sábado, 30 de junio de 2012


EL NIÑO PEPE
Hijito, no quiero que seas igual a mi. ¡Que se acabe conmigo esta pobre situación!, haré todo lo posible para educarte _decía Benedicto a su querido vástago mientras roturaban un pedazo de yerno.
En la comunidad no hay escuela, por lo tanto los hijos de los lugareños deben bajar muy de madrugada, cargando sus fiambres y útiles escolares, cortando caminos por el costado de las sementeras y sobre terrenos baldíos, hacia Wayllabamba.
Rajchi se ubica en las alturas del distrito de Wayllabamba. Es un bello pueblo que conserva las costumbres de los antiguos peruanos en cuanto a organización y aun en vestimenta por el mismo frio punero sus habitantes tienen una piel rojiza quemada. En esta comunidad se encuentra  Koriwayrachina, mirador privilegiado desde donde puede observarse el hermoso Valle Sagrado de los Incas. Finalmente, llegó el primero de abril, Teófilo con su progenitor habían bajado a Wayllabamba. Benedicto quería recomendar a su hijo ante el profesor y director de la escuela, era la primera vez que asistía a clases. Se escuchó el toque de silbato, los alumnos de años superiores, con su alegría de niños, ingresaban a su colegio después de tres meses de vacaciones; mientras que los de primero nerviosamente se cogían de las manos de sus padres.
La escuela se encuentra en plena plaza de armas, su local es de dos pisos y cuenta con talleres de carpintería, herrería y  agropecuaria, además de las aulas para el dictado de cursos teóricos. Acoge todos los grados de instrucción primaria.
Los antiguos  alumnos forman en sus lugares de costumbre, mientras que los niños de recientes ingreso eran ordenados por talla cogidos de la mano por la profesora Laura. Cesó el bullicio,  los padres asistentes de retiran del plantel luego de las recomendaciones  y suplicas a favor de sus queridos hijos. Benedicto, compungido, regresa a las alturas de Rajchi.
Los alumnos de primero ingresan a sus aulas y a las ganadas empiezan a disputarse los asientos y ubicaciones. Ante el traqueteo  de las carpetas interviene, enérgica, la señorita Laura:
_ ¡Alumnos! Por favor salgan, yo los ubicaré en orden.
Efectivamente, empezó por colocar al niño José de la Sota en el primer asiento, cerca de la pizarra. A continuación, les asignó lugar a los hijos de las autoridades de la localidad; a los Wayllabambinos los ubicó ocupando las carpetas, a los urquillinos y wayoqharinos en las bancas rústicas  y al rajchino Teófilo sobre un adobe viejo.
Cumplida su primera tarea, muy delicadamente, la profesora caminó  hacia su pupitre. Por ambas ventanas del aula ingresaban los cálidos  rayos solares. En seguida, la profesora llamó lista según  su registro, alfabéticamente, según los apellidos, ‘’presente profesora’’, respondía tímidamente cada alumno nombrado.
Terminaba esta segunda rutina se puso de pie, caminó al centro del salón y mirando a sus pequeños alumnos empezó a decirles:
Soy la profesora Laura de la Sota. Les presento a un compañero vuestro: José de la Sota. Él se puso de pie_. Desde hoy lo llamarán ‘’NIÑO PEPE’’- ¿Ham comprendido?
_ ¡Si señoritaaa!, respondieron al unísono los niños.
La señorita Laura suspiro y prosiguió:
_Desde este instante el Niño Pepe será su brigadier. ¡Tendrán que obedecerle todos! ¿Han entendido?
_Está bien señoritaaa!, corearon todos los niños.
En el salón no había calor ni frio, el ambiente era agradable. Como era el primer día de clases la profesora daba las recomendaciones necesarias para todo el año. Los niños  escuchaban y callaban respetuosamente. Tras  de ella, en la pared blanca, colgaba el Escudo del Perú, a sus costados dos láminas con las figuras heroicas de los Libertadores Simón Bolívar y José de San Martin.
