miércoles, 30 de mayo de 2012


                    EL OSO, EL PASTOR, Y EL COMPADRE ZORRO
E una lejana quebrada de la comunidad de Curampa vivía un labriego llamado Anatolio. Él tenia una vaquita de color negro con una estrellita blanca en la frente,  le puso de nombre Killa (Luna), ella tuvo una cría, también de color negro, con una mancha en la frente, a la que  Anatolio le puso el nombre de Inti (Sol).
El agricultor, después de sus labores de labrantío,  llevaba a sus vacunos a apacentar al fondo de la quebrada de Tincoj.
En cierta ocasión, cuando estaba a medio camino, se le presento un gigantesco y cogotudo oso que, de buenas a primeras, le dijo:
_¿Por qué estas pastando tus vacunos en mi propiedad?
_¿En tu propiedad? _respondió el agricultor admirado, mientras fruncía sus cejas negras y espesas.
_Tayta, puedes preguntar a cualquiera, desde mis ancestros estas tierras con sus arboles son mías.
_Esta bien, Tayta _respondió el campesino, mirando los gruesos y musculosos brazos del oso.
_Tayta, te advierto, hoy día es el último que vienes a apacentar aquí tus ganados, le repitió el plantígrado.
De inmediato el agrario se retiro de la quebrada arreando sus vacunos y el oso se quedó  en el monte, todo ufano y petulante.
Don Anatolio  arrastraba sus pies con pesadumbre y nostalgia, cuando apareció en su mente la interrogación: ¿y mañana dónde voy a pastar a mis ganados?
Cuando llegó cerca de su casa vio sobre el techo de paja los brochazos  dorados del sol en la cumbre de la montaña Wiracocha. Don Anatolio, después de encerrar  a sus ganados en el corral, se dirigió al fondo de su vivienda.
Durante la noche no pudo dormir por la preocupación. Al día siguiente, muy temprano, se levantó  del lecho y  portando un tiesto, ingresó  al corral para recoger  la leche de la hermosa vaca, acto seguido se puso de cuclillas y comenzó a ordeñar diciendo:
_!Ay! vaquita linda, si te vendo ¿Qué leche tomarían mis hijos? Lamentablemente  soy pobre y no tengo un terrenito para apacentarte diariamente.
La espuma blanca de la leche empezó a elevarse. Anatolio, con una mano apretaba y jalaba los largos, colorados y resbalosos pezones de la vaca, mientras que con la otra mano sostenía el tiesto. Después que terminó  de ordeñar, se fue a la cocina para que su esposa pusiera a hervir la leche en el fogón.
Cuando Anatolio, su esposa e hijos terminaron de desayunar, escucharon las voces quejumbrosas  de Killa y de Inti que estaban mugiendo de hambre. Al labriego la queja de los vacunos le hirió profundamente su sentimiento. Anatolio se preguntó ¿Qué hago? ¿Dónde los arreo para pastar?
El labriego guardaba en el corazón  el problema con el oso, que no había hecho conocer a su esposa Margarita, porque ella era muy sensible. Después de librar una guerra con su conciencia, Anatolio, finalmente, decidió arrear a la vaca y su cría nuevamente a la quebrada de Tincoj. El marchaba tras sus animales, angustiado y mortificado, pensando que pronto le saldría al  paso el plantígrado.
El astro dorado se había elevado sobre el firmamento azul. Don Anatolio respiraba el aire fresco que venia del monte de los vacunos el gigantesco y poderoso oso, gritando con voz amenazante:
_¡Qué pasa don Anatolio! ¡Otra ves con tus animales en mis dominios! Si mañana vuelven, te juro que voy a quebrarle el cuello a tu vaca y a su cría y me los voy a comer por el alquiler de lo mucho que han consumido  en tanto tiempo! ¡Anda, retírate y arrea ya tu ganado!
Don Anatolio  casi se cae de espaldas encolerizado, por  el ultimátum  que le dio el plantígrado y,  obligado por las circunstancias, regresó a su cabaña. Mientras que el oso se subió a la rama de un gigantesco árbol  de chachacomo, desde donde comenzó a lanzar grandes trozos de leña en dirección a Anatolio quien, con semblante triste, regresó a su casa con sus vacunos, su esposa le preguntó:
_¿Qué ha pasado esposo mío? ¿Por qué estás ten atormentado?
Anatolio, después de encerrar a los animales en el pesebre, narró con lujo de detalles los problemas que había tenido con el plantígrado. La señora Margarita le dijo, finalmente:
_Esposo ¿Por qué no vas donde nuestro compadre zorro? El te puede dar un consejo. _Tú sabes que él siempre nos ha ayudado trayéndonos pedazos de carne cuando nos faltaba
_¿Cierto, no?   _Dijo Anatolio con el ánimo levantado.
Después de almorzar, partió rumbo a la guarida del zorro. Tras mucho caminar por  encañadas y montes, por fin llegó a la puerta de la guarida del zorro, y le llamó diciendo:
_¡Compadre zorro! ¡Compadre zorro!
