viernes, 18 de mayo de 2012

                                                EL CURA Y LA BURRA



Al  pie del legendario  y gigante Wayrawasi el verdeazul  Vilcanota va desplegándose produciendo hermosas melodías de la naturaleza, que hacen coro con el silbido de los vientos quebradinos. Los maizales ya se encuentran en os tendales, bordeados de muros de chalas secas, y  secándose bajo la vigilancia de su dueño, quien mira con muchos deseos de venderlos pronto, para tener algunos reales en el bolsillo, y comprar ropa para su mujer, sus hijos y para él.
Al día siguiente, cuando está despuntando el alba, los estudiantes del Colegio de Wayllabamba, muchos de ellos  emponchados,  parten hacia las tierras que han sido calcheadas, arreando sus ganados para que pasten, acompañándolos hasta la hora de entrada al Colegio.
Un día siguiente llegó al Colegio un cura simpático,  con pecho rojo y algunos pelos, para enseñar el curso de religión. Los profesores y los alumnos lo recibieron con cariño, venia en reemplazo del padre Tomas Pacheco. La noticia de su llegada corrió de casa en casa, mucha gente se aferraba en no creerla pues  el padre de Pacheco se había ganado el aprecio del pueblo; pero, ni modo, los pobladores tenían que resignarse, aunque, ¡cómo esperaban el domingo para escuchar la primera misa del recién llegado! Las primeras personas en ir a la sacristía a ofrecerse para realizar cualquier actividad religiosa fueron, como siempre, las viejas cucufatas, con sus caras hipócritas, acostumbradas a golpearse  el pecho, no solo con el puño, sino con una piedra grande y redonda en signo de arrepentimiento para no pecar más.
Por fin, llegó el domingo y al escuchar el melodioso tañido de la campana de Wayllabamba, de todos los rincones del pueblo, la gente se enrumbaba a la iglesia con grandes deseos de escuchar la misa. Sobre todo, para observar cómo celebraba la misa el nuevo cura, mas cuando concluyó el sacramento,  las cucufatas salieron del templo descontentas, porque la había celebrado con apresuramiento  y ellas no tuvieron  el  tiempo suficiente para cantar sus tan consabidos coros religiosos con sus voces aguardentosas.
Pasan los días, vienen los días y el cura colorado y alto, de alguna manera, comenzó a ganar cierta confianza en los alumnos, principalmente en las muchachas. Pero como los estudiantes  estaban acostumbrados a ser tratados sin discriminación, en los adolescentes, empezó a cundir los celos.
Los campesinos de Wayllabamba, como era mes de mayo, dormían en los tendales  cuidando los maizales. Para hacer llevadera la noche,  muchas veces, los agrarios se reunían entre vecinos y bajo la mirada de la luna relataban historias de almas, laikas, condenados, ñakachos y,  de noche en noche, se les acababa la conversación. Una noche de esas el Trejo y urraco cholo Froilán Mormontoy dijo:
 _Don Mariano, me parece que al tayta cura le gustan las pollitas del Colegio, porque le he visto caminando con ellas por las calles del Wayllabamba.
_Don Froilán, no seas mala boca, el tayta cura es el representante de Dios en la tierra.
Pero, los estudiantes del Colegio de Wayllabamba murmuraban también contra el cura, no podían enfrentarlo porque le tenían miedo; si embargo, él transitaba por las viejas calles del pueblo,  todo juvenil, con sus cuantos pelos en el pecho. Como no comprendía ni pizca de quechua, los estudiantes aprovechaban para decidirle ‘’ cura warminiro’’.
Después de algunos meses de permanencia en el pueblo, organizó el novenario  de la Mamacha Dolores, para tal efecto citó  al templo solamente a las muchachas  del colegio, para que ofrezcan con sus hermosas voces las canciones religiosas a la Virgen. Entonces, sus compañeros se agrupaban en la puerta de la iglesia, en las esquinas, o tomaban asiento en las bancas del parque,  bajo la mirada del árbol de pisonay, para comentar algo sobre el cura.
 Después de la novena de la Mamacha Dolores, el cura organizó  en las noches, especialmente, de los sábados, la práctica  del vóley. ¿Y qué hicieron los estudiantes del Colegio? Como el deporte era exclusivo para las mujeres, se subían a los árboles  de capulí, peras duraznos y de las ramas vigilaban a sus compañeras.
