LA MUJER Y LOS HIJOS DEL OSO
Dicen que en un villorio llamado Lako, vivía una pareja de
esposos que se dedicaba al cultivo de unas pequeñas chacras que les pertenecían
y al cuidado de un hato, también pequeño, de vacas. La pareja no tenia hijos,
por lo que ambos sufrían, en especial el marido que por esta pena se daba muchas
veces a los tragos, ya que él consideraba que no tener hijos era una verdadera
desgracia.
El pequeño hato de animales era cuidado por una joven
huérfana que trabajaba para ellos y con
la que se habían encariñado mucho. Un
día, una delas vacas parió un hermoso becerrito negro que, en una de las
paletillas, tenia las figuras de una estrella y una media luna.. El animalito
fue llamado Nene y se convirtió muy pronto en el engreído de los dueños pues
los sacó de la monotonía y el aburrimiento en que trascurrían sus días, al
tener que ocuparse del “nuevo miembro de la familia”.
Jacinta, que así se llamaba la joven, se desvivía atendiendo
al ternerito y le traía los mejores y más
tiernos pastos que buscaba incluso en lugares muy lejanos. En otras
oportunidades, llevaba al animalito para que pastara en los cantos de las
chacras. El ternero se fue ganando, cada día más, el cariño de sus dueños. A
ellos les llamaba la atención que pese a
que el animalito tenía más de tres meses, no aparecían indicios de los cuernos
que ya debían empezar a salirle. Nene era un animal tan manso que casi parecía
humano. Se dejaba abrazar, acariciar, besar, y hasta seguía a sus dueños cono
si fuera un perro enseñado. Bastaba que lo llamaran por su nombre para que él
viniera corriendo a lamer con su gruesa lengua las manos y las ropas de sus
dueños.
De Repente la zona de Lako entró en época de estiaje y los verdes pastizales empezaron a
desaparecer, lo que obligó a Jacinta a llevar la pequeña tropa de ganado que le
habían confiado a una lejana quebrada, llamada piskara, donde aún se hallaba
pasto verde a las orillas de los Zigzagueantes y bellos arroyos que por allí
bajaban desde las altas montañas. Cuando regresaba a la casa con el hato de
animales, la primera en llegar- con las ubres repletas de leche- era la madre
de Nene, a quien los patrones ordeñaban con placer y cariño juntando la leche
que utilizaban en el desayuno y en lonche y, como sobraba, la guardaban para
fabricar quesos que serían muy útiles
para los tiempos de hambre.
Un día, Jacinta se quedó profundamente dormida en la quebrada
de piskara, después de comer su fiambre.
Al despertar, notó que en el hato de ganado no estaba el Nene. Lo
buscó por la quebrada sin lograr ubicarlo, a la vez que la madre del
ternero y las otras vacas mugían llamándolo; pero solo el eco de las grandes montañas les respondía.
Jacinta empezó a buscar las huellas de la cría y,
después de rastrear un buen rato, halló
lo que buscaba. El rastro, tras cruzar bosques y pedregales, se dirigía
hacia la montaña. La noche cayó y Jacinta no pudo volver, pues la
oscuridad no le permitía distinguir la senda por la que había caminado.
Exhausto por el esfuerzo, se sentó sobre un a gran piedra y allí cavilaba sobre la manera como iba a recuperar al Nene.
Ella temía regresar a la casa sin el ternero
pues los patrones, al recibir la mala noticia, derrepente decidían despedirla
del empleó. Un gran
sentimiento de culpa la embargó y ella
se puso a llorar más por el cariño que
le tenía a la mascota, que por el miedo
que le daban la soledad y la oscuridad en que se encontraba.
En tanto, en la casa de los patrones se produjo una gran preocupación, pues las vacas que estaban con
Jacinta y el Nene habían regresado solas y llorando.
