jueves, 24 de mayo de 2012


LA MUJER Y LOS HIJOS DEL OSO
Dicen que en un villorio llamado Lako, vivía una pareja de esposos que se dedicaba al cultivo de unas pequeñas chacras que les pertenecían y al cuidado de un hato, también pequeño, de vacas. La pareja no tenia hijos, por lo que ambos sufrían, en especial el marido que por esta pena se daba muchas veces a los tragos, ya que él consideraba que no tener hijos era una verdadera desgracia.
El pequeño hato de animales era cuidado por una joven huérfana  que trabajaba para ellos y con la que se habían  encariñado mucho. Un día, una delas vacas parió un hermoso becerrito negro que, en una de las paletillas, tenia las figuras de una estrella y una media luna.. El animalito fue llamado Nene y se convirtió muy pronto en el engreído de los dueños pues los sacó de la monotonía y el aburrimiento en que trascurrían sus días, al tener que ocuparse del “nuevo miembro de la familia”.
Jacinta, que así se llamaba la joven, se desvivía atendiendo al ternerito y le traía los mejores y más  tiernos pastos que buscaba incluso en lugares muy lejanos. En otras oportunidades, llevaba al animalito para que pastara en los cantos de las chacras. El ternero se fue ganando, cada día más, el cariño de sus dueños. A ellos les llamaba la atención  que pese a que el animalito tenía más de tres meses, no aparecían indicios de los cuernos que ya debían empezar a salirle. Nene era un animal tan manso que casi parecía humano. Se dejaba abrazar, acariciar, besar, y hasta seguía a sus dueños cono si fuera un perro enseñado. Bastaba que lo llamaran por su nombre para que él viniera corriendo a lamer con su gruesa lengua las manos y las ropas de sus dueños.
De Repente la zona de Lako entró en época de estiaje  y los verdes pastizales empezaron a desaparecer, lo que obligó a Jacinta a llevar la pequeña tropa de ganado que le habían confiado a una lejana quebrada, llamada piskara, donde aún se hallaba pasto verde a las orillas de los Zigzagueantes y bellos arroyos que por allí bajaban desde las altas montañas. Cuando regresaba a la casa con el hato de animales, la primera en llegar- con las ubres repletas de leche- era la madre de Nene, a quien los patrones ordeñaban con placer y cariño juntando la leche que utilizaban en el desayuno y en lonche y, como sobraba, la guardaban para fabricar  quesos que serían muy útiles para los tiempos de hambre.
Un día, Jacinta se quedó profundamente dormida en la quebrada de piskara, después de comer su  fiambre. Al despertar, notó que en el hato de ganado no estaba el Nene.  Lo  buscó por la quebrada sin lograr ubicarlo, a la vez que la madre del ternero y las otras vacas mugían llamándolo; pero solo el eco  de las grandes  montañas les respondía.
Jacinta empezó a buscar las huellas de la cría y, después  de rastrear un buen rato, halló lo que buscaba. El rastro, tras cruzar bosques y pedregales, se  dirigía  hacia la montaña. La noche cayó y Jacinta no pudo volver, pues la oscuridad no le permitía distinguir la senda por la que había caminado. Exhausto por el esfuerzo, se sentó sobre un a gran piedra y allí cavilaba  sobre la manera como iba a recuperar al Nene. Ella temía regresar a la casa sin el ternero  pues los patrones, al recibir la mala noticia, derrepente decidían  despedirla  del  empleó. Un gran sentimiento  de culpa la embargó y ella se puso a llorar más por el cariño  que le tenía  a la mascota, que por el miedo que le daban la soledad y la oscuridad en que se encontraba.
En tanto, en la casa de los patrones se produjo una gran  preocupación, pues las vacas que estaban con Jacinta  y el Nene habían regresado  solas y llorando.
Jacinta, al encontrarse en medio de la oscuridad, se puso a buscar un refugio donde pasar la noche y no halló nada mejor que un enorme  árbol de copa muy frondosa, al que se empezó a trepar, lo que no le resultó difícil  pues ella había  nacido  en las profundidades  de la montaña y sabia como hacer estas cosas. Subiendo, halló un lugar adecuado para descansar y se acomodó de la mejor manera  que pudo para pasar la noche. De pronto  escuchó un sonido extraño que hizo que su cuerpo  se  escarapelara de miedo. En su imaginación creyó que se trataba de un puma dispuesto a devorarla. Así  que, desesperadamente, empezó a trepar  a las ramas más altas tratando de librarse de la bestia, cuando escuchó una voz que le decía:
-Señora Jacinta, no te asustes, estás en mi casa. Seguramente  tendrás hambre, quiero entregarle lo que traigo.
En la oscuridad de la noche, Jacinta no podía  distinguir a la persona que le hablaba, sin embargo el escuchar una voz humana la tranquilizó; así que le respondió:
-Buen hombre ¿Vives aquí?   
-Si – respondió  la voz extraña.
-Pero no te veo en la oscuridad…
-Mañana me verás. Toma este cesto con comida- dijo la voz.
-Gracias  buen hombre- respondió la pastora.
