martes, 28 de febrero de 2012

LAS WAYLAKAS

El joven Siwar era una persona llena de cualidades y habilidades; nunca estaba ocioso. En sus horas libres solía soplar su quena con pasión y amor. La música que solía de los huecos del instrumento no solamente hacia regocijar, sino también bailar. Pero, cuando interpretaba melodías de tristeza, hacia llorar a la gente de su comunidad.
¡Siwar se había convertido en el suspiro de las mujeres!
A Siwar le vigilaba celosamente su madre. Ella no quería que caiga en los brazos de una mujer cualquiera. Su aspiración era que su futura nuera sea una femenina de su casa y trabajadora.
Cierto día, Siwar fue invitado a tocar su quena en una comunidad vecina. Él, fuera de tocar, cantó unos hermosísimos waynos de su creación, con voz jamás escuchada por esos lares. Este hecho cautivó a mucha gente, principalmente a las muchachas.
Otro día, Siwar fue invitado a otra fiesta. En esta actividad social, no solamente tocó su flauta y cantó… sino también danzó, con tanta elasticidad y perfección, que mucha gente quedó impresionada y cautivada por la habilidad del mozo.
Aparecieron muchas pretendientes y admiradoras de Siwar, quienes fueron donde su madre a decirle que quieren casarse con él, pero la mujer les dijo que, para contraer nupcias con su hijo, primeramente tienen que aprender a cocinar los diferentes platos, coser, trabajar en el campo, criar a los animales…
¿De donde era Siwar? Era de la comunidad de Amaru, descrito de Pisaq.
Como Siwar ya estaba en la etapa de casorio, un día le dijo a su madre que quería casarse y que escogería a su futura esposa, conforme a las costumbres de las comunidades vecinas de Viacha, Sakaka, Paru Paru…
Un día, el alcalde de Pisaq invitó a todas las autoridades a la celebración del aniversario del distrito. Los festejos comenzaron con su serenata, Siwar se distinguió con todas sus habilidades conocidas pero, al día siguiente, dentro del programa estaba la doma de potros. En efecto, la gente se encontraba concentrada en el ruedo del pueblo. De pronto, por la puerta principal del ruedo, ingresó un tropel de potros produciendo gran polvareda. De inmediato muchos mestizos de Pisaq se lanzaron al ruedo, con sus respectivos lazos, para capturar a los animales cerreros. Todos los potros fueron domados, a excepción de un potro negro chillo quien, pese a que tenía enlazados varios lazos en el cuello, los domadores no podían sujetarlo, peor domarlo por su fortaleza física, su salvajismo y sus mañas de patear y mordisquear a cada persona que se atrevía a acercársele.
La doma de potros era una fiesta para los mestizos del pueblo; Siwar estaba exonerado de este deporte por ser indígena. Pero, como estos mestizos no pudieron domar al potro negro, Siwar se atrevió a ingresar al ruedo, con un lazo, para domar al animal salvaje. La gente gritó frenéticamente diciendo:¡Valor, valor, domador!
De pronto, con un lazo de cuero enrazo el cuello de la bestia negra. Siwar pretendió jalar pero el potro, como estaba acostumbrado a caminar sin hacer caso a nadie, recién encontró una fuerte resistencia. El potro se empecinaba en seguir con sus caprichos, pero Siwar sacó una fuerza del alma y, de repente, le dobló el cogotudo cuello del montaraz. ¡Siwar se había convertido en la figura de la tarde! Después que dobló el cuello del animal en repetidas oportunidades, recién se atrevió a lanzarse sobre el lomo del cimarrón en plena carrera. Para no caer, se agarró de la crin de la bestia. El salvaje comenzó a dar saltos y saltos, corcoveando y lanzando patadas al aire, pero Siwar se mantenía encima de la bestia forzando que se canse hasta que, finalmente la gente comenzó a aplaudir con mucho frenesí. Los mestizos que le miraban desde sus sitios de costumbre, estaban coléricos, puesto que un indio había domado al potro más temido y salvaje de la zona.
Los hombres de las comunidades se lanzaron a felicitarlo por la hazaña que había realizado.
Cuando llegó la temporada de sembrío, Siwar agarró una buena extensión de tierras baldías de la comunidad. Con tesón, paciencia y esfuerzo a empezó a roturar las tierras con la chakitaqlla, aprovechando las primeras lluvias. Luego, abrió una acequia; después construyo un pequeño reservorio en la tierra. Con inteligencia y habilidad cosechó gran cantidad de agua de las lluvias. Con este elemento regó sus sembríos de papa, habas, maswa. Este producto no solamente sirvió para la despensa, sino también hasta para vender, puesto que había hecho producir abundantemente.
Después de las cosechas, las pretendientes fueron a la casa de Siwar, a solicitarle a su madre, para que se casen; pero ella les respondió diciendo:
-¡Hermosas mujeres! Todavía mi hijo no se va casar, porque tiene que ir en peregrinación al señor de Koyllorit` i, llevando bailarines.
