viernes, 6 de julio de 2012


                                                       NO PRENDAS MUCHO LA LÁMPARA
                                                                                IV
                                                                   SALVADO DEL VIAJE
Tipina Herrera y el gordo Cazasola se fueron a los baños medicinales de Minasmoqo. En el trayecto planeado la forma de hacerle seguimiento en la noche, puesto que su comportamiento había dado un giro tan brusco, se había vuelto hasta agresivo y su semblante en dos días se demacró tanto que daba la impresión de haber estado enterrado. Todo lo definiría  con Panduru.  El choro llegó a la jugueria. La dueña le miró preocupada  por su aspecto tan demacrado, ‘’vaya donde el médico  chorito, te estás demacrando mucho a pesar de que te alimentas bien estos días le recomendó. – Gracias seño, ya estaré mejor… - fue la única respuesta cortante; se lo apuro los dos vasos de jugo especial y se retiró  sin más palabras que un gracias. Le  molestaba que le estén  fisgoneando tanto. Inmediatamente  se dirigió  donde el ‘’sombrerero’’ Llallicuna donde consumió  como urgido un par de caldos de cabeza más una maltina; pagó el consumo y se fue a solear en una banca de la plaza, ahí relativamente  hasta dormitó con la mirada perdida. Felizmente a esa hora la gente estaba en sus quehaceres y por tanto la plaza era poco transitada, de manera que nadie le perjudicó su convalecencia temporal.
Reaccionó con el sol del cenit y se fue a almorzar, lo hizo sin ningún comentario con la dueña de su pensión. Después se retiró donde Pandero. Su habitación estaba entreabierta, entró y estiròse en la cama para dormitar. Su amigo había dejado así la puerta porque se le descompuso el candado y se había ido a presentarse unos  cuadernos donde su compañero Sócrates Baca, que esos días estaba un tanto alejado de ellos por estar más templado que una cuerda de arpa, y según decían ya parecía poste de alumbrado público; bueno esa historia es otra y sin fin. Fue en eso que se encontró con los otros dos que  precisamente iban a buscarlo. Rápidamente le comentaron todo, incluido el plan de seguimiento para esa noche. A todos les dio una terrible tentación de conocer a la mujer que le dejaba en tal mal estado a su amigo, ‘’a nosotros a ver que se enfrente, ¡ay carajo!... veremos…’’- comentaban.
Los tres distribuyeron tareas prometiendo disimular al máximo; todos estarían  con linternas de pilas nuevas, cigarrillos  y pisco que sacarían donde  cualquiera de los Benichas. Empezarían a catear su cuarto desde el momento en que se despidiesen de ellos, todos a una prudencial distancia. Cambiaron de silbo para la señal. Le seguirían hasta donde fuese necesario  y en caso de que saliese se aparecerían con algún chamulló, primero uno y luego los otros, pero enfocando directamente a la cara de la misteriosa.
¡Y si es en su cuarto? – golpeamos la puerta hasta que nos abra, aunque sea la rompemos, fingiendo  pedir auxilio, él nos abrirá, ¿Hecho? ¡Hecho!, ¡Sale caliente! – todos estaban de acuerdo.
Panduru dijo que iría a su cuarto a asegurarlo, luego le llamaría al choro y tal vez al Socra para tomar unas chichas como lo había prometido el indicado. Les recomendó decir que ‘’no se habían visto para nada’’.
Bebieron unos cuantos vasos de chicha y se despidió. Ya empezaba a caer la noche. Sus amigos no hicieron objeción, al contrario pidieron una rueda más para disimular;  una vez que salió  se lo bebieron de un solo trago. Le habían recomendado que tenga cuidado y ¡buen provecho!
Inmediatamente Panduru y el gordo fueron por linternas, mientras tanto Tipina Herrera lo seguía de lejos para no perderlo de vista, lamentando  la ausencia  de Sócrates  en un momento tan crucial. A los  pocos minutos estuvieron los tres bien camuflados, con gorros, chalinas y casacas  de otros muchachos, para así despistarlo al choro aunque nos viese.
El  Choro Aller estaba en la puerta de su cuarto, fumaba con nerviosismo un cigarrillo, ignorando que desde tres puntos cercanos era observado por sus amigos. La campana del templo dio las siete de la noche. Pasaron unos cuántos minutos y sin darse ellos cuenta, la mujer ya estaba en la puerta de la habitación del Choro y luego ambos se encerraron rápidamente.
Los vigilantes se reunieron y pegaron las orejas en la ventana. El interior del cuarto estaba en penumbra y se escuchaba el ritmo de fatigas eróticas. La voz dela mujer era rara, quebrada, quejumbrosa, los del choro más parecían quejidos de dolor, el sólo escucharlos erizaba los cabellos. ‘’Entremos’’ ‘’No, no, esperemos a que concluyan’’. No tenían el valor de hacerlo.