Dentro del cesto, Jacinta halló frutas, mote, carne hervida. Como estaba de hambre, empezó a devorar los alimentos.
En tanto, la familia no había podido  dormir pensando en la criada y en el ternero. Mil ideas pasaron por sus mentes. Hasta  se llegaron  a figurar que la Jacinta había huido con la pequeña res.
Al día siguiente, cuando Jacinta se despertó. Se dio cuenta que estaba  en una especie de nido, construido en lo alto del árbol, que era razonablemente cómodo. Junto a ella se hallaba un hombre  con muchos pelos en el cuerpo. Él la miró y el flechazo de Cupido los atravesó a los dos.
En realidad el acompañante era un oso pero, a los ojos de Jacinta, parecería un hombre simpático. El plantígrado le demostraba su amor teniendo mil atenciones con ella. Luego de desayunar, el oso y la pastora descendieron del árbol y salieron en busca del ternero, pero no lo hallaron.
El tiempo fue pasando. Un buen día, Jacinta se dio cuenta que estaba embarazada. El oso, al enterarse, se desvivía por ella. De los lugares más lejanos le traía carnes y frutas de lo más variadas y hasta consiguió ollas para cocinar y vajilla. Poco a poco, la mujer fue olvidándose del Nene.
Los patrones se fueron envejeciendo de pena, por el Nene y la Jacinta, que no aparecieron.
Después de nueve meses de gestación, Jacinta alumbró  un par de gemelos. Estos  seres tenían manos  y pies de humanos y cuerpo de osos. Muy rápidamente  empezaron a desarrollar. Sin pérdida de tiempo, la madre les enseño buenos modales: alimentarse, asearse y hablar con corrección. Mientras el padre les enseño a cazar animales, recoger frutas, etc. La  actividad del oso era frenética, pues se desvivía por atender las necesidades de su mujer y los hijos.
Cierto día, a la hora del almuerzo, se presentó sorpresivamente  un bello y multicolor picaflor, que se posó en la rama de un árbol próximo y dijo:
-Jacinta, Jacinta, tu madre adoptiva hace poco ha muerto y tu padre adoptivo ahora está  agonizando  de pena. Dice que vayas a verlo, está enfermo y sufre mucho.
-¿Es cierto lo que me dices, picaflorcito? Preguntó Jacinta.
-Si, es cierto mujer, respondió el picaflor.
-Pues ahora mismo parto para verlo, dijo Jacinta.
Pero, inesperadamente, el oso se opuso a que su mujer regresara  a su antigua casa mientras los hijos aceptaron el viaje entusiasmadamente. Enfurecido al ver que no podía convencer a Jacinta, el oso lanzó una piedra contra el picaflor y lo mató en el momento.
Jacinta se puso a gritar
-¿Qué te hizo el pobre picaflor’ ¿Acaso no puedo ir a visitar a mis padres? ¡Tú si estás feliz porque estás al lado de tu familia!
La bestia respondió dándole un manotazo a Jacinta que la arrojó a un rincón. Los hijos salieron en defensa de su madre y se produjo een fuerte enfrentamiento  entre ellos. Uno de los ositos fue arrojado con tal fuerza por su padre que se estrelló contra el tronco de un árbol, quedando herido y atontado por el golpe. Jacinta, furiosa, amenazó al oso  con irse donde su padre  y no regresar nunca más.
En la noche, después de dormir un poco, Jacinta se despertó, comprobó que su marido dormía como un lirón, bajo un árbol frondoso; despertó  silenciosamente a sus hijos y huyó con ellos por un sendero iluminado por la luz de la luna. El osito herido era llevado a la espalda de su hermano.
De repente, escucharon los gruñidos  del oso viejo, que los llamaba. Jacinta quiso ocultarse con sus hijos en las  profundidades de una gran grieta, pero uno de los ositos dijo:
Mamá, ¡Corre que ahorita nos alcanza! Ellos sabían que la  huida era imposible porque el viejo oso los descubriría utilizando su fino olfato. Los fugitivos aceleraron el paso y cruzaron el monte con el propósito de ganar la mayor distancia posible, pero ya la bestia  había encontrado sus huellas y se les  aproximaba velozmente. El osito herido le propuso a su madre:
Mamá, quiero que lleguen rápido donde mi abuelito y yo como estoy herido  soy un estorbo. Escóndanme por aquí, que yo en pocos días me sanaré y les daré el alcance.
La mujer se conmovió por la valentía y el cariño que les demostraba  su hijo. Aceptó la propuesta que le hacia  así que, con la ayuda del hermano sano, subieron al herido  hasta la parte mas alta de un desfiladero  que debían atravesar. Allí lo acomodaron y le dejaron comida. Luego salieron corriendo lo más rápido que pudieron.
Cuando Jacinta y su hijo desaparecieron de la vista, el osito herido empezó a empujar una gran piedra  hasta el borde  del desfiladero, lo que le costó mucho esfuerzo. Luego se apostó al lado, esperando que su padre aparezca. En cuanto vio venir al viejo oso grito desde arriba:
-¡Padre, deja que mi madre vaya a visitar  a mi abuelito, siquiera lo verá por última vez  en su vida. Después, mañana o pasado, ella volverá  como nos ha prometido ¡
-¡No quiero! – respondió el oso ¡Qué abuelito, ni qué abuelito!
