EL ÚLTIMO CONDENADO
En los últimos años
del presente siglo, se desató una sequia nunca experimentada por estos lares;
los pobladores desesperados todos los días miraban al cielo esperando que
surjan algunas nubes; puesto que, el rio
Vilcanota, los manantes y las
lagunas empezaron a secarse por falta de
lluvias y ya no había agua suficiente para regar los labrantíos.
Nosotros, obligados por nuestros padres, salíamos en los
atardeceres delante de San Javier, patrón de las lluvias, portando
carrizos _que tenían amarradas en cada
nudo: flores y velas_ por las calles y plaza del pueblo Wayllabamba entonando
la siguiente melodía:
‘’Señor San Javier
Paraykita, unuykita apachimuwayku
Sarayta chakiymanta wañusian’’.
``Señor San Javier
Envíanos tus lluvias y tus aguas mi maíz esta muriendo de sed’’.
Después de cada procesión
octubrina no había indicios de lluvia por ello crecía más y más la desesperación por las aguas.
Cierto día vi, a
un grupo de campesinos chincherinos que se desplazaban por la calle principal del
pueblo con dirección hacia la laguna de Yanaqocha. Pregunté a uno de los ¿Qué
cargan en sus espaldas y en sus cántaros
exornados con flores? Él me respondió
diciendo que estaban levando las aguas de las lagunas de Piuray y
Waypo a ofrendar al señor de las lagunas para que hagan llover.
La preocupación de los chacareros llegó a su clímax, cuando
los maizales empezaron a quebrarse por
falta de agua.
Cierto día, aparecieron
en la población un grupo de mujeres con sus respectivos hijos, las
mujeres ofrecían sus vástagos a los
vecinos a cambio de unas cuantas arrobas de maíz. Ellos provenían del
altiplano, en sus tierras se había desatado una hambruna feroz por falta de
lluvias.
Para mi casa ya no había pasto en las riberas de las
chacras; por ello mi padre determinó
enviar sus contados vacunos a las punas de Wayoqhari para que pudieran
conseguir algunos bocados de pasto seco y de esta manera subsistir. Pero un día
llegó la mala noticia que un toro de mi padre se había desbarrancado en una
montaña abrupta. Él, lo tomó con cierta tranquilidad, consiguió cinco ayudantes, con quienes,
al día siguiente, partió hacia las punas de Wayoqhari llevando sogas y
cuchillos para traer la carne del vacuno desbarrancando. A esta caravana me
adherí porque quería conocer la tan mentada montaña.
Cuando llegamos a la cima del cerro, me puse a llorar porque
había muerto el toro que más quería;
puesto que era un animal valiente peleando con los mejores toros del lar. Él,
ya no tenia ojos ni lengua porque los
cóndores los había extirpado, pero la panza le había crecido exageradamente tenia los cuernos rotos como producto del
desbarrancamiento..
Después de un saludable descanso y luego de solicitar a los
apus ayuda y protección en esta empresa, los hombres comenzaron a destazar al
toro. Vi que la carne estaba completamente roja debido a que la sangre no había
desfogado; mas, la panza estaba llena de aire que despedida un hedor
insoportable. Después que culminaron con
el degüello, mi padre ordenó que dejaran la panza con todas sus vísceras, las
patas y la cabeza; porque trasladar estos restos, iba a ser un sacrificio.
La bajada fue
muy difícil por lo empinado de la
montaña, no había un camino para
desplazarse. Cada trabajador cargaba en sus espaldas un tremendo peso de carne.
Mi padre decidió ya no llegar a
Wayllabamba si no dejar la carne en una habitación que tenia en Wayoqhari en un
lugar denominado Saniyoq.
Al día siguiente, muy temprano juntamente que los
ayudantes mi padre empezó a cecinar la cerne con harta
sal. En esas circunstancias la gente vino en busca de mi padre, solicitando que le venda un pedazo de carne,
principalmente, la parte del cuello y costillares.
Mi padre, cuando terminó de venderles la carne, les hablo:
_Señores y señores, anoche aproximadamente a la
medianoche se presentó un hombre gigante
vestido de sotana negra y caminaba sobre aire, y me dijo: ¡Quiero tu carne! Me asusté tanto,
le dije:¡ Retírate condenado soy cristiano y bautizado! La bestia al poco rato
se convirtió en perro y luego, aullando,
se retiró dentro de mis maizales.
_¿Cierto señor? _dijo una mujer.
_¿Acaso voy a inventar lo que les cuento?. ¿acaso no me conocen?, soy autoridad pasada.
Esta noticia, en un
santiamén, se propagó por toda la comarca, luego comenzó a crecer pero alimentada por fantasías de la gente.
Los niños por miedo ya no querían ingresar a los maizales a
sacar choclo y pasto para sus animales
para remate, murieron por la zona dos
personas, en la mente de los pobladores
ellos habían sucumbido en manos del
condenado. Incluso llegaron al extremo: dejaron de cuidar sus maizales por las
noches, por miedo al condenado.
Un día, José Olivera, salió gritando que dentro del maizal,
había visto a un mono gigante comiendo maíz.
La gente comenzó a vivir aterrorizada, ya no caminaban por
las noches, si es que salían de sus casas _ por una urgencia_ lo hacían por
grupos. En todo veía al condenado; en
las labores agrícolas ellos seguían relatando algunas experiencias
anteriores pero sobredimensionado y fantaseando. Esta noticia traspasó la frontera de la comarca.
Un día, mi padre me ordenó que saque un poco de choclo de
uno de los terrenos. Yo me negué a obedecerle, pero mi progenitor se encolerizó
y sacando su correa de la cintura me dijo:
_¡Vas o te pego!
_No papá, ¡tengo miedo!
_Pero ¿por qué?
_Es que tengo miedo que el condenado me agarre dentro del
maizal y me devore.
Mi padre recién comprendió mis temores y tomándose algunos
segundos de cavilación habló:
_Hijo, no hay condenado dentro de los maizales.
_Pero, ¿no has contado tú, que lo habías visto?
_Lo que he contado, hijo es un invento por mi parte para
atemorizar a la gente, para que no roben nuestros
choclos, porque la gente estaba
comenzando a robar. Este año, los campesinos tendrán tan mala cosecha, sus
mazorcas de maíz serán muy pequeñitas por falta de agua.
_Yo comprendí, pero ni a correazos entraré en el maizal.

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