Un arriero, que una noche transitaba por el camino que sube al Cancharani, oyó un estruendoso
tropel de animales de carga, vino a su encuentro un indio que le intimó a que se regresase, porque
no podía seguir adelante, el paso estaba obstruido y si insistía su muerte era segura.
El arriero retrocedió alguna distancia y acampó en un lugar cercano al Cancharani. Pero a cierta
hora de mucha oscuridad quiso cerciorarse de lo que había ocurrido, y se dirigió al sitio donde
había recibido el aviso. Y escondiéndose al costado del camino vio desfilar una gran cantidad de
mulas cargadas de grandes bloques de plata.
Una de las bestias se embarrancó rendida por el inmenso peso de su carga. El arriero fue en su
auxilio, y notó que el animal se encontraba con una canilla rota. Le descargó la plata que llevaba,
la que pesaba mucho, y señalando bien el lugar volvió asombrado a su alojamiento.
Al día siguiente vino a buscar la carga y no la encontró: la mula había desaparecido y en el sitio
donde cayó sólo había un saltamontes con una pata quebrada, que cojeaba penosamente.
El genio del cerro con el inmenso poder que posee había transformado a todos los saltamontes de
este lugar en mulas, con el objeto de arrancar las riquezas que encerraba en su seno y trasladarlas
al fondo del Lago Titicaca.
Desde esa noche asombrosa comenzaron a desaparecer las vetas que se encontraban en todo el
sector de Cancharani.
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