EL NIÑO PEPE
Hijito, no quiero que seas igual
a mi. ¡Que se acabe conmigo esta pobre situación!, haré todo lo posible para
educarte _decía Benedicto a su querido vástago mientras roturaban un pedazo de
yerno.
En la comunidad no hay escuela,
por lo tanto los hijos de los lugareños deben bajar muy de madrugada, cargando
sus fiambres y útiles escolares, cortando caminos por el costado de las
sementeras y sobre terrenos baldíos, hacia Wayllabamba.
Rajchi se ubica en las alturas
del distrito de Wayllabamba. Es un bello pueblo que conserva las costumbres de
los antiguos peruanos en cuanto a organización y aun en vestimenta por el mismo
frio punero sus habitantes tienen una piel rojiza quemada. En esta comunidad se
encuentra Koriwayrachina, mirador
privilegiado desde donde puede observarse el hermoso Valle Sagrado de los
Incas. Finalmente, llegó el primero de abril, Teófilo con su progenitor habían
bajado a Wayllabamba. Benedicto quería recomendar a su hijo ante el profesor y
director de la escuela, era la primera vez que asistía a clases. Se escuchó el
toque de silbato, los alumnos de años superiores, con su alegría de niños,
ingresaban a su colegio después de tres meses de vacaciones; mientras que los
de primero nerviosamente se cogían de las manos de sus padres.
La escuela se encuentra en plena
plaza de armas, su local es de dos pisos y cuenta con talleres de carpintería,
herrería y agropecuaria, además de las
aulas para el dictado de cursos teóricos. Acoge todos los grados de instrucción
primaria.
Los antiguos alumnos forman en sus lugares de costumbre,
mientras que los niños de recientes ingreso eran ordenados por talla cogidos de
la mano por la profesora Laura. Cesó el bullicio, los padres asistentes de retiran del plantel
luego de las recomendaciones y suplicas
a favor de sus queridos hijos. Benedicto, compungido, regresa a las alturas de
Rajchi.
Los alumnos de primero ingresan a
sus aulas y a las ganadas empiezan a disputarse los asientos y ubicaciones.
Ante el traqueteo de las carpetas
interviene, enérgica, la señorita Laura:
_ ¡Alumnos! Por favor salgan, yo
los ubicaré en orden.
Efectivamente, empezó por colocar
al niño José de la Sota en el primer asiento, cerca de la pizarra. A
continuación, les asignó lugar a los hijos de las autoridades de la localidad;
a los Wayllabambinos los ubicó ocupando las carpetas, a los urquillinos y
wayoqharinos en las bancas rústicas y al
rajchino Teófilo sobre un adobe viejo.
Cumplida su primera tarea, muy
delicadamente, la profesora caminó hacia
su pupitre. Por ambas ventanas del aula ingresaban los cálidos rayos solares. En seguida, la profesora llamó
lista según su registro,
alfabéticamente, según los apellidos, ‘’presente profesora’’, respondía
tímidamente cada alumno nombrado.
Terminaba esta segunda rutina se
puso de pie, caminó al centro del salón y mirando a sus pequeños alumnos empezó
a decirles:
Soy la profesora Laura de la
Sota. Les presento a un compañero vuestro: José de la Sota. Él se puso de pie_.
Desde hoy lo llamarán ‘’NIÑO PEPE’’- ¿Ham comprendido?
_ ¡Si señoritaaa!, respondieron
al unísono los niños.
La señorita Laura suspiro y
prosiguió:
_Desde este instante el Niño Pepe
será su brigadier. ¡Tendrán que obedecerle todos! ¿Han entendido?
_Está bien señoritaaa!, corearon
todos los niños.
En el salón no había calor ni
frio, el ambiente era agradable. Como era el primer día de clases la profesora
daba las recomendaciones necesarias para todo el año. Los niños escuchaban y callaban respetuosamente. Tras de ella, en la pared blanca, colgaba el Escudo
del Perú, a sus costados dos láminas con las figuras heroicas de los
Libertadores Simón Bolívar y José de San Martin.