Jacinta, al encontrarse en medio de la oscuridad, se puso a
buscar un refugio donde pasar la noche y no halló nada mejor que un enorme árbol de copa muy frondosa, al que se empezó
a trepar, lo que no le resultó difícil
pues ella había nacido en las profundidades de la montaña y sabia como hacer estas cosas.
Subiendo, halló un lugar adecuado para descansar y se acomodó de la mejor
manera que pudo para pasar la noche. De
pronto escuchó un sonido extraño que hizo
que su cuerpo se escarapelara de miedo. En su imaginación
creyó que se trataba de un puma dispuesto a devorarla. Así que, desesperadamente, empezó a trepar a las ramas más altas tratando de librarse de
la bestia, cuando escuchó una voz que le decía:
-Señora Jacinta, no te asustes, estás en mi casa.
Seguramente tendrás hambre, quiero
entregarle lo que traigo.
En la oscuridad de la noche, Jacinta no podía distinguir a la persona que le hablaba, sin
embargo el escuchar una voz humana la tranquilizó; así que le respondió:
-Buen hombre ¿Vives aquí?
-Si – respondió la voz
extraña.
-Pero no te veo en la oscuridad…
-Mañana me verás. Toma este cesto con comida- dijo la voz.
-Gracias buen hombre-
respondió la pastora.
Dentro del cesto, Jacinta halló frutas, mote, carne hervida.
Como estaba de hambre, empezó a devorar los alimentos.
En tanto, la familia no había podido dormir pensando en la criada y en el ternero.
Mil ideas pasaron por sus mentes. Hasta
se llegaron a figurar que la
Jacinta había huido con la pequeña res.
Al día siguiente, cuando Jacinta se despertó. Se dio cuenta
que estaba en una especie de nido,
construido en lo alto del árbol, que era razonablemente cómodo. Junto a ella se
hallaba un hombre con muchos pelos en el
cuerpo. Él la miró y el flechazo de Cupido los atravesó a los dos.
En realidad el acompañante era un oso pero, a los ojos de
Jacinta, parecería un hombre simpático. El plantígrado le demostraba su amor
teniendo mil atenciones con ella. Luego de desayunar, el oso y la pastora
descendieron del árbol y salieron en busca del ternero, pero no lo hallaron.
El tiempo fue pasando. Un buen día, Jacinta se dio cuenta que
estaba embarazada. El oso, al enterarse, se desvivía por ella. De los lugares
más lejanos le traía carnes y frutas de lo más variadas y hasta consiguió ollas
para cocinar y vajilla. Poco a poco, la mujer fue olvidándose del Nene.
Los patrones se fueron envejeciendo de pena, por el Nene y la
Jacinta, que no aparecieron.
Después de nueve meses de gestación, Jacinta alumbró un par de gemelos. Estos seres tenían manos y pies de humanos y cuerpo de osos. Muy
rápidamente empezaron a desarrollar. Sin
pérdida de tiempo, la madre les enseño buenos modales: alimentarse, asearse y
hablar con corrección. Mientras el padre les enseño a cazar animales, recoger
frutas, etc. La actividad del oso era
frenética, pues se desvivía por atender las necesidades de su mujer y los
hijos.
Cierto día, a la hora del almuerzo, se presentó
sorpresivamente un bello y multicolor
picaflor, que se posó en la rama de un árbol próximo y dijo:
-Jacinta, Jacinta, tu madre adoptiva hace poco ha muerto y tu
padre adoptivo ahora está agonizando de pena. Dice que vayas a verlo, está enfermo
y sufre mucho.
-¿Es cierto lo que me dices, picaflorcito? Preguntó Jacinta.
-Si, es cierto mujer, respondió el picaflor.
-Pues ahora mismo parto para verlo, dijo Jacinta.
Pero, inesperadamente, el oso se opuso a que su mujer
regresara a su antigua casa mientras los
hijos aceptaron el viaje entusiasmadamente. Enfurecido al ver que no podía
convencer a Jacinta, el oso lanzó una piedra contra el picaflor y lo mató en el
momento.
