
Origen de la Coca
En tiempos antiguos, en las quebradas de Chungui, Punki y Anco unos hombres salvajes vivían en oscuras cuevas. Para alimentarse, cazaban venados, llamas, vizcachas. Si estos les faltaban, devoraban hormigas, sapos, arañas, ciempiés, culebras. Es decir, se alimentaban de todo lo que encontraban a su paso. Sin embargo, en tiempos de sequía, no tenían que cazar ni qué comer; entonces empezaron a atacar a sus propios congéneres. Primero a los niños, luego a los mayores.
Los cavernícolas habían puesto la mira en un adolescente, quien se dio cuenta de las intenciones de la horda, por lo que, una noche, se fugó de la cueva y luego caminó hasta el abra de Rumí chaca. Allí percibió un aire benigno, que lo atrajo a descender. Poco a poco, a medida que bajaba, se fue despojando de los pellejos que o cubrían.
Caminó tanto que el hambre y la sed lo desfallecían. Al llegar a una pampa divisó un torrente cristalino de agua que en cascada bajaba de una montaña. Desesperado, corrió hasta la catarata, donde jadeante y sudoroso bebió hasta calmar su sed, procediendo luego a tragar la sanguijuelas y otros bichos que encontró en el lugar. Una vez que satisfizo estas necesidades vitales, tuvo ganas de dormir. Somnoliento, alcanzó a divisar un grueso tronco tirado en el suelo y corrió hasta él. Por el grosor del tronco no pudo subirse encima de él. Entonces, trepándose a un arbusto cercano, se descolgó sobre el tronco. Se trataba de un viejo vegetal que se estaba descascarando. Cuando trató de acomodarse encima de él, le pareció que el tronco se movía. Se cogió como pudo de las cortezas y percibió que el tronco se deslizaba hasta alcanzar una gran velocidad, abriéndose caminó por la tierra, cruzando ríos, subiendo y bajando montañas y produciendo en su recorrido fuertes y espantosas crepitaciones. El joven no podía bajarse por la altura en la que estaba y por la velocidad que había alcanzado el vegetal. Si se arrojaba en estas condiciones habría resultado una muerte segura. Por lo tanto, lo único que le quedaba, era agarrarse bien y seguir viajando donde el tronco lo llevase.
Por fin, luego de varios días y noches, el tronco se detuvo en una inmensa pampa, circundada por soberbias y barbudas montañas.
El adolescente se pudo bajar del tronco. Estaba muerto de miedo y de sueño, pues no había podido pegar los ojos durante todo el viaje. Al alejarse presuroso del tronco, se dio cuenta que se trataba de una inmensa serpiente, por lo que trató de huir, despavorido. Mas una dulce voz lo detuvo. Era la serpiente que le decía:
- Joven, soy de estas tierras. Ahí, adelante, hay un huevo, ábrelo y aliméntate.
El hambriento y sediento adolescente tomó una piedra grande y, con golpes desesperados, intentó abrir una grieta en el gigantesco huevo. De tanto golpear, lo rajó y empezó a brotar una sustancia lechosa, que el joven empezó a engullir por engullir. Conforme iba consumiéndola, el joven, que era un enclenque, se empezó a transformar en un mancebo guapo y robusto.
La divina bestia contemplaba con placer cómo el adolescente iba tomando un aire especial de selva.
Cuando el joven mitigó su hambre y su sed buscó, con sus hermosos ojos, un lugar para descansar. De pronto, un ruido extraño rompió su sosiego y lo hizo correr hasta guarecerse debajo de un árbol cuajado de frutos, donde se protegió de los vientos huracanados y de los movimientos de la tierra. Ahí se percató que, a la distancia, otra serpiente gigantesca se abría paso por el monte, acercándose. Con sus gruesos y musculosos brazos se sujetó al árbol. La serpiente se detuvo frente a él. En su hombro transportaba a una mujer diminuta y pálida, con cabellera que le llegaba hasta la espalda. Era de rostro redondo y ojos rasgados. La muchacha, asustada, empezó a descender de la serpiente., agarrándose de su descascarada piel. Apenas tocó el suelo, corrió desesperadamente hacia el joven y se refugió en sus brazos, buscando protección. Él le brindó confianza y la invito a beber la sustancia lechosa que seguía manando del huevo, lo que ella hizo con agrado porque se moría de hambre y sed. A medida que tomaba la sustancia del huevo, la muchacha se fue transformando en una monumental y bellísima mujer.
La pareja de los amarus (serpientes) gozaban al contemplar las figuras de los dos seres humanos creados en ese lugar exótico. Que era un paraíso en las profundidades de la selva, poblado de animales y árboles cargados de frutas.