Terminadas las recomendaciones la señorita
Laura preguntó:
_Niños, los que saben hablar
únicamente el castellano, por favor, pónganse de pie.
De todo el conglomerado de
estudiantes solo un alumno se puso de
pie: el Niño Pepe.
_Por favor, a pararse los
alumnos que hablan castellano y quechua.
Todos los alumnos se levantaron
de sus asientos. Todos menos Teófilo: él solamente hablaba el quechua. El Niño
Pepe miró despectivamente a todos sus compañeros, pues ellos hablaban quechua.
Teófilo se hallaba incómodo sobre
su asiento de adobe, no tenia lugar para sostener su bolsa, donde guardaba sus útiles
y fiambre para todo el día. En cambio, los demás contaban son la cazuela de la carpeta o parte
de la banca.
Finalmente, tocó el silbato
señalando el recreo. Los niños salían a la carrera, hacia la plaza, donde se
agrupaban, primero, entre hermanos y parientes, luego entre paisanos y conocidos; pero, los wayllabambinos o corrían
a sus casa o a las bodegas a comprarse pan y golosinas. Muchos de ellos pasaban
el tiempo, conversando y riendo, bajo el colosal árbol de pisonay. El Niño Pepe
apareció en medio de la plaza con una botella de coca cola en una mano y un
paquete de galletas en la otra.
El frondoso pisonay, que ostenta
su extraordinario tallo justo en medio de la plaza del pueblo de Wayllabamba,
fue plantado posiblemente por el fundador de la ciudad. Este vetusto árbol es
el Apu de los pobladores, saben ellos que sus raíces unen al pueblo y sus
gigantes ramas cobijan a todos por igual.
Al toque del silbato todos corren
de vuelta a sus aulas. El recreo ha terminado, y los alumnos vuelven a
acomodarse en sus respectivos asientos.
Los profesores, foráneos en su mayoría, estaban pensionados y alojados
en la casa de la señorita Laura. El director de la escuela era su esposo. Sus
padres eran eternas autoridades de Wayllabamba, sea ocupado la alcaldía, la
gubernatura o la judicatura; ellos
habían sido mayordomos de la hacienda La Playa y construyeron su espléndida mansión con el trabajo gratuito de los
rajchinos.
La señorita Laura, mujer de alta estatura,
morena y bien parecida, empezó con el dictado de sus clases. Sus estudiantes
permanecían con la boca cerrada,
sentados con rigidez y únicamente movían sus ojos para seguir los escritos de
su profesora en la pizarra. La mayoría de estudiantes se conocían entre si y de
algún modo se sentían acompañados menos Teófilo, que solitariamente procuraba
captar los conocimientos y comprender el
español.
Pasan los días, vienen los días y
Teófilo encontró la manera de pasar el medio día, antes de volver por la tarde
a la escuela. Después de la salida
concurría a orillas del rio Vilcanota o a los bordes de los labrantíos, donde
almorzaba su fiambre y se tendía sobre el suelo para descansar un momento.
Luego, empezaba a adiestrarse en el manejo del lápiz y de las vocales,
distinguiendo especialmente la ‘’O’’ y
la ‘’U’’ la ‘’I’’ y la ‘’E’’ , que confundía, debido a su idioma madre: el
quechua. Aprovechaba estos minutos de oro, mientras los wayllabambinos y demás
estudiantes acudían a sus domicilios para alimentarse.
El ingreso por las tardes, era a
las dos y la finalidad: enseñar por grupos los oficios de herrería, carpintería
o agropecuaria. Otras tardes todos los alumnos debían marchar a trabajar las
tierras de la profesora Laura, por orden del director y profesores. De esta
manera, la chacra de la señorita siempre estaba bien cuidada.
