LA VENGANZA DEL CAMPESINO DE PONGOBAMBA
Las grandes y coloradas papas saltaban de los
surcos como piedras: las chakitaqllas volteaban de un solo golpe los terrones.
A un costado de la chacra, uno de los hijos de Juan Rayme atizaba un hornito de
piedras, donde las watias deberían estar cocidas para la hora del descanso.
Santusa recogía las papas en una manta. Ella era una joven
mujer, de aproximadamente quince años, de tez cobriza, con docenas de trencitas
y flores que adornaban sus cabellos. Su montera le colgaba a la espalda,
mientras su pollera, de color azul oscuro, flotaba sobre sus rodillas. Sus pies
calzaban ojotas de cuero de llama.
Mientras tanto, en la
inmensa pampa de Chinchero, al sur de Urubamba, su padre y los otros labriegos
seguían hoyando la tierra con pequeños picos.
Los chincherinos no vivían felices porque los gamonales y las
autoridades los extorsionaban. Sin
embargo continuaban viviendo en
comunidades o ayllus, practicando las formas de trabajo que venían de
sus ancestros: ayni, minka y otras.
El sol caía como brasa
sobre las espaldas sudorosas de los labriegos que continuaban escarbando
incansablemente la tierra y sacaban las papas. El humo del hornito subía como
un caracol hacia el cielo. Se hacia
tarde y la cosecha era muy pobre debido a las sequias y a las plagas.
De pronto aparecieron el gobernador y los
tenientes gobernadores, montados a
caballo. Después de aperarse de las bestias, empezaron a apoderarse de los sacos de papa. Juan Rayme y su hija
Santusa trataron de recuperar sus tubérculos pero, después de algunos forcejos, golpes e
insultos,, las autoridades se impusieron
sobre los humildes labriegos y se llevaron las papas con el argumento que eran
para el subprefecto de la provincia de Urubamba.
Cuando el sol salió detrás
de la montaña Antakilka, el gobernador partió
hacia la capital de la provincia con un regalo de papas y un par de carneros,
para presentar la queja ante el subprefecto.
Juan Rayme estaba sentado
en el poyo de su casa, lamentablemente de lo sucedido el día anterior. De
pronto vio a un par de policías que
montados en briosos caballos se dirigían hacia su bohío. El agrario se
nervioso, no supo dónde meterse; tampoco quiso pedir auxilio a su hija, que se
encontraba en la cocina preparando el almuerzo. Los guardias bajaron de sus
corceles y sin ninguna explicación lo agarraron a puntapiés y cachetadas. No
contentos con esta acción, lo amenazaron con meterle un balazo; luego lo
atacaron con una soga larga a la montura de uno de los corceles y, a continuación, emprendieron veloz carrera
hacia Urubamba. Cuando Santusa salió de la cocina ya era muy tarde. El bárbaro
acto se había consumado en un santiamén, sin darle tiempo a salir en defensa de
su padre.
El labriego fue
arrastrado por la cuesta en dirección a la capital de la provincia. Detrás, el
otro guardia vigilaba al chincherino que iba sudoroso y cubierto de polvo.
Cuando el preso llegó a
Urubamba, la gente que vio semejante cuadro se compadeció y protesto por tan
inhumana Actitud. Juan Rayme tenía los labios resecos, su mirada parecía
perdida por falta de valor; sus ojotas estaban rotas por el excesivo y forzado
trajín. El campesino ingresó a la
cárcel forzado por las autoridades y sin
poder defenderse.
Al día siguiente, muy
temprano, , Dorotea, la esposa de Juan, y Santusa, su hija, llegaron cargando
dos pellejos, frazadas y comida para el preso. Después de una tediosa gestión
les permitieron ingresar a la cárcel.
Fue un momento dramático, lleno de lagrimas, abrazos y besos.
Después de visitar a Juan,
ambas mujeres se dirigieron donde el subprefecto. Ellas estaban muy nerviosas
pues jamás habían pisado la puerta de
ninguna autoridad. Finalmente, las hicieron ingresar al despacho. Detrás de un
escritorio se hallaba la máxima autoridad, sentado en una silleta movible. Él
les dijo:
-Buenos días, ¿qué se les
ofrece?
-Papay, ayer a mi marido
dos guardias han traído jalado por un caballo –dijo Dorotea, muy nerviosa.
-¡Ah… carajo! Todavía
vienen a mi despacho… ¡Lisura! ¿Cómo han faltado a mi representante?-hijo el subprefecto.