Cuando llegó la festividad del señor de Koyllorit`i, Siwar partió, llevando un grupo de danzantes, con sus propios peculios. Igualmente sus pretendientes y admiradores partieron tras Siwar. Cuando llegaron al santuario, cada una de las mujeres pidieron un milagro para casarse con Siwar.
Cuando retornó la delegación, después de varios días de viaje, nuevamente las pretendientes fueron donde la madre de Siwar con igual solicitud. Ella les dijo.
-¡Bellas mujeres! Todavía mi hijo no se va casar, porque no tiene una casa propia, sino a donde llevaría a su futura esposa.
La comunidad de Amaru le entregó una pequeña extensión de tierra para que construya su vivienda. Pronto, Siwar comenzó a trasladar piedras para la cimentación. Luego empezó a elaborar miles de adobes y, por último, inicio a traer palos. La construcción de la vivienda se Siwar inicio a elevarse, como una espuma, en pocos días.
De alguna manera, en las altas comunidades de Pisaq, Siwar se había convertido en un hombre muy amado por las mujeres y también envidiado por sus coetáneos y coterráneos.
Cuando llegó el día del techado de la casa de Siwar, la comunidad de Amaru, en pleno, llegó al amanecer, cargando ichu y soguillas. Para esta fiesta, doña Dorotea había elaborado abundante chicha y también había previsto abundante comida. La muchedumbre ya no quiso que Siwar suba al techo a trabajar, sino que sople su instrumento musical. Ciertamente, cuando comenzó a soplar su flauta, el aire empezó a trasladar las hermosas notas musicales a los oídos de sus admiradoras, quienes como hechizadas, dejando sus quehaceres empezaron a trasladarse a la nueva casa de Siwar, portando ramos y pétalos de flores. Iban arropadas con sus indumentarias de fiesta, consistente en falditas flotantes de varios pisos de bayeta; sus corpiños ajustados, y un sombrero, tipo campana, de bellos colores vivos. Pisaban hermosas ojotas adornadas con soguillas de color oro.
Cuando llegaron las pretendientes y admiradoras de Siwar, quedaron pasmadas por la belleza, tan excepcional de la vivienda. Los trabajadores empezaron a bajar del techo para descansar y manducar la merienda. Ciertamente comenzaron a ocupar el amplio patio de la casa. Después que se posicionaron en unos asientos improvisados de piedras, y de adobes los restantes, de la cocina comenzaron a salir los platos de comida, portados por las pretendientes de Siwar.
¡El sol contemplaba con sus hermosos ojos a la vivienda y a los campesinos!
Después que culminaron de yantar, iniciaron a beber chicha. Las admiradoras y pretendientes empezaron a entregar flores a los trabajadores. Igualmente a derramar los pétalos en la cabeza de ellos. Siwar agarró su quena y comenzó a soplar una hermosa danza. Las mujeres y los trabajadores hicieron una ronda gigante para bailar; Siwar se encontraba al medio de ella, danzando y tocando su instrumento.
Cuando culmino la danza, doña Dorotea, juntamente con sus amistades, salió de la cocina luego, dirigiéndose a los trabajadores y pretendientes, dijo:
-Hermanos, hermanas!.Quedo muy agradecida por vuestro apoyo en el techado de la vivienda de mi hijo Siwar. Pero esta casa ya debe tener dueña. Como Siwar tiene tan hermosas pretendientes, no quiero ser injusta con ninguna de ellas, quiero que Uds. Sean testigos de esta prueba.
Doña Dorotea penetró a su despensa, luego salió trayendo una manta de papas llenas de ojos y grietas (qhachuninpapa) o papa de las nueras. Después, suplicó a las hermosas pretendientes que se colocaran alrededor del patio, y se apoltronaran en el suelo. Seguidamente, comenzó a repartirles, a cada una de ellas, treinta papas del mismo porte. Luego les dijo:
-Bellas mujeres, quiero que mi hijo tenga una esposa de sus casa, y no una Waylaka (*). Quien termine primero, mondando estas papas, será mi nuera.
La competencia había empezado, Siwar interpretaba una hermosa melodía. La gente miraba cómo funcionaban las manos hábiles de las mujeres que pelaban las papas llenas de huequillos y grietas.
Después de un tiempo prudencial, Dorotea dijo que dejaran de mondar las papas. A continuación, comenzó a calificar a cada mujer, por la cantidad de papas mondadas, y por la calidad fina de cáscaras. El nerviosismo se había apoderado de las competidoras. Finalmente, Dorotea declaraba como ganadora a una bella mujer, llamada Tuya, de la comunidad de Sakaka, diciendo:
-Tú si eres una mujer, no, una Waylaka
Cuando concluyó la competencia, Siwar se aproximó donde Tuya, luego le dio un beso en los labios. Era la primera vez que besaba a una mujer.
(*) Waylaka: Mujer muy poco dedicada a las labores culinarias y domesticas.

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