No midieron cuanto tiempo esperaron, pero de un momento a otro se dejó escuchar una risita de satisfacción, con una tonalidad algo macabra. Se miraron interrogantes y decidieron esperar a que evolucionen los acontecimientos. Escucharon que el choro le dijo que prendería la lámpara para brindar, pero ella se opuso y que además no bebería. Extrañamente el choro no se había desmayado como las otras noches, había sobrevivido a la orgia, y entre si se dijo que mucho hacia la costumbre. No prendas la lámpara, mas bien vistámonos, pues hoy te llevarè a mi nueva vivienda. Ahí estaremos más seguros, prenderas todas las lámparas que quieras, brindaremos cuanto gustes y haremos todo lo que hicimos y mucho más. Hoy te toca dormir  en mi morada nuevita. Salgamos rápido, no quiero que nos vean antes de tiempo… mmm préstame tu gorro- pidió la mujer.
En ese momento los amigos se dispersaron para no ser vistos. Habían escuchado todo con detalle y estaban decididos a conocer la nueva vivienda de la extraña. La pareja pasó rápido por la recta de Miller y voltearon hacia la recta del estadio Tomás Paine. Los otros les seguían dispersos, dos iban por delante y uno por detrás pero siempre bien disimulados; no sabían a dónde iban pero si que esa noche no podrían dormir.
Inusitadamente la pareja volteó hacia la Alameda del cementerio, bien abrazados; a pesar de la tenue luz distanciada de la calle se pedía notar que la mujer llevaba puesta una gorra, sin embargo no pasó desapercibido el extraño comportamiento  del Choro, caminaba como autònomata, pues la mujer que parecía no tocar el suelo empezó a jalarle de la mano.
Se reunieron los seguidores en un rincón de la esquina. ‘’Creo conocer a la mujer, es la china, esa su faldita y forma de  caminar, sólo parece que no toca el piso’’. – Aseveró Tipina.
¡No digas cujudeces!- dijo Panduru- me han dicho que la china ha desaparecido y hasta es posible que la hayan matado !Dios sabe dónde!
¡Es cierto! Así hablaban en la chichería ayer mientras jugábamos, sólo que no le  di importancia por que la gente en esos lugares habla lo que le viene en gana, por ello me olvidé de contarles inmediatamente.
¡Vayamos rápido por el rincón de los árboles! O… mejor… ¡por dentro del estadio!, hay que treparnos, saltamos y… a la carrera les ganamos, luego ya cerca de ellos salimos  a su encuentro. Perfecto, asintieron, y se fueron por dentro del estadio, cuyo cerco de adobe era bien bajo y casi derruido.
Los metros de diferencia  que tenían lo salvaron por dentro del estadio a la carrera y, a unos treinta metros de la puerta del cementerio, les salieron al paso con las linternas alumbrando de lleno en la cara de la mujer.
Choro estaba con los ojos desorbitados y ajenos de si. La mujer  era… ¡la china!, sus ojos estaban perdidos en las cuencas, tenía un color pálido  verdoso y expelía un  hedor fétido.
¡Aleeejeeeeseèè  Maaldììtooooos! – Gritó con una voz de  ultratumba, reiteradamente.
-¡Santo Dios! Gritaron en coro y automáticamente empezaron hacerle cruces. La entidad no soportaba la luz pero tampoco podía cruzar la barrera de cruce que le hacían.
¡Choro, despierta por Dios!- gritando le cogieron  del brazo y le apartaron de un tirón sin dejar de echarle cruces a la posesiva. Esta lanzó un grito terriblemente macabro y de las cuencas de sus ojos expelió  chispas de fuego. Los otros rezaban con mayor fuerza avanzando de espaldas. Los perros aullaron desde lejos; se produjo un viento huracanado que ululó junto con la penante y se la llevo casi volando rumbo al cementerio, cuyas puertas se abrieron de por si con estrepito y, lanzando más gritos espeluznantes, se perdió al interior, cerrándose  tras de ella la puerta, cesando casi al instante el ventarrón. Había quedado un fuerte hedor a azufre y zorrino.
El choro Aller estaba desmayado, los otros lo agarraban al tiempo que no dejaban de rezar. El gordo se lo cargó,  mientras los demás  totalmente temblorosos iban a sus costados  alumbrando a todo lado con sus linternas y echando cruces. Llegaron a la cruz de la esquina y se santiguaron; estaban más pálidos  que papel de despacho. Una pareja de enamorados se apareció, les reconocieron, era Sócrates y su fulana, le comentaron rápido lo ocurrido, ellos se santiguaron  y dieron vuelta olvidando su destino, ‘’ ¡santo cielo! ¡Vayamos ya!   Casi le imploró la chica. Caminaron en grupo y ellos ratificaron que era un comentario general lo de la desaparición y posible asesinato de la china.
