no
solamente la conducción de la lancha, sino también el manejo de armas.
Después de recorrer la selva durante varios días, por fin,
llegaron a su meta y, antes de pisar tierra, hundieron la lancha en las profundidades de las aguas para borrar
toda pista.
Exaltación Castro y sus compañeros, ¡estaban libres! Allá en
las minas quedaban los malos recuerdos y también la canalla de don Saturnino y sus invitados.

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