Jacinta se puso a gritar
-¿Qué te hizo el pobre picaflor’ ¿Acaso no puedo ir a visitar
a mis padres? ¡Tú si estás feliz porque estás al lado de tu familia!
La bestia respondió dándole un manotazo a Jacinta que la arrojó
a un rincón. Los hijos salieron en defensa de su madre y se produjo een fuerte
enfrentamiento entre ellos. Uno de los
ositos fue arrojado con tal fuerza por su padre que se estrelló contra el
tronco de un árbol, quedando herido y atontado por el golpe. Jacinta, furiosa,
amenazó al oso con irse donde su
padre y no regresar nunca más.
En la noche, después de dormir un poco, Jacinta se despertó,
comprobó que su marido dormía como un lirón, bajo un árbol frondoso;
despertó silenciosamente a sus hijos y
huyó con ellos por un sendero iluminado por la luz de la luna. El osito herido
era llevado a la espalda de su hermano.
De repente, escucharon los gruñidos del oso viejo, que los llamaba. Jacinta quiso
ocultarse con sus hijos en las
profundidades de una gran grieta, pero uno de los ositos dijo:
Mamá, ¡Corre que ahorita nos alcanza! Ellos sabían que
la huida era imposible porque el viejo
oso los descubriría utilizando su fino olfato. Los fugitivos aceleraron el paso
y cruzaron el monte con el propósito de ganar la mayor distancia posible, pero
ya la bestia había encontrado sus
huellas y se les aproximaba velozmente.
El osito herido le propuso a su madre:
Mamá, quiero que lleguen rápido donde mi abuelito y yo como
estoy herido soy un estorbo. Escóndanme
por aquí, que yo en pocos días me sanaré y les daré el alcance.
La mujer se conmovió por la valentía y el cariño que les
demostraba su hijo. Aceptó la propuesta
que le hacia así que, con la ayuda del
hermano sano, subieron al herido hasta
la parte mas alta de un desfiladero que
debían atravesar. Allí lo acomodaron y le dejaron comida. Luego salieron
corriendo lo más rápido que pudieron.
Cuando Jacinta y su hijo desaparecieron de la vista, el osito
herido empezó a empujar una gran piedra
hasta el borde del desfiladero,
lo que le costó mucho esfuerzo. Luego se apostó al lado, esperando que su padre
aparezca. En cuanto vio venir al viejo oso grito desde arriba:
-¡Padre, deja que mi madre vaya a visitar a mi abuelito, siquiera lo verá por última
vez en su vida. Después, mañana o
pasado, ella volverá como nos ha
prometido ¡
-¡No quiero! – respondió el oso ¡Qué abuelito, ni qué
abuelito!
-Padre, tú no lo
sientes porque a cada rato visitas a tus padres y hermanos, pero mi madre hace
mucho tiempo que no a visitado a sus padres.
-¡No molestes!
-Padre, te lo advierto, ¡si te atreves a pasar por el desfiladero, tendré que lanzarte este pedrón por la cabeza!
-¡Atrévete!- gritó enfurecido el oso.
-Padre, es mi última advertencia:¡ No persigas a mi madre!
-¿Quién eres tú para que me obligues?
La bestia, sin escuchar las súplicas del osito, empezó a
cruzar el desfiladero y, entonces, el animalito herido empujó la gran
piedra desde lo alto. El oso viejo logró
esquivarla y atrapándola en el aire la envió contra su hijo, aplastándolo para
siempre.
