Cuando el general Andrés Avelino Cáceres convocó a la
resistencia contra la invasión chilena, muchos campesinos se presentaron como
voluntarios para luchar contra el agresor. Cáceres sabia que si empleaba las tácticas de guerra convencional, jamás desalojaría a los invasores; por tanto
recorrió a las experiencias de la Independencia, reviviendo las tácticas de los
montoneros.
Los chilenos no habían encontrado mucha resistencia por la
inferioridad del ejército peruano. Para Cáceres, la única manera de hacerles
morder el polvo de la derrota estaba en
los Andes, principalmente en Ayacucho, Junín y Cerro de Pasco, lugares
montañosos y abruptos. La táctica del
montonero es golpear y fugar, sin dar cara ni descanso al enemigo.
La familia Zapata tenía tradición guerrera, que se remontaba a la insurrección
de Mateo Pumakawa, y habían luchado primero a favor, y después en contra de los
españoles. Ellos sentían en la sangre la tragedia de la Patria.
Cuando los hermanos Zapata partieron a juntarse con lo
montoneros de Cáceres, les tocó participar en las históricas batallas de
Marcavalle y San Juan. ‘’El brujo de los
Andes’’, en reconocimiento a su lealtad
y valentía, les otorgó el grado de Teniente. Los hermanos, en poco tiempo se
convirtieron en buenos jefes de montoneros, y les hacían la vida imposible a
los chilenos.
En Urquillos, su tierra natal, corría la bola que los
hermanos Zapata habían muerto hacia tiempo, en una de esas batallas; en esta creencia, sus esposas se volvieron a casar y vivían en
las casitas que con sus manos habían construido los hermanos Zapata, más arriba
del Convento de Urquillos.
Para los hermanos Zapata,
la guerra se convirtió en
actividad cotidiana, el odio a los chilenos les habían entrado en la
profundidad del alma, por eso, cuando se informaron que el general Iglesias
estaba traicionando a la Patria, en los
acuerdos que pactaba con los chilenos, decidieron combatirlo sin tregua, en defensa del honor nacional.
Después de Tiempo, ‘’El brujo de los Andes’’ se dirigió con sus montoneros hacia el norte para
combatir al traidor Miguel Iglesias, que había pactado secretamente con los
chilenos. En esas circunstancias los
hermanos Zapata, cuando pasaron por el pueblo de Chiquiàn , escucharon la
siguiente canción:
``Cuando el peruano pelea y pierde
No desespera de la
victoria
Porque en coraje
crece y se enciende.
En nueva empresa, verá la gloria.
¡Oh Patria mía! No me digas
Porque al chileno no vencí
Que bien quisiera haber perdido
La vida entera que te ofrecí.
Mas queda un bravo y noble soldado
Que aquí en la breña luchando está.
Tu ¡Oh Cáceres! Eres nuestra esperanza
Tu fe y constancia te harán triunfar’’.
Como los hermanos, eran músicos muy hábiles, rápidamente
aprendieron las melodías y letras; ellos cantaban estos versos en las frías
punas, en los profundos y cálidos
valles, o en los descansos que se tomaban en alguna cantina, después de
un triunfo o fracaso.
Cuando Miguel Iglesias
asumió el gobierno, amparado en las bayonetas chilenas. Cáceres se dirigió
hacia Andahuaylas a reorganizar a sus aguerridos montoneros, siempre seguido de
los veteranos Zapata. Cuando de pronto, en el camino, les salió al encuentro un
campesino armado de un reluciente rejón y
dirigiéndose al general, le dijo en
quechuas:
``Taita te creímos muerto, ¿por qué nos habías abandonado?
Pero ya nos tranquilizamos, porque de nuevo apareces como el Sol
después de una noche oscura’’.
Esta declaración nubló los ojos de Cáceres y hasta lo hizo llorar. El héroe abrazó emocionado al campesino.
Cuando comenzó la
guerra con Chile, el general Cáceres vendió
la hacienda y los enseres que tenia en Ayacucho, y con el dinero
obtenido compró armas para defender a la Patria. Los campesinos lo seguían
ciegamente, confiando totalmente en él, pues comía, vivía y dormía con ellos.
Cáceres siempre estaba al frente de sus
hombres, luchando en los momentos más difíciles. Como estratega era genial,
incluso cuentan las leyendas que en cierta oportunidad convirtió llamas en soldados para atacar a los chilenos.
El gobierno de Iglesias fue breve, el pueblo le tenía gran
repudio pues había firmado el tratado de paz con Chile,
entregando los más valiosos territorios que teníamos en el sur. El pueblo exigía que Cáceres asumiera la conducción del país,
hasta que, apoyado por el pueblo, Cáceres tomó las riendas del gobierno.
Cuando terminó la
guerra, los hermanos Zapata retornaron a su tierra natal; y sufrieron gran desencanto pues, creyéndolos muertos,
sus esposas se habían vuelto a casar y sus casas y tierras estaban
ocupadas por los nuevos acompañantes. Sin embargo, estos héroes fueron bien recibidos por el pueblo.
Pero, el gobierno de Cáceres cambió radicalmente sus
objetivos y se convirtió en enemigo del pueblo que tanto lo amó durante la
guerra. Los hermanos Zapata después de conocer estos hechos lamentables, no
tuvieron otra salida que organizar al pueblo para oponerse a la política anti
agraria del General Cáceres.
Los Zapata prepararon el alzamiento que debía estallar en el
pueblo de Urquillos pero fueron traicionados
por uno de sus allegados, quien contó todo el proyecto al subprefecto. Este envió un fuerte contingente de gendarmes que cercó a los Zapata, pero no
pudo apresarlos. Ellos huyeron después de una refriega.
Mariano partió con dirección a Chinchero, persiguiendo por
un pelotón otras personas implicadas
fugaron con rumbo desconocido, otros fueron detenidos. Cuando Mariano llegó
a Chinchero, para despistar a sus perseguidores
se metió a la casa de un
campesino pidiéndole que lo ocultara.
Ayudado por el dueño de casa, se metió
debajo de una ruma de paja de cebada y trigo. Cuando llegó la gendarmería, armados hasta
los dientes, preguntaron al campesino
por el paradero de Zapata. El labriego
asustado contestó:
¡Señores guardias, a mi casa nadie ha entrado! Pero, con el
índice de la mano, señalaba el lugar donde estaba oculto el montonero. Si quieren pueden buscar. Los gendarmes sacaron sus bayonetas y comenzaron a meterles hasta el fondo del pajal.
El teniente Luis Zapata tuvo que salir de su escondrijo y
fue apresado por la gendarmería. Después lo llevaron a Wayllabamba, donde fue fusilado en la plaza de esa localidad, debajo de un
árbol de Pisonay.
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