-Padre, tú  no lo sientes porque a cada rato visitas a tus padres y hermanos, pero mi madre hace mucho tiempo que no a visitado a sus padres.
-¡No molestes!
-Padre, te lo advierto, ¡si te atreves a pasar por el  desfiladero, tendré  que lanzarte este pedrón por la cabeza!
-¡Atrévete!- gritó enfurecido el oso.
-Padre, es mi última advertencia:¡ No persigas a mi madre!
-¿Quién eres tú para que me obligues?
La bestia, sin escuchar las súplicas del osito, empezó a cruzar el desfiladero y, entonces, el animalito herido empujó la gran piedra  desde lo alto. El oso viejo logró esquivarla y atrapándola en el aire la envió contra su hijo, aplastándolo para siempre.
Cuando Jacinta volteó la cabeza vio que su marido ya casi  la estaba alcanzando. Ella le rogó a su otro hijo que hiciera un esfuerzo  y acelerar  aún más el paso, pero el animalito estaba muy fatigado  y a no odia correr. La bestia se aproximaba más y más, con ansias de coger a la mujer, pero el osito  le salió al encuentro en defensa de su madre. El oso estaba tan furioso  al ver que su hijo se le enfrentaba, que de un solo golpe en la cabeza lo mató. Jacinta, desesperada al ver caer al osito regresó y se abalanzó sobre él para reanimarlo, pero ya era tarde. Mientras ella estaba  en este esfuerzo, el oso viejo se abalanzó sobre ella, la cogió de los cabellos y se la cargo  a la espalda con el ánimo de llevarla de nuevo a su madriguera.
De pronto salió del monte el Nene. Ahora era un torete, de cogote grueso y cuernos filudos, que mirando al plantígrado le dijo:
-Por favor, deja a la señora, que es mi hermana.
-¿Hermana de ti? ¿Cómo  una bestia con cachos va a ser  hermano de Jacinta? ¡Tú  sabes que tengo mucha fuerza! ¡A muchos toros he matado, quebrándoles el cuello y me los he comido! ¡Retírate si quieres salvar tu vida!
El torete negro empezó a escarbar la tierra con sus patas delanteras y mugiendo de rabia, dijo el al oso:
-¡Te estoy diciendo que dejes a mi hermana!
La bestia miró al Nene con ira y para hacer frente al desafío deposito a Jacinta en el suelo. Esta corrió  a besar  y abrazar al Nene, diciéndole:
-¡Nenito lindo! ¿Dónde habías estado? ¡Te he buscado  tanto sin encontrarte! ¿Quién te ha ocultado? Nuestra madre ha muerto  y un picaflor me ha contado que ahora nuestro padre está agonizando y nos reclama.
El hermoso torete, lamiendo a Jacinta, habló:
-¡Anda corriendo donde nuestro padre, que yo atajaré  a esta bestia insensible!¡Yo soy el culpable del drama que estás pasando!
Está bien, respondió Jacinta, y empezó a correr en dirección a la casa de su padre, pero el oso salió tras ella para darle alcance. El toro también empezó a correr tras el oso y alcanzándolo le clavó los cuernos por la espalda. El oso, herido, se volteó y lo enfrentó. Durante un buen rato lucharon los animales sin darse tregua. El Nene buscaba la panza  del plantígrado para meterle sus filudos cuernos y destriparlo, pero la bestia lo evitaba. El oso logró prenderse de las astas del toro y empezó a tratar de quebrarle  el grueso cogote.
En tanto la Jacinta logró llegar, completamente exhausta, a la casa de su padre. Encontró todo en estado calamitoso, en abandono total, y se puso a llorar al ver el desastre  en que todo se encontraba. Ingresó a la habitación del anciano y lo halló en un lecho sucio y miserable, se notaba que nadie lo cuidaba, El hombre se alegró al reconocer a Jacinta. Ella le contó lo sucedido y que al Nene  lo había dejado peleando contra el oso. El anciano, después de acariciarla, le dijo:
-Dios ha querido que vengas. Yo estoy por morir y no tenía a quien dejar mis bienes. ¿Dónde está el Nene? ¡Cuánto quiero verlo! Así podre vivir siquiera  unos cuantos días más.
-Papa- le dijo Jacinta – Nuestro Nene llegará después de vencer al enemigo.
-Ojalá, hija mía – le respondió el anciano.
En la montaña el oso y el toro estaban agotados de tanto pelear, los mataba la sed y el hambre, pero ninguno  de ellos estaba dispuesto a ceder.
Jacinta, después de dar de comer a su padre y hacerle beber un mate, partió en busca del Nene. Cuando alcanzó a voltear el abra, lo divisó. El Nene estaba tirando en el suelo con el cogote quebrado, pero sus cuernos todavía tenían las tripas que le había sacado al oso. Los dos contendores habían caído muertos.
Jacinta empezó a llorar a gritos, pues había perdido a su marido, a sus dos hijos y también a su adorado Nene.                                  

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