EL
OSO, EL PASTOR, Y EL COMPADRE ZORRO
E una lejana quebrada de la comunidad de Curampa vivía un
labriego llamado Anatolio. Él tenia una vaquita de color negro con una
estrellita blanca en la frente, le puso
de nombre Killa (Luna), ella tuvo una cría, también de color negro, con una
mancha en la frente, a la que Anatolio
le puso el nombre de Inti (Sol).
El agricultor, después de sus labores de labrantío, llevaba a sus vacunos a apacentar al fondo de
la quebrada de Tincoj.
En cierta ocasión, cuando estaba a medio camino, se le
presento un gigantesco y cogotudo oso que, de buenas a primeras, le dijo:
_¿Por qué estas pastando tus vacunos en mi propiedad?
_¿En tu propiedad? _respondió el agricultor admirado,
mientras fruncía sus cejas negras y espesas.
_Tayta, puedes preguntar a cualquiera, desde mis ancestros
estas tierras con sus arboles son mías.
_Esta bien, Tayta _respondió el campesino, mirando los
gruesos y musculosos brazos del oso.
_Tayta, te advierto, hoy día es el último que vienes a
apacentar aquí tus ganados, le repitió el plantígrado.
De inmediato el agrario se retiro de la quebrada arreando
sus vacunos y el oso se quedó en el
monte, todo ufano y petulante.
Don Anatolio
arrastraba sus pies con pesadumbre y nostalgia, cuando apareció en su
mente la interrogación: ¿y mañana dónde voy a pastar a mis ganados?
Cuando llegó cerca de su casa vio sobre el techo de paja los
brochazos dorados del sol en la cumbre
de la montaña Wiracocha. Don Anatolio, después de encerrar a sus ganados en el corral, se dirigió al
fondo de su vivienda.
Durante la noche no pudo dormir por la preocupación. Al día
siguiente, muy temprano, se levantó del
lecho y portando un tiesto, ingresó al corral para recoger la leche de la hermosa vaca, acto seguido se
puso de cuclillas y comenzó a ordeñar diciendo:
_!Ay! vaquita linda, si te vendo ¿Qué leche tomarían mis
hijos? Lamentablemente soy pobre y no tengo
un terrenito para apacentarte diariamente.
La espuma blanca de la leche empezó a elevarse. Anatolio,
con una mano apretaba y jalaba los largos, colorados y resbalosos pezones de la
vaca, mientras que con la otra mano sostenía el tiesto. Después que terminó de ordeñar, se fue a la cocina para que su
esposa pusiera a hervir la leche en el fogón.
Cuando Anatolio, su esposa e hijos terminaron de desayunar,
escucharon las voces quejumbrosas de
Killa y de Inti que estaban mugiendo de hambre. Al labriego la queja de los
vacunos le hirió profundamente su sentimiento. Anatolio se preguntó ¿Qué hago?
¿Dónde los arreo para pastar?
El labriego guardaba en el corazón el problema con el oso, que no había hecho
conocer a su esposa Margarita, porque ella era muy sensible. Después de librar
una guerra con su conciencia, Anatolio, finalmente, decidió arrear a la vaca y
su cría nuevamente a la quebrada de Tincoj. El marchaba tras sus animales,
angustiado y mortificado, pensando que pronto le saldría al paso el plantígrado.
El astro dorado se había elevado sobre el firmamento azul.
Don Anatolio respiraba el aire fresco que venia del monte de los vacunos el
gigantesco y poderoso oso, gritando con voz amenazante:
_¡Qué pasa don Anatolio! ¡Otra ves con tus animales en mis dominios!
Si mañana vuelven, te juro que voy a quebrarle el cuello a tu vaca y a su cría
y me los voy a comer por el alquiler de lo mucho que han consumido en tanto tiempo! ¡Anda, retírate y arrea ya
tu ganado!
Don Anatolio casi se
cae de espaldas encolerizado, por el
ultimátum que le dio el plantígrado
y, obligado por las circunstancias, regresó
a su cabaña. Mientras que el oso se subió a la rama de un gigantesco árbol de chachacomo, desde donde comenzó a lanzar
grandes trozos de leña en dirección a Anatolio quien, con semblante triste, regresó
a su casa con sus vacunos, su esposa le preguntó:
_¿Qué ha pasado esposo mío? ¿Por qué estás ten atormentado?
Anatolio, después de encerrar a los animales en el pesebre, narró
con lujo de detalles los problemas que había tenido con el plantígrado. La
señora Margarita le dijo, finalmente:
_Esposo ¿Por qué no vas donde nuestro compadre zorro? El te
puede dar un consejo. _Tú sabes que él siempre nos ha ayudado trayéndonos
pedazos de carne cuando nos faltaba
_¿Cierto, no? _Dijo Anatolio con el ánimo levantado.
Después de almorzar, partió rumbo a la guarida del zorro.
Tras mucho caminar por encañadas y
montes, por fin llegó a la puerta de la guarida del zorro, y le llamó diciendo:
_¡Compadre zorro! ¡Compadre zorro!