Cuando los campesinos daban las primeras pestañadas en el tendal, recién las alumnas empezaban a retirarse de la casa cural para ir a dormir a sus casas. Los pobres vigilantes bajaban de los árboles coléricos  y entumecidos  por el frio invernal, agarrotados de tanto sentarse en las ramas de los árboles. El pueblo no reaccionaba, pese a la experiencia  de una década atrás, cuando el cura Alfonso Otàrola sedujo a la cantorita María, a quien la dejó  en estado. Para calmar a su padre, pianista del templo; le regaló  los terrenos de la iglesia y a ella la enviaron a una ciudad lejana para que desembarace. Ese mismo año, cayó en Wayllabamba un aluvión que arrasó  viviendas y mucha gente se quedó sin un pellejo para dormir. El pueblo culpó al cura Otàrola de la desgracia, por su mal comportamiento.
Edmundo Auka, un púber  precoz. Se sentía enamorado de la Juanacha, muchachita de los buenos encantos. Para él, fue una maldición la llegada del cura a Wayllabamba, pues éste andaba tras de la Juanacha y esto lo mataba de celos. No  sabía qué hacer, se tragaba la saliva sin decir nada a nadie. Edmundo Auka un día de esos se embriagó por primera vez, con té macho y ponche. Justo el día que fueron a recoger ñujchu de las pampas de Maras, y con otros jóvenes  entraron en una caverna lejana. Debían echar flores a la Mamacha Dolores el día de Lunes Santo y era tradición que los muchachos se organizaban con tiempo y ahorraran algunos reales para gastarlos esa noche en beber y sentirse hombres,  con hecho y derecho. Fue entonces que, ebrio, confesó  llorando a sus amigos que se sentía enamorado de la Juanacha; pero, en el camino de su amor se había presentado la nube negra del cura. Entre tragos y tragos, sus amigos se ofrecieron ayudarlo. Pero, ¿Cómo?
Desde aquella oportunidad de la jarana, Edmundo con sus amigos no se soltaban para nada,  se turnaban  para vigilar a la Juanacha. Cuando la bella Juanacha estaba con sus padres o el cura no estaba en el pueblo, marchaban jubilosos  a los labrantíos a amansar y montar a los burros que encontraban en el camino.
El honor  de la Juanacha empezó a transitar de boca en boca, como sus padres eran campesinos y católicos  no sabían qué hacer, tampoco se atrevían decir algo al cura. Mientras tanto, el pobre Edmundo Auka había adelgazado,  pues el amor lo consumía. Aunque, la casquivana de la Juanacha jamás se había fijado en el flacucho y pálido joven de escasos catorce años.
¡Cómo esperaban, Edmundo y sus amigos, que llegue el último sábado de mayo! Pues habían determinado sacar al cura del pueblo de Wayllabamba, cueste lo que cueste. En efecto, todo estaba planificado.
Cuando la vieja campana de Wayllabamba comenzó a resonar por toda la población, las primeras personas en acudir al templo fueron las cucufatas, luego llegaron los demás. Juanacha y sus amigas que se encontraban en las primeras bancas, dispuestas a rezar. Cuando el rosario empezaba en su segundo misterio, Edmundo y sus amigos aparecieron con una burra hambrienta. No sabemos de qué rincón  del pueblo la habían sacado, la arrearon hasta la plaza de  Armas donde se les sumaron sus demás compañeros,  que esperaban vigilantes en lugares estratégicos. Por  un manojo de alfalfa la bestia era capaz de meterse en cualquier sitio, ellos la habían probado con satisfacción. En efecto, momentos antes de iniciado el rezo, ambos amigos habían escondido manojos de alfalfa detrás del confesionario.
Iniciado el tercer misterio del Santo Rosario la burra, con paso firme y seguro, las orejas paradas hacia adelante, ingresó muy decidida por medio del templo, guiada por su fino olfato. El cura al mirar que se aproximaba un ser extraño gritó de horror, creyó que el diablo se le acercaba en la oscuridad de la noche. Repuesto, reconoció que no se trataba del diablo sino de una burra de carne y hueso que resuelta avanzaba hacia el confesionario. Escandalizado, de inmediato cortó el rito religioso y desde su tribuna empezó a despotricar de los profesores sutepistas, comunistas autores del hecho.
Al día siguiente, el cura de algunos cuantos pelos en el pecho rojo, desapareció del pueblo de Wayllabamba.


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