Cuando el sol empezaba a ocultarse tras las montañas azules, los amarus concluyeron su monumental obra. Después de haber trabajado días y noches para trasladar a un humano desde la ceja de montaña. A la otra la debieron traer desde las profundidades de la selva. Y los amarus, aunque eran dioses, también necesitaban descansar.
- Vosotros sois los seres escogidos y sobre esa hermosa tierra florecerá vuestra descendencia. Como prueba de cariño con vosotros y para que nos demuestren su gratitud os damos este árbol que tenéis al frente. Lleva por nombre COCA y expresa todo nuestro poder y sabiduría. ¿Lo cuidaréis y lo regaréis hasta que madure su primer fruto, que vendremos a recoger?
- ¡Si! Respondieron a una sola voz, los humanos que se abrazaban estrechamente.
Acallado el verbo de los amarus, se oscureció el cielo. Se escuchó tronar y las lluvias cayeron torrenciales.
Pasado un tiempo ingresaron a la selva unos jóvenes y, después de matar a traición a los guardianes, se robaron el primer fruto de la coca.
Cuando los amarus despertaron de su largo y profundo sueño, fue grande su desesperación al no encontrar a su bella obra, ni al primer fruto de su árbol sagrado y empezaron a llorar. Lloraron tanto, que las sierpes se empezaron a diluir, convirtiéndose en agua. El agua empezó a correr por la senda que había abierto la culebra hembra, trayendo a la muchacha de las profundidades de la selva, creándose un gran río, que hoy llamamos Amazonas. Los ramales que bajan de los Andes, son hijos de los amarus.
¿Por qué, por el fruto de la coca, los amarus lloraron hasta diluirse? Los dioses de los amarus les habían contado que comiendo el fruto que hoy se producía, se convertirían en semidioses inmortales.
Con el tiempo, la semilla de coca robada se multiplicó en la ceja de selva. Luego los campesinos empezaron a chacchar con placer y devoción.
Hoy día, la coca no solo quita el hambre y la sed, sino que también rompe las penas, como el canto del Jilguero. Quita los dolores a los enfermos, cura las enfermedades, como si fuera las manos sagradas de los dioses y, sobre todo, da valor para enfrentar cualquier problema.
En tiempos antiguos, en las quebradas de Chungui, Punki y Anco unos hombres salvajes vivían en oscuras cuevas. Para alimentarse, cazaban venados, llamas, vizcachas. Si estos les faltaban, devoraban hormigas, sapos, arañas, ciempiés, culebras. Es decir, se alimentaban de todo lo que encontraban a su paso. Sin embargo, en tiempos de sequía, no tenían que cazar ni qué comer; entonces empezaron a atacar a sus propios congéneres. Primero a los niños, luego a los mayores.
Los cavernícolas habían puesto la mira en un adolescente, quien se dio cuenta de las intenciones de la horda, por lo que, una noche, se fugó de la cueva y luego caminó hasta el abra de Rumí chaca. Allí percibió un aire benigno, que lo atrajo a descender. Poco a poco, a medida que bajaba, se fue despojando de los pellejos que o cubrían.
Caminó tanto que el hambre y la sed lo desfallecían. Al llegar a una pampa divisó un torrente cristalino de agua que en cascada bajaba de una montaña. Desesperado, corrió hasta la catarata, donde jadeante y sudoroso bebió hasta calmar su sed, procediendo luego a tragar la sanguijuelas y otros bichos que encontró en el lugar. Una vez que satisfizo estas necesidades vitales, tuvo ganas de dormir. Somnoliento, alcanzó a divisar un grueso tronco tirado en el suelo y corrió hasta él. Por el grosor del tronco no pudo subirse encima de él. Entonces, trepándose a un arbusto cercano, se descolgó sobre el tronco. Se trataba de un viejo vegetal que se estaba descascarando. Cuando trató de acomodarse encima de él, le pareció que el tronco se movía. Se cogió como pudo de las cortezas y percibió que el tronco se deslizaba hasta alcanzar una gran velocidad, abriéndose caminó por la tierra, cruzando ríos, subiendo y bajando montañas y produciendo en su recorrido fuertes y espantosas crepitaciones. El joven no podía bajarse por la altura en la que estaba y por la velocidad que había alcanzado el vegetal. Si se arrojaba en estas condiciones habría resultado una muerte segura. Por lo tanto, lo único que le quedaba, era agarrarse bien y seguir viajando donde el tronco lo llevase.