-Papay, jamás te mentiré, que me trague la tierra, sabe la
Mamacha que mi esposo y mi hija nunca han
alzado una paja del suelo para faltar a la autoridad.
-¡Carajo, todavía niegan!
¡Carajo! ¡Han faltado a la autoridad!... a mi representante, al representante
del gobierno.
-Papay, perdóname, nunca
hemos faltado.
-¡Carajo! ¿Todavía
mienten? ¡Enciérrenlas, carajo!
El subprefecto llamó a
uno de sus subalternos
-¡Carajo! ¡Van a ver
quien soy!-dijo el subprefecto
Con lágrimas en los ojos,
doña Dorotea se arrodilló, besándole las manos al subprefecto. La autoridad,
fingiendo compadecerse, dijo con voz segura y pausada:
-Bueno mujer ¿quieres
arreglar y sacar a tu marido de la cárcel?. Quiero la cantidad de mil soles.
Este dinero lo quiero mañana mismo para retirar la denuncia interpuesta; caso
contrario tu marido será llevado a otra cárcel del país. El dinero que me lo
traiga tu hija. ¿Entendiste?
-Si, papay- dijo la
mujer.
Las dos mujeres salieron del despacho con la idea
de conseguir el dinero como sea.
Juan Rayme vivía cerca de la laguna de Piuray, en
cuyas aguas había abundante totora. En ella se hospedaban patos que, todas las mañanas, musicaban
hermosas melodías. La vivienda de Rayme era de adobe con techo de paja.
En el camino Dorotea y
Santusa decidieron vender su única vaquita, que les daba leche y queso, así
como las papas que habían cosechado. La cuesta se les hizo muy pesada, llegando
a su casa a latas horas de la noche. Aunque cansadas, fueron a la cocina para
prepararse algo de comer, pues desde la mañana no habían probado ningún bocado.
Durante la noche, la mujer no pudo conciliar el
sueño. A su imaginación llegaban mil ideas. Primero conseguir un comprador,
segundo vender la vaquita. Pero ¿vender
su única vaquita? Recién se le vino a su corazón un sentimiento hacia el animal
que había criado desde su infancia con cariño y haciendo mil sacrificios.
Al día siguiente partió
en busca de un comerciante del pueblo de Chinchero, pero el majadero le ofreció
un precio muy bajo por la vaquita. Pero, ni modo, no había otra alternativa y
tuvieron que venderla. En el momento de entregar la vaca, Santusa y Dorotea se
pusieron de acuerdo se pusieron a llorar a raudales, porque ya no tendrían
leche, ni queso, ni tampoco una futura cría, pues la vaca se hallaba en estado
de preñez avanzada.
Al último canto del gallo, al sonar los trinares
melodiosos de los pajarillos y el graznar de los patos de la laguna de Piuray,
Santusa se levantó de madrugada. Fue al manante cercano y se aseó, luego se preparó
una sopita de pobre. Después partió
hacia Urubamba llevando su
fiambre de papas, sal y rocoto. También llevaba
el dinero para entregarle al subprefecto
de la provincia. Después de algunas horas de caminata, llego a las
puertas del despacho de la autoridad. Santusa se puso muy nerviosa, no quiso
tocar la puerta con el puño, porque aún era muy temprano, pero el amor a su
padre era muy grande y quería su libertad.
Por consiguiente se animó a golpear la puerta. La puerta. La autoridad
salió con una toalla colgada al cuello,
pues había terminado de asearse. La invitó a pasar al despacho. La mujer
ingresó nerviosamente. Después bajo su bulto y sacó los mil soles que le
entregó contabilizándolos
Después de recibir el
dinero, el subprefecto invitó a Santusa a sentarse en una silleta, luego de una
habitación contigua, sacó una taza de té con algunas gotas de aguardiente.
Ella, al recibir, bebió un primer sorbo; paladeó y quiso rechazar, pero se contuvo por los
nervios. Después de tomar otros sorbos, Santusa se sintió mareada. Se puso a
monologar sola, después a llorar hasta
que, finalmente, cayó al suelo. De inmediato el subprefecto la agarro de las
manos y la arrastró hasta su dormitorio. Ella tenía los miembros totalmente
relajados. Después de acomodarla, el subprefecto empezó a violarla.
Cuando Santusa se
despertó, se dio cuenta de los sucedido y, de inmediato, se puso a llorar, pero
la autoridad política la amenazó con fiereza si contaba lo sucedido, además le
dijo que jamás saldría su padre de la cárcel y, en ultima instancia, lo haría matar, su venganza llegaría a toda la
familia y la obligó a hacer juramento delante del Cristo Crucificado.