Cargándole entre los tres al choro, llegaron a  ‘’ Mesa Pelada’’, una teteria que solía siempre atender hasta de amanecida. Pidieron alcohol a la dueña y le rociaron en la cara al choro que aún no salía del sopor, le frotaron en la cara con ruda, la dueña sacó un frasco con agua bendita y le roció desde la cabeza, asimismo roció en la puerta del establecimiento, que fue cerrado de inmediato.
El choro Aller reaccionó vomitando espuma al igual que los otros, a quienes recién se les venia las consecuencias de tan fatídico encuentro. Ellos también fueron atendidos con presteza por la señora Urbana Herrera la dueña del local, Brevemente  narraron  lo acontecido aquella noche. Algunos parroquianos creyeron, otros lanzaron los más disparatados juicios, de acuerdo a su nivel de ebriedad. La señora les sirvió un té bien caliente con bastante aguardiente, luego otro y otro.
Ya habiendo reaccionado del susto, se preguntaban ¿qué hacer en esas circunstancias? Uno sugirió llevarlo donde el padre José Ángel Ricalde a la parroquia, a fin de que lo exorcice y se quede a dormir para mayor seguridad. Habiendo aceptado la idea se dirigieron al lugar. Le narraron lo acontecido al reverendo y éste les dispuso una cama para todos en un lugar especial, precisamente donde había un gran crucifijo, les roció con agua bendita, les hizo rezar un rosario y tan sólo le faltó ponerles los santos óleos. Allí pasaron la noche en olor a santidad. En cuanto a Sócrates, este tuvo que acompañarle a su costillita disimilando al máximo sus nervios.
A la mañana siguiente, después de la misa de las siete que fue a la memoria  de la posible ‘’china’’, se dirigieron al cementerio con el cura, el gobernador y varias personas. El panteonero dijo que hacia dos días estaba en la morgue el cadáver de la mujer y que nadie preguntaba, por que estaba irreconocible. Se le sumó el Pampa Juez o Juez de Paz a la comitiva aclarando que precisamente ya lo iban a autopsiar y luego darle sepultura en una fosa.
En la morgue retiraron los costales pestilentes. ! Allí estaba, ella misma! Con esas mismas prendas, la china. Había sido probablemente  golpeada y estrangulada. Junto a su cabeza estaba el gorro del choro Aller. Este se desmayó de nuevo y al recobrarle  sólo atinó a abrazarse de sus  amigos, todos estaban pasmados. El padre Ricalde le echó abundante agua bendita. Rezó un buen responso y lo exorcizó  para que descanse en paz. La policía llegó e hizo las interrogaciones del caso. Enseguida llegó el médico, quien observando el cadáver dijo que tendría por lo menos unos tres días sino era más. Mientras tanto los amigos se retiraron siempre en compañía del sacerdote. El choro había sido notificado de antemano para que concurra tanto a la policía como al juzgado, para dar su  instructiva; le aclararon que  era una actividad de rutina y que no debía preocuparse.
El choro Aller concurrió  varias veces al juzgado mientras se hacían las investigaciones. Entre tanto estaba alojado donde Panduro. Una de esas noches soñó con la china y despertó gritando, la había visto peleando con dos mujeres, que buenamente podía describirlos. Le aconsejaron hacerlo y lo hizo ante la policía. A los pocos días encontraban a las responsables del crimen, efectivamente dos mujeres habían perpetrado el crimen ¡por celos!.



EPILOGO


El choro Aller se despidió  efusivamente de sus amigos, especialmente de Panduro, el gordo Cazasola y Tipina Herrera. Asistió también Sócrates  al último brindis, aunque un poco tristón  porque su número ya no quería salir en las noches. Debía irse del pueblo porque a cada instante le asaltaba la idea de encontrarse con la occisa; además necesitaba someterse a una buena terapia psicológica, para así volver a dormir con tranquilidad. ‘’Cuida tu sesera gordito’’ le palmoteó Tipina. Entre bromas se prometía  hacer una serie de cosas y les aconsejaba a sus amigos a no ser libertinos y tener más cuidado con las mujeres. ‘’Sean tranquilos como Socra que ya huele a santo, no sigan mis pasos, yo la molestaba siempre, pero nunca la poseí. Ella siempre me decía cuándo, cuándo… y ya ven no fue en vida sino en muerte. ¡Les quiero demasiado amigos míos! ¡Hasta pronto!
                                                                                                   U – 19 enero – 1997.

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