 Terminadas las recomendaciones la señorita Laura preguntó:
_Niños, los que saben hablar únicamente el castellano, por favor, pónganse de pie.
De todo el conglomerado de estudiantes solo un alumno  se puso de pie: el Niño Pepe.
_Por favor, a pararse los alumnos  que hablan  castellano y quechua.
Todos los alumnos se levantaron de sus asientos. Todos menos Teófilo: él solamente hablaba el quechua. El Niño Pepe miró despectivamente a todos sus compañeros, pues ellos hablaban quechua.
Teófilo se hallaba incómodo sobre su asiento de adobe, no tenia lugar para sostener su bolsa, donde guardaba sus útiles y fiambre para todo el día. En cambio, los demás  contaban son la cazuela de la carpeta o parte de la banca.
Finalmente, tocó el silbato señalando el recreo. Los niños salían a la carrera, hacia la plaza, donde se agrupaban, primero, entre hermanos y parientes, luego entre paisanos  y conocidos; pero, los wayllabambinos o corrían a sus casa o a las bodegas a comprarse pan y golosinas. Muchos de ellos pasaban el tiempo, conversando y riendo, bajo el colosal árbol de pisonay. El Niño Pepe apareció en medio de la plaza con una botella de coca cola en una mano y un paquete de galletas en la otra.
El frondoso pisonay, que ostenta su extraordinario tallo justo en medio de la plaza del pueblo de Wayllabamba, fue plantado posiblemente por el fundador de la ciudad. Este vetusto árbol es el Apu de los pobladores, saben ellos que sus raíces unen al pueblo y sus gigantes ramas cobijan a todos por igual.
Al toque del silbato todos corren de vuelta a sus aulas. El recreo ha terminado, y los alumnos vuelven a acomodarse en sus respectivos asientos.
Los profesores, foráneos  en su mayoría, estaban pensionados y alojados en la casa de la señorita Laura. El director de la escuela era su esposo. Sus padres eran eternas autoridades de Wayllabamba, sea ocupado la alcaldía, la gubernatura  o la judicatura; ellos habían sido mayordomos de la hacienda La Playa y construyeron  su espléndida  mansión con el trabajo gratuito de los rajchinos.
 La señorita Laura, mujer de alta estatura, morena y bien parecida, empezó con el dictado de sus clases. Sus estudiantes permanecían  con la boca cerrada, sentados con rigidez y únicamente movían sus ojos para seguir los escritos de su profesora en la pizarra. La mayoría de estudiantes se conocían entre si y de algún modo se sentían acompañados menos Teófilo, que solitariamente procuraba captar los conocimientos  y comprender el español.
Pasan los días, vienen los días y Teófilo encontró la manera de pasar el medio día, antes de volver por la tarde a la escuela. Después de la  salida concurría a orillas del rio Vilcanota o a los bordes de los labrantíos, donde almorzaba su fiambre y se tendía sobre el suelo para descansar un momento. Luego, empezaba a adiestrarse en el manejo del lápiz y de las vocales, distinguiendo especialmente  la ‘’O’’ y la ‘’U’’ la ‘’I’’ y la ‘’E’’ , que confundía, debido a su idioma madre: el quechua. Aprovechaba estos minutos de oro, mientras los wayllabambinos y demás estudiantes acudían a sus domicilios para alimentarse.
El ingreso por las tardes, era a las dos y la finalidad: enseñar por grupos los oficios de herrería, carpintería o agropecuaria. Otras tardes todos los alumnos debían marchar a trabajar las tierras de la profesora Laura, por orden del director y profesores. De esta manera, la chacra de la señorita siempre estaba bien cuidada.