Cuando Jacinta volteó la cabeza vio que su marido ya
casi la estaba alcanzando. Ella le rogó
a su otro hijo que hiciera un esfuerzo y
acelerar aún más el paso, pero el
animalito estaba muy fatigado y a no
odia correr. La bestia se aproximaba más y más, con ansias de coger a la mujer,
pero el osito le salió al encuentro en
defensa de su madre. El oso estaba tan furioso
al ver que su hijo se le enfrentaba, que de un solo golpe en la cabeza
lo mató. Jacinta, desesperada al ver caer al osito regresó y se abalanzó sobre
él para reanimarlo, pero ya era tarde. Mientras ella estaba en este esfuerzo, el oso viejo se abalanzó
sobre ella, la cogió de los cabellos y se la cargo a la espalda con el ánimo de llevarla de
nuevo a su madriguera.
De pronto salió del monte el Nene. Ahora era un torete, de
cogote grueso y cuernos filudos, que mirando al plantígrado le dijo:
-Por favor, deja a la señora, que es mi hermana.
-¿Hermana de ti? ¿Cómo
una bestia con cachos va a ser
hermano de Jacinta? ¡Tú sabes que
tengo mucha fuerza! ¡A muchos toros he matado, quebrándoles el cuello y me los
he comido! ¡Retírate si quieres salvar tu vida!
El torete negro empezó a escarbar la tierra con sus patas
delanteras y mugiendo de rabia, dijo el al oso:
-¡Te estoy diciendo que dejes a mi hermana!
La bestia miró al Nene con ira y para hacer frente al desafío
deposito a Jacinta en el suelo. Esta corrió
a besar y abrazar al Nene,
diciéndole:
-¡Nenito lindo! ¿Dónde habías estado? ¡Te he buscado tanto sin encontrarte! ¿Quién te ha ocultado?
Nuestra madre ha muerto y un picaflor me
ha contado que ahora nuestro padre está agonizando y nos reclama.
El hermoso torete, lamiendo a Jacinta, habló:
-¡Anda corriendo donde nuestro padre, que yo atajaré a esta bestia insensible!¡Yo soy el culpable
del drama que estás pasando!
Está bien, respondió Jacinta, y empezó a correr en dirección
a la casa de su padre, pero el oso salió tras ella para darle alcance. El toro
también empezó a correr tras el oso y alcanzándolo le clavó los cuernos por la
espalda. El oso, herido, se volteó y lo enfrentó. Durante un buen rato lucharon
los animales sin darse tregua. El Nene buscaba la panza del plantígrado para meterle sus filudos
cuernos y destriparlo, pero la bestia lo evitaba. El oso logró prenderse de las
astas del toro y empezó a tratar de quebrarle
el grueso cogote.
En tanto la Jacinta logró llegar, completamente exhausta, a
la casa de su padre. Encontró todo en estado calamitoso, en abandono total, y
se puso a llorar al ver el desastre en
que todo se encontraba. Ingresó a la habitación del anciano y lo halló en un
lecho sucio y miserable, se notaba que nadie lo cuidaba, El hombre se alegró al
reconocer a Jacinta. Ella le contó lo sucedido y que al Nene lo había dejado peleando contra el oso. El
anciano, después de acariciarla, le dijo:
-Dios ha querido que vengas. Yo estoy por morir y no tenía a
quien dejar mis bienes. ¿Dónde está el Nene? ¡Cuánto quiero verlo! Así podre
vivir siquiera unos cuantos días más.
-Papa- le dijo Jacinta – Nuestro Nene llegará después de
vencer al enemigo.
-Ojalá, hija mía – le respondió el anciano.
En la montaña el oso y el toro estaban agotados de tanto
pelear, los mataba la sed y el hambre, pero ninguno de ellos estaba dispuesto a ceder.
Jacinta, después de dar de comer a su padre y hacerle beber
un mate, partió en busca del Nene. Cuando alcanzó a voltear el abra, lo divisó.
El Nene estaba tirando en el suelo con el cogote quebrado, pero sus cuernos
todavía tenían las tripas que le había sacado al oso. Los dos contendores
habían caído muertos.
Jacinta empezó a llorar a gritos, pues había perdido a su
marido, a sus dos hijos y también a su adorado Nene.

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