NO PRENDAS MUCHO LA LÁMPARA
IV
SALVADO DEL VIAJE
Tipina Herrera y el gordo
Cazasola se fueron a los baños medicinales de Minasmoqo. En el trayecto
planeado la forma de hacerle seguimiento en la noche, puesto que su
comportamiento había dado un giro tan brusco, se había vuelto hasta agresivo y
su semblante en dos días se demacró tanto que daba la impresión de haber estado
enterrado. Todo lo definiría con
Panduru. El choro llegó a la jugueria.
La dueña le miró preocupada por su
aspecto tan demacrado, ‘’vaya donde el médico
chorito, te estás demacrando mucho a pesar de que te alimentas bien
estos días le recomendó. – Gracias seño, ya estaré mejor… - fue la única
respuesta cortante; se lo apuro los dos vasos de jugo especial y se retiró sin más palabras que un gracias. Le molestaba que le estén fisgoneando tanto. Inmediatamente se dirigió
donde el ‘’sombrerero’’ Llallicuna donde consumió como urgido un par de caldos de cabeza más
una maltina; pagó el consumo y se fue a solear en una banca de la plaza, ahí
relativamente hasta dormitó con la
mirada perdida. Felizmente a esa hora la gente estaba en sus quehaceres y por
tanto la plaza era poco transitada, de manera que nadie le perjudicó su
convalecencia temporal.
Reaccionó con el sol del cenit y
se fue a almorzar, lo hizo sin ningún comentario con la dueña de su pensión. Después
se retiró donde Pandero. Su habitación estaba entreabierta, entró y estiròse en
la cama para dormitar. Su amigo había dejado así la puerta porque se le
descompuso el candado y se había ido a presentarse unos cuadernos donde su compañero Sócrates Baca,
que esos días estaba un tanto alejado de ellos por estar más templado que una
cuerda de arpa, y según decían ya parecía poste de alumbrado público; bueno esa
historia es otra y sin fin. Fue en eso que se encontró con los otros dos que precisamente iban a buscarlo. Rápidamente le
comentaron todo, incluido el plan de seguimiento para esa noche. A todos les
dio una terrible tentación de conocer a la mujer que le dejaba en tal mal
estado a su amigo, ‘’a nosotros a ver que se enfrente, ¡ay carajo!...
veremos…’’- comentaban.
Los tres distribuyeron tareas
prometiendo disimular al máximo; todos estarían
con linternas de pilas nuevas, cigarrillos y pisco que sacarían donde cualquiera de los Benichas. Empezarían a
catear su cuarto desde el momento en que se despidiesen de ellos, todos a una prudencial
distancia. Cambiaron de silbo para la señal. Le seguirían hasta donde fuese
necesario y en caso de que saliese se
aparecerían con algún chamulló, primero uno y luego los otros, pero enfocando directamente
a la cara de la misteriosa.
¡Y si es en su cuarto? –
golpeamos la puerta hasta que nos abra, aunque sea la rompemos, fingiendo pedir auxilio, él nos abrirá, ¿Hecho?
¡Hecho!, ¡Sale caliente! – todos estaban de acuerdo.
Panduru dijo que iría a su cuarto
a asegurarlo, luego le llamaría al choro y tal vez al Socra para tomar unas
chichas como lo había prometido el indicado. Les recomendó decir que ‘’no se
habían visto para nada’’.
Bebieron unos cuantos vasos de
chicha y se despidió. Ya empezaba a caer la noche. Sus amigos no hicieron
objeción, al contrario pidieron una rueda más para disimular; una vez que salió se lo bebieron de un solo trago. Le habían
recomendado que tenga cuidado y ¡buen provecho!
Inmediatamente Panduru y el gordo
fueron por linternas, mientras tanto Tipina Herrera lo seguía de lejos para no
perderlo de vista, lamentando la
ausencia de Sócrates en un momento tan crucial. A los pocos minutos estuvieron los tres bien
camuflados, con gorros, chalinas y casacas
de otros muchachos, para así despistarlo al choro aunque nos viese.
El Choro Aller estaba en la puerta de su cuarto,
fumaba con nerviosismo un cigarrillo, ignorando que desde tres puntos cercanos
era observado por sus amigos. La campana del templo dio las siete de la noche.
Pasaron unos cuántos minutos y sin darse ellos cuenta, la mujer ya estaba en la
puerta de la habitación del Choro y luego ambos se encerraron rápidamente.
Los vigilantes se reunieron y
pegaron las orejas en la ventana. El interior del cuarto estaba en penumbra y
se escuchaba el ritmo de fatigas eróticas. La voz dela mujer era rara,
quebrada, quejumbrosa, los del choro más parecían quejidos de dolor, el sólo
escucharlos erizaba los cabellos. ‘’Entremos’’ ‘’No, no, esperemos a que
concluyan’’. No tenían el valor de hacerlo.