Después de algunos días
de detención, Juan Rayme salió del cautiverio, Junto con su hija partieron a la
comunidad de pongobamba.
El gobernador, ufano y
petulante, seguía atropellando y abusando de la humildad de los campesinos.
Juan se tragaba su cólera
y pedía a Dios un castigo ejemplar para este gusano. En las noches soñaba que
lo mataba, y los días pasaban raudamente.
La santusa empezó a
cambiar de carácter y también a engordar. Todos los días agarraba la rueca para
hilar, se arremangaba la pollera a la cintura y se pasaba el día haciendo
pastar a sus ovejas en los cantos de las chacras.
Una noche oscura, llena
de vientos, a Santusa le vinieron los dolores de parto. Su padre enloquecido pedía
explicaciones, gritaba como trueno, amenazaba, esta impotente ante la sorpresa.
¿Quién era el autor de este niño’ La mujer guardaba religioso silencio, le
caían las lagrimas a torrentes, sus gritos de parto eran terribles, el ¡Ay…!
Cundía en la zona. A altas horas de la noche la desesperación de Santusa llegó
al máximo. La pobre mujer llevaba ya varios días de dolores, le vio la cara a
la muerte y confesó quien era el autor del niño.
En la madrugada, el
labriego, con la cólera de un puma dispuesto a pelear, agarró un bastón, puso
un cuchillo en su atado de coca y, como un trueno, partió a Urubamba. En el
camino iba bramando como un toro en desafío, en sus visiones de cólera veía al
maldito subprefecto. Llegó al rayar el alba. A las gentes que encontraba les
preguntaba por el odioso. Le contestaron
que el personaje había desparecido de la zona, posiblemente lo habían
trasladado, a otro lugar, con el mismo cargo. Nadie conocía el paradero de este
negro personaje, que siempre vivió retraído.
Sumamente cansado, Juan
Rayme regresó el mismo día a su casa. La sorpresa fue que su nieto ya había
nacido. Era una criatura rolliza y colorada. El agrario lloró por su hija
mancillada. Después de una lenta resignación, decidió luchar por su hija y su
nieto, dándole a este último su apellido.
La figura del subprefecto
seguía rondando en la cabeza de Juan Rayme. Él era el causante de todas las
desgracias caídas sobre su familia.
Cierto día, el ex
subprefecto de Urubamba enrumbaba hacia
Chinchero cabalgando una mansa yegua
negra. Juan Rayme, que se había asomado a la puerta de su choza, tuvo el
presentimiento que podría ser el padre de su nieto. La ex autoridad política llegó
frente a la humilde choza. Juan Rayme le salió al encuentro con gran calma.
Luego de reconocerlo, lo invitó a pasar a una habitación. Sin dejar notar
ninguna animadversión, le puso un asiento para que se sentara.
Al enterarse de la
llegada del malvado, Santusa cogió en brazos a su vástago y desapareció de la
choza. Mientras, Dorotea, que regresaba de pastar a sus ovejas, fue a la cocina para preparar una comida que
invitarían a la ex autoridad.
La ex autoridad política
de Urubamba, después de intercambiar algunas ideas, comenzó a indagar sobre el
paradero de la Santusa. Juan Rayme le informó que había salido de viaje a un
lugar cercano y que mañana, muy temprano, iba a regresar. Esta respuesta
incomodó al visitante. Sin embargo, él no tenía noción que tenía un hijo con la
joven mujer, puesto que ni siquiera pregunto por él.
Luego de conversar de
muchas cosas, la ex autoridad solicito a los dueños de casa que lo alojaran por
esa noche. Juan aceptó.
La noche cayó con sus
oscuras sombras. Después de cenar, la ex autoridad se fue a dormir a una
habitación contigua a la cocina. Dorotea y Juan se fueron a ocupar su pobre tálamo.
A altas horas de la noche, Juan Rayme se levantó, se visito y luego se dirigió
a la habitación donde el visitante roncaba con el pescuezo al aire. El campesino cogió un hacha y,
armándose de valor, regresó a la habitación donde estaba la Ex autoridad.
La luna brillaba sobre la
casa, las estrellas habían aumentado su iluminación. Don Juan ensalibó la palma
de su mano y pasó por ella el filo del hacha. Luego la levantó, dirigiéndola con fuerza hacia el pescuezo
largo y colorado, que se partió en dos. La sangre comenzó a brotar a borbotones.
Los miembros empezaron a temblar, luego
el cuerpo de la ex autoridad se inmovilizó.