A fines del mes de mayo los alumnos del primer año estaban en carril de la vida escolar. Había variaciones en cuanto a ubicación de sus asientos. La profesora los colocaba, ahora, por categorías: ‘’Los aplicados’’ se sentaban en carpetas de atrás; y los malos o burros’’ en las bancas. Los únicos que no habían cambiado nunca, eran el Niño Pepe y Teófilo.
Una mañana, la profesora, sacó a la pizarra a Teófilo para que escribiera algunas consonantes. Al ver que confundía la ‘’G’’ con la ‘’J’’ se encolerizó y lo tomó  del pelo para golpearlo contra la dura pizarra. Teófilo nunca había llorado, pero tal seria su dolor que cuando volteó hacia sus compañeros dos gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas.
Para el mes de Julio muchos alumnos ya habían desertado, especialmente los ‘’malos o burros’’. No pudieron soportar los castigos de la señorita Laura y los golpes de puntero de su brigadier. Debían, continuamente, fuera de los castigos físicos, ponerse de rodillas frente al rincón de castigo, con las manos levantadas en cruz y mirando a una calavera.
Benedicto compró un par de zapatos para su Teófilo que debía desfilar, el 28 de Julio, en la plaza de Urubamba, capital de la provincia. Otros padres llegaron a comprar uniformes nuevos. Para tal desfile los niños ensayaron en la plaza y en el estadio de Wayllabamba, debían aprender a marchar y efectuar los giros.
Llegó el Aniversario de la independencia  del Perú Urubamba vivía momentos de fiestas, de sus balcones y ventanas emergían las banderas peruanas que expresaban el civismo de sus pobladores. Los alumnos de los diferentes distritos se iban concentrando en las calles de la pequeña urbe, como paso previo al desfile.
Quienes tenían zapatos nuevos o nunca los habían usado sufrieron horrores durante la marcha, al final con las justas se  mantenían en pie. Teófilo tenia desollados los talones y tuvo que quitárselos de inmediato.
A continuación  se dieron las vacaciones  del medio año. Teófilo, pese a todos sus sacrificios por superarse, ya no quiso regresar a la escuela. Temía a la señorita Laura. El padre no llegaba a descubrir  el motivo de esta resistencia para volver. Finalmente el niño le reveló las razones: el Niño Pepe y la profesora los castigaban en cualquier momento, incluso se dio el caso de un alumno de Huychu que, por temor a pedir permiso, llegó a defecar en el aula. La profesora, casi rompe el puntero en el delgado  cuerpo del pobre huychino.
Al terminó del corto descanso del medio año se dieron con la noticia que el director de la escuela había sido ascendido a un cargo en la supervisión de la provincia de Urubamba y a la señorita Laura se hacia cargo de la dirección del plantel de Wayllabamba. Los niños ‘’regulares’’ y ‘’burros’’ se alegraron, hubo esperanzas de que el nuevo docente cambiaria este estado de cosas. Y, deportivas fue designado como su nuevo profesor.
Cuando el profesor Luis inicio el dictado de sus clases se acabaron los niños ‘’mudos’’ _la señorita Laura les amarraba un lápiz en la boca con una pita sujeta a la nuca y únicamente  podían mirar a la profesora_. Se terminó la clasificación de ‘’aplicados’’, ‘’regulares’’ y ‘’burros’’. Se terminaron  los castigos físicos pero sucedió algo peor: la señorita Laura lo indispuso ante las autoridades superiores educativas de Urubamba, por ineficiencia y contradecir las normas de disciplina de la escuela.
Pero esto era fácil de comprender., El profesor Luis, al llegar, no quiso alojarse ni pensionarse en la casa de la directora. A continuación, degradó Al Niño Pepe de su jerarquía de brigadier y, finalmente, había ganado en el poquísimo tiempo de su estadía el cariño  de sus alumnos y respeto de los padres de familia. Esto resultó imperdonable para la señorita Laura y luego de su queja, por intermedio de su esposo, esperaba confiada la respuesta de la supervisión de Urubamba.   

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