Las voces de Anatolio llegaron a los finos oídos del zorro,
que se llamaba Pascual, quien dijose:
_¡Es la voz de mi compadre Anatolio, seguramente algo le ha
pasado a mi ahijadito Raymundo! El zorro le había puesto el agua de bautizo a Raymundo, el hijo de Anatolio. Ahora ¿Qué
hago? ¿Qué le llevo? Ni siquiera tengo un pedazo de carne para mi ahijadito.
Al ver a su compadre, don Pascual salió del fondo de su
cueva, y le dijo:
_¡Qué milagro, mi compadre Anatolio en la puerta de mi casa!
_Así es, compadre don Pascual.
El zorro ofreció a su compadre asiento encima de una roca
cubierta de musgo, mientras que él se colocó en la puerta de la guarida,
sentado sobre su frondosa cola. Luego de preguntar por su comadre y ahijadito
le dijo:
_¡Qué se te ofrece compadre!
Don Anatolio le relató con lujo de detalles todo lo que le
había sucedido con el oso en la quebrada del Tincoj. El zorro, después de
escuchar pacientemente, le habló.
_Compadre Anatolio, mañana tienes que volver al mismo sitio
a pacer con tus animales, pero tienes
que portar un hacha y una soga. Si te pregunta el oso ¿Para qué has traído
esa hacha y soga? Le respondes: El hacha para preparar leña y la soga para
llevarla a mi casa ¿Entendiste?
_Si compadre don Pascual _dijo don Anatolio.
_¿A qué hora viene el oso? _preguntó el zorro.
_Al medio día, exactamente _respondió el pastor.
_Esta bien compadre, yo también voy a estar allí a la hora
exacta.
Después de platicar un rato, don Anatolio se despidió de su compadre Pascual con un abrazo sincero,
y regresó a su casa con semblante muy alegre.
Al día siguiente, se levantó muy temprano de su lecho.
Estaba muy nervioso porque durante la noche el problema con el oso se había
apoderado de su pensamiento; sin embargo, fingía serenidad ante su esposa e
hijo.
Después del desayuno se enrumbó hacia Tincoj, arreando sus
vacunos y cargando el hacha y la soga. Pero, conforme iba avanzando, le
temblaban las piernas de miedo. Tenía los nervios de punta pensando que en
cualquier momento el gigantesco oso
podría abalanzarse sobre su delgado cuerpo y quebrarle su cuello; sin embargo
llegó al lugar anhelado. La vaca y la cría
comenzaron a comer abundante pasto; mientras que Anatolio sacando fuerzas y valor
con su hacha comenzó a preparar la leña.
De pronto, del fondo del monte, haciendo mil aspavientos,
emergió el oso y mirando lleno de ira a Anatolio, le dijo:
_¡Carajo!¡Qué lisura! ¿Todavía vas a cargar mi leña? ¿No te
contentas con el forraje que tragan tus animales?
El oso gigante haciendo gala de su poderosa fuerza, se puso
a quebrar varios arbustos produciendo ruidos espantosos; luego el plantígrado
se aproximó a las vacas con ademán de
tomarlas por las astas y torcerles el cuello. Anatolio, cogiendo su hacha
desesperadamente se aproximó hasta el plantígrado, con intención de
defender a sus vacas cuando, abruptamente, se escuchó una voz muy imperativa,
desde una colina cercana:
_¡Anatolio carajo! ¿Acaso no le puedes dar un hachazo a ese
oso? ¿O le meto un balazo con mi fusil?
Cuando el oso divisó la colina, vio un caballero que cubría
su cabeza con casco y se desplazaba sobre un centauro negrísimo, llevando un
fusil en la espalda. ¿Quién era ese caballero? Era el zorro cabalgando sobre un palo parecido a
un fusil, mientras cubría su cabeza con
una calabaza madura de color verde. El jinete bajaba y subía trotando y
produciendo un fuerte ruido con la boca. Finalmente Anatolio habló con voz
quejumbrosa:
_Señor oso, ahora ¿qué hago? La persona que me está
ordenando matarte, es la máxima autoridad militar del pueblo. Mira,, esta
armado de un fusil, seguramente en este momento va a disparar contra tu
persona. Mira señor oso, está parapetándose tras de una roca, su caballo está a
su lado.
Nuevamente se escuchó la voz tronante de don Pascual, quien
dijo amenazando:
_¡Anatolio, ¿cuándo
vas a matar a ese oso feo? ¡Si no lo matas, te mato a ti!
¡Voy a contar hasta diez!
El pastor, mirando con ojos compasivos al plantígrado, le habló
a media voz:
Señor oso, por favor, échate
al suelo, voy a fingir golpearte en tu cuello con el hacha, solamente es
para que vea la autoridad, seguramente después se va a ir.
La bestia estaba aterrorizada y se echó en el suelo,
poniendo su cuello sobre un tronco viejo y carcomido, que había cortado el
agrario para hacer leña, inmediatamente el pastor gritó:
_¡Señor autoridad, mira voy a cumplir tu orden!
_¡Está bien! ¡Dale! _grito don Pascual.
El hacha reluciente se elevó muy cerca del cielo en las
manos de Anatolio y después caía con fuerza brutal sobre el cuello del
plantígrado, separándolo en dos partes: la cabeza y el cuerpo.
Presto el zorro salió de su parapeto riéndose y diciendo:
_¡Así mueren los usurpadores, ambiciosos y abusivos!

No hay comentarios:
Publicar un comentario