Con la serenidad de un
burro viejo, aprovechando la luz de la luna, Juan Rayme sacó de su cocina su
cuchillo. Luego de afilarlo, le cortó
los genitales al cadáver y después, le sacó el corazón. Seguidamente se fue a
la orilla de la luna de Piuray, llevando
los dos órganos y, con esfuerzo sobrehumano, los lanzó al fondo de las aguas.
Luego regresó a su casa. El cadáver lo
enterró en un hueco formado por la
erosión de la naturaleza y lo cubrió con tierra. Por último regresó a su
casa, limpió, la sangre que había en la
habitación y borró toda pista comprometedora.
Al día siguiente, Dorotea
se despertó muy tranquilamente. Igualmente lo hizo Juan Rayme, que empezó a
realizar sus tareas agrícolas. Pronto llegó Santusa, cargando a su hijo. Preguntó
por el paradero de la ex autoridad,
Rayme le dijo a ella y a su señora que, después de un sueño, la visita se retiró
en dirección al pueblo, montado en su
yegua.
Como la ex autoridad
pertenecía a la aristocracia cusqueña, su ausencia fue rápidamente notada. Las
autoridades empezaron a buscarlo por todas las provincias, perdiendo ya las
esperanzas por encontrarlo.
Cierto día, los
labradores que moran en los alrededores de la laguna de Piuray, vieron flamear
algo rojo, a la plena luz del día. Su reflejo llegaba hasta los lugares más
distantes. Así que se empezaron a contar
mil historias sobre esta aparición. Mucha
gente intentó llegar a nado hasta el cuerpo extraño, pero el frio excesivo
no lo permitió. Por tanto las conjeturas siguieron creciendo y llegaron hasta
comarcas lejanas. Algunas personas, atraídas por los misteriosos comentarios,
vinieron hasta la laguna para confirmarlos con sus propios ojos.
Un día un grupo de
jóvenes construyo una lancha de totora para llegar hasta el lugar misterioso,
pero la expedición fracasó debido a la presencia de abundantes raíces y musgos.
Cierta noche, que llovió a torrentes, las aguas de los cerros vecinos
desembocaron los totorales y los musgos. Un día, un pastor encentro en las
orillas de la laguna, los genitales y el corazón de un hombre. La noticia del hallazgo corrió por las aldeas vecinas, y
también llegó a oídos de Juan Rayme.
Después de reflexionar
algún rato, Juan Rayme ingresó a su cocina, busco con los ojos el cuchillo que
había utilizado para sacar el corazón y cortar los genitales del ex
subprefecto. Después, cuando ya caía la tarde, se fue en busca del gobernador
del distrito de Chinchero. Lo encontró en la cantina, donde él y sus subalternos
solían beber todas las tardes. Al ver a
Juan Rayme, la autoridad del distrito de Chinchero, le dijo:
-¡Carajo! ¿Acaso me
conoces?
-Si, taytay, eres pues el
gobernador.
La autoridad política ordenó
a uno de sus subalternos que le sirvieran una copa de aguardiente al recién
llegado. La luz del mechero con las
justas iluminaba el ambiente. Juan recibió la copa con mucha humildad, bebió el
primer sorbo y después saboreó con
placer la bebida. El gobernador aumento más aguardiente a la copa de Juan Rayme.
Luego, muy mareado, con aires de todopoderoso y soberbio, le empezó a
recriminar al campesino, incluso habló de su hija Santusa, de quien vomitó mil
sandeces. Finalmente dijo:
-¿Vale o no vale una
autoridad?
El labriego, con la
cólera que guardaba en su interior, empezó a buscar un lugar estratégico frente
al gobernador. De pronto, en un solo
esfuerzo, sacó el cuchillo reluciente y lo clavó en el corazón de la autoridad
del distrito. La sangre empezó a brotar y el cuerpo cayoo pesadamente ante la mirada atónita de los presentes.
Nadie se atrevió a capturar a Juan Rayme. Él, con serenidad inaudita,
salió al exterior de la cantina y enrumbó
a su bohío. Cuando llegó, encontró a su esposa y a su hija durmiendo en sus
respectivos lechos. Juan las despertó y les contó todo lo sucedido y, después
de darse valor, se dirigió a la cocina para prepararse algo de comer.
Al día siguiente, cuando
rayaba el alba, después de desayunar un
pobre plato de sopa de papa, Juan de despidió de sus seres queridos. Cargando
el cuchillo filudo partió hacia Urubamba a entregarse a las autoridades y
confesar los crímenes que cometió en defensa del honor de su hija.

No hay comentarios:
Publicar un comentario