Las voces de Anatolio llegaron a los finos oídos del zorro, que se llamaba Pascual, quien dijose:
_¡Es la voz de mi compadre Anatolio, seguramente algo le ha pasado a mi ahijadito Raymundo! El zorro le había puesto el agua de bautizo a  Raymundo, el hijo de Anatolio. Ahora ¿Qué hago? ¿Qué le llevo? Ni siquiera tengo un pedazo de carne para mi ahijadito.
Al ver a su compadre, don Pascual salió del fondo de su cueva, y le dijo:
_¡Qué milagro, mi compadre Anatolio en la puerta de mi casa!
_Así es, compadre don Pascual.
El zorro ofreció a su compadre asiento encima de una roca cubierta de musgo, mientras que él se colocó en la puerta de la guarida, sentado sobre su frondosa cola. Luego de preguntar por su comadre y ahijadito le dijo:
_¡Qué se te ofrece compadre!
Don Anatolio le relató con lujo de detalles todo lo que le había sucedido con el oso en la quebrada del Tincoj. El zorro, después de escuchar pacientemente, le habló.
_Compadre Anatolio, mañana tienes que volver al mismo sitio a pacer con tus animales, pero tienes  que portar un hacha y una soga. Si te pregunta el oso ¿Para qué has traído esa hacha y soga? Le respondes: El hacha para preparar leña y la soga para llevarla a mi casa ¿Entendiste?
_Si compadre don Pascual _dijo don Anatolio.
_¿A qué hora viene el oso? _preguntó el zorro.
_Al medio día, exactamente _respondió el pastor.
_Esta bien compadre, yo también voy a estar allí a la hora exacta.
Después de platicar un rato, don Anatolio se despidió  de su compadre Pascual con un abrazo sincero, y regresó a su casa con semblante muy alegre.
Al día siguiente, se levantó muy temprano de su lecho. Estaba muy nervioso porque durante la noche el problema con el oso se había apoderado de su pensamiento; sin embargo, fingía serenidad ante su esposa e hijo.
Después del desayuno se enrumbó hacia Tincoj, arreando sus vacunos y cargando el hacha y la soga. Pero, conforme iba avanzando, le temblaban las piernas de miedo. Tenía los nervios de punta pensando que en cualquier momento el gigantesco  oso podría abalanzarse sobre su delgado cuerpo y quebrarle su cuello; sin embargo llegó al lugar anhelado.  La vaca y la cría comenzaron a comer abundante pasto; mientras que Anatolio sacando fuerzas y valor con su hacha comenzó a preparar la leña.
De pronto, del fondo del monte, haciendo mil aspavientos, emergió el oso y mirando lleno de ira a Anatolio, le dijo:
_¡Carajo!¡Qué lisura! ¿Todavía vas a cargar mi leña? ¿No te contentas con el forraje que tragan tus animales?
El oso gigante haciendo gala de su poderosa fuerza, se puso a quebrar varios arbustos produciendo ruidos espantosos; luego el plantígrado se aproximó  a las vacas con ademán de tomarlas por las astas y torcerles el cuello. Anatolio, cogiendo su hacha desesperadamente  se aproximó  hasta el plantígrado, con intención de defender a sus vacas cuando, abruptamente, se escuchó una voz muy imperativa, desde una colina cercana:
_¡Anatolio carajo! ¿Acaso no le puedes dar un hachazo a ese oso? ¿O le meto un balazo con mi fusil?
Cuando el oso divisó la colina, vio un caballero que cubría su cabeza con casco y se desplazaba sobre un centauro negrísimo, llevando un fusil en la espalda. ¿Quién era ese caballero? Era  el zorro cabalgando sobre un palo parecido a un fusil, mientras cubría su  cabeza con una calabaza madura de color verde. El jinete bajaba y subía trotando y produciendo un fuerte ruido con la boca. Finalmente Anatolio habló con voz quejumbrosa:
_Señor oso, ahora ¿qué hago? La persona que me está ordenando matarte, es la máxima autoridad militar del pueblo. Mira,, esta armado de un fusil, seguramente en este momento va a disparar contra tu persona. Mira señor oso, está parapetándose tras de una roca, su caballo está a su lado.
Nuevamente se escuchó la voz tronante de don Pascual, quien dijo amenazando:
_¡Anatolio, ¿cuándo  vas a matar   a ese oso feo? ¡Si no lo matas, te mato a ti! ¡Voy a contar hasta diez!
El pastor, mirando con ojos compasivos al plantígrado, le habló a media voz:
Señor oso, por favor, échate  al suelo, voy a fingir golpearte en tu cuello con el hacha, solamente es para que vea la autoridad, seguramente después se va a ir.
La bestia estaba aterrorizada y se echó en el suelo, poniendo su cuello sobre un tronco viejo y carcomido, que había cortado el agrario para hacer leña, inmediatamente el pastor gritó:
_¡Señor autoridad, mira voy a cumplir tu orden!
_¡Está bien! ¡Dale! _grito don Pascual.
El hacha reluciente se elevó muy cerca del cielo en las manos de Anatolio y después caía con fuerza brutal sobre el cuello del plantígrado, separándolo en dos partes: la cabeza y el cuerpo.
Presto el zorro salió de su parapeto riéndose y diciendo:
_¡Así mueren los usurpadores, ambiciosos y abusivos!

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