A fines del mes de mayo los
alumnos del primer año estaban en carril de la vida escolar. Había variaciones
en cuanto a ubicación de sus asientos. La profesora los colocaba, ahora, por
categorías: ‘’Los aplicados’’ se sentaban en carpetas de atrás; y los malos o
burros’’ en las bancas. Los únicos que no habían cambiado nunca, eran el Niño
Pepe y Teófilo.
Una mañana, la profesora, sacó a
la pizarra a Teófilo para que escribiera algunas consonantes. Al ver que
confundía la ‘’G’’ con la ‘’J’’ se encolerizó y lo tomó del pelo para golpearlo contra la dura
pizarra. Teófilo nunca había llorado, pero tal seria su dolor que cuando volteó
hacia sus compañeros dos gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas.
Para el mes de Julio muchos
alumnos ya habían desertado, especialmente los ‘’malos o burros’’. No pudieron
soportar los castigos de la señorita Laura y los golpes de puntero de su
brigadier. Debían, continuamente, fuera de los castigos físicos, ponerse de
rodillas frente al rincón de castigo, con las manos levantadas en cruz y
mirando a una calavera.
Benedicto compró un par de
zapatos para su Teófilo que debía desfilar, el 28 de Julio, en la plaza de
Urubamba, capital de la provincia. Otros padres llegaron a comprar uniformes
nuevos. Para tal desfile los niños ensayaron en la plaza y en el estadio de
Wayllabamba, debían aprender a marchar y efectuar los giros.
Llegó el Aniversario de la
independencia del Perú Urubamba vivía
momentos de fiestas, de sus balcones y ventanas emergían las banderas peruanas
que expresaban el civismo de sus pobladores. Los alumnos de los diferentes
distritos se iban concentrando en las calles de la pequeña urbe, como paso
previo al desfile.
Quienes tenían zapatos nuevos o
nunca los habían usado sufrieron horrores durante la marcha, al final con las
justas se mantenían en pie. Teófilo
tenia desollados los talones y tuvo que quitárselos de inmediato.
A continuación se dieron las vacaciones del medio año. Teófilo, pese a todos sus
sacrificios por superarse, ya no quiso regresar a la escuela. Temía a la
señorita Laura. El padre no llegaba a descubrir
el motivo de esta resistencia para volver. Finalmente el niño le reveló
las razones: el Niño Pepe y la profesora los castigaban en cualquier momento,
incluso se dio el caso de un alumno de Huychu que, por temor a pedir permiso,
llegó a defecar en el aula. La profesora, casi rompe el puntero en el delgado cuerpo del pobre huychino.
Al terminó del corto descanso del
medio año se dieron con la noticia que el director de la escuela había sido
ascendido a un cargo en la supervisión de la provincia de Urubamba y a la
señorita Laura se hacia cargo de la dirección del plantel de Wayllabamba. Los
niños ‘’regulares’’ y ‘’burros’’ se alegraron, hubo esperanzas de que el nuevo
docente cambiaria este estado de cosas. Y, deportivas fue designado como su
nuevo profesor.
Cuando el profesor Luis inicio el
dictado de sus clases se acabaron los niños ‘’mudos’’ _la señorita Laura les
amarraba un lápiz en la boca con una pita sujeta a la nuca y únicamente podían mirar a la profesora_. Se terminó la
clasificación de ‘’aplicados’’, ‘’regulares’’ y ‘’burros’’. Se terminaron los castigos físicos pero sucedió algo peor:
la señorita Laura lo indispuso ante las autoridades superiores educativas de
Urubamba, por ineficiencia y contradecir las normas de disciplina de la
escuela.
Pero esto era fácil de
comprender., El profesor Luis, al llegar, no quiso alojarse ni pensionarse en
la casa de la directora. A continuación, degradó Al Niño Pepe de su jerarquía
de brigadier y, finalmente, había ganado en el poquísimo tiempo de su estadía
el cariño de sus alumnos y respeto de
los padres de familia. Esto resultó imperdonable para la señorita Laura y luego
de su queja, por intermedio de su esposo, esperaba confiada la respuesta de la
supervisión de Urubamba.

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