Por fin, luego de varios días y noches, el tronco se detuvo en una inmensa pampa, circundada por soberbias y barbudas montañas.
El adolescente se pudo bajar del tronco. Estaba muerto de miedo y de sueño, pues no había podido pegar los ojos durante todo el viaje. Al alejarse presuroso del tronco, se dio cuenta que se trataba de una inmensa serpiente, por lo que trató de huir, despavorido. Mas una dulce voz lo detuvo. Era la serpiente que le decía:
- Joven, soy de estas tierras. Ahí, adelante, hay un huevo, ábrelo y aliméntate.
El hambriento y sediento adolescente tomó una piedra grande y, con golpes desesperados, intentó abrir una grieta en el gigantesco huevo. De tanto golpear, lo rajó y empezó a brotar una sustancia lechosa, que el joven empezó a engullir por engullir. Conforme iba consumiéndola, el joven, que era un enclenque, se empezó a transformar en un mancebo guapo y robusto.
La divina bestia contemplaba con placer cómo el adolescente iba tomando un aire especial de selva.
Cuando el joven mitigó su hambre y su sed buscó, con sus hermosos ojos, un lugar para descansar. De pronto, un ruido extraño rompió su sosiego y lo hizo correr hasta guarecerse debajo de un árbol cuajado de frutos, donde se protegió de los vientos huracanados y de los movimientos de la tierra. Ahí se percató que, a la distancia, otra serpiente gigantesca se abría paso por el monte, acercándose. Con sus gruesos y musculosos brazos se sujetó al árbol. La serpiente se detuvo frente a él. En su hombro transportaba a una mujer diminuta y pálida, con cabellera que le llegaba hasta la espalda. Era de rostro redondo y ojos rasgados. La muchacha, asustada, empezó a descender de la serpiente., agarrándose de su descascarada piel. Apenas tocó el suelo, corrió desesperadamente hacia el joven y se refugió en sus brazos, buscando protección. Él le brindó confianza y la invito a beber la sustancia lechosa que seguía manando del huevo, lo que ella hizo con agrado porque se moría de hambre y sed. A medida que tomaba la sustancia del huevo, la muchacha se fue transformando en una monumental y bellísima mujer.
La pareja de los amarus (serpientes) gozaban al contemplar las figuras de los dos seres humanos creados en ese lugar exótico. Que era un paraíso en las profundidades de la selva, poblado de animales y árboles cargados de frutas.
Cuando el sol empezaba a ocultarse tras las montañas azules, los amarus concluyeron su monumental obra. Después de haber trabajado días y noches para trasladar a un humano desde la ceja de montaña. A la otra la debieron traer desde las profundidades de la selva. Y los amarus, aunque eran dioses, también necesitaban descansar.
- Vosotros sois los seres escogidos y sobre esa hermosa tierra florecerá vuestra descendencia. Como prueba de cariño con vosotros y para que nos demuestren su gratitud os damos este árbol que tenéis al frente. Lleva por nombre COCA y expresa todo nuestro poder y sabiduría. ¿Lo cuidaréis y lo regaréis hasta que madure su primer fruto, que vendremos a recoger?
- ¡Si! Respondieron a una sola voz, los humanos que se abrazaban estrechamente.
Acallado el verbo de los amarus, se oscureció el cielo. Se escuchó tronar y las lluvias cayeron torrenciales.
Pasado un tiempo ingresaron a la selva unos jóvenes y, después de matar a traición a los guardianes, se robaron el primer fruto de la coca.
Cuando los amarus despertaron de su largo y profundo sueño, fue grande su desesperación al no encontrar a su bella obra, ni al primer fruto de su árbol sagrado y empezaron a llorar. Lloraron tanto, que las sierpes se empezaron a diluir, convirtiéndose en agua. El agua empezó a correr por la senda que había abierto la culebra hembra, trayendo a la muchacha de las profundidades de la selva, creándose un gran río, que hoy llamamos Amazonas. Los ramales que bajan de los Andes, son hijos de los amarus.
¿Por qué, por el fruto de la coca, los amarus lloraron hasta diluirse? Los dioses de los amarus les habían contado que comiendo el fruto que hoy se producía, se convertirían en semidioses inmortales.
Con el tiempo, la semilla de coca robada se multiplicó en la ceja de selva. Luego los campesinos empezaron a chacchar con placer y devoción.
Hoy día, la coca no solo quita el hambre y la sed, sino que también rompe las penas, como el canto del Jilguero. Quita los dolores a los enfermos, cura las enfermedades, como si fuera las manos sagradas de los dioses y, sobre todo, da valor para enfrentar cualquier problema.
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