lunes, 21 de mayo de 2012


SIMÓN CONCHOY Y LA CHICHA

Cuando llegaba la fiesta de siembre de los maíces gigantescas, el campo se llenaba de alegría. Simón Conchoy  era el hombre más solicitado y estimado por los chacareros pues él, desde la salida del Sol hasta su retirada  del firmamento, conducía la yugada de ganado como el mejor gañán de toda la zona. Su trabajo lo hacia con gran maestría abriendo los surcos o composturas tanto en los lugares planos como en las pendientes. La gente iba tras él soltando la semilla y el guano. Al final, otro gañán cerraba los surcos con una ristra de tosca madera.
Al concluir  el trabajo del campo, todos se reunieron para comer. Simón Conchoy se sentó en el lugar más destacado y lo atendieron con la mejor merienda: un cuy entero, incluyendo la cabeza  como se trata a los jefes  o Kollanas. Todos  los asistentes comían la rica merienda que se servía en la ocasión, que luego era refrescada con grandes vasos repletos de chicha amarilla.
En medio de la reunión Simón se puso a cantar:
Wiracocha, señor labrador
Labrando
Con tu reja de oro
Con tu arado de plata
Las tres rapanas robustas
Los hermosos surcos
Para depositar la semilla de oro
Para depositar la semilla de plata.
D e un  terreno  cercano, un grupo de campesinos contestó cantando y la fiesta de la siembra se generalizó.
Después de realizar  las labores de la siembra, los wayllabambinos  celebran la fiesta de la Mamacha  Natividad, patrona del pueblo. Simón  Conchoy  se pone en la primera fila de los bailarines  de Kachampa o Sacsanpillo, danza  que viene desde la época de los inkas. Para este fin ha alquilado una hermosa vestimenta: Pantalón negro, ceñido al cuerpo, casaca verde con muchos adornos, máscara que le cubre el rostro, varias hondas tejidas y un sombrero con cintas  multicolores. Cuando concluyen las danzas en honor a la virgen, se realiza un acto especial: Los danzantes bailan por parejas, portando gruesos látigos  con los que se golpean por turno. El  que pega demuestra su fuerza: el que recibe el castigo demuestra su valor  y resistencia pues no se queja. Simón Conchoy  lleva en sus manos dos gruesos látigos, que son dos temibles  zurriagos  forrados de lana. Nadie quiere ser su contendor  en el latigueo, pues todos temen la fuerza de sus musculosos brazos. Claro que no faltan quienes, animados por la chicha  y el aguardiente  que han bebido, se envalentonan  y se le enfrentan pero, al final, terminan con las piernas y las nalgas reventadas  por los latigazos.
Después de varios años de participar en la fiesta de la Mamacha y bailar el sacsampillo, en devoción a la Virgen, Simón recibió el alferado de la danza. Para cumplir la obligación  contraída trabajó todo el año, de sol a sombra, juntando el dinero que se necesita para el adecuado  desempeño del cargo.
Cuando  llegó la fiesta de Mamacha Natividad, la casa de Simón se llenó de amistades, parientes, danzantes y músicos, a quienes atendió – durante los cinco días que dura el festejo – con desayuno, almuerzo y comida, más un constante  reparto de aguardiente y chicha. Al concluir  la fiesta y tras realizarse  el homenaje, Simón  se levanto muy temprano y le preguntó a su mujer cuánto habían sido los gastos  de la fiesta  y cuánto les quedaba  disponible. Ella  le dijo que no quedaba nada. Apesadumbrado y  todavía con la resaca  de la borrachera de  todos esos días, Simón subió a su troje para bajar algunas sacas de maíz y llevarlas a vender  al Cusco. Grande fue su sorpresa al darse cuenta que apenas  le quedaban unas cuantas sacas. Su mujer le informó que casi todo había tenido para venderse para solventar los festejos. Apesadumbrado, encostaló casi todo lo que tenía, lo cargó en dos burros y se dirigió hacia el mercado de la ciudad.
A poco de salir, cuando iba subiendo la cuesta  de Raqchi, camino de Chinchero, le entró una tremenda sed que le hizo recorrer con nostalgia toda la chicha  y el aguardiente que había tomado durante la fiesta  y la garganta se le empezó a secar, peor aún que por la cuesta no había ni un solo lugar donde conseguir agua. Desde la altura vio en la lejanía  su humilde casa y, como  una  visión, se la imaginó llena de invitados que tomaban abundante chicha y disfrutaban del convite  que él les había ofrecido todos esos días. Después de vencer la altura, bajó  a la pampa de Chinchero y se encontró con un alma caritativa  que le invito un vaso de chicha pero, en lugar de calmar su sed, le despertó un ansia terrible por consumir más zumo de maíz hervido y fermentado.
El sol ya empezaba a inclinarse, cuando Simón pasó por la laguna de Piuray aprovechando para tomar abundante agua, pero no lograba calmar su sed. Entonces, imaginándose toda la chicha que bebería cuando llegara al Cusco, aceleró el pasó, haciendo correr a sus bestias. Muy pronto divisó  la gran ciudad y sus rojos techos de tejas. Por fin llegó a un alojamiento para viajeros que existe en el ingreso de Arcopata. Antes de descargar  el maíz que llevaba en sus burros, le pidió al posadero que le sirviera doce caporales de chicha con sus respectivos acompañamientos, que son los platos de la comida que la casa pone cuando se pide chicha. Mientras le traía el pedido, Simón descargó los burros y los encerró en el corral. Inmediatamente ingresó al comedor y vio una rústica mesa  llena con los caporales y los paltos que había pedido. Se sentó y bebió de un solo trago el primer caporal de chicha, luego continuó con el segundo y así, sin parar ni un momento, se tomó los doce litros que había pedido y se comió los platos del acompañamiento. El posadero lo observaba, asombrado, pues nunca había visto una persona  capaz de consumir tanta bebida  y comida en un tiempo tan breve.
Cuando Simón concluyó, le trajeron la cuenta y allí recién reparó que el maíz que había llevado, que era todo lo que le quedaba, con las justas alcanzaría para cubrir el costo de lo que, en un momento, había consumido.                                   
        

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