Cuando Amador
era niño, gosaba escuchando el canto de
los pajarillos. El que más le gustaba
eras el del Chiwaco, que cantaba cuando recién están pintando los rojos
y carnosos capulíes.
En su bohío, Amador
tenía muchas jaulas con
pajaritos. En tiempo de frutales, para cazarlos, se subía a los arboles frondosos y añosos; caminaba entre los
maizales, se metía a los bardales
buscando los nidos de pajaritos y
después de ubicarlos, tras una vigilia
de día y noche, esperaba que las aves lleguen a su etapa de volar y, sin que se den cuenta sus progenitores, los
capturaba.
Tanto al amanecer como al atardecer, la casa de Amador era
una sinfonía de música, pues los gorjeos
y trinos de los animales se
escuchaban a la distancia. Tanta era su afición
que, en diferentes sitios,
Amador adquiría aves te todo tamaño y color. Cotidianamente estaba ocupado en la
atención de las hermosas avecillas, proveyéndoles de los alimentos que requería cada especie.
Lo que mas
impresionaba a Amador era el canto de la calandria, que se
distinguía claramente del resto de las
aves. Un día su calandria dejo de
existir. La muerte del pajarillo fue un
golpe demoledor para Amador. Este, después de llorar, trato de cazar nuevamente otra
calandria, pero no logró. La muerte del ave
dejo un vacio en su casa. Todos se habían acostumbrado a su hermoso
cato, en especial Amador, que había entrenado cuidadosamente su oído para distinguir el canto de cada especie de avecillas.
Cuando Amador cumplió
quince años, lo enviaron a lima, para que se superase. No pudo desobedecer las
órdenes de su progenitor y tubo que dejar las jaulas de sus adoradas avecillas y marchar a la capital de la república.
Amador ingreso al mundo del bullicio y vivía en una
habitación parecida ala jaula de sus
pajarillos. Para el se cavaron la
libertad y la tranquilidad. Tampoco
podía criar aves en la estrechez del
ambiente en que vivía. Así mismo
comprendió que era inhumano tener a las avecillas encerradas
en jaulas. Los domingos y
feriados solía ir al campo de Marte a gozar del canto de los pajarillos.
Otras veces paseaba por el mercado
central de Lima y veía los cientos de
avecillas que estaban en venta.
En sus momentos de
soledad y tristeza, añoraba su tierra natal y, en especial, el canto de las
avecillas. ¿Acaso esta música había sensibilizado sus sentimientos? . Por ello
Amador muchas veces quiso
retornar a su tierra, pero primero
estaba su proyecto de superación.
Cuando entró a la hermosa edad de la adolescencia, escucho que el pueblo
del Ecuador declaraba la guerra al Perú
y se presento al cuartel como voluntario para defender ala patria.
Después de un entrenamiento
intensivo fue enviado al campo de batalla. El comprendió así
que la tierra tiene límites para
los hombres, pero no para las avecillas ni para los peces, que se desplazaban
sin limitaciones como el viento. En sus elucubraciones nocturnas se
preguntaba:¿Por qué todos los hombres no vivimos hermanados y sin fronteras ?
¿Cuánto dinero se gasta en comprar armas
mantener ejércitos por todo el mundo?
¿Por qué no se gasta todo este dinero en
comprar alimentos y solucionar el problema del hambre, que azota a la humanidad?
Después de combatir en algunas
escaramuzas con las fuerzas ecuatorianas, Amador retorno a la ciudad de
Lima. Pero ahora, por la profesión que tenia, se le hacia cada vez más difícil
volver a su terruño.
Luego de ser
condecorado como héroe de la patria, debió dedicarse a trabajar, Pues ya había formalizado un hogar. Pero Lima no era para él. Seguía extrañando su tierra, pero tampoco podía
regresar pues tenia que dedicarse a
darle educación a sus hijos, por que
determino que se quedaría en Lima
unos años más. Mucho tiempo después ya cargado de canas y arrugas, lleno de emoción retornó a su tierra. Sus padres habían muerto y la casa la ocupaba su hermano mayor,
como dueño y señor. Entonces
Amador, casi llorando, se retiró
de su querida Wayllabamba, en busca de una posada.
No paso mucho tiempo
para encontrar un terreno que
estaba en venta .El quería vivir en el
campo, al pie del cerro Pumawanca, fuera de los territorios de Wayllabamba. A
los pocos días. Empezó a construir su casita, utilizando materiales de lugar.
Uso piedras de canto rodado al estilo de
los legendarios inkas ; después adorno
todo con platas nativas. Pronto el lugar
se convirtió en excepcional; el ingreso estaba cubierto de flores
de todos los tipos: chimpu champu,ñujchu,kantuta…
Donde Amador rejuveneció. Vivía cómodamente
con su pensión de jubilado y su
vida se alegraba con la visita periódica
de sus hijos y nietos. Pero mucho
extrañaba el canto de las aves de su
tierra, puesto que las aves de pumawanca no cantaban también como las aves de
Wayllabamba , pero, en pocos días, no falto una avecilla que comenzó a imitar al chiwaco de Wayllabamba
Ya en su vejez, Amador
nuevamente comenzó a armar una orquesta
de avecillas, pero con la diferencia
que esta vez los pajarillos ya no
estaban prisioneros en jaulas
Un día, Amador se dirigió a su hermoso huerto, cargado con una herramienta de labranza. Marchaba con el deseo de almacigar semillas de repollo y lechuga. Su intención
era trasplantar estas verduras en las
tierras que circulaban su bohío. Así lo
hizo pero, cuando los repollos y las
lechugas empezaron a brotar de la tierra, Amador observo que la hojitas delicadas estaban todas
desmochadas. Colérico
retorno a su cabaña, saco un poco
de folidol y lo mescló con una porción
de trigo; regreso al huerto y espacio
esta mescla entre las camas de almácigos.
Al día siguiente, se
despertó de madrugada. A sus oídos ya no
llegaba el canto del chiwaco al estilo
Wayllabambino. Este trino regocijaba su corazón
tanto en la alborada como en el crepúsculo de la tarde. Se imagino que los chiwacos habrían retirado a los huertos
vecinos en busca de comida .Así
se bajo de sus cama, se vistió, y
enrumbó al huerto, con el deseo de observar los efectos que habría producido el trigo mesclado con folidol.A su mirada
llego la imagen de su chiwaco tieso y no
solo el, si no una gran cantidad de avecillas. De los ojos de Amador brotaron gruesas lágrimas. Llorando
pensaba que, sin querer, había matado a los
seres que tanto amaba desde su niñez y que ahora ya no volvería a escuchar el canto del chiwaco al estilo Wayllabambino .
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