No midieron cuanto tiempo
esperaron, pero de un momento a otro se dejó escuchar una risita de
satisfacción, con una tonalidad algo macabra. Se miraron interrogantes y
decidieron esperar a que evolucionen los acontecimientos. Escucharon que el
choro le dijo que prendería la lámpara para brindar, pero ella se opuso y que
además no bebería. Extrañamente el choro no se había desmayado como las otras
noches, había sobrevivido a la orgia, y entre si se dijo que mucho hacia la
costumbre. No prendas la lámpara, mas bien vistámonos, pues hoy te llevarè a mi
nueva vivienda. Ahí estaremos más seguros, prenderas todas las lámparas que
quieras, brindaremos cuanto gustes y haremos todo lo que hicimos y mucho más.
Hoy te toca dormir en mi morada nuevita.
Salgamos rápido, no quiero que nos vean antes de tiempo… mmm préstame tu gorro-
pidió la mujer.
En ese momento los amigos se
dispersaron para no ser vistos. Habían escuchado todo con detalle y estaban
decididos a conocer la nueva vivienda de la extraña. La pareja pasó rápido por
la recta de Miller y voltearon hacia la recta del estadio Tomás Paine. Los
otros les seguían dispersos, dos iban por delante y uno por detrás pero siempre
bien disimulados; no sabían a dónde iban pero si que esa noche no podrían
dormir.
Inusitadamente la pareja volteó
hacia la Alameda del cementerio, bien abrazados; a pesar de la tenue luz
distanciada de la calle se pedía notar que la mujer llevaba puesta una gorra,
sin embargo no pasó desapercibido el extraño comportamiento del Choro, caminaba como autònomata, pues la
mujer que parecía no tocar el suelo empezó a jalarle de la mano.
Se reunieron los seguidores en un
rincón de la esquina. ‘’Creo conocer a la mujer, es la china, esa su faldita y
forma de caminar, sólo parece que no
toca el piso’’. – Aseveró Tipina.
¡No digas cujudeces!- dijo
Panduru- me han dicho que la china ha desaparecido y hasta es posible que la
hayan matado !Dios sabe dónde!
¡Es cierto! Así hablaban en la
chichería ayer mientras jugábamos, sólo que no le di importancia por que la gente en esos
lugares habla lo que le viene en gana, por ello me olvidé de contarles
inmediatamente.
¡Vayamos rápido por el rincón de
los árboles! O… mejor… ¡por dentro del estadio!, hay que treparnos, saltamos y…
a la carrera les ganamos, luego ya cerca de ellos salimos a su encuentro. Perfecto, asintieron, y se
fueron por dentro del estadio, cuyo cerco de adobe era bien bajo y casi
derruido.
Los metros de diferencia que tenían lo salvaron por dentro del estadio
a la carrera y, a unos treinta metros de la puerta del cementerio, les salieron
al paso con las linternas alumbrando de lleno en la cara de la mujer.
Choro estaba con los ojos
desorbitados y ajenos de si. La mujer
era… ¡la china!, sus ojos estaban perdidos en las cuencas, tenía un
color pálido verdoso y expelía un hedor fétido.
¡Aleeejeeeeseèè Maaldììtooooos! – Gritó con una voz de ultratumba, reiteradamente.
-¡Santo Dios! Gritaron en coro y
automáticamente empezaron hacerle cruces. La entidad no soportaba la luz pero
tampoco podía cruzar la barrera de cruce que le hacían.
¡Choro, despierta por Dios!- gritando
le cogieron del brazo y le apartaron de
un tirón sin dejar de echarle cruces a la posesiva. Esta lanzó un grito
terriblemente macabro y de las cuencas de sus ojos expelió chispas de fuego. Los otros rezaban con mayor
fuerza avanzando de espaldas. Los perros aullaron desde lejos; se produjo un
viento huracanado que ululó junto con la penante y se la llevo casi volando
rumbo al cementerio, cuyas puertas se abrieron de por si con estrepito y,
lanzando más gritos espeluznantes, se perdió al interior, cerrándose tras de ella la puerta, cesando casi al
instante el ventarrón. Había quedado un fuerte hedor a azufre y zorrino.
El choro Aller estaba desmayado,
los otros lo agarraban al tiempo que no dejaban de rezar. El gordo se lo cargó, mientras los demás totalmente temblorosos iban a sus
costados alumbrando a todo lado con sus
linternas y echando cruces. Llegaron a la cruz de la esquina y se santiguaron;
estaban más pálidos que papel de
despacho. Una pareja de enamorados se apareció, les reconocieron, era Sócrates
y su fulana, le comentaron rápido lo ocurrido, ellos se santiguaron y dieron vuelta olvidando su destino, ‘’ ¡santo
cielo! ¡Vayamos ya! Casi le imploró la chica. Caminaron en grupo y
ellos ratificaron que era un comentario general lo de la desaparición y posible
asesinato de la china.
Cargándole entre los tres al
choro, llegaron a ‘’ Mesa Pelada’’, una
teteria que solía siempre atender hasta de amanecida. Pidieron alcohol a la
dueña y le rociaron en la cara al choro que aún no salía del sopor, le frotaron
en la cara con ruda, la dueña sacó un frasco con agua bendita y le roció desde
la cabeza, asimismo roció en la puerta del establecimiento, que fue cerrado de
inmediato.
El choro Aller reaccionó
vomitando espuma al igual que los otros, a quienes recién se les venia las
consecuencias de tan fatídico encuentro. Ellos también fueron atendidos con
presteza por la señora Urbana Herrera la dueña del local, Brevemente narraron
lo acontecido aquella noche. Algunos parroquianos creyeron, otros
lanzaron los más disparatados juicios, de acuerdo a su nivel de ebriedad. La
señora les sirvió un té bien caliente con bastante aguardiente, luego otro y
otro.
Ya habiendo reaccionado del
susto, se preguntaban ¿qué hacer en esas circunstancias? Uno sugirió llevarlo
donde el padre José Ángel Ricalde a la parroquia, a fin de que lo exorcice y se
quede a dormir para mayor seguridad. Habiendo aceptado la idea se dirigieron al
lugar. Le narraron lo acontecido al reverendo y éste les dispuso una cama para
todos en un lugar especial, precisamente donde había un gran crucifijo, les
roció con agua bendita, les hizo rezar un rosario y tan sólo le faltó ponerles
los santos óleos. Allí pasaron la noche en olor a santidad. En cuanto a
Sócrates, este tuvo que acompañarle a su costillita disimilando al máximo sus
nervios.
A la mañana siguiente, después de
la misa de las siete que fue a la memoria
de la posible ‘’china’’, se dirigieron al cementerio con el cura, el
gobernador y varias personas. El panteonero dijo que hacia dos días estaba en
la morgue el cadáver de la mujer y que nadie preguntaba, por que estaba
irreconocible. Se le sumó el Pampa Juez o Juez de Paz a la comitiva aclarando
que precisamente ya lo iban a autopsiar y luego darle sepultura en una fosa.
En la morgue retiraron los
costales pestilentes. ! Allí estaba, ella misma! Con esas mismas prendas, la
china. Había sido probablemente golpeada
y estrangulada. Junto a su cabeza estaba el gorro del choro Aller. Este se desmayó
de nuevo y al recobrarle sólo atinó a
abrazarse de sus amigos, todos estaban
pasmados. El padre Ricalde le echó abundante agua bendita. Rezó un buen
responso y lo exorcizó para que descanse
en paz. La policía llegó e hizo las interrogaciones del caso. Enseguida llegó
el médico, quien observando el cadáver dijo que tendría por lo menos unos tres
días sino era más. Mientras tanto los amigos se retiraron siempre en compañía
del sacerdote. El choro había sido notificado de antemano para que concurra
tanto a la policía como al juzgado, para dar su
instructiva; le aclararon que era
una actividad de rutina y que no debía preocuparse.
El choro Aller concurrió varias veces al juzgado mientras se hacían
las investigaciones. Entre tanto estaba alojado donde Panduro. Una de esas
noches soñó con la china y despertó gritando, la había visto peleando con dos
mujeres, que buenamente podía describirlos. Le aconsejaron hacerlo y lo hizo
ante la policía. A los pocos días encontraban a las responsables del crimen,
efectivamente dos mujeres habían perpetrado el crimen ¡por celos!.
EPILOGO
El choro Aller se despidió efusivamente de sus amigos, especialmente de
Panduro, el gordo Cazasola y Tipina Herrera. Asistió también Sócrates al último brindis, aunque un poco tristón porque su número ya no quería salir en las
noches. Debía irse del pueblo porque a cada instante le asaltaba la idea de
encontrarse con la occisa; además necesitaba someterse a una buena terapia
psicológica, para así volver a dormir con tranquilidad. ‘’Cuida tu sesera
gordito’’ le palmoteó Tipina. Entre bromas se prometía hacer una serie de cosas y les aconsejaba a
sus amigos a no ser libertinos y tener más cuidado con las mujeres. ‘’Sean
tranquilos como Socra que ya huele a santo, no sigan mis pasos, yo la molestaba
siempre, pero nunca la poseí. Ella siempre me decía cuándo, cuándo… y ya ven no
fue en vida sino en muerte. ¡Les quiero demasiado amigos míos! ¡Hasta pronto!
U – 